España debe ser un clamor pidiendo la dimisión de la blasfema Sandra Gómez, indigna de un cargo público
Recientemente hemos tenido que sufrir con dolor la abominable blasfemia de la vicealcaldesa socialista Sandra Gómez que repugna y escandaliza a muchos creyentes con su diabólica burla en Navidad a un hecho tan sagrado y algo tan digno de defender como la pureza y el buen nombre de nuestra Madre, María Santísima.
Esto no se puede tolerar más, estas energúmenas, mal llamadas feminazis, muy crecidas tras criminalizar y denigrar al varón con el beneplácito y apoyo del Ministerio de Igualdad, con el dinero de todos los españoles, se permiten el lujo de blasfemar contra lo más sagrado. España, Tierra de María Santísima, no merece que politicastras de tres al cuarto blasfemen ocupando un cargo público.
Por eso, el día posterior a los Santos Inocentes, cuya sangre angelical derramó herodes como la de millones de niños abortados en todo el mundo, sangre de la que hace bandera el feminismo, quiero hablar de la blasfemia y de su gravedad para que esta tipa medite la gran responsabilidad que tendrá el día del juicio si no se arrepiente públicamente y desagravia tan repugnante y ofensivo acto.
La Tradición de la Iglesia inmisericorde con el blasfemo no arrepentido
San Juan Crisóstomo afirma en las XXI Homilías de las estatuas I-12, p.28): “Si vieres a alguno que blasfema de Dios en la calle o en la plaza, acércate, repréndele: y si hay que aplicar (castigo) azotes, no rehúyas; abofetéale la cara, rómpele la boca, santifica tu mano con el golpe”.
Con la mentalidad irenista de nuestro siglo escandalizan estas palabras, tanto a los propios blasfemos, que están desatados y vomitan de su viperina boca todo tipo de ultrajes contra Dios y sus santos, como a los católicos light, que aunque saben que es algo monstruoso no tienen coraje para oponerse con contundencia a tales atropellos. Ya es hora de decir basta y parar los pies a los hijos de Satanás.