José María Carabante analiza su libro Joseph Ratzinger. El Papa de la razón

José María Carabante es escritor y filósofo. Desde hace años, compagina la docencia en la Universidad Complutense de Madrid con la divulgación, colaborando como analista en diversos medios culturales, como Aceprensa, El Confidencial Digital, Revista de Libros o Zenda. Es autor de numerosos artículos académicos sobre filosofía contemporánea y de diversos ensayos como Mayo del 68, La suerte de la Cultura o Perfiles filosóficos. Acaba de publicar Joseph Ratzinger. El Papa de la razón (Sekotia) donde ofrece un análisis de la obra de Benedicto XVI y destaca sus aportaciones filosóficas.

¿Por qué decidió escribir un libro sobre el pensamiento de Joseph Ratzinger?

Siempre, incluso desde joven y mucho antes de que llegara a la cátedra de san Pedro, me ha apasionado su figura, Combinaba altura intelectual, profundidad y sencillez de un modo inusitado. Quienes hemos bebido de sus obras, somos consciente del don recibido y de los paisajes insospechados que nos abren. Ahora bien, tras leer y estudiar durante un tiempo su legado, acabé convenciéndome de que Ratzinger tenía mucho que aportar y que, desde su mirada, se comprendía y respondía mejor a los desafíos contemporáneos. Y no solo el teólogo, también el filósofo puede utilizar sus recursos para afrontar el problema del relativismo, la crisis de la persona, el transhumanismo, las ideologías políticas o el secularismo, entre otros.

¿Cuál considera que ha sido su aportación al pensamiento católico?

Sería difícil resumir sus logros. Pero creo que resulta decisiva su valentía a la hora de defender la verdad. Su erudición y hondura ha servido para demostrar que la fe católica puede hablar de tú a tú a la filosofía y dialogar, sin complejo de inferioridad alguno, con las grandes corrientes culturales de hoy. No nos obliga a recluirnos; todo lo contrario, recuerda a los creyentes que tienen que dar “razón de su esperanza” y que deben implicarse en la defensa de la dignidad humana y las convicciones y valores más elementales.

¿Por qué hace hincapié en el hecho de su compromiso con la razón?

Ratzinger insistía en dos cosas: que el mensaje cristiano estaba abierto a todos, que era universal. Y en segundo lugar, que gracias a su apertura, heredó tanto el universalismo como el vínculo con la verdad de la filosofía griega. En efecto, la fe en. Cristo no es una religión más: tiene una pretensión de verdad y es racional en la medida en que Dios es logos. Gracias a ello, la razón natural tiene una potencia indudablemente religiosa y constituye una antesala de la fe. A través de la razón se puede llegar a descubrir a Dios.

Este compromiso con la razón lo armoniza a la perfección con la fe…¿Cómo nos previene de las dos desviaciones: racionalismo y fideísmo?

El racionalismo sortea la fe y niega los derechos a la religión, sobre la base de un exclusivismo falaz. El racionalismo típico es el ilustrado, sordo ante la música del silencio. Ratzinger enseña, sin embargo, que ese modelo de racionalidad es patológico y se queda corto. La razón no coarta el espíritu: es apertura y ensancha el ámbito de lo fenoménico, posibilitando lecturas más profundas y llega hasta el amor.

El fideísmo es un vicio contrario: piensa, erróneamente, que para hacer sitio a la creencia religiosa se debe recortar los derechos de la razón. Son como dos caras de la misma moneda. En uno y en otro caso, se distancia la fe de la razón y ofrecen visiones parciales y sumamente reductivas.

¿Cómo explica la radical distinción entre la inmanencia y la trascendencia, algo que condiciona toda la cosmovisión del hombre?

Lo más cercano, eso que descubrimos en nuestra cotidianidad, remite a un sentido más profundo. Ahí es clave tanto la experiencia de san Agustín como los razonamientos tomistas. El ser humano puede descubrir su dependencia ontológica y ser consciente de que no es ni autosuficiente ni que se debe a sí mismo su existencia. La revelación descubre que somos creado por amor, a imagen y semejanza de Dios. En el mundo hay vestigios de esa procedencia divina porque la distinción entre trascendencia e inmanencia no implica entenderlos como espacios separados, sino como realidades dependientes. Hay un fluir continuo de lo sagrado en la mundanidad.

