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2.07.21

San Benito José Labre, un antídoto contra la impiedad y el hedonismo de nuestra sociedad

Agnus Dei Prod acaba de sacar a la luz un librito llamado San Benito José Labre, el peregrino del Santísimo Sacramento. Por su interés comparto con ustedes las reflexiones de su autor Carlos Fernando María Bellmont. Unas palabras fuertes, pero certeras y necesarias, que comparto plenamente. Y recomiendo encarecidamente el libro. Para mayor información y adquisición puede escribir a: [email protected]

Reflexiones del autor sobre el libro

“Una sociedad prostituida con supuestos adelantos tecnológicos alienantes y esclavizantes, unos gobiernos que aprueban el crimen de infanticidio en el vientre materno, la criminal eutanasia, la aberrante manipulación genética, la sodomización y perversión de los niños, jóvenes y adultos, el divorcio, los espectáculos inmundos e infectos en televisión, cine, radio, música, modas, literatura, marquesinas con propaganda inmoral por las calles, la proliferación de sectas malvadas, la hipocresía y la mentira en la política, la corrupción, la manipulación de la historia, y un largo etcétera… van aumentando el monto del estercolero de una sociedad estrangulada por el vicio normalizado, la hediondez cultural y la sin razón.

¡On, Dios mío! ¡Oh, Madre Inmaculada! ¡Enviadnos santos operarios forjados en la escuela del Espíritu Santo para que nos libren de esta plaga y nos formen para la santificación de nuestras almas!

La vida de este santo varón, como la de todos los santos de nuestra amada Iglesia, interpela al cristiano a la oración y al amor a Jesús Sacramentado; es una llamada a alabar a Dios, hacerle reverencia, a conocerle, amarle y servirle, a acompañarle en la Custodia, en el Sagrario, en las parroquias, en las iglesias, en las catedrales.

Es un toque de diana a poner nuestras vidas bajo el amparo seguro de la Divina Providencia, dirigiendo siempre nuestra mirada, no hacia las cosas perecederas y caducas que acaban apolilladas y corroídas por el orín, sino hacia las verdades inmortales y en la eternidad.

Es un aviso a las sociedades que buscan construir la ciudad terrena al margen de Dios y de sus Santos Mandamientos, porque allí donde no habite el Espíritu de Dios no habrá libertad sino que solo se encontrará desolación, muerte y corrupción.

San Benito José Labre, también conocido como “El santo de las Cuarenta Horas”, “El santo de la Virgen”, “El penitente del Coliseo” o “El nuevo San Alexis”, nos avisa de la necesidad urgente que tiene el hombre de recurrir, en su día a día, en el silencio y en el recogimiento, al Santísimo Sacramento, manantial de gracias y despensa del alimento sacro imperecedero.

Este “fraile errante”, que no dejaba de pasar las cuentas de su rosario por entre sus dedos, nos avisa igualmente, a servir a los pobres, a los enfermos de cuerpo y de alma, a los encarcelados, al moribundo, al pordiosero, y a ejercitarnos, en definitiva, en obras de misericordia, espirituales y corporales…

Este santo piadoso y desprendido de lo mundano, que buscaba su sustento entre la basura y los desechos de los hombres, que nunca pidió limosna, y si alguien le daba alguna moneda, lo repartía entre los pobres, nos invita a soportar todas las contrariedades que nos sobrevengan por amor a Dios; oprobios, pobreza, menosprecios, calumnias, humillaciones…

Este hombre de Dios nos sigue convocando a formarnos en la doctrina Católica tradicional, a forjarnos en las máximas del Santo Evangelio, en el amor a la Virgen Santísima, a San José y a los santos, a perseverar en la oración sin desfallecer, a tener por meta la Sabiduría Divina de la Cruz, a la práctica de la mortificación de los sentidos, a la austeridad de vida, a la imitación de Cristo.

Este peregrino incansable, que tuvo por hogar el Coliseo Romano -arco XLIII-, las cuevas de Montecavallo y al final de su vida el Hospicio de San Martino al Monti, nos exhorta a vencer sin miedo los respetos humanos permaneciendo en la paz de Dios ante los menosprecios de los hombres. Una vez le llamaron con grosería “desgraciado", pero él santamente respondió:

-¡Yo soy feliz porque tengo a Dios! ¡Los que no tienen a Dios si que son desgraciados!-.

