P. Miguel de la Lastra: “Se nos está olvidando que necesitamos sacerdotes, no son prescindibles”
Miguel de la Lastra es un sacerdote de la Orden de San Agustín. Ingresó en la vida religiosa al terminar el colegio y tras sus estudios de teología ha trabajado en distintas tareas de su orden colaborando en parroquias, enseñando en colegios, acompañando tiempos de retiro espiritual. En un momento dado le enviaron a especializarse en Ciencias Bíblicas y desde entonces su tarea principal es explicar la Sagrada Escritura en las casas de formación de los agustinos y en grupos de laicos o retiros. Estos últimos años se está dedicando con más intensidad al sacramento de la reconciliación y al acompañamiento espiritual.
Muchos sacerdotes han rezado por la conversión de sus feligreses, pero ¿por qué es necesario que los feligreses recen también por los sacerdotes?
Todos necesitamos que recen por nosotros. Dios cuida de todos nosotros pero también nos ha dejado la responsabilidad de cuidarnos unos a otros, y una forma es rezar los unos por los otros. Un error común es pensar que los profesionales de Dios ya estamos convertidos, que tenemos el corazón totalmente en Dios. Ser sacerdote no tiene nada que ver con ser santo, pero cuanto más santo sea una persona más deja a Dios hacer su obra en él. En ese sentido, pedir a Dios que nuestros sacerdotes tengan el corazón totalmente en El va haciendo que nuestros sacerdotes dejen cada vez más que Dios haga su obra a través de ellos.
¿En qué medida da confianza saber que muchas personas están rezando por su ministerio?
Lo primero porque es un signo de amor, de que te quieren y aprecian y que te quieren como sacerdote. En segundo lugar, porque mi ser sacerdote sólo tiene sentido si es un servicio al pueblo de Dios, y si rezan por mí es porque Dios me está usando para ellos. Y en tercer lugar, porque si rezan por mí nos aseguramos de que Dios no se olvide de sostener el barro con el que ha hecho mi sacerdocio.
Por lo tanto, ¿por qué es muy necesaria la campaña de El Rosario de las 11 pm, pidiendo oraciones por los sacerdotes?
Es necesaria y urgente, porque se nos está olvidando que necesitamos sacerdotes. Cuando rezamos por algo nuestro corazón va comprendiendo mejor el valor del objeto de la oración. Comprende mejor qué es lo que pido y comprende con más profundidad por qué lo pido. El sacerdocio en la Iglesia Católica ha pasado unos años complicados en los que vivimos como si los sacerdotes fueran un elemento prescindible de nuestra relación con Dios. Esta campaña nos recuerda a nuestros sacerdotes cercanos y nos ayuda a darnos cuenta de que sin ellos habría un hueco irremplazable en nuestra vida de fe. Pero además, en esta campaña tomamos conciencia de que tener sacerdotes no es una responsabilidad del obispo o del candidato, sino de toda la comunidad. Lo que no cuidas termina no siendo tuyo.
También es importante que los compañeros en el ministerio sacerdotal recen unos por otros y se apoyen en todo…
Parecería que sólo necesitamos un compañerismo corporativo, para apoyarnos como grupo de presbíteros con el obispo. Sin embargo la verdadera ayuda es la oración de unos por otros. Cuando un sacerdote ora ocupa el lugar de Cristo, ejerce la función de intercesor que se “apropia” de la necesidad por la que pide y también de la urgencia de cuidar y restaurar esa necesidad. Por eso los momentos de encuentro sacerdotal se han ido llenando cada vez más de momentos de oración, juntos y de oración de unos por otros. No sólo somos “compañeros de armas” sino que verdaderamente, cuando rezamos, ocupamos todos el puesto de padres los unos para los otros.
¿En qué medida en el mundo moderno, con el poco tiempo y una sociedad tan competitiva y tecnológica es más difícil sacar ratos de trato íntimo con el Señor?
Casi te diría lo contrario. Hace cien años todavía estábamos esclavos de la luz del sol y muy limitados en la distancia. En muchas casas no había ni una biblia y rezar en común sólo podía hacerse si rezabas el rosario en familia. Tareas cotidianas como preparar la comida nos llevaban un tercio de la jornada. Hoy la tecnología hace muchísima tarea por nosotros. Podemos conectarnos con un grupo de oración en cualquier momento y en cualquier lugar. Existen iglesias abiertas 24 horas. Nuestras casas son tan grandes que muchos disponemos de un dormitorio propio y en ocasiones privado. Somos mucho más dueños de nuestro tiempo y nuestro espacio. La única desventaja es que hace cien años había muchas menos formas de distraer el alma y era más sencillo saborear el gustazo de tener el alma en Paz y en Dios cuando no estás saturado de tantos sucedáneos. Hoy confundimos Paz con comodidad. Y, además, hace cien años los ritmos sociales nos empujaban a tener momentos con Dios: sonaba la campana invitando al ángelus, se reunía la familia a bendecir la mesa… Hoy nos toca hacer un esfuerzo personal por marcar tiempos y por separarnos de distracciones, pero tenemos muchísimos y mejores recursos para hacerlo. ¿acaso no podemos poner una alarma en el móvil que me recuerde que es la hora de ir al Santísimo?
Además de la oración es muy importante la penitencia, algo que frecuentemente se olvida en la sociedad del bienestar, el tener privaciones voluntarias por amor a Dios…
Se nos olvida que nuestra identidad está conformada por un cuerpo espiritualizado o un espíritu corpóreo, lo que significa que vivimos según las leyes del cuerpo y las leyes del espíritu ¡y no siempre buscan lo mismo! San Pablo nos recuerda que entre ellos hay tal antagonismo que terminamos haciendo lo que no queremos (Gal 5,17) Tener una disciplina con nuestro cuerpo nos ayuda a buscar la paz y no sólo la comodidad, a buscar lo bueno y no sólo lo que me apetece. Cada vez que yo le digo que no a algo de mi cuerpo, a un postre, a una siesta, a comer carne, a ver una película, estoy dejando claro hacia donde quiero dirigirme. Y así, el día que me como un buen postre, que disfruto con una película o una siesta lo hago porque es lo que yo quiero, no porque mi cuerpo me lo imponga. Para vivir libres en Dios tenemos que aprender a librarnos de las obligaciones de lo terreno.
Por Javier Navascués
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