Entrevista a Miquel Bordas, pdte de la “Milicia de la Inmaculada”, fundada por S. Maximiliano M. Kolbe
Miquel Bordas Prószyński, nació en Varsovia en 1982 durante el estado marcial, hijo de un matrimonio hispano-polaco. Se crio entre Cataluña y Polonia, trasladándose posteriormente a Madrid para cursar sus estudios universitarios. Doctor en Derecho y abogado. Casado. Desde 2021 es Presidente Internacional de la Asociación Pública de Fieles “Milicia de la Inmaculada” fundada por San Maximiliano María Kolbe.
¿Cómo conoció la Milicia de la Inmaculada?
A quien primero conocí, desde que prácticamente tengo uso de razón, fue al fundador de la Milicia de la Inmaculada, a San Maximiliano María Kolbe: el franciscano conventual polaco que lanzó hace cien años en Cracovia la revista del “Caballero de la Inmaculada”; que creó Niepokalanów, la Ciudad de la Inmaculada; que fue misionero en Japón; y que finalmente ofreció su vida en la celda de hambre en Auschwitz por un padre de familia. Siendo mi madre de origen polaco y habiendo vivido en casa desde la infancia la espiritualidad mariana propuesta por San Maximiliano, no fue hasta más tarde, hace unos once años, cuando me encontré con una hojita de la Milicia de la Inmaculada (“M.I.”) en el Monasterio de la Inmaculada y de San Pascual de Madrid (de las Madres Clarisas), en el que aparecía una página web y un email. Escribí interesándome y enseguida me contestó el P. Gonzalo Fernández-Gallardo, franciscano conventual, que en aquel momento era el asistente espiritual de la M.I. en España, invitándome a la asamblea que iban a celebrar próximamente en Madrid. Allí me consagré a la Inmaculada, comenzando esta andadura apasionante al servicio de nuestra Madre formando parte de la M.I.
¿Qué es lo que más me atrajo de la M.I. (Milicia de la Inmaculada)?
Sin duda, María, la Inmaculada. Como decía, desde pequeño he tenido muy presente la invitación de entregar mi vida a María, a ejemplo de San José («no temas acoger a María», cfr. Mt 1, 20) y de San Juan («Ahí tienes a tu madre», cfr. Jn 19, 27). Había realizado ya privadamente varias consagraciones a la Virgen María, también según el método de San Luis María Grignon de Monfort, haciendo mío el lema de totus tuus. Sin embargo, San Maximiliano, de alguna manera, me propuso de repente una fórmula siquiera más sencilla: entregarse, abandonarse, confiarse, consagrarse a la Inmaculada totalmente como “cosa y propiedad”, sin límites, sin reservas. No se trata tanto de la fórmula en sí, sino del acto de la voluntad que se confía a María. Es como firmarle un cheque en blanco a la Madre de Dios, que es también mi Madre, para que Ella me “transforme” en lo que ya soy por el bautismo, hijo de Dios configurado con Cristo, sacerdote, profeta y rey -pese a mis resistencias y mi pecaminosidad para que Ella me santifique y me “use” como mejor le parezca. Pero cuando nos consagramos no nos abandonamos sin garantías, irracionalmente.
En la contemplación de la belleza sin tacha de María -su Inmaculada Concepción- esta humilde criatura elevada por encima de toda la Creación representa la obra sublime de la Trinidad. La nueva Eva goza de una especialísima “inhabitación” del Espíritu Santo. En fin, la Inmaculada corresponde al amor de Dios de la forma más plena posible, habiendo identificado su voluntad con la voluntad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Nadie ha amado más y mejor el Sagrado Corazón de Jesús que su propia Madre. Desde entonces, ese amor entre Dios y María se derrama sobre nosotros, sus hijos; siendo María la Madre de la Iglesia, por tanto, Madre de la Humanidad redimida o sobrenaturalizada. Así lo ha experimentado desde siempre el Pueblo Cristiano, que ha recurrido a Ella en todas sus dificultades y que la ha tomado como verdadera Madre y Maestra que nos precede en el camino de la fe, que nos lleva a su Hijo, al Cielo.