¿Cuáles son para Ratzinger las debilidades de la fe y la razón en la modernidad?

El exclusivismo; pensar, en definitiva, que son vasos incapaces de comunicarse. De ahí que, basándose en los Padres de la Iglesia, Ratzinger reivindique la sabiduría de la religión. A veces recordaba que Cristo se presentaba con el atuendo y el utillaje del filósofo. Asimismo, no es casual que Jesús se presentara como Camino, Verdad y Vida. Si es así, la razón lleva a la fe, pero también la fe conduce a la razón.

¿Era inevitable, por tanto, el eclipse de Dios?

Nada es inevitable en la historia porque es el ser humano quien la hace. Dicho esto, era inevitable la muerte simbólica de lo divino si se comparte el paradigma cultural moderno, que se despoja de todo lo sobrenatural y diviniza lo profano, hasta el punto de endiosar al hombre. El superhombre de Nietzsche es sintomático al respecto porque revela la incompatibilidad entre Dios y el sueño de un ser humano omnipotente. A veces se olvidan, sin embargo, una cosa importante: el destronamiento de Dios no es inocuo; decide también la muerte del hombre. El posestructuralismo lo ha señalado y ha sido coherente al advertir de todo lo que se desvanece con ese eclipse de Dios.

¿Qué soluciones propone Ratzinger para volver a ver la luz de ese Dios eclipsado?

Ahondar en la estructura de lo real; no conformarse con lo que nos ofrecen los fenómenos, sino leer lo que se encuentra más próximo a nosotros como símbolos del poder creador que subyace en lo real. Por decirlo de otro modo: insiste en que la verdad es metafísica y que aproximarse a ella exige reconocer en la razón algo más que mera funcionalidad o conocimiento. Propone, en definitiva, retomar el camino de la sabiduría.

¿Cómo es el camino de esperanza que marca para pasar de la razón al amor?

Cabría hacer al respecto dos consideraciones. Por un lado, es menester indicar que las profundas enseñanzas de quien fuera Benedicto XVI no tenían solo una virtualidad teórica. Ratzinger era consciente de que la fe y la razón son también praxis. Por ello, tanto la sabiduría teológica como la filosófica se conjugan en imperativos improrrogables. Saberse creado implica respetar la creación, cuidar del prójimo; reafirmar la verdad conlleva necesariamente el compromiso de defenderla. Del mismo modo, el discurso ratzingeriano tiende a postular la fe como un bien que beneficia y es indispensable para el desarrollo del hombre.

Por otro lado, en línea con su crítica a los planteamientos racionalistas, y siguiendo a su amado san Agustín, Ratzinger, por muy convencido que estuviese de la importancia de la razón, sabía que había algo más sagrado que ella. Se trata del amor. Es el amor lo que culmina o pone punto final a todo. En esa convicción arraiga la esperanza y explica el optimismo que irradiaba Ratzinger, el Papa de la razón, pero también -y sobre todo- del amor, como demuestra su encíclica Deus caritas est.

Por Javier Navascués

1 comentario

  
gustavo pérez
Creo que el genio y la profundidad que representó la existencia de RATZINGE en el universo eclesial no sólo como Papa sino como un intelectual de la fe está todavía inexplotado en un porcentaje muy grande. Fue un hombre de fe, un erudito y un defensor de la verdad católica como uno de los grandes doctores: san Agustín , santo Tomás de Aquino. Ojalá esto sea contemplado por las estructuras eclesiásticas embebidas en potros menesteres y paradigmas ajenas a la fe y sea prevista su declaratoria de doctor de la Iglesia cuanto antes. Dudamos y pensamos que en estos momentos aciagos y oscuros de la Iglesia, en este pontificado, sea esto "pensar con el deseo," como dicen los gringos...Felicitaciones al autor CARABANTE por su obra exaltando la memoria del gran Benedicto XVI.
28/05/24 12:44 AM

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