María Luisa Ruíz-Jarabo, tras quedar tetrapléjica, tuvo una conversión y hoy es más feliz que antes

María Luisa Ruíz-Jarabo. Socia de CIDON Interior Design & Contract desde su fundación hace 30 años por Juan Pemán, Manuel Corchado y Patricio Pemán, tres personas excepcionales. CIDON es una empresa líder en interiorismo y equipamiento hotelero, donde desempeño el rol de directora de comunicación y gestión del ShopRoom, espacio dedicado a exposición y venta de muebles. Su formación en Ciencias Económicas incluye una licenciatura en CUNEF y un MBA en la Universidad Wake Forest en Carolina del Norte, EE.UU. Su carrera comenzó en el mundo financiero, trabajando en banca en Londres y Bolsa en Madrid, hasta encontrar su verdadera pasión por el emprendimiento. Un giro inesperado ocurrió en 1998, cuando un accidente de esquí le dejó tetrapléjica. A pesar del desafío, no permitió que le detuviera.

Motivada por su experiencia, fundó la Asociación SOLCOM que presidió durante seis años, dedicada a la defensa de los derechos de las personas con diversidad funcional, siendo reconocida con el premio Foro Justicia y Discapacidad por el CGPJ en 2012. Estuvo 5 años como hospitalaria en Lourdes con un grupo de niños. También colabora en proyectos humanitarios en Camboya con Mons. Kike Figaredo, conocido como “El Obispo de las Sillas de Ruedas”, y la ONG SAUCE. Esta experiencia le brinda la oportunidad de aprender de personas excepcionales que entregan su vida y su tiempo por construir un mundo más justo. Su pasión es Jesús y su Evangelio. Entre sus aficiones se encuentran la lectura y el cine.

¿Cómo aceptaste y asumiste que, a raíz de tu accidente esquiando, te ibas a quedar tetrapléjica de por vida?

En primer lugar, con la ayuda de Dios, experimenté una transformación mientras estaba en el hospital, lo que significó mi primera conversión. Hasta ese momento, me había alejado bastante de la Iglesia. Realmente Dios hizo el milagro de la aceptación sin pasar por bajones emocionales, sin rebelión y sin buscar culpables. Por supuesto, el amor y el apoyo incondicional de mi familia y amigos fueron fundamentales; me visitaban constantemente en el hospital. Además, mi médico rehabilitador en el Hospital de Parapléjicos de Toledo fue clave en mi proceso. Su actitud alentadora y decidida me animó desde el principio a salir adelante.

Curiosamente fue el momento en el que tuviste la conversión y el encuentro con Dios. ¿Qué pasó y que sucedió en tu interior para cambiar de vida?

Estuve en coma durante varias semanas. Cuando desperté, los médicos me decían que no se podía predecir cuánto podría recuperar, si es que podía recuperar algo. Un día, mi padre vino a verme a la UCI y me dijo: ‘No sabemos qué va a pasar; estás en manos de Dios’.

Aquellas palabras me dejaron atónita. Pensé en la suerte que tenía de estar en manos de Dios, quien me quiere más que nadie, quien me ha creado. ¡No podría estar en mejores manos! A partir de ese momento, viví con una profunda paz y confianza, sabiendo que Dios escogería lo mejor para mí.

A raíz de ese consuelo y experimentar el amor de Dios. ¿Cómo fue tu incorporación a la vida de sacramentos en la Iglesia?

Mientras estaba en la UCI, me ofrecieron la oportunidad de confesarme. Acepté encantada, aunque no podía hablar debido a que estaba conectada a un respirador, pero creo que valió. Habían pasado muchísimos años desde mi última confesión, así que fue una liberación. También pedí recibir la comunión diaria. Cuando salí de la UCI, comencé a ir a misa los domingos y algunos días entre semana. Salía feliz. Creo que a través de los sacramentos Dios me fue transformando, llenándome de alegría e ilusión por volver a normalizar mi vida.

¿Qué supuso para ti irte formando y conocer cada vez más cosas de la religión católica?

Al salir del hospital y comenzar a llevar una vida normal, saliendo, viajando, me uní con unas amigas a una clase de Biblia en una parroquia y a las adoraciones al Santísimo en el seminario de Madrid. Durante ese tiempo, experimenté una segunda gran conversión mientras estaba en la presencia del Santísimo; me di cuenta de que me había enamorado de Él. A partir de entonces, mi vida cambió: mis preferencias por las lecturas y películas, mi compromiso con la oración y mi vivencia de la fe en un grupo de la Renovación Carismática. Empecé a participar en la Eucaristía a diario y a confesarme con frecuencia. Y así, comencé a ser realmente FELIZ con mayúsculas.

