(104) Carta abierta a un adúltero (Fray M. Petit de Murat)
Agradecemos a uno de los comentaristas que hace unos días nos recordó esta obrita de nuestro compatriota Fray Mario J. Petit de Murat, o.p. (*), y que bien podría tener una ligera variación como “Carta a un esclavo de la carne", ya que recoge algunos lugares comunes de muchos hermanos que, aún sin llegar al adulterio, pueden aprovecharse muy bien de estas reflexiones del p. Petit.
En otra obra suya ("El buen amor"), él advertía a los hijos de esta época:
“Todo está subvertido, absolutamente todo. Si confías en tu mente, la mente que has recibido de este mundo, estás perdido. Todo ha sido prolijamente cambiado, sustraída la verdad con toda paciencia y obstinación. En cuanto pienses una cosa por ti mismo, estás perdido, allí está la grieta que aprovechará Satanás para llevarte al infierno. Cualquier principio de este mundo que aceptes, estás perdido, porque el sistema de confusión es total, el sistema de errores es total, el sistema de mentiras es total. No hay nada que se haya salvado, en otras épocas quedaba algo ileso. Ahora nada…”
A mucha distancia de las sinfonías pseudomisericordes que solemos oír a menudo -recientemente en Uruguay, por ejemplo-, es digno de notar la claridad que encierran los párrafos que siguen, movidos por la fe y el auténtico celo pastoral, buscando a toda costa la salvación del destinatario, que bien podría ser cualquiera de nosotros. La compartimos con la esperanza de -además de edificar con ésta-, promover en los lectores el interés por el resto de sus obras.
Dada su extensión, publicamos una selección de los párrafos que nos parecieron más aptos para dar respuesta a una serie de argumentos propios de un “pensamiento carnal” que embota el entendimiento de muchos hermanos, a quienes ya casi no se les habla del inapreciable valor de la castidad, y a los que encomendamos sinceramente a María Inmaculada, y al glorioso San José.
CARTA ABIERTA A UN ADÚLTERO
P. Fr. Mario J. Petit de Murat O.P.
Mi querido Luis: Te agradezco que hayas sido una vez más fiel a la sinceridad que es esencial a los lazos que nos une.
Permíteme que mientras muchedumbres te halagan velando tu inteligencia con mentiras, vuele hacia ti el único amigo que tienes en la tierra, que con lágrimas de fuego te ruega una vez más por tu pobre alma. Pues, ¿qué te ha hecho ella para que te inclines a precipitarla en una última miseria? Puedes tener la seguridad de que la bofetada que crees dar a la sociedad en que vives al quejarte “del presente orden de cosas", lo das en realidad a la Sabiduría eterna, al Señor Jesús, pues es Éste y no aquélla, quien viniendo para volver al hombre a su perfección primera, condenó tanto el divorcio como la poligamia y restableció la indisolubilidad del matrimonio. Esto que hizo no fue una imposición arbitraria sino una exigencia de nuestra naturaleza normal. ¿Es que Aquél que la hizo no sabrá mejor que nosotros lo que a ella le conviene?
Recordemos la verdadera causa de lo que tú defiendes con argumentos sólo en apariencia seductores. El mismo Señor la señaló cuando instituyó dicha indisolubilidad, como había sido en un principio, esto es, cuando aún nuestra naturaleza no había caído. Los fariseos defendieron lo que tú defiendes. Entonces -preguntaron- ¿por qué Moisés permitió que diéramos libelo de repudio? Su respuesta fue: Por la dureza de vuestros corazones.
Medita sin pasión, mi buen amigo, y aprendamos a conocernos.
Fue la Sabiduría, no la sociedad actual, la que dijo: No adulterarás, y más aún: El que mirare a una mujer codiciándola, de cierto os digo que ya ha fornicado con ella en su corazón.
Los que frente a esta liberación se aferraron a sus vicios terminaron crucificando al verdadero hombre y al verdadero Dios. Cuando dispusieron del hombre y de Dios no lo amaron sino que lo destruyeron. Porque sus obras eran malas, huyeron de la Luz.
Quien no ama a Dios mata al hombre. De esta manera, sin quererlo, abofeteas al Señor, cumpliéndose las palabras de San Pablo, que dicen: El que peca, crucifica al Señor en su corazón.
