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3.04.22

El ejército del Rosario de Hombres, rotundo éxito en Polonia e Irlanda, llega a Madrid el 23 de abril

Nos llega una noticia muy positiva de la mano de Ricardo Martín de Almagro, que nos comunica en primicia una magnífica iniciativa. El Rosario de Hombres, un apostolado providencial en países como Polonia e Irlanda, llega el próximo día 23 a la capital de España.

Invitamos a todos los varones, residentes en Madrid o alrededores (y tal vez en otro punto de España) a que se unan a esta iniciativa que estoy convencido que va a ser un torrente de gracias para nuestra patria.

Les dejo con la nota de prensa que nos acaba de enviar Ricardo:

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El pasado 5 de marzo tuvo lugar el rezo público del rosario en las calles de Varsovia, registrando una afluencia cercana a las mil personas. Las redes sociales no tardaron mucho en hacerse eco de este hecho, el cual dejó una imagen tan inusual como impactante: cientos de hombres, de todas las edades, distribuidos en rigurosas filas cual escuadrón militar con las rodillas hincadas en el empedrado suelo de la capital polaca recitando avemarías.

Durante los últimos tres años, cada primer sábado de mes, las aceras de muchas ciudades polacas se han llenado de grupos de hombres arrodillados que rezan juntos el Rosario. Es una iniciativa llamada “Rosario de Hombres” (Męski Różaniec), con mítines que reúnen a varones de diferentes orígenes católicos que encuentran fuerza en esta celebérrima oración mariana para proteger y defender a sus familias de los ataques de las ideologías anticristianas. Los organizadores de las marchas de este Rosario masculino dicen que quieren atraer a hombres que compartan valores similares sin necesariamente ser parte de comunidades o movimientos católicos, hombres que a menudo están desanimados y que pueden pensar que hoy la fe solo se puede transmitir en el hogar y que es algo imposible de expresar y compartir en el espacio público. El Rosario de Hombres contradice por completo la tan asentada visión en el mundo moderno de que la religión debe ser un asunto estrictamente privado.

Un movimiento de índole similar se ha registrado en Irlanda e Irlanda del Norte. Ya son varios meses en los que un número considerable de hombres irlandeses han participado en el rezo público del rosario frente a una imagen de Nuestra Señora de Fátima. Los primeros sábados de mes, este rally de rosarios ha llegado hasta Derry, Limerick, Belfast, Omagh y otras tantas ciudades de la isla. Las razones son esencialmente las mismas que las de sus camaradas polacos: recuperar la fe católica en el ámbito público, hacer reparación por la apostasía de los gobernantes y devolver la masculinidad arrebatada a los hombres.

Finalmente, este movimiento ha llegado a España. El próximo sábado 23 de abril, aún sin ser primero de mes, Madrid será testigo de la primera versión española de este rosario masculino, que tendrá lugar en la Plaza de la Villa a las 19:00 horas.

Se espera que estos eventos se conviertan en algo regular y, a la vista de las extraordinarias imágenes protagonizadas por los devotos polacos e irlandeses, es difícil no ver el porqué. Con la fe católica ahora prácticamente relegada a la esfera privada y siendo los hombres constantemente criminalizados por las ideologías postmodernas, ver un evento como este es exactamente el tipo de ímpetu que la sociedad necesita para levantarse y demostrar, como se ha hecho con tanto éxito en Polonia, Irlanda y los otros tantos países que están por unirse, que otro futuro es posible.

Ricardo Martín de Almagro

2.04.22

El P. Apeles continúa explicando todo lo relativo a la figura de los cardenales (Parte II y final)

Agradecemos al Padre Apeles la amabilidad de atendernos nuevamente. En esta ocasión profundiza en la figura del cardenal en la Iglesia Católica. Nos cuenta todo tipo de detalles, desde su definición y naturaleza, origen, creación…hasta sus símbolos, vestimenta, trato, tren de vida, y todo tipo de curiosidades que enriquecerán la cultura eclesiástica de los lectores.

¿Qué simbolismo tiene la púrpura y las insignias cardenalicias?

