ESPERANZA VIVA
Muy estimados superiores, profesores y alumnos de este Colegio del Inmaculado Corazón de María. También yo doy gracias a Dios porque me ha concedido pasar estos días de convalecencia, para mi corazón cansado y un poco desfalleciente, conviviendo con vosotros que sois la juventud emergente, portadores de ilusión y de esperanza. Un contemplador superficial podría decir que yo represento la caducidad, el agotamiento de la esperanza, vosotros representáis la esperanza creciente. Pero no es así, mi alegría profunda proviene de que he comprobado una vez más, que vivimos de la misma esperanza.
Yo tengo tanta esperanza como vosotros, y por tanto soy tan joven como vosotros, aunque con menos vigor y menos ganas de saltar, y menos capacidad de hacer cosas tangibles que se anoten en las crónicas temporales.
A mí me causa mucha alegría haber comprobado, que lo que os anima a vosotros, no es la esperanza que se consume, no es la esperanza de la edad, que ni siquiera merece el nombre de esperanza, porque cuando uno piensa en el joven portador de esperanza, esperanza para la Patria, esperanza para la Iglesia, la esperanza del futuro, tiene que ser franco consigo mismo y responder a una pregunta ¿De todos los sueños, proyectos, ilusiones, aspiraciones que constituyen esta especie de siembra y de germinación inicial, que es la etapa de la niñez, y la primera juventud. ¿Cuál es el resultado seguro, seguro para todos? Y la respuesta es implacable. Cuando los jóvenes de ahora lleguen a un tiempo en que se pueda hablar de logros, lo único seguro es que serán viejos, como lo soy yo. No hablo pues de esa esperanza, aunque es admirable esa especie de ración con que se nace y que desde el primer momento se va consumiendo, de suerte que según pasa el tiempo, y se acerca la hora de la muerte, esa esperanza prácticamente se da por agotada. A mí esa esperanza me interesa muy poco. Yo he visto que vosotros vivís cotidianamente de lo que San Pedro llama “la esperanza viva". Esa esperanza que no se consume, porque es más poderosa que la muerte. Esa esperanza que es capaz de responder a dos preguntas. ¿Es posible confiar en la victoria definitiva del amor sobre el egoísmo? Sí ¿Es posible confiar en la victoria definitiva de la vida sobre la muerte? Sí. Ésa es vuestra esperanza fundamental y es la que garantiza que según pasan los años y cualesquiera que sean las vicisitudes en vuestro curso de vida temporal, seáis siempre jóvenes.
ESPERANZA AUTÉNTICA.
Yo quisiera que alguien en el futuro cantase vuestra juventud inmarcesible a los 90 años, a los 120 años, si a tal nivel podéis llegar. La esperanza auténtica, la que se realiza precisamente al terminar el camino del tiempo. Esta esperanza que es imposible, como es lógico para todo cálculo, para toda técnica humana, es la que nos asegura nuestra condición de cristianos. Por eso como sabéis el Papa Juan Pablo II al referirse al paso del tiempo, acompañado por Jesucristo, al tercer milenio que va a comenzar enseguida, hace una observación preciosa, que los cristianos deberíamos no olvidar nunca, para apreciar la diferencia sustancial entre ser cristiano y no ser cristiano. Toda persona que quiera tener esperanza, necesita buscar la comunicación con Dios, todo lo demás es una engañifa y por eso en el fondo hay tanta melancolía y desencanto en el mundo actual, porque está de vuelta y sabe que no hay ni una solución satisfactoria con el paso del tiempo, en el futuro, porque el futuro será tan débil y tan fugaz como es el presente. Y por eso todo hombre, para ser hombre, para afirmarse como persona, para no ser una simple pieza de la biología, de la física, o un mero combustible de una hoguera colectiva, que luego se disipa y queda en nada, y por tanto es absolutamente vacía, necesita si no ha de renunciar a la esperanza, si no ha de renunciar a la juventud, al menos buscar a Dios. Y todas las formas de religión, incluso ciertas formas de inquietud, que no merece el nombre de religión, pero que refleja un corazón que no se cierra sobre sí mismo, aunque a veces parezca hasta ateo, son búsqueda de Dios.