Pues bien, me parece que nuestro mundo moderno sufre cada vez más cierta incapacidad para reconocer y gozarse espontáneamente con la verdadera belleza, por lo que uno -hijo de su tiempo- experimenta también una cierta dificultad para “alabar” a María, para “enamorarse” locamente con Ella. Por ello es muy importante que nuestra alabanza y entrega a la Inmaculada responda sobre todo a un testimonio personal, fruto del encuentro con Ella, de la comunión de vida que Cristo nos invitó a tener con su Madre en su testamento de la Cruz. Es decir, que nuestros hermanos puedan ver los efectos concretos -nuestra coherencia de vida- resultantes de nuestra unión con la Inmaculada. Como enseñaba San Maximiliano, la vida se pasa muy deprisa, tenemos que apresurarnos en llenar nuestras jornadas del mayor número posible de gestos y expresiones de amor, especialmente en las cosas más pequeñas. Obviamente, esto es una gracia que tenemos que suplicar humilde y constantemente. Y aquí se presenta el segundo atractivo de la Milicia: el ideal apostólico, el celo por las almas. San Maximiliano siente la necesidad de que María sea conocida, venerada y amada por todos, sin excepción; aunque especialmente por aquellos más alejados, los que nunca han oído hablar de Ella, también por aquellos que la han conocido, más o menos, pero que son indiferentes, la desprecian o la combaten: los enemigos de la Iglesia. Todos tenemos necesidad de descubrir la maternidad de María, de ser introducidos en su Corazón inmaculado. Ella es la personificación de la misericordia divina: en su seno se gestó el Redentor. Y, por ello, los que hemos conocido su amor materno tenemos una mayor responsabilidad de convertirnos “en sus manos extendidas” para la humanidad. En definitiva, la consagración a la Inmaculada es una invitación a servir a María en el estado de vida de cada uno; para que Ella se convierta de hecho en la Madre de todos, siéndolo ya de derecho. Es lo que llamamos en la M.I. “conquistar el mundo para Cristo por medio de la Inmaculada”: arrebatarle las almas a Satanás. Por supuesto, se trata de un ideal muy ambicioso y exigente, que nos sobrepasa y en cuya realización nos topamos con nuestros límites y pecado. No obstante, es un camino en el que no estamos solos; sino que formamos parte de un equipo, de una milicia de almas que se siente llamada a una misión, pero que entraña un combate espiritual, contra nuestro propio ego y contra el mundo, el demonio y la carne. Ciertamente, solos no podemos: pero contamos con la fuerza de María, la fuerza de su humildad y de su gracia, que nunca fue vencida y que aplasta la cabeza de la soberbia Serpiente.
¿Qué supone para usted presidir la asociación a nivel internacional?
En un plano externo, supone un honor y también una tremenda responsabilidad. Porque los fines que se propone alcanzar una asociación pública, como es la Milicia de la Inmaculada, mirando al bien público, se buscan alcanzar en nombre de la Iglesia (cánones 116 § 1 y 313 del Código de Derecho Canónico). Como advertirán los lectores, se trata de unos fines muy trascendentales, con la impronta mariana del fundador, al servicio del misterio apostólico y salvífico de la Iglesia. Para ello, cuento con el inestimable apoyo del Consejo de Presidencia. Algunas de estas funciones son de carácter más organizativo-administrativo de la propia Sede Internacional de la Milicia (el Centro Internacional), como de coordinación del trabajo de los Centros Nacionales de la asociación en todo el mundo. Otras lo son de carácter más representativo. También es importante promover encuentros e iniciativas, incluso con otras instituciones, llevando, donde sea útil y oportuno, el aporte del carisma de la M.I. Además, en este trabajo mantenemos una colaboración asidua con el Asistente Internacional de la Milicia, que es el Ministro General de la de la Orden de los Hermanos Menores Conventuales, el Padre Carlos Trovarelli, a través de su delegado, el Padre Gilson Miguel Nunes. A este respecto, hay que decir que es el Asistente Internacional quien ejerce la función de guía espiritual de la Asociación. Se trata de una función importantísima, por la que se vivimos filialmente la comunión con la Santa Madre Iglesia, puesto que es el Asistente Internacional el responsable de garantizar la interpretación exacta del carisma de la Milicia y de mantener el vínculo histórico entre nuestra asociación y la Orden, en la que San Maximiliano y los otros hermanos cofundadores profesaron sus votos.