En este preámbulo debo hacerte notar otro sentido implícito en tu frase que lamenta el estado de la sociedad actual: ¿cuál es tu estado, querido, tú que abominas en ella del resto venerable, hecho jirones, de una Doctrina que nos regenera, y en cambio la abrazas en lo que se disgrega y envilece?
Por otra parte, debo advertirte que lo que estás soñando (la poligamia) no es un progreso sino una retrogradación. La tienen los mahometanos y puedes estar seguro que el harén no les ha dado sombra de la felicidad que proporciona la altísima nobleza del matrimonio cristiano, al que sabe vivirlo.
Pasemos a considerar los frutos que recogerían en ese orden de cosas las criaturas, comenzando por ti.
En esos caminos hallarías lo opuesto a lo que la ilusión te ofrece y lo que tú recogerías al final de cuentas sería tu propio encanallamiento.
Me explico: lo primero que debes saber es que no somos inmutables, ni mucho menos, por el contrario, nuestro estado es el de una continua formación.
¿Quién podrá decir la tremenda, la terrible trascendencia de los actos humanos? ¿Quién expresará los abismos y las cimas que se pueden suceder en nosotros en un instante de segundo?
Cada una de nuestras acciones, según sea conforme a la razón o no, agrega a nuestra naturaleza una perfección real y una no menos real miseria, deformidad. De esta manera nos estamos plasmando a nosotros mismos hasta con la menor de nuestras acciones, completando la dignísima configuración que nos compete como hombres o destruyéndola para convertirnos en cosa abominable a Dios, a los Ángeles, a los hombres y a nosotros mismos.
Aquí no para la responsabilidad de nuestros actos, pues sus consecuencias repercuten en la materia que nos rodea hasta donde no podamos imaginarlo. Bajo este aspecto, nuestras acciones, aún las más pequeñas, son comparables a una piedra arrojada a un estanque. Toca el agua en un punto, pero las ondas circulares y concéntricas se producen, llegan hasta las más distantes orillas. No podemos prever adónde irá a madurar, ya en el espacio, ya en el tiempo, la palabra buena o mala que hayamos echado al azar. ¿Cuánto más todo lo demás?
Ahora bien, después de esta verdad pasemos a otra para luego aplicar ambas a tu caso particular. Todo amor está especificado por el bien que lo determina, de tal manera que si este bien excluye de su concepto la multitud, el amor será también esencialmente unitivo. Y el amor sexual es de este carácter, de tal manera que el amar sexualmente a una mujer implica exclusión sexual de otra mujer.
Miremos tu caso a la luz de los dos principios aducidos. En el momento en que estés enamorado de la que parece que realiza tu ideal, no podrás soportar a la tuya propia, ni a tus hijos, a los cuales verías como una extensión de aquélla y como un testimonio viviente de tu equivocación; sus menores defectos te exasperarán, tu hogar te resultará una carga inaguantable que te impide dedicar tus bienes al nuevo objeto de tu pasión.
Mas no pararía en esto. (…) tenemos que una vez probada tu falsa diosa y saciado el apetito, comenzaría de parte de uno u otro la repugnancia de la desilusión y todo el humor que ésta engendraría se volcaría en tu hogar. A tu nuevo fracaso seguiría una nueva intentona, con lo cual te irías progresivamente brutalizando.
Santo Tomás de Aquino dice que si bien el pecado espiritual -la herejía, la blasfemia- es más grave, el carnal es más infame. Así terminarías tu vida, que no hubiera resultado más que un prolongado crimen, con el alma emparedada con pellejos de mujeres, cargadas de ojos, que te penetrarían en todo sentido con el criterio imposible de sus reproches y de sus encantos profanados. (…) Y por último, tu ataúd, aunque estuviera rodeado de buenos amigos que tomarían café y hablarían de política, estaría envuelto por el terrible silencio que acompaña a la muerte de un traidor. ¡Qué tristes y merecidas son las postrimerías del sensual! (…) Conocí bastante a un hombre notablemente parecido a ti, tu misma mentalidad…Ha dejado el tendal tras sí, en nombre de sus aspiraciones (…) Actualmente, ya se ha arrumbado, solo en una pensión, aborrecido de sus hijos y de su mujer, acosado por las concubinas, las cuales vuelven de tanto en tanto a cobrarle las “abnegaciones” que con él tuvieron; entre los medios amorosos que usan con este fin, no excluyen los escándalos públicos. Su espíritu ha derivado a un olímpico pesimismo de Dios. Fracasado, "todo el mundo es malo, mas él, inalterable, incontaminado, permanece bueno".