COLEGIO REALMENTE CIENTÍFICO.
El Papa señala que nuestra condición de cristianos es absolutamente privilegiada. El que busca a Dios, lo busca a tientas. Ser cristiano consiste en haber reconocido que Dios mismo nos sale al encuentro, que el Hijo de Dios se ha hecho hermano nuestro, se ha incorporado a nuestra historia, se ha hecho partícipe de nuestra condición para que nosotros podamos participar de su filiación divina. Y entonces más que buscar nosotros a Dios, dice el Papa, es Dios quien nos busca a nosotros. Y por ser Dios quien nos busca a nosotros, precede su llamamiento. A nosotros nos toca seguirlo, dejarnos acompañar por Él, vivir en unión con Él que es el vencedor del egoísmo, del pecado y de la muerte. Y esto explica que en el Colegio, aparte de la labor de instrucción, de apertura al mundo, de descubrimiento progresivo de nuestra interioridad y de todo lo que nos envuelve, del universo, etc, etc, se considere como parte esencial, la comunión con Dios revelado en Cristo Jesús. Y es un acierto enorme, es la única manera de que un colegio sea realmente científico, si por científico entendemos una actitud de conocimiento, una actitud de corazón, que corresponda a la auténtica realidad del hombre, que lo trate como persona, como hijo de Dios. Y así en este Colegio del Inmaculado Corazón de María, se está cumpliendo y cumplís vosotros, que sois los que lo constituís fundamentalmente, la gran enseñanza del Concilio Vaticano II, muy descuidada por cierto, el cual acerca de la educación dice, refiriéndose a todos los responsables de la educación, no a los católicos solamente, a todos sean quienes sean, Stalin, Lenin, quienes sean: “Que tienen el deber primordial, de satisfacer un derecho primordial de los niños y adolescentes, de los jóvenes que están en edad de educación, los cuales necesitan, no solamente, libertad e información, sino ser estimulados en el conocimiento y en el amor de Dios, y en este caso en el conocimiento y en el amor de Dios, que se ha hecho hermano, se ha hecho accesible, vive con nosotros, a través de todas las generaciones, la Santa Eucaristía, en nuestro propio corazón.
Y todo ello porque podríamos resumiendo decir, que si la juventud meramente de edad, es una engañifa porque lo es, porque es una consunción progresiva de la esperanza hasta aniquilarla.
Los que vivamos con Jesucristo, y con la Santísima Virgen María, su madre, vivimos con el único joven que existe en toda la historia.
A los demás les llamamos jóvenes porque durante unos pocos años así se llaman, pero están de paso, estamos todos de paso. El único joven es Jesucristo, la única joven es la Madre de Nuestro Señor Jesucristo, que en su mismo cuerpo, su vida humana está siempre joven. Sin ningún desgaste, sin ninguna consunción, fuente de esperanza plena y por tanto de vida y de amor. Por eso yo ante todo, y dejando aparte consejos particulares que podrían darse, pero esos os los dan vuestros padres, vuestros superiores, vuestros profesores todos, vuestros tutores, etc, no hace falta que yo insista en ello.
Os invito a que deis gracias al Señor por estar en un Colegio en el cual no se os engaña, no se os recorta, se atiende a la integridad de vuestra vocación, de personas que quieren tener un destino personal, y no diluirse en frases vagas colectivas, que no significan absolutamente nada valioso, y menos en el campo de la esperanza.