Asimismo, este servicio es una oportunidad maravillosa para conocer gente muy entregada, de dentro de la asociación y de fuera, que ha hecho de su vida un don a María y a la Iglesia. Especialmente, es gratificante poder colaborar con tantos miembros de la Milicia, empezando por los propios consejeros internacionales. Personas de todos los continentes y de toda condición, que también le han dicho “sí” a María y que están dispuestos a darlo todo por Ella, con creatividad y generosidad. Con nuestras diferencias culturales y de sensibilidad, nos une el mismo ideal. Por ejemplo, hace unos meses pude acompañar a la M.I. de los Estados Unidos de América en su Asamblea Nacional Electiva en Peoria, en el Estado de Illinois. Fue un momento muy especial para esta pequeña pero dinámica realidad de la Iglesia católica de ese gran país; en el que tantos cristianos y personas de buena voluntad no arrojan la toalla y promueven la civilización del amor; en nuestro caso, bajo el patrocinio de la Inmaculada, Patrona de los EE.UU. Ahora, en este mes de diciembre, visitamos a las comunidades locales de Burkina Faso, Costa de Marfil y Gabón.
Además, mi participación en el gobierno de la M.I. me permite ser testigo y me invita a comprometerme aún más en la vida de la Iglesia, ya sea en un diálogo habitual con la Santa Sede a través del Dicasterio por los Laicos, la Familia y la Vida, del que dependemos; como mediante otras iniciativas actuales de la Iglesia universal, como es ahora en la consulta del Sínodo sobre la Sinodalidad; o de las Iglesias particulares de los distintos países.
En un plano más personal, este servicio es un reto muy exigente y que reconozco que muchas veces me supera. Gracias a Dios me siento sostenido por la oración de muchos hermanos. Por un lado, trato de poner mis talentos y una parte significativa de mi tiempo al servicio de la asociación, pero también me confronto con mis defectos e inexperiencia para cumplir correctamente con las responsabilidades que me han sido confiadas como presidente internacional de la asociación.
Por otro lado, como la enorme mayoría de los miembros de nuestra Asociación, soy laico, casado. Los afanes y ocupaciones temporales, como es la familia y el trabajo, aunque se ordenan según Dios y son mi medio ordinario de santificación (los laicos estamos llamados a consagrar el mundo mismo a Dios, cfr. LG 34), no permiten dedicarme exclusiva o principalmente a obras apostólicas, como podría requerir una contribución más intensa a los órganos de la M.I. Obviamente, esta situación supone una cierta dificultad de cara al mejor servicio a la asociación.
En este sentido, sin embargo, tengo presente que la verdadera “líder” de la asociación es María Inmaculada: Ella es la que realmente debe guiar la asociación. Nosotros únicamente debemos discernir, ejecutando prudente y animosamente sus planes. No somos San Maximiliano, pero él nos mostró el camino. Para Kolbe, la preocupación es no obstaculizar y no arruinar la obra de la Inmaculada. Sin embargo, los agobios y apuros sin fin que tuvo que afrontar San Maximiliano los superaba con esta confianza plena en la Inmaculada: «no debemos tener miedo de nada, porque podemos y debemos vencer» (EK 149).