Los cardenales son llamados también “purpurados", en alusión al color de sus vestimentas: el rojo escarlata, el cual les fue otorgado definitivamente por Pablo II en 1464 como signo de su pertenencia al Papa. Antes de esa fecha, usaban el verde, el turquesa, etc. Una tradición sostiene que Constantino confirió la púrpura imperial a San Silvestre en señal de reconocimiento de su poder. Desde entonces, el rojo ha sido el color propio del Romano Pontífice, que comunica a todo lo que le rodea, en especial a los cardenales —que son sus criaturas— y a sus servidores.

La insignia propia del cardenalato ha sido desde el siglo XII el solideo rojo. El solideo se introdujo en esa época para cubrir la tonsura de los eclesiásticos. El nombre hace alusión a que sólo en presencia de Dios se lo quitan quienes lo llevan: soli Deotollitur. Los diferentes colores de que se confeccionó servían para distinguir rápidamente a los dignatarios durante las funciones sagradas. El negro era propio de los simples sacerdotes; el violeta, de los obispos, y el rojo, de los cardenales. Además, algunas órdenes religiosas tenían su propio color: marrón los franciscanos, azul los silvestrinos, etc. El del Papa acabó siendo el blanco. El solideo rojo no abandona jamás la cabeza del cardenal cuando está en público, salvo delante del Santísimo Sacramento manifiesto y, durante la Misa, desde el prefacio a la comunión inclusive.

El birrete es un bonete de tres puntas forrado por fuera con seda roja. También servía para distinguir a los eclesiásticos, pero no durante las funciones, sino al entrar y salir de ellas. Hasta hace poco, en las rúbricas de la misa se decía: “Sacerdos accedat ad altare capite cooperto” (el sacerdote vaya al altar con la cabeza cubierta). Las mismas prescripciones sobre los colores que había para el solideo servían para el birrete. Este se ponía y se pone aún hoy sobre aquél. A diferencia del solideo, no siempre se lleva puesto. Cuando el cardenal se halla en su morada, el birrete se deja sobre una bandeja de plata en la antecámara, señal de su presencia. En las ocasiones en que oficia de pontifical, lo sostiene durante la ceremonia un gentilhombre laico apostado a la derecha del trono. Tanto el solideo como el birrete rojos fueron definitivamente concedidos a los cardenales por Gregorio XIV en 1591.

El capelo o galero era la menos usada de las insignias cardenalicias y, sin embargo, la que nos es más familiar por verla representada con mucha frecuencia en las pinturas del Renacimiento y del Barroco. Se trataba de un sombrero de fieltro rojo de ala ancha y plana en forma de disco (de unos 60 centímetros de diámetro), cuya copa estaba aplastada y apenas tenía grosor. El ala estaba perforada a los lados y por los agujeros se pasaban unos cordones de seda roja sujetados por un nudo y cada uno de los cuales se dividían en cinco series de borlas que, atadas a la barbilla, servían para sujetar el sombrero. El capelo entró en la Heráldica para ornar los escudos de los eclesiásticos. Aquí, empero, no es privativo de los cardenales. Los canónigos y ciertos sacerdotes, así como los obispos lo ponen en sus escudos. Ello nos indica que, en su origen, fue un accesorio común a todos los eclesiásticos para protegerse del sol y de la lluvia. Fue Inocencio IV quien, en tiempos del Primer Concilio de Lyon (1245) confirió el capelo rojo a los cardenales para que pudieran usarlo durante las solemnes cabalgatas. Con el tiempo, el capelo perdió su utilidad práctica y quedó como insignia exclusiva de los Príncipes de la Iglesia. Un mero adorno, como lo atestigua el hecho de que, una vez consignado por el Papa, era guardado envuelto en papel de seda en una caja con naftalina. Y es que el capelo no volvía a ver la luz hasta la muerte del cardenal, cuando se lo ponía a los pies de su féretro. Si el cardenal era obispo, el capelo se colgaba en su monumento sepulcral. Pablo VI suprimió el capelo.