Los años de verdadera amistad que nos unen me autorizan a darte un diagnóstico, el cual si no lo desprecias, te moverá fuertemente a buscar la salud. Tu alma padece una grave enfermedad, algo así como una tuberculosis difusa que tuviera la propiedad de disgregar con lentitud los tejidos, incluso los huesos: es la lujuria-sentimentalismo. Comprendo que hasta el momento no la hayas tenido por tal, porque en el norte y centro de la República es endémica; mas pon de pie a tu razón y juzga el ambiente que te rodea, verás un pueblo joven envejecido prematuramente, postrado con sus energías resueltas en babas, ninguna capacidad para aplicarse a las prácticas férreas de las tres disciplinas altas del espíritu: la Religión, la Filosofía y el Arte. (…) Mira que cuando las energías se derraman por el bajo vientre, la estulticia es corona de histrión en nuestra cabeza.
Volviendo a la enfermedad, debo decirte que el sentimentalismo es la forma más perniciosa de la lujuria, porque trae los males que son propios de este vicio: egoísmo y mente embotada por las pasiones, disfrazadas con ropaje que pertenecen al espíritu.
El prototipo de los sentimentales fue J.J. Rousseau: casi el mismo día que la contemplación de su propia bondad lo hacía caer en éxtasis, abandonó a su mujer y a sus siete hijos. Reflexiona sobre ti, amigo mío y no te costará ver que desde muy antiguo llevas tu alma hundida en la carne. No te cansas de robarle sus aspiraciones y energías para malverterlas en la parte inferior de tu naturaleza. La obligas a buscar el cielo en el lodo; vistes al cerdo con ropas de ángel y, al final de cuentas, carne y humores de carne. Has puesto a la libre y señora al servicio de la esclava. Todo lo cual es estar en la segunda etapa del pecado, o sea la de la confusión, llamada de otra manera: idolatría.
Te explicaré brevemente en qué consiste. Toda alma humana, por tendencia que brota de su esencia, aspira oscuramente a un bien infinito y de mil maneras lo pide: éste, en realidad, no puede ser otro que Dios.
Ahora bien, el sensual, como no cree que pueda existir otro bien que la carne, piensa que lo que está pidiendo su alma es una mujer inconcebiblemente bella y buena. En cualquier adarme de belleza y bondad reales o falsas que esta pobrecita criatura muestre, no ve que eso sea todo lo que ella tiene, sino un signo exterior de algún tesoro interior e infinito. Este es el primer momento, el de la ilusión. Momento de confusión en el cual el entendimiento, presionado por la pasión, atribuye a tal mujer, haciendo pie en las exiguas perfecciones que de ellas aparecen, el grado en que estas perfecciones se realizan únicamente en Dios. Es idolatría, porque entonces la voluntad pone todas sus esperanzas de felicidad en esa criatura y la ama con amor de subordinación, debido sólo a Dios, porque sólo Dios puede saciarlo.
Si la mujer es sensata y no hace caso a tales majaderías, este adorador de ficciones reaccionará de varias maneras, según los diversos temperamentos.
Si accede, se lanzará a devorar con manos, bocas y sexo lo que de ella ha imaginado. Retorciendo el fin y las prácticas naturales, cae en odiosos desórdenes. Hurgará y hará lo imposible por prolongar lo breve y extender lo efímero. Mas los límites de la carne se levantan inflexibles, quedando él llagado y la amada destruida. Este corrosivo adorador, con su propio pecado será ministro del castigo. Al final de su experiencia se encontrará defraudado, con un despojo entre las manos, vacío, más hambriento que nunca; su alma oscurecida al comprobar que sólo gustó exiguo mendrugo de lo que buscaba.