VACACIONES CON CRISTO
Y finalmente quisiera recordar, que en una ocasión, lo sabéis muy bien, los primeros discípulos, los apóstoles que vivían con Jesús, después de una faena, una especie de un curso de trabajo, una misión apostólica, oyeron de Él esta invitación tan humana: “Ahora venid conmigo a un lugar tranquilo y descansad un poquito” Unas vacaciones, pero atención a estas vacaciones. Ahora venid conmigo, ahora dejad ese trabajo, esa misión apostólica concreta que Yo os había encargado. Vamos a descansar un poquito. Pero vamos a descansar con Él. Venid conmigo, no hay vacaciones para la comunión con Él, para la oración, para la acción de gracias, para la re conciliación, para el alimento eucarístico. Más aún, aquellos discípulos se encontraron con la sorpresa de que en aquel supuesto lugar tranquilo, se agolpaba una muchedumbre necesitada al servicio de la cual se pusieron inmediatamente, ayudando a repartir los panes de la multiplicación, que eran como el anticipo y el signo del pan definitivo, que es el mismo Señor Jesucristo. Lo cual significa, y este es mi consejo fundamental, que durante el tiempo de vacación, además de mantener, quizá con otros horarios, pero substancialmente las prácticas de oración, de devoción al Señor, a la Virgen María, las prácticas de reflexión, la vida interior, etc, procuréis no olvidar que estáis en medio de una muchedumbre, de otro jóvenes o personas mayores, necesitados de luz, porque sufren un vacío tremendo, una gran desorientación porque han comprobado ya con amargura, que ese vacío no se llena con el permisivismo irresponsable, y mucho menos con formas de prosperidad pasajera. Les falta algo profundo, que es precisamente tener esperanza, tener comunicación auténtica con el que es fuente de victorias sobre el egoísmo y sobre la muerte.
Y entonces será inevitable que de algún modo, sigáis nuestra solicitud apostólica, tratando de señalarles la presencia de Cristo como manantial de esa esperanza.
LA ALEGRÍA DE LA DONACIÓN.
Siempre en virtud de vuestra condición de cristianos, y en vuestro contacto en cualquier ambiente, con las demás personas, trataréis de cumplir las exigencias auténticas del amor, que son tres: Compartir los bienes, preocuparse por buscar el bien de los demás, por evitarles males, darse a sí mismo, que es más bien que los bienes, disponibilidad fraternal, respetuosa, generosa.
Pero esto no basta, porque muchas veces, los consejos de ayuda, de solidaridad, etc, se quedan ahí, en una especie de fraternidad de huérfanos.
El bien supremo no lo podemos dar ni dándole a los demás todos los bienes de este mundo, ni dándonos enteramente a nosotros, ni quemándonos en una hoguera como diría S. Pablo. El bien supremo es la esperanza y el amor de Dios, y eso nosotros no lo podemos dar, sólo podemos darlo anunciando a Cristo y ayudando a llevar a Cristo, a conocer a Cristo. Cosa en que nos ayudará maravillosamente, la Virgen María. Porque ese es su oficio, darnos a Cristo, llevarnos a Cristo, recordarnos que hemos de hacer lo que Cristo nos diga, intercediendo para que no nos desviemos estúpidamente de nuestra comunión con Cristo Jesús. Esto es lo que realmente podrá llenar de vida vuestro tiempo de vacación, para que en el futuro sigáis, los que volváis aquí, manteniendo este espíritu de familia con Cristo, o sea de familia de esperanza, o sea de familia de juventud. No hay más juventud que aquella que tiene esperanza. Y a mí que no me digan que tienen esperanza, los que sólo piensan planes que se van consumiendo según se intenta realizarlos.
Por eso volviendo al principio, os doy gracias porque con vuestra presencia y vuestro modo de ser y de querer ser, en cierto modo me habéis ayudado a mí mismo, a recobrar o reafirmar esa juventud que está por encima del desfallecimiento o del cansancio del corazón y de las fuerzas físicas, e incluso mentales.
Que el Señor, queridísimos hermanos, especialmente a vosotros queridos jóvenes, os conceda muchísima alegría, la alegría de la donación. Que os conceda muchísima libertad, la libertad del Espíritu Santo, que es la libertad de sintonizar con una voluntad, que es la de Dios, la cual nos hace realmente libres. Como diría S. Juan de la Cruz: “Después de hacer el esfuerzo de subir por los vericuetos a la montaña, conociendo nuestros fallos, tratando de encauzarlos, purificándonos, ya en lo alto es como si no hubiese ley, porque en cierto modo, hemos habituado a nuestra voluntad a identificarse con la voluntad de Dios, que es voluntad de amor y entonces todo lo que hacemos en actitud de servicio, de obediencia filial, equivale a libertad, porque brota espontáneamente de lo íntimo del corazón".
Feliz vacación, hasta vernos.
+ José Guerra Campos, Obispo