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29.06.21

Enrique Martínez: “Rezar el Santo Rosario en casa es el arma idónea para la educación de los hijos”

Enrique Martínez García es Catedrático de Filosofía en la Universidad Abat Oliba CEU, miembro ordinario de la Pontificia Academia de Santo Tomás, Director del Instituto Santo Tomás de Aquino de Barcelona. Es a su vez Terciario carmelita y miembro de Schola Cordis Iesu. En esta entrevista nos habla de algunos de los principales aspectos de la familia con relación a la educación de los hijos según Santo Tomás de Aquino.

Santo Tomás de Aquino nos enseña que los padres deben dar fundamentalmente tres cosas a los hijos: el ser, el alimento y la instrucción. ¿Por qué esto que nos enseña el santo debe ser así?

Porque la educación paterna es una prolongación natural de la generación y la crianza. Si lo propio del hombre es vivir según la razón, la generación de los hijos tiende a culminar lo que se ha iniciado al engendrarlos, y eso es darles el debido alimento material para que crezcan según el cuerpo y darles el debido alimento espiritual para que crezcan según el alma. Y esto es educar. Esta continuidad pone de manifiesto algo muy digno de ser admirado, y es el orden de la naturaleza, tan rechazado en nuestros días. Nuestra época quiere precisamente eliminar ese orden natural, porque es el que más claramente manifiesta la huella de Dios creador; e incluso de Dios redentor, pues quiso hacerse hombre para nuestra salvación en el seno virginal de María y formando parte de una auténtica familia. De ahí que se ataque con tanta fuerza la generación y la educación de los hijos.

El Aquinate explica con mucha claridad que si bien para alcanzar la generación del hijo es claro que basta la unión sexual; no es suficiente con dar a luz un hijo, sino que hay que llevarlo a su perfección. ¿A qué perfección se refiere?

Se refiere a la virtud. La definición de educación dada por santo Tomás al afirmar que el matrimonio es algo natural es: “conducción y promoción de la prole hasta el estado perfecto del hombre en cuanto hombre, que es el estado de virtud”. Esta definición luego fue asumida literalmente por el Papa Pío XI en su formidable encíclica Divini Illius Magristri sobre la educación, y que debieran leer los padres y maestros. La virtud es una disposición estable para obrar bien. Que la virtud sea el fin de la educación significa que el niño ha alcanzado con la virtud el gobierno de sí mismo, ya sea en lo intelectual, en lo moral o en lo técnico; ya es capaz de obras de adultos, como dice el Aquinate.

En el orden moral la virtud que identifica esa mayoría de edad es la prudencia, es decir, tener providencia de sus propios actos, tal y como la Providencia divina ha dispuesto que obre el hombre. El hombre virtuoso es el que manifiesta más claramente que es imagen de Dios. Y si atendemos a la virtud infusa, que ordena a la salvación, esa mayoría de edad es la que se da cuando el niño espiritual pasa a dejarse mover por el Espíritu Santo. Por eso suelo decir que la educación cristiana de los hijos debe conducirlos a realizar un día Ejercicios Espirituales ignacianos para discernir ante Dios qué quiere de Él.

Tan importante es esta estabilidad del matrimonio en orden a la educación de los hijos que santo Tomás afirma que debe durar toda la vida, y que, por consiguiente, la indisolubilidad del matrimonio es de ley natural. ¿Por lo tanto el educar a los hijos es un factor clave en
el matrimonio y una gran responsabilidad?

Por supuesto. Si me permite, más que “factor clave” hay que decir que es un fin esencial del matrimonio. Los padres no pueden hacer dejación de esa misión, cediéndola a otras instancias. Son muchos los que consideran que llevando los hijos a la escuela ya han cumplido. No es así. Lo fundamental es lo que los hijos reciben de sus padres. Por eso, una de las intromisiones más graves en el ser del matrimonio es que sea el Estado el que pretenda educar a los niños, y esta es una de las batallas más importantes de nuestros días. Además, lo que el Estado pretende con eso es precisamente eliminar la condición natural del matrimonio y de la educación; por eso no es de extrañar que dicha intromisión se haga por medio de las ideologías más contrarias a la naturaleza, como la ideología de género.

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27.06.21

Mons. Guerra Campos, el alumno más brillante del Colegio Español de Roma. Por el P. José María Serra

Un condiscípulo suyo en la Pontificia Universidad Gregoriana me ha dicho que, en el período de sus estudios en la Ciudad Eterna, era fama entre estudiantes y profesores que Don José Guerra “lo sabía todo”. También se ha dicho que ha sido el alumno más brillante que ha tenido el Colegio Español de Roma, en toda la historia centenaria de la institución. El Cardenal Don Marcelo González Martín, que fue Arzobispo de Toledo y Primado de España, dijo en la preciosa Oración Fúnebre de la Misa funeral que Don José Guerra juntó virtud y ciencia, llevando ambas a un grado eximio; por ello la ciencia se convirtió en él en Sabiduría. No utilizada para vano y estéril lucimiento personal sino para iluminar y hacer bien a los demás, dando así razón de su esperanza (cf. 1Pet 3, 15).