Lo peor -aunque tiene remedio, aún en esta vida, el cual es el arrepentimiento y el ejercicio intenso de la virtud contraria- es que habrá desarrollado un hábito extraviado que hará su alma monstruosa a los ojos de Dios, de los hombres, y de los suyos propios.
Dicho hábito estriba en que la determinación que el pecador da libremente al apetito contraría a la tendencia que la voluntad tiene por naturaleza, de tal manera que establece en él una contradicción y una deformidad trágicas.
El apetito espiritual, la voluntad, que en su esencia pide a Dios, en lo que de él dependió, al volcarla en las criaturas, la convirtió en aversión a Dios. No puede cambiar su esencia, mas en la última determinación que de él depende, la extravió.
Si no cura dicho hábito en esta vida, el infierno no será otra cosa que la actualización plena de esta contradicción.
¿Y la mujer?…
Destruida por las manos y las bocas que creyeron amarla, yacerá desnuda de ficción: pobrecito despojo de piel y glándulas saqueadas; su rostro gris, sin luz, manifestará la desgracia de su matriz ultrajada, rebajada de su noble condición de crisol inicial de nuevos hombres, a la de calcinado albañal de una fiebre infame. (…)
Aunque creo que tienes bastante con lo dicho para aborrecer lo que premeditas, pasemos, sin embargo, a considerar otras consecuencias con el fin que veas un poco la terrible trascendencia y extensión de nuestros actos. Antes de continuar es necesario que te haga conocer la verdad que el talento de Oscar Wilde, quizás sin saberlo, descubrió en el abismo de su pecado cuando dice, en una balada magnífica: “El hombre mata lo que ama". ¿Cuál será nuestra reacción ante esta verdad intolerable? ¿Cómo podemos soportar semejante contradicción? ¿Es que acaso el amor no quiere el bien de lo amado? Sí, mas también es verdad que el hombre mata diariamente, minuciosamente, lo que ama. Yo diría, para dar precisión a la sentencia, el hombre en pecado mata todo lo que ama.
Ya traté de demostrarte cómo te destruirías a ti mismo y a las mujeres que hicieras objeto de esa pasión desordenada, tan sin razón llamada amor.
Ahora debo demostrarte que no corre otra suerte tu esposa, con tu pecado de infidelidad.Trataré de explicarlo: si Dios ha dado a Noemí la alta dignidad -tan ignorada en nuestros tiempos animales- de una alma racional para que llene un caso de perfección dentro de la armonía del Universo, ella como criatura libre puede cumplirlo o sustraerse a la ordenación divina. Ese fin, es el que le da razón de ser. Ella tiene que colmar su modo de verdad, de bondad y belleza (por el momento moral; después de la Resurrección de los cuerpos, también física), y es tan privativo de ella que no debe llenar el de Pedro, Juan o Isabel sino el suyo y no otro. Ser Noemí en la plenitud de las notas esenciales e individuales que a ella le pertenecen. La racionalidad femenina es receptiva de la masculina: Ella bebe en profundidad la expresión de éste cuando está animada de grandes verdades. Claro está que para poder cumplir tan feliz influencia tendrías que estar en tu lugar. Es decir, haber alcanzado la augusta estatura reservada al varón.
Que en ti se desborde la sabiduría, la prudencia, el amor; que seas justo, benigno, abnegado, manso, fuerte y casto; y todo florecerá a tu alrededor y las criaturas correrán veloces y estremecidas hacia el lugar de tu alma: porque las criaturas todas, encabezadas por tu mujer, ansían el hombre que debías ser, mediante el cual debe llegar la verdadera vida hasta ellas.
(…) Es falso, querido, que esa tutela convertiría a Noemí en una triste sombra de ti, en un muñeco.
Ahora veamos la porción que recibirían tus hijos.
Al llegar aquí rememoro tragedias lentas, escondidas, de hijos, sobre todo de hijas, criadas en el mortífero regazo de la división de sus padres y no puedo menos de rogarte con el alma cargada de angustias que huyas de la infidelidad como del más execrable de los crímenes.