Los sombreros comunes que usan los cardenales para cubrirse cuando van en hábito de calle están confeccionados en fieltro negro. Son de diseño normal, con ala estrecha redonda y copa esférica galoneada con seda roja y oro. Hay también unos sombreros de gala que son idénticos a los anteriores, excepto que están hechos de fieltro escarlata. Estos se hacen servir cuando el cardenal va en hábito de coro. Unos y otros van cayendo en desuso.

¿Cuál es la vestimenta propia de un Príncipe de la Iglesia?

Chateaubriand, esa alma sensible y delicada, escribió en cierta ocasión: “Quien no ha visto a través de las vidrieras de una catedral filtrarse los rayos de sol y juguetear sobre la ‘cappa’ de un cardenal, no ha visto uno de los más bellos espectáculos que hay en el mundo”.

El ajuar de un cardenal no era asunto baladí. Para empezar, hay que distinguir: el hábito de calle, el hábito de coro y el hábito de ceremonia.

El hábito de calle consiste en las siguientes prendas: calcetines rojos, sotana de lana negra filettata u orlada de rojo (el llamado abito piano), fajín de muaré rojo, esclavina negra también filettata, cruz pectoral normal con cadena, anillo y zapatos negros (con hebilla de plata), solideo rojo y sombrero de calle. Sobre los hombros se coloca el manto de lana roja de doble caída con cuello de terciopelo y cordón dorado. En las recepciones se lleva el ferraiolo, manto más ligero de seda roja con tablero en los hombros.

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1.04.22

El P. Apeles explica todo lo que hay que saber sobre la figura del cardenal en la Iglesia Católica (Parte I)

Agradecemos al Padre Apeles la amabilidad de atendernos nuevamente. En esta ocasión profundiza en la figura del cardenal en la Iglesia Católica. Nos cuenta todo tipo de detalles, desde su definición y naturaleza, origen, creación…hasta sus símbolos, vestimenta, trato, tren de vida, y todo tipo de curiosidades que enriquecerán la cultura eclesiástica de los lectores.

¿Quiénes son los cardenales?

Los Cardenales de la Santa Iglesia Romana constituyen un Colegio peculiar, al que compete proveer a la elección del Romano Pontífice, según la norma del derecho peculiar; asimismo, los Cardenales asisten al Romano Pontífice, tanto colegialmente, cuando son convocados para tratar juntos cuestiones de más importancia, como personalmente, mediante los distintos oficios que desempeñan, ayudando sobre todo al Papa en su gobierno cotidiano de la Iglesia universal” (canon 349).

¿Cuáles son por tanto las ideas esenciales sobre la naturaleza de la dignidad cardenalicia?

1º Que los Cardenales forman un Colegio.

2º Que a ellos corresponde elegir al Papa.

3º Que son sus más estrechos colaboradores.

En el antiguo Código, la definición era más escueta, pero no menos significativa: “Los Cardenales de la Santa Iglesia Romana constituyen el Senado del Romano Pontífice y le asisten como consejeros y colaboradores en el gobierno de la Iglesia” (canon 230). Aquí no se menciona la atribución exclusiva de la elección papal (que se sobreentiende), pero se habla de un “senado", cosa que ha omitido el legislador en el nuevo ordenamiento. La palabra “senado” tiene una larga tradición. Ya nos hemos referido en otro lugar a su acepción etimológica. Aquí nos interesa la connotación histórica para averiguar el papel que han tenido los cardenales y siguen o no siguen teniendo en la actualidad.

¿Cuáles es el origen del cardenalato?

La Iglesia Romana tomó muchas de sus instituciones de las de los antiguos romanos, lo cual era, hasta cierto punto natural. Nunca hubo inconveniente en aceptar las aportaciones buenas y útiles y cristianizarlas. Una de estas instituciones fue el Senado, aquella asamblea que era uno de los pilares fundamentales de la República y que dictó leyes al mundo entero. El otro pilar era el pueblo, representado por sus tribunos. El consorcio entre el Senado y el pueblo (inmortalizado en el conocido acróstico: S.P.Q.R.) mantuvo el equilibrio político de la sociedad romana. El Imperio trajo consigo un elemento capital: el moderador, que era quien dirigía la cosa pública garantizando con la fuerza el imperio de las leyes y que, por su condición militar era aclamado como Imperator. Este fue adquiriendo un poder cada vez mayor por influencia del despotismo oriental. El Senado, paralelamente, fue perdiendo el suyo hasta convertirse en un mero colegio de notables, y no digamos el pueblo.