¿En cuantos países están presentes actualmente?
La Milicia de la Inmaculada está presente en la actualidad en todos los continentes del mundo, en unos cincuenta países, contando con una estructura que podríamos llamar federativa, desde el Centro Internacional, los Centros Nacionales, los Centros Regionales y los Centros Locales. En efecto, en algunos países en los que la implantación de la Milicia tiene más consistencia, se han constituido Centros Nacionales. En muchos otros, la consolidación de la asociación es más intermitente o se está tramitando actualmente su reconocimiento como Centro Nacional. Ciertamente, hay países en el que el arraigo y la presencia de la Milicia es muy importante, como en Polonia, Italia, Brasil o Estados Unidos. Hay otros países en los que la Milicia ha ido envejeciendo, especialmente en Europa, incluso llegando a desaparecer. Pero, por otra parte, nos encontramos con realidades nacientes muy dinámicas en países africanos francófonos. Últimamente nos hemos llevado la sorpresa de la existencia de una M.I. muy activa en los países sudafricanos. Y estamos asistiendo a un fuerte crecimiento de la Milicia en Hispanoamérica, especialmente en Centroamérica, en países donde hasta hace poco no había Milicia, como Costa Rica, Guatemala, Panamá o la sufrida Nicaragua, en cuyo país la patrona es la Purísima. México, Venezuela y Colombia son ya realidades con más asentamiento.
En Sudamérica nos encontramos grupos de la Milicia en Bolivia, Paraguay y Ecuador. En Argentina el apostolado de la M.I. lo llevan adelante las Misioneras de la Inmaculada Padre Kolbe. Esta difusión de la Milicia en países de lengua española ha auspiciado la formación de la “M.I. Hispana”, que busca acompañar el nacimiento de nuevos grupos en países hermanos y aprovechar las sinergias en materia de actividades y formación que nos posibilita la misma lengua común. Tampoco podemos olvidar los países asiáticos, comenzando por el Japón y la ciudad de Nagasaki, donde nos encontramos con la segunda “Ciudad de la Inmaculada” – Mugenzai no Sono. Pero también con realidades en crecimiento en Filipinas, Vietnam o incluso Indonesia. Finalmente, hay grupos de la Milicia en Australia y Nueva Zelanda.
¿Con qué fin fue creada la Milicia por San Maximiliano María Kolbe?
Fueron varias circunstancias internas y externas las que inspiraron en el ánimo del joven San Maximiliano, estudiante franciscano en Roma, para fundar el 16 de octubre de 1917 la Milicia de la Inmaculada, en plena primera guerra mundial: su acendrado amor a María Inmaculada y la contemplación del dogma de la Inmaculada Concepción en su aspecto más práctico; sus ganas de “luchar” por la libertad de Polonia sublimadas por la defensa de la Iglesia; la reacción a la presión revolucionaria anticlerical y masónica (en el cuarto centenario de las tesis de Lutero y el segundo centenario de la fundación de la masonería en Londres); el 75 aniversario de la conversión del judío Alfonso de Ratisbonne y la importancia de la Medalla Milagrosa; los primeros episodios de su tuberculosis… Al mismo tiempo, en Portugal, en Fátima, aunque San Maximiliano no fuera consciente de ello, la Virgen María se estaba apareciendo a unos pastorcitos, para decirles que su Inmaculado Corazón, al fin, triunfará.
Así, pues, la Milicia de la Inmaculada fue constituida por San Maximiliano Kolbe y sus seis compañeros franciscanos, con un estatuto muy simple, redactado en una hoja:
I.- Fin: Buscar la conversión de los pecadores, herejes, cismáticos, judíos, etc., especialmente la de los masones; y la santificación de todos bajo el patrocinio de la B. V. M. Inmaculada.