¿Así enceguecen las pasiones desbordadas, Señor, que no ven estos grandes hombres, estos pobres hermanos míos en el pecado, lo que los pequeños compañeros de los niños ven y lloran? ¡Ah, desdichados edificadores de inmundos paraísos que a la postre os resultan nada más que inmundos infiernos; desdichados visionarios de horizontes insólitos que sólo existen en vuestras imaginaciones! (…) ¡Ah, los ojos muertos, los rostros espectrales, muertes de los niños de padres adúlteros, de los niños minuciosamente despedazados por las infidelidades, las disputas y las enemistades de sus padres! Buscan el consuelo de su terrible abandono en los vicios solitarios.
Los progenitores, viendo al hijo y más aún a la hija triste, gris, anémica, se preguntan con zozobra: “¿Qué tendrá? Le damos comida en abundancia, no le falta nada. Vengan médicos, tónicos, inyecciones que remedien a mi querido niño". (…) Otro remedio necesitan. Es una sonrisa y un alba que bese la intimidad más profunda de sus almas. Es el que estéis unidos por amor como en ellos lo estáis físicamente.
Esto tiene que ser consecuencia de aquello. Las faltas contra ese amor debido no recaen sobre el niño como una simple privación, sino como una destrucción activa. No será un huérfano, será una víctima. Así como dicha unión lo formó, las desavenencias lo destrozan; éstas, hasta las más insignificantes y disimuladas repercuten en el vástago con una intensidad trágica que los padres de este siglo carnal, inhumano, no sospechan.
Sé de una muchacha que, muriendo tuberculosa, próxima a la agonía reveló a la madre la causa secreta de su muerte: “Mamá, tengo que pedirte un favor muy grande -le dijo sonriéndole-: que no peleen más tú y papá". Y el padre era un lujurioso.
Otro hijo, más duro, en un poema que recordaba su infancia escribió esta línea: “Mis mayores eran manchas oscuras que estorbaban la luz". (…) El hijo necesita no del amor del padre por un lado y del de la madre por el otro sino -atiéndelo bien- del amor mutuo del padre y de la madre proyectándose sobre él como único amor. Que sean una sola cosa por el amor, porque en él son una sola cosa. Tiene que ser -y serlo totalmente- el fruto de un amor conyugal, uno solo y único, del padre y de la madre. (…) El hijo es el verbo, la palabra viviente que nombra esa unión de amor.
Porque el hijo del hombre tiene cuerpo y alma, para darle origen no se deben unir tan sólo los cuerpos sino también y principalmente, las almas. Así como los cuerpos, las almas del hombre y su mujer están hechas para complementarse mutuamente en la generación y formar una sola naturaleza en ese sentido. La unión debe estar en el agente antes de estar en el efecto, que en este caso, es el hijo.
El hijo del hombre tiene alma y cuerpo. Este se forma en la matriz de la madre; mas, aquélla, por ser racional, no puede formarse, en lo que depende de los padres -que es mucho hasta los veinte años- más que en esa otra matriz racional y espiritual: la del amor conyugal. (…)
Por todas estas profundísimas razones, la unión del hombre con su mujer es indisoluble y el amor sexual debe estar determinado por la vocación del hijo y no por el sólo deleite carnal: No separe el hombre lo que Dios ha unido.
En otras palabras: la dignidad de la unión sexual humana, que no puede ser otra que la matrimonial, tiene su causa y medida en la dignidad del hijo que engendra.
Sobre los padres que de alguna manera quisieran separarse, no se tendría que formular otra que la siguiente sentencia:
-Traed vuestros hijos.
-Ahora bien, deshacedlos: tomad de ellos, de sus almas y de sus cuerpos, cada uno de vosotros lo que a cada uno pertenece; vuélvanlo a meter en sus entrañas y luego podéis hacer lo que queráis.
No terminaré aquí. A modo de suplemento te haré una aclaración detallada de los párrafos principales de tu carta. Mi mayor placer en esta vida consiste en no dejarle costilla sana al enemigo del hombre, el cual con tantos encandilamientos y enredos está cavando un foso debajo de tus pies.
1- “…todas las cosas que considero malas son bajo el punto de vista de la moral corriente…".
Estas palabras suenan lo mismo que si dijeras: “He resuelto morar en una casa llena de osamentas e inmundicias".