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29.03.22

Elio A. Gallego García analiza el Encuentro anual de jóvenes líderes cristianos que organiza el CEU

Elio A. Gallego García, Director del Centro de Estudios, Formación y Análisis Social (CEFAS) es uno de los responsables del Congreso Jóvenes y Compromiso Cívico, que se celebra en Madrid y en Toledo este fin de semana. Analiza para InfoCatólica la iniciativa.

¿Por qué han organizado en el CEU el Congreso Jóvenes y compromiso cívico?

El CEU es una obra de la Asociación Católica de Propagandistas que tiene como vocación fundamental y carisma propio la formación y promoción de laicos católicos comprometidos en la vida pública. Por tanto, nada más natural que esta iniciativa. Si a esto se añade lo delicado y decisivo de este momento histórico en el devenir de España y Europa se comprende todavía más lo necesario de un congreso como este, que está dirigido a la gente más joven y que, por fuerza, han de ser el relevo necesario a las generaciones mayores.

Es el primer año, ¿en qué medida buscan que la iniciativa se consolide?

Sí, es un congreso que nace con vocación de permanencia en el tiempo. Lo que supone que es visto por nuestra parte como un primer paso, necesariamente modesto en sus dimensiones y alcance, sin que ello obste para que, al mismo tiempo, aspire a ser profundo en sus implicaciones y metas. El objetivo es ir creando vínculos entre los jóvenes de todas partes de España, que se conozcan, que aprendan a reconocerse y asociarse para ser más eficaces a la hora de proponer y vivir su fe y defender su patriotismo.

¿Por qué han querido abordar el tema de la corrección política y cancelación de la libertad, ahondando en a la campaña que han hecho sobre el mismo tema?

En efecto, el pasado Congreso de Católicos y Vida pública celebrado en noviembre giró sobre este tema, e igualmente la campaña promovida por la AC de P y que lleva por título “Cancelados”. Y no es casual, porque nos parece un tema transcendental. Y lo es porque, a nadie se le oculta, estamos ante un declive más que preocupante de nuestras libertades públicas. Si el liberalismo clásico defendía que mi libertad llegaba hasta donde comenzaba la del otro, ahora eso ha cambiado, y lo que se sostiene es que mi libertad acaba donde empieza la sensibilidad del otro a la hora de sentirse ofendido. Pero claro, qué es lo que le puede resultar ofensivo lo define el otro, de modo que cualquier cosa que yo haga o diga puede ser ofensiva para él, por lo que debo abstenerme de hacer o decir nada que ese otro no apruebe, o me enfrentaré a consecuencias desagradables. Curiosamente, no se contempla lo contrario. Es decir, nada de lo que él diga o haga me puede resultar ofensivo a mí. Pues de serlo, le estaría ofendiendo. Resultado, no hay más libertad que la suya, una libertad que se convierte en pura opresión para el discrepante.

¿Están realmente tan en peligro las libertades?

Baste una anécdota para responder a esta pregunta. Desde el Centro de Estudios, Formación y Análisis Social (CEFAS) hemos celebrado recientemente un congreso internacional que llevaba por título “Hacia una renovación cristiana de Europa”, y uno de los ponentes procedente de Bélgica me preguntó asombrado, al ver la normalidad con que todo se desenvolvía, si un congreso de estas características se podía celebrar sin problemas en España en un contexto universitario, y ante mi respuesta afirmativa, él, con tristeza, me dijo que en su país no hubiera sido así, y desde luego que el suyo no era el único país de Europa donde un congreso católico se hubiera encontrado con problemas.

