El P. Gonzalo Raymundo fue mi compañero de clase. Una vida muy edificante y santa. Pidamos por su alma
El pasado miércoles amanecía con la triste noticia del fallecimiento del P. Gonzalo Raymundo, sacerdote de los Heraldos del Evangelio, una persona muy querida para mí, pues fue mi compañero de COU en el Instituto Miguel Servet de Zaragoza y un buen amigo. Por aquella época un servidor estaba alejado de la fe y Gonzalo con su celo apostólico, ejemplo y sus buenos consejos me fue acercando al buen camino con mano de hierro y guante de seda.
Recuerdo perfectamente que providencialmente me tocó compartir pupitre con él en una esquina de la clase en la última fila. Despertó mi curiosidad el hecho de que leía libros en portugués y que le gustaba mucho la heráldica y las partituras de música. Gonzalo era muy alto y delgado. Me llamaba la atención que siempre llevaba un bocadillo muy grande, pues me decía que el guerrero debe coger fuerzas para la batalla, que él no era calvinista.
Yo le preguntaba por sus aficiones y él siempre me decía que eran los grandes ideales que le habían inculcado en el club católico a donde iba, algo que fue despertando mi deseo de frecuentar ese club.
La sede de la entonces Tradición Familia Propiedad (TFP) estaba muy cerca del instituto, un sencillo chalet en la calle Maestro Estremiana de Zaragoza. Gracias a Gonzalo no tardé mucho tiempo en frecuentar la sede y quedé fascinado por la espiritualidad de la TFP y su fundador Plinio Corrêa de Oliveira. Gonzalo me enseñó a amar a la Iglesia y a la cristiandad, cuyo apogeo se produjo en la Edad Media, que yo hasta entonces creía un época oscura.
Gonzalo me animaba a ser miembro del grupo, aunque en aquella época no estaba dispuesto a dejarlo todo para ser miembro de la TFP. A pesar de mi inconstancia, frecuenté la sede durante varios años e hice varios viajes y campamentos con Gonzalo. Fue una época maravillosa con él de la que guardo un gratísimo recuerdo y me marcó de por vida para bien.
Gonzalo fue clave en esta época de mi vida y me presentó a muy buenos amigos, entre ellos a Gustavo Villarrubia, con el que conservo una buena amistad. El propio Gustavo me informó de la enfermedad y muerte de Gonzalo. En enero me animó a escribirle unas líneas de apoyo en las que le decía que rezaría por él, cosa que el Padre Gonzalo agradeció mucho.
Tras esta introducción necesaria para explicar mi fuerte vínculo de amistad con él, quiero hablar de cómo era Gonzalo para edificación de los que lean estas líneas. Quiero escribir cosas muy bonitas y florituras, pero no puedo…pareciera que Gonzalo me inspira a ser sencillo y directo como era él.
Gonzalo era un hombre de Dios, una persona recta, íntegra, un perfecto caballero cristiano. Una persona que creo que siempre fue casta y valoraba como un gran tesoro la santa pureza y así lo transmitía. Un católico coherente y cabal, muy recto, muy enamorado de Dios y de la Iglesia, detestaba, con santa ira, el pecado, el error y toda herejía, aunque era muy dulce y caritativo en su apostolado. Era un gran apóstol, muy humilde y cercano y con gran sentido del humor. Atesoraba muchas virtudes, una gran devoción a la Virgen y a la Eucaristía. Tenía, como he dicho, verdadero horror al pecado y una gran gravedad y peso sus palabras y su vida.
Recuerdo que una vez enfrente de la Basílica del Pilar me preguntó que haría si se me caía una estatua encima y estuviese agonizando y le contesté que llamar a un médico. Me respondió que estaba fuera de la pista, pues era más importante llamar a un sacerdote. Así era él, un hombre que tenía muy claro que el alma valía más que el cuerpo y que la vida era muy seria, pues en ella se dirimía nuestro destino eterno, algo que siempre me repetía.
Perdí el contacto con él durante varios años, especialmente cuando nuestros destinos geográficos se separaron, aunque siempre me quedó su recuerdo y su buen ejemplo como el mejor de los legados. Acabo de ver emocionado el vídeo de homenaje que les ofrezco a continuación. Así era él, grave y profundo, pero muy sencillo y cercano, un gran apóstol e intuyo que un santo, con una vida ejemplar y una aceptación heroica de su enfermedad. Sólo me queda pedir oraciones por su eterno descanso, pues así nos lo enseña la Iglesia por más que creamos que era un santo varón.
Por Javier Navascués
Breve semblanza
El P. Gonzalo nacía en la ciudad de San Sebastián en 1971; posteriormente cursó sus estudios en Zaragoza, São Paulo y en Roma; siendo ordenado diácono por el Cardenal Arzobispo de São Paulo, D. Odilo Pedro Scherer y sacerdote el 30 de septiembre de 2010.
D. Gonzalo residió durante muchos años en Camarenilla y allí además de dirigir el coro y la banda de música de los Heraldos del Evangelio, fue superior de la Casa. Organizó diversas Misiones Marianas en parroquias de la Archidiócesis, así como conciertos catequéticos en varios pueblos. También, como sacerdote, fue invitado a presidir la Eucaristía en fiestas patronales de algunas parroquias. “Era muy conocido y querido en nuestra archidiócesis de Toledo” subraya José Alberto Rugeles, Heraldo del Evangelio residente en Camarenilla.
Extraordinariamente dotado para la música, hizo de ella una herramienta de evangelización. En Roma prestó sus servicios en la Casa de Procura y los últimos años ha trabajado en Centroamérica como misionero en varios países. Allí, su fallecimiento ha producido una gran consternación.
“Enfrentó la enfermedad con resignación y gallardía, dando a quienes le cuidaron en sus últimos meses, ejemplo de fe, de entereza y de preocupación mayor por quienes le atendían que por sí mismo. Ofreció su vida por las necesidades de la Santa Iglesia, y en las manos maternales de María Santísima, a quien había consagrado su vida y su sacerdocio”. Así explica Rugeles los momentos de su enfermedad.