II.- Condiciones: 1ª.) Total ofrecimiento de sí mismo a la B. V. M. Inmaculada, como instrumento en sus manos inmaculadas, y 2ª.) Llevar la Medalla Milagrosa.
III. - Medios: 1°) A ser posible invocar todos los días a la Virgen Inmaculada con la jaculatoria: «Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos y por todos los que a Vos no recurren, especialmente por los masones». 2°) Todo medio legítimo según las posibilidades de cada uno en su propio estado, condiciones y ocasiones; esto se recomienda al celo y prudencia de cada uno y especialmente la «Medalla Milagrosa».
La M.I. fue muy pronto aprobada por la autoridad eclesiástica como “pía unión”, pudiéndose lucrar sus miembros de la indulgencia plenaria en fechas señaladas.
¿Cuál es su principal función en la actualidad y qué actividades hacen?
La principal función o razón de ser de la Milicia era y sigue siendo promover la consagración total de todas las almas a la Inmaculada, para llevarlas a Cristo. Todas las actividades que pueda desplegar la asociación o sus miembros a título personal deben orientarse a este fin. Así, según lo que nos marca la Santa Madre Iglesia, la donación total de uno mismo a la Inmaculada en el espíritu de la M.I. es un compromiso responsable y dinámico para vivir el seguimiento de Cristo a ejemplo de María, para crecer en la fe, en la esperanza, en la caridad, hasta ponernos al servicio de la misión salvífica de nuestro Señor.
La M.I. y su misión fue definida por el padre Kolbe: “una visión global de la vida católica bajo forma nueva, consistente en el vínculo con la Inmaculada, nuestra Mediadora universal ante Jesús” (EK 1220). De hecho, la M.I. se propone promover la extensión del Reino del Corazón de Cristo en el mundo a través de la acción de la Inmaculada, estimulando a todos los fieles a unirse en el Corazón Inmaculado de María y a ponerse a su servicio en la misión que Ella tiene como Madre de la Iglesia.
Pues bien, en su misión, los miembros de la M.I. nos podemos servir de todos los medios “lícitos” que tengamos al alcance. También de aquellos que el Padre Kolbe utilizó con espíritu profético y franciscano, convirtiéndose de esta manera en apóstoles “de la pluma, del micrófono, de la pantalla, o de cualquier otro medio” (EK 382). Por ejemplo, colaboramos en la misión de evangelización de las comunidades locales, en particular: 1. con el anuncio de la Palabra de Dios: catequesis, misión itinerante, itinerarios de formación espiritual, iniciativas de actualización mariológica y de pastoral mariana; 2. con la promoción humana, por ejemplo, en la defensa de la vida desde su concepción hasta su muerte natural; 3. con una atención preferencial por los jóvenes y las familias; 4. con el uso de los medios de comunicación (actividad editorial, radiotelevisión, informática, redes sociales, etc.).
Por ello, la pertenencia a la Milicia debería suscitar una gran creatividad, en la vida personal y, en su caso, en la participación en los grupos de la Milicia, para consagrar la vida individual y social a la Inmaculada y, por medio de ella, al Corazón de Jesús. El Reinado del Corazón de Jesús es un reinado que se va extendiendo por el amor. Y nadie amó más a Jesús que la Inmaculada.
La actividad más concreta e importante que podemos emprender y mantener es la oración, también a nivel internacional en toda la asociación. Así, por ejemplo, cuando comenzó la pandemia del Covid-19 que ha azotado todo el mundo, el Centro Internacional de la M.I. impulsó un Rosario Internacional de la Milicia, rezado cada sábado desde una localización diferente. Tras más de dos años, seguimos rezándolo: por el fin de la pandemia; por la paz en el mundo, en especial, en Ucrania; por los cristianos perseguidos; por las intenciones de la Milicia, por la conversión de los pecadores, que no son otras que las de la Inmaculada… El Rosario se retransmite por el canal de Facebook del Centro Internacional. Es una forma efectiva y afectiva de unirnos en oración en torno a María, contemplando los misterios de la vida de su Hijo, y de sentirnos una gran familia presente en todos los continentes.