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22.03.22

Rubio Milá: “Isabel la Católica dejó bien sentado en su testamento que su hija Juana era la heredera”

Fernando Rubio Milá, como periodista, viene desarrollando sus actividades profesionales en el mundo de la cultura y el turismo. Dirige el magazine digital «Tiempo de Viajar» y publica habitualmente sus reportajes en diferentes medios de comunicación, tanto a nivel español como internacional. Como historiador ha escrito diferentes libros y en 1996 fue finalista del Premio de Novela Fernando Lara (Planeta) con la obra Regreso a la India. Sus últimos éxitos literarios los ha obtenido en el apartado de Novela Histórica: Yo maté a Gandhi, El manuscrito del Cid, El judío del rey y Mi amigo Lawrence. Estudioso del mundo medieval y con su personal y amena prosa.

En La traición del Rey Católico el autor adentra a los lectores con especial sensibilidad y comprensión en el conocimiento de una reina mítica y legendaria como fue doña Juana I de Castilla, rodeada de unos siniestros personajes que, ávidos de poder, la condenaron a vivir encerrada en Tordesillas durante cuarenta y seis años.

¿Por qué un libro sobre la reina Juana I de Castilla, lo ha querido titular La traición del Rey Católico?

El titular de la Traición del Rey Católico está basado en que fue precisamente el padre de doña Juana el principal protagonista de la traición a su hija, para demostrar su denigrante actuación, lo indigno de su comportamiento.

Don Fernando, que la Historia lo ha apodado como “el católico” ya traicionó a su esposa, la reina Isabel y le prometió que tras su muerte no volvería a casarse. Antes de cumplirse un año después de su muerte, ya se casó con Germana de Foix.

Y la actitud con su hija fue verdaderamente repulsiva, la engañó y la encerró en Tordesillas. Y todo por conservar el poder, demostrando tener unas enormes ansias del mismo. Fue una auténtica traición, que luego corroboró la indigna decisión de su hijo, otro traidor.

¿En qué consistió la traición y hasta que punto fue grave?

La reina doña Isabel dejó bien sentado en su testamento que su hija, doña Juana, era la heredera universal del reino. En aquellos momentos, doña Juana se convertía en la reina con mayor poder en Europa.

Y también, conformándome con lo que debo y estoy obligada por derecho a hacer, ordeno, establezco e instituyo heredera universal de todos mis reinos, tierras y señoríos y de todos mis bienes a la ilustrísima Princesa doña Juana, archiduquesa de Austria, duquesa de Borgoña, mi querida y muy amada hija primogénita, heredera y sucesora legitima de mis reinos, tierras y señoríos y que a mi muerte se intitule reina (…)”.

Ante tal decisión, el rey don Fernando se veía apartado del poder que tanto anhelaba. La actitudque venía demostrando con respecto a doña Juana, aparte de no tener justificación, resultaba repulsiva. Y, por supuesto, despreciable de un padre para con su propia hija. Él fue quien tramó la auténtica traición.

Por su parte, don Felipe de Habsburgo también estaba ansioso por proclamarse rey en Castilla y se oponía totalmente a que el padre de su esposa se interpusiera en sus ambiciosos planes. Su muerte “sorpresiva” le dejó fuera de lugar en aquella trama.

¿Tan alargada fue la sombra de su padre en su vida (más incluso que la de su esposo e hijo)?

La sombra de su padre se alargó mientras duró su vida. Su esposo la maltrató, pero no intervino en su cautiverio. Fue su hijo Carlos I quien demostró su indignidad al querer dejar encerrada a su propia madre, también para conservar el poder.

Una reina que estaba destinada a reinar un Imperio y que al final terminó encerrada durante casi medio siglo por su marido, su padre y hasta su propio hijo. ¿Puede haber una historia más triste para una mujer?

No puede haber una historia más triste para una mujer. Todas y cada una de las páginas de mi libro destilan una profunda tristeza, pero a la vez un gran anhelo por sobrevivir. Estoy convencido de que, al final de esta historia, quien lea esta obra acabará sintiendo una especial ternura por esta desdichada e infeliz reina.

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