En efecto, su preparación científica -extraordinaria cultura religiosa, sociológica, histórica, arqueológica, filosófica y teológica- hizo de él uno de los más esclarecidos prelados del orbe católico. Por ello, todo ensayo de síntesis de la labor y la significación científicas de Monseñor Guerra Campos como “maestro” es fácilmente desalentador. Se requeriría un maestro para escribir sobre un maestro. Y, en el presente caso, es obvio que las objeciones a esta tarea son insuperables.

Por eso, sólo voy a proponer aquí un breve esquema de los puntos más recurrentes -y, por ello mismo, intuyo que más significativos para el mismo Don José Guerra, pues debían constituir la urdimbre más íntima de su reflexión y de su “teología”- que he podido descubrir estos días releyendo algunas de sus páginas más emblemáticas en el campo del pensamiento teológico.

Frente al Humanismo de exaltación -decimonónico, pero perviviente, de signo optimista pelagiano- y frente al Humanismo de depresión -de nuestros días, caracterizado por el pesimismo calvinista- articula Monseñor Guerra Campos su concepción del hombre, como “persona”, es decir, como hijo de Dios. Para él, quizá la cuestión más radical para el hombre podría formularse así: “¿El universo, en el cual la ciencia descubre un sistema de fuerzas encadenadas con necesidad, está dominado por la ley fatal y ciega, o por una Persona?”. En este nivel, una respuesta afirmativa no es, todavía, suficiente, porque -sigue preguntando- “¿la Potencia Personal, que es Dios, ama a los hombres? Que es preguntar: ¿Podemos esperar que todas las cosas funcionen siempre, en último término, para nuestro bien?". El dilema que propone es el dilema del “sentido de todas las cosas”: “¿hay Inteligencia y Amor en la raíz misma del ser, o no hay más que fuerza brutal, sin más racionalidad que la admirable y terrible que captan las matemáticas?” (Teología de la perfección del cuerpo, 1959, 3). Hoy asistimos “al final de ese ciclo de ilusiones vanas. Cuanto más emprendedor y eficaz es el hombre, más siente en sí mismo el vacío. Se ha hecho evidente la imposibilidad de una esperanza que ilumine la totalidad de la vida; y no es compensada por la mezcla de prosperidad hedonista y de permisivismo irresponsable” (Boletín Oficial del Obispado de Cuenca, 1990, 116).

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17.06.21

Obispo José Guerra Campos: Santo, sabio y valiente. Por el P. Manuel Martínez Cano

Sucedió el día 15 de julio, festividad de San Buenaventura. Me revestía con los ornamentos sagrados para celebrar la Santa Misa, cuando entró rápidamente en la sacristía el diácono Miguel. Mientras abría cajones, nerviosamente me dijo: Busco los santos óleos, D. José se está muriendo o quizás ya está muerto. Aplico la Santa Misa por mi obispo. Y, segundos antes de dar la bendición final, se me acerca Antonio María, alumno de nuestra escuela apostólica, para decirme que el Sr. Obispo ha muerto. Dada la bendición, pido a los fieles que recen por el eterno descanso del alma de D. José Guerra Campos. Abrevio la acción de gracias de la comunión, subo a la habitación donde dormía y beso la frente y las manos, todavía calientes, de mi santo obispo.

Doce horas antes de entregar su alma a Dios, lo había visto en la capilla de rodillas, estático, preparándose fervorosamente para recibir la Comunión. Era su Viático. Después rezamos las letanías de los Santos y subimos al comedor. Durante la cena leímos la semblanza de Madre Dolores de Jesús, carmelita descalza, alma gemela de Madre Maravillas y santa como ella. Don José comentó aspectos de la vida carmelitana y se retiró a su habitación, con su sonriente “hasta mañana, si Dios quiere". Pero el Señor lo quería en su gloria. Ha muerto el obispo de España. Mi obispo que fue santo, sabio y valiente.

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12.06.21

Carta del P. Antonio Turú Rofes a la Hermandad Sacerdotal tras las muerte de Mons.Guerra Campos

Queridos hermanos de la Hermandad Sacerdotal:

Al comunicarme con todos, con motivo de la muerte de nuestro entrañable Sr. Obispo D. José Guerra Campos, no quiero solamente daros la condolencia por su fallecimiento, sino que quiero también consolar vuestra pesadumbre.