¿Qué representó en tu vida conocer la Sagrada Escritura?

¡Me encantaría conocer a fondo la Sagrada Escritura porque me apasiona! Me matriculé en la Universidad de San Dámaso, donde estudié algunas asignaturas de Ciencias Religiosas por las tardes, compaginándolo con mi trabajo. Aprender más sobre Jesús, su vida y su Palabra, me impulsa a querer parecerme más a Él, intentando seguir sus enseñanzas sirviendo a los demás. Pero bueno, luego no lo consigo del todo.

¿De donde has sacado las fuerzas para poder llevar una vida normal?

Por supuesto de Dios, del apoyo de mi familia y de mis amigos. También las fuerzas me han venido a través de la oración de tantas personas que han pedido y piden por mí. De todo ello vino el milagro de la aceptación, que desde el principio tuviera ganas e ilusión por avanzar, salir del hospital, volver a hacer una vida normal, y alegría y gratitud por estar viva.

Incluso afirmas que eres más feliz ahora, que estás en una silla de ruedas, que antes. ¿Cómo se explica eso?

No es fácil de explicar. Antes, siempre sentía que me faltaba algo para ser feliz, sentía una cierta soledad, incluso un vacío interior, casi físico. Tenía una vida bastante desordenada con momentos de felicidad y alegría, pero eran efímeros, más relacionados con la diversión. Ahora, a pesar de la inmovilidad, me siento completa. La alegría viene de dentro y perdura.

Además, gracias a la silla de ruedas, he conocido a personas extraordinarias. Es curioso cómo la silla de ruedas parece atraer a personas excepcionales. Por ejemplo, conocí a Mons. Enrique Figaredo, conocido como Kike, “El Obispo de las Sillas de Ruedas". Durante un verano, me invitó a pasar un mes en Camboya. Allí, rápidamente me engancharon las sonrisas de la gente local, así como el trabajo inspirador de la Iglesia misionera, una Iglesia que el Papa Francisco describe como “en salida". Me conmovió profundamente la dedicación de quienes entregan sus vidas por los más vulnerables, los marginados, los pobres entre los pobres. Fue una experiencia increíble donde pude presenciar destellos del amor de Dios en las personas humildes, en los sacerdotes, religiosos y voluntarios, todos ellos irradiando alegría. Desde el año 2005, he pasado mis vacaciones allí, observando y aprendiendo se ha ido fortaleciendo mi fe, con el deseo de ser una mejor seguidora de Cristo.

¿Cómo ves la mano de Dios en tu vida y el hecho de que Él permita los males para un bien mayor?

Tengo la gran suerte de sentir la presencia y el cuidado de Dios en mi vida. Cuando necesito un abrazo, ahí está Él. El sufrió por nosotros y está al lado del que sufre. Desde luego, no creo que Dios quiera que suframos sino todo lo contrario, pero he experimentado cómo Él puede transformar el dolor y los palos que nos da la vida en oportunidades para crecer y encontrar un propósito más profundo. Cuando aceptamos nuestras dificultades y entregamos nuestra voluntad a Él, vaciándonos, Dios puede obrar milagros y sacar lo mejor de nosotros.

¿Qué dirías a personas en tu misma situación que no tienen fe o que teniéndola no han logrado el grado de conformidad que tienes tú?

Esta pregunta es muy difícil de contestar. Es complicado ofrecer consejos universales. Cada persona tiene su proceso de adaptación, influenciado por sus circunstancias únicas. Pero puedo compartir lo que en ha sido útil en mi camino de aceptación. Las oraciones de los demás me han sostenido y han sido una fuente de fortaleza y consuelo. Independientemente de las diferencias de fe, tenemos que pedir oración a todo el mundo.

Además, también les animaría a salir, a no aislarse en casa, apuntarse a todo tipo de planes , involucrándose en actividades diversas y a buscar ayuda en personas positivas que puedan darles apoyo emocional y acompañamiento en este proceso. A veces, simplemente tener a alguien con quien hablar y compartir experiencias puede ayudar en el camino hacia la aceptación y la superación. Otra cosa muy buena es buscar oportunidades para ayudar a otros que lo necesiten. Al hacerlo, dejamos de enfocarnos sólo en nosotros mismos y encontramos un sentido a nuestra vida al servir a los demás.

Por Javier Navascués

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