Acerca de esta moral dijo Isaías profeta: Tienen el mal por bien y el bien por mal (…).
2- Refiriéndote a tu casamiento, terminas: “Y achaco parte de esa culpa, a tus teorías cristianas que en parte me contagiaste".
No flageles al inocente. Si hubieras sido verdadero cristiano no hubieras procedido con la precipitación que lo hiciste. Aquél fue uno de tantos lazos que te tendió el sensualismo que padeces.(…) Cuando te conocí, me apenó mucho el verte tan hundido en la mujer, todo volcado en ella. Tu conversión me hizo concebir la esperanza de tu salud. ¿Mas cuál no sería mi retorno cuando me comunicaste que apenas dejada una mujer ya habías volcado tu alma en otra? El peor síntoma de tu enfermedad se mostró aquella vez que dejaste de comulgar porque no “sentías nada". ¿Por ventura, querido, hasta ese punto estás metido en la carne, que lo que no desciende hasta la sensibilidad -contacto animal- no existe para ti?
¡Ah, da duros mandobles a esa psicología blanduzca de tango, levanta tu vista por encima de ese mar de humores y de glándulas, y descubre las dilatadas y felices regiones del alma y del espíritu!
3- “No había que evitar el hijo, pues eso era el poético florecimiento de la carne".
Me quedo bobo ante estas palabras. (…) ¿No es, acaso, la razón la que, a las claras, dice que la unión sexual no tiene otro fin que el hijo? Y si no queréis el hijo, ¿qué deseáis al juntaros a vuestras mujeres? ¿Tal vez el deleite? No, hermano, termina con tanta confusión: el deleite es ingrediente de la unión sexual, mas su fin no puede ser otro que el hijo. Todo en aquella está esencialmente determinado por ese fin.
No creas que puedes violentar la naturaleza impunemente. Onán, el primer hombre que no quiso fecundar a la mujer, murió y no sucede otra cosa a los onanistas. ¡Muerte lenta, de nervios resquebrajados!(…) No se cura la fiebre de la lujuria alimentándola, que si te ahoga cuando aprieta con el deseo, más te estrangulará desarrollándola con esos coitos, que en realidad no son más que masturbaciones.(…) El onanismo se resuelve en ambos cónyuges, sobre todo en la mujer, en multitud de graves enfermedades, en neurastenias y tristezas mortales. Siempre he visto un vacío interpuesto entre los rostros de los esposos que lo practican; sus ojos contemplan regiones de vida, otros ojos, otras almas amigas culpablemente evitadas.
4- “Sueño con esa compañera que algunas veces estuvo cerca de mi vida".
¿Tan desarmado te encuentras ante la pasión que crees verdaderamente todas las boberías que te pinta? No dudes, mi pequeño hijo, que todo eso no es más que imaginerías brotadas de tu sensualismo. Una vez más te digo: porque ahora eres carnal, crees que son atributos que existen en la mujer y que en ella puedes gustar. (…) ¿Es bella? ¿Es culta? Pues bien, ¿por qué tendrías que reducirla a ser tu concubina? ¿Qué tiene que ver la belleza y la cultura con el sexo? ¿Es que acaso ésta y aquélla se encuentran en las glándulas?
Toda la actividad carnal-sexual pertenece al sentido del tacto, el cual, entre las potencias de que dispone el hombre, es el más bajo, por cuanto que se encuentra hasta en ostras y los protozoarios. La cultura y la percepción de la belleza son propias de la más alta: la inteligencia. Das un salto mortal en este razonamiento: es bella, culta y buena; por tanto tiene que ser mi concubina. Ciertamente, no habría medio más eficaz para reducir a ruinas su belleza, su cultura y su bondad, que convertirla en concubina.
La mentalidad sentimental te prepara en realidad para ser víctima. (…)
Un último examen de tus palabras arroja, como resultado, dos cosas: una idea falsa de la cultura y un deseo real, malvertido, de tu alma.
- Llamamos cultura a aquel conjunto de cualidades que perfeccionan interiormente a nuestras propias facultades colmándolas del bien que por naturaleza les conviene. Para alcanzar esto, lo que menos hace falta es robar una mujer al orden del Universo y adulterar con ella.