Dejó con pena su amada diócesis de Cuenca. Se vio después aislado, en gran medida, de cuanto le rodeaba y comenzó en precario su traslado a Madrid, al piso que tenía alquilado en la calle Arrieta. Fue entonces, con el traslado, trabajos y soledad, cuando empezaron a manifestarse los males de su corazón. Al aceptar el pregón de la Semana Santa Conquense el mal se le declaró preocupantemente. Le costó lo indecible la subida hacia la vieja ciudad. La hinchazón de las piernas fue enorme.

Diagnosticada la enfermedad cardíaca, un buen amigo lo llevó a Pamplona, donde se le puso un marcapasos en la clínica universitaria. Tuvo una ligera mejoría, pero siguió perdiendo peso y fuerzas de forma alarmante.

En varias ocasiones me trasladé a Madrid para ver su situación. Entonces fue cuando me decidí a proponerle que viniera a vivir con nosotros, dado que su recuperación en Madrid se hacía imposible, teniendo además en cuenta, la irrecuperable enfermedad de la prima Pilar, que le atendía y a la que hubimos de internar. Quedaba sin atención alguna.

Vino feliz, como nos decía, a mejorar entre sacerdotes de la Hermandad y seminaristas nuestros. Una vez llegados al Colegio me dijo: “Vengo como un perriño enfermo que solo busca un rincón para descansar, soledad, silencio y un poco de calor familiar. Bien sabes que la familia espiritual es más para el alma que toda otra familia de la sangre".

Vivió días felices, pero su corazón estaba ya demasiado roto. De nuevo tuvimos que internarlo en una clínica, durante dos semanas. Fue una ligera detención del mal. Volvió a casa, con el ventrículo izquierdo prácticamente paralizado. Fueron tres semanas más de sufrir en silencio la pérdida de energía. Hasta que la víspera de la Virgen del Carmen, al ver que se retrasaba para la Santa Misa, subí a su cámara y lo encontré plácidamente muerto. Recibió la extremaunción aún caliente. Le amortajamos con sus vestiduras episcopales, y ya comprendéis que empezó el movimiento de llamadas a la familia, a la Conferencia Episcopal y al nuevo Sr. Obispo de Cuenca, que determinó que se le llevara allá para ser enterrado en la Catedral.

Os confortará y edificará lo que voy a deciros. Jamás escuchamos de sus labios una queja. Siempre su espíritu de conformidad con la voluntad de Dios y de amor a la Hermandad Nacional, que le había acogido con tanto cariño. Decía afectuosamente: “vine a los míos, y los míos sí me recibieron". Siempre una actitud de piedad, de grandeza, de caridad, de caballerosidad, de elegancia, que hacía más amable aún su virtud, su ejemplaridad de vida. En el altar parecía un ángel. En la Comunión, los días que no pudo celebrar, su recogimiento hacía sentir la presencia de Dios.

Creo queridos hermanos que hemos de dar muchas gracias a Dios, por la predilección que nos ha manifestado, entregando a nuestra Hermandad el tesoro de su persona para que le acogiera los últimos meses de su vida, y muriera en su seno, dejándonos llenos a todos de su suave olor a Cristo.

Una de sus ilusiones para con la Hermandad, fue que pudiéramos tener Casa de Formación o Escuela Apostólica, a la manera de los colegios mayores que él había conocido durante su vida universitaria y su docencia en la Universidad de Santiago. Un colegio mayor para la formación preparatoria de los aspirantes al sacerdocio.

Me contaba su hermano D. Manuel Guerra, al decirle él que para qué pensaba en un nuevo Seminario, cuando ahora se cierran tantos, le respondía: “no se trata de seminarios diocesanos. sino de un buen colegio mayor donde se formen los sacerdotes de la Hermandad. Eso quiero".

Sería del agrado de todos que dediquemos un número de nuestro Boletín, a exaltar y evocar su figura excepcional. Con ese motivo pido la colaboración de todos para que, en una simple cuartilla, a los más un folio, expreséis vivencias, recuerdos, consideraciones, alrededor de su ministerio y persona. Podríamos reunir una miscelánea sobre D. José Guerra, que sirviera de recuerdo permanente a los actuales miembros y a los que han de venir por su intercesión. Podríais mandarlo por fax.

Que D. José Guerra Campos nos alcance una parte de su espíritu y un aumento del fervor y la bondad de su corazón que se consumió por amor a la Iglesia y a España.

¡Vuestro en Cristo!

Antonio Turú Rofes, Pbro.

Presidente