Por tanto, ¿cómo ha mantenido la organización el espíritu del padre Kolbe en todos estos años?
El legado del Padre Kolbe es un catalizador para nuestra asociación. En efecto, son muchos los que llegan a la Milicia entusiasmados por el ejemplo heroico de vida de nuestro Fundador y por su amor abnegado y tierno a la Inmaculada, su espíritu misionero y su audacia frente a los enemigos de la Iglesia. En la historia de la Milicia nos hemos visto confirmados por la beatificación del Padre Kolbe por San Pablo VI en 1971 y por su canonización en 1982 por su compatriota, San Juan Pablo II, que lo declaró patrón para “nuestros difíciles tiempos”.
Aunque inicialmente la MI fue creada por siete franciscanos, muy pronto San Maximiliano la extendió a los seglares y a los laicos. Hoy en día, 105 años después de su fundación, la Milicia es, según los Estatutos Generales aprobados por el Pontificio Consejo para los Laicos [en la actualidad, refundido en el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida] mediante Decreto de 25 de marzo de 2015, una asociación internacional pública de fieles, abierta tanto a laicos (la gran mayoría de sus miembros), como a clérigos y religiosos. En particular, en su misión, la Asociación colabora con la Orden de los Hermanos Menores Conventuales, con los Institutos de vida consagrada y con otras realidades de inspiración kolbiana.
Según los Estatutos Generales, el fin estatutario y apostólico de la Milicia, universal como su misión, consiste en colaborar a la conversión y la santificación de todos, proporcionando la máxima gloria a la Santísima e indivisible Trinidad (cfr. LG 69). Los miembros de la M.I. vivimos la propia vocación bautismal acogiendo el don del Redentor de la Cruz: “Ahí tienes a tu madre” (Jn 19, 27) y nos entregamos y nos abandonamos totalmente a la Inmaculada en vistas de la propia santificación y para colaborar en su misión materna de orientar a Cristo el corazón de cada hombre. (…) Una de las formas en las que se practica y se expresa en la historia de la Iglesia la especial consagración del hombre a la Madre de Cristo (cfr. RM 45), es la de San Maximiliano Kolbe. Él vivió una relación singular con María, vital y dinámica, entendida como una “transformación en Ella”, un “ser de Ella” (EK 508) para alcanzar una unión más perfecta con Cristo, y para indicarlo, como Ella (cfr. Jn 2,5), a todos los hombres.
Así, como hijos de la Iglesia y miembros del Pueblo de Dios, hemos vivido y queremos seguir viviendo nuestro carisma caminando juntos -sacerdotes, religiosos, laicos, hombres y mujeres, mayores, jóvenes y hasta niños, personas que gozan de salud, pero también los enfermos, de tantas nacionalidades- siempre de la mano de la Inmaculada, compartiendo una experiencia gozosa “sinodal” de comunión, participación y misión, a pesar de nuestras distintas sensibilidades y diferencias. Arraigados en la Tradición de la Santa Madre Iglesia y guiados por su Magisterio, queremos encontrar, escuchar y discernir para obedecer las inspiraciones del Espíritu Santo, respondiendo así a los signos de los tiempos para que el amor de Cristo triunfe siempre en cada corazón y en todo lugar, por medio de la Inmaculada. Sintiéndonos parte de una familia eclesial, hemos vivido con esperanza sobrenatural los momentos dolorosos y hasta de martirio, dando una respuesta de amor, siguiendo el ejemplo del propio San Maximiliano. ¡Hemos conocido tantos testigos de las maravillas que hace la Inmaculada! Por ello, nos gusta llamar a la M.I. una «escuela de santidad». En efecto, en dicha escuela contamos con el ejemplo y la intercesión de la Milicia celestial: tantos miembros de la asociación que nos preceden, la mayoría santificados en su vida ordinaria; pero también en no pocos casos habiendo sido reconocida la heroicidad de sus virtudes o de su martirio por la fe: algunos de los fundadores de la Milicia; los beatos mártires de Niepokalanów; la mártir de la castidad rumana Verónica Altal; la joven apóstol japonesa de la “ciudad de las hormigas”, Elisabeth Satoko Kitahara; los mártires del Pariacoto…
¿Qué es lo que aporta esta Milicia a la vida de la Iglesia?