No, amigo mío. Para alcanzar esa cima, lo que se necesita es una cabeza bien regada por la humildad y la sed de perfección, una voluntad dispuesta a los mayores esfuerzos y una actitud en la vida, la diametralmente opuesta a la que te propones, pues está dicho: La sabiduría no morará en cuerpo sometido al pecado (Sab. 1-4).
Finalmente, así templado, correr a las verdaderas fuentes de la cultura: la cátedra del sacerdote docto, la del verdadero filósofo y la del artista sin dolo. Estas son graduales e iluminantes; descienden de arriba hacia abajo hasta llegar a nuestros ojos oscuros, hasta nuestros oídos cargados de fragores de muerte, hasta nuestra inteligencia humillada por los errores que la han transitado como a prostíbulo en encrucijada de muchos caminos. Llega hasta nosotros y nos besa, nos roza y nos sonríe y si tenemos sed, bebemos: es la Buena Nueva, es la Vida.
- La segunda conclusión que se extrae de tus palabras es que hay en tu alma un real deseo de cultura malvertido por el desorden sensual. Es tu alma la que está sedienta de que le des la perfección total que significa la cultura: quiere anegarse en las portentosas luces y virtudes que el hombre puede recibir de Dios, en el noble orden de la filosofía y en las altas delicias que proporcionan las Bellas Artes.
5- Al describirme tu mujer ideal, además de lo que ya queda tratado, dices: “Ella satisface físicamente mis sentimientos estéticos". No dudes que son otros los sentimientos que quieres satisfacer con ella. Brevemente: la diferencia radical que hay entre el gozo de lo bello y el deleite del apetito es que aquél es desinteresado. (…) En cambio, el deseo de apetito carnal es esencialmente egoísta. Este es el síntoma infalible para saber de dónde procede.
- “Y por sobre todas las cosas, el envión, el estímulo, el encauzamiento que ella traería a mi existencia". Observa aquí la miseria a que te reduce el sensualismo: a pedir a la mujer lo que ella, la tuya, tendría que recibir de ti. (…) Sé hombre, al fin, hijo. En vez de estarte derramando sobre la tierra, ciñe virilmente tus lomos, ponte de pie, sé constructor de ti mismo en Dios.
6- “Además esa compañera ideal tendría que estar templada en un espíritu de sacrificios y renunciamientos que significan a veces, lo más caro que hay en una existencia: la familia, las relaciones, los hijos, el hogar, etc.”
¡Oh, me parece que basta revelarte el corazón de estas palabras para que veas todo el engaño en que estás! ¿No ves cómo el sensualismo, si le das cauce, te convertiría en un Moloch insaciable que no pararía de exigir víctimas?: tu mujer, tus hijos y aún aquella y aquellas mismas que dirías amar. Aquí tú te encargas de ratificar lo que quedó dicho en la primera parte de esta carta, acerca de la lujuria sentimental, que ella entraña un abominable egoísmo.
7- “Quiero a mis hijos como bien animal que soy".
Busca tu cabeza, querido, sálvala, pues noto una vez más que no juzgas rectamente. A un amor que es propiamente humano, el amor a los hijos, lo llamas amor animal, a lo que es exacerbación de lo animal lo tienes por espiritual. (La inclinación que el instinto pone en éstos hacia sus crías, no se puede llamar amor, más que en un sentido muy imperfecto, rudimentario).
8- “Por otro lado mi mujer es una santa y hacendosa ama de casa".
Por tanto: ámala mucho, te ruego; respétala, no ofendas ni desprecies su alma y sus entrañas. Una mujer de las condiciones que reconoces en tu esposa, es en estos días de valor incalculable. A la mayoría, la mentalidad actual las ha convertido en gatas exigentes, absurdas, que, mostrándose para los ojos empañados por la pasión encantadoras durante el noviazgo, luego resultan un saco de miserias sedientas de diversiones, ineptas como esposas, madres y dueñas de casa, convierten el hogar en infierno inhabitable. No sigas la obsecación de la mayoría, que no aprecian un bien cuando lo poseen, cometiendo torpezas continúas hasta el punto de perderlo, y, cuando no lo tienen, lo valoran y lo lloran
9- “Este rincón de mi existencia será intocable como lo será ese otro rincón que sueño".
No dudes que perderás todo. Ambas cosas, como ya te lo he explicado anteriormente, son contrarias, incompatibles y se destruyen mutuamente. Buscando la felicidad de manera tan arbitraria y odiosa, lo único que conseguirías es quedarte con las manos vacías, en medio del aborrecimiento de unas y burlas de otras.
10- He guardado para el final, dos de tus frases que muestran cómo tu alma, lo que busca verdaderamente es a Aquel a quien rehuyes y desechas. Dices tú: “Me sentiría feliz si pudiera hacer todas las cosas buenas que yo sé que hay en la vida…Uno sabe que son cosas malas y sin embargo las ejecuta”.
San Pablo describe esto mismo con su maravillosa elocuencia: la división contradictoria a que hemos llevado nuestra naturaleza con el pecado. Tal división es la raíz de todo lo que nuestra vida tiene de dramático y de trágico.
Sé que no mora en mí, esto es en mi carne, lo bueno. Porque el querer lo bueno, está en mí. Mas no hallo cómo cumplirlo. Porque lo bueno que quiero, esto no lo hago; mas lo malo que no quiero, esto hago. …Así, queriendo hacer yo el bien, hallo que el mal reside en mí. Porque yo me deleito en Dios según el hombre interior. Mas hallo otra inclinación en mis miembros, lo cual contradice la ley de mi voluntad y me hace esclavo de mi pecado que está en mis miembros. ¡Miserable hombre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?
Luego responde por él, por ti y por todos nosotros, con las siguientes palabras: La Gracia de Dios por Jesucristo, Nuestro Señor.
Y resume la manera de dar curso a esa gracia en nosotros para que realmente seamos regenerados: Si viviereis según la carne, moriréis, mas si por el espíritu hiciereis morir la lucha de la carne, viviréis.
Porque todos los que son movidos por el espíritu de Dios, los tales son hijos de Dios.
Más abajo, pronuncias estas palabras, que en realidad expresan pura ansiedad, que no debes dejar frustrada: “Quisiera renacer".
Oye lo que te responde el Señor, el Amor:
En verdad, en verdad te digo que quien no renaciere de nuevo no entrará en el reino de Dios (San Juan III, 3).
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(*) Mario José Petit de Murat fue sacerdote y fraile dominico, ordenado en Tucumán (Argentina) en 1946, aunque había nacido y crecido en Buenos Aires. En Tucumán realizó una profunda labor evangelizadora, siendo una de las inteligencias más lúcidas y de mayor envergadura que haya habido en la Argentina, en cuya Universidad dictó cursos de Filosofía del Arte y otras temáticas. Gran propulsor de los cursos de filosofía tomista, vicerrector de la universidad Santo Tomás de Aquino. Murió a los 72 años atendiendo una capilla en el campo.
Pueden acercarse aquí y aquí al legado de este sacerdote cuya labor pedagógica tiene aún mucho fruto para dar en el pensamiento católico, dentro y fuera de nuestra patria.
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Infocatólica agradecerá vuestra generosa colaboración; le sugerimos cómo hacerlo.
7 comentarios
Saludos cordiales.
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V.G.: Cuente desde ya con mis pobres oraciones, y yo cuento con las suyas, estimado Miguel. ¡Que María Reina lo cuide, consuele y bendiga siempre!
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V.G.: Bendito sea Dios, Juan. El quiera que dé abundante fruto.
Apenas les entregué el libro noté en ellos mucha extrañeza, porque no tenían idea de quién era Fray Petit. entonces buscaron el prólogo, y cuando se lo encontraron al Profeta de las Pampas se dijeron:"¿no era éste contra el que nos advirtieron?". Y yo me fui con el convencimiento de que jamás leerían la obra.
O sea: la Falsa Iglesia, que hoy vemos desembozada, no nació ayer. Es un proyecto de décadas que ha deformado las mentes y los corazones de muchísimos católicos, laicos y consagrados.
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V.G.: Jajajaj! Muy penosa y sintomática anécdota, Ricardo. Gracias por compartirla. Seguiremos difundiendo, pues, a Fray Petit...
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