En cuanto a la espiritualidad que nos propone y que aporta a la vida de la Iglesia, la Milicia subraya la belleza recreada de nuestra Madre, María Inmaculada, con la que el Padre nos ha pensado en Cristo desde la creación del mundo, cuando nos eligió para ser santos e inmaculados en presencia de su amor (cfr. Ef 1,3-14). María es la criatura nueva plasmada por el Espíritu (cfr. LG 56) “llena de gracia” (Lc 1,28) en vistas de su misión de Madre del Hijo de Dios, el inicio de nuestra redención, fruto anticipado de la Pascua de Cristo, resplandeciente de la belleza del Resucitado en la Iglesia en camino (cfr. LG 68). Los miembros de la M.I., reconociendo en la Virgen María las primicias de los dones de Dios a la humanidad, y considerando que en su vida terrena Ella avanzó en la peregrinación de la fe, siguiendo a su Hijo con total consagración desde la anunciación hasta la cruz (cfr. LG 58), vemos en Ella el ejemplo de santidad en la que inspirar el propio seguimiento de Cristo (art. 4). De esta manera, reconociendo en la Inmaculada la perfecta discípula del Señor, el modelo del creyente, los miembros de la M.I., hacemos nuestra la invitación de San Maximiliano a “ser de Ella” en un itinerario apto para hacer propias las actitudes de la Virgen en su relación con Dios y con los hermanos. Por lo tanto, siguiendo el ejemplo de María, Virgen oyente, Virgen orante, Virgen Madre, Virgen consagrada (cfr. MC 17-20), procuramos vivir: la escucha de la Palabra de Dios; la oración litúrgica y personal; la caridad hacia todos; la consagración del proprio ser, para colaborar con Cristo en la salvación del mundo. En especial, la M.I. afirma la primacía de la vida interior, de acuerdo con el principio preciso de San Maximiliano: “dedícate sobre todo a ti mismo y de esta manera podrás entregarte completamente a los otros… por la superabundancia de tal plenitud” (cfr. EK 971; 980).
Un aspecto esencial de la Milicia, que no siempre resulta fácil de entender, en un mundo como el nuestro que vuelve al abismo de la guerra mundial, se encuentra incluido en su propia denominación, que tiene una base bíblica y que expresa su ethos caballeresco, que encarnó tan noblemente San Maximiliano. Estamos inmersos en el combate cósmico del que nos habla San Pablo en el capítulo sexto (10-18) de la Carta a los Efesios, “porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire” (cfr. Ef. 6, 12). Es esta la lucha del capítulo 12 del Apocalipsis. Queramos o no, nos hacen la guerra: “y se llenó de ira el dragón contra la mujer, y se fue a hacer la guerra al resto de su descendencia, los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús” (cfr. Ap 12, 17). Sería ingenuo o cobarde no reconocer el embate que se hace contra la fe y la religión de forma admirablemente coordinada en todo el mundo, buscando manipular y pervertir las conciencias, especialmente de los más débiles y sencillos, para crear un “nuevo mundo”, sin Dios, sometido al anti-evangelio, con arreglo a principios invertidos, negando el Derecho natural y el orden divino querido para la humanidad. Este embate tiene sus caudillos y sus secuaces. A veces, la confusión se escampa entre los mismos cristianos, so capa de progreso y modernidad. Es la mundanidad contra la que tantas veces nos previene el Papa Francisco.
Pues bien, en esta guerra, que vivimos en nuestras propias carnes, en nuestra propia alma, contamos con Aquella que jamás fue derrotada por la insidia infernal, María, de quien se ha predicho: “Ella quebrantará tu cabeza” (Gn 3, 15) y “Tú sola has vencido y destruido todas las herejías en todo el mundo”. Como San Pablo, como San Maximiliano, confiamos que al concluir nuestra vida aquí en la tierra podremos reconocer que, con la especial asistencia de María, hemos combatido el noble combate, hemos acabado la carrera, hemos conservado la fe (cfr. 2 Ti 4, 7). Sabemos que Ella, la invicta, culminará la victoria de Cristo lograda en la Cruz, en la Iglesia, que es Madre y es Santa, pese al pecado y las traiciones de tantos hijos suyos, porque Cristo es su misma santidad. Estamos llamados a ser los apóstoles de María, sus siervos, que en el ofrecimiento de nuestro martirio seamos -por gracia- el fundamento, el muro y la bóveda del Templo de Dios, en el que Cristo está verdaderamente presente y vivo, alimentando a sus hijos, restableciéndolos a la vida y llevándolos a la casa del Padre. En la Iglesia se ve colmado el deseo mundial de hermandad de todos los hombres, este amor universal que une a la misma humanidad amada por Dios, de la que nos habla el Papa Francisco en la encíclica Fratelli Tutti. Y María es Madre de la Iglesia, Madre de la humanidad. Ella es nuestro escudo, que nos defiende de las asechanzas del mal, especialmente en la hora de la muerte, pero también es la puerta abierta de la misericordia por la que los pecadores “nos colamos” al Cielo. Y como María, la Madre de Jesús, “queremos ser una Iglesia que sirve, que sale de casa, que sale de sus templos, que sale de sus sacristías, para acompañar la vida, sostener la esperanza, ser signo de unidad […] para tender puentes, romper muros, sembrar reconciliación” (cfr. Fratelli Tutti, 276).
¿Cómo le ha ayudado a nivel personal formar parte de la Milicia?
Formar parte de la Milicia, consagrarme a la Inmaculada para que Ella tome el control de mi vida, me ha dado un sentido muy concreto a mi vida, a mi libertad. Ante todo, tengo la seguridad del amor y la predilección maternal de María: Ella me “educa” y me conduce en el seguimiento de su Hijo. Es el camino de la Cruz, como no podría ser de otro modo, pero bien cogido de la mano de María. Ciertamente, la pertenencia a la Milicia me exige un plus de heroicidad, de crecer en la virtud, según mis circunstancias, lo cual humanamente me resulta imposible de asumir: se trata, en definitiva, de la santidad, del martirio cotidiano.
No se trata de mero voluntarismo, de un pelagianismo, sino de poner toda la carne en el asador, de colaborar generosamente con la gracia, gracia que tengo que pedir y que el Señor quiere concederme. ¿Quiero emprender este camino o aparento hacerlo, quedándome en casa? Esto ya es una decisión que depende solo de mí. Pero no es un camino que deba hacer solo, sino para empezar con mi esposa -que me acompaña en esta comunión de vida con María- y con los hermanos de esta gran familia, que es la Milicia y, con ellos, con toda la Iglesia. En este camino aprendemos a llenarnos de los sentimientos redentores de María, como Jesús, reconociendo la meta a la que estamos llamados, pero también compadeciéndonos por el estado tan miserable de las almas que no han conocido el Amor o que lo han rechazado y que pueden condenarse. Esta compasión nos urge -me urge- a reaccionar, a pesar de las inercias, las cegueras, las comodidades o los miedos en los que estamos instalados. Si nos dejamos, María, en su escuela, nos capacita y nos va formando como apóstoles de fuego. Esta es mi aspiración, muy consciente de mi miseria y de mis resistencias a la gracia.
¿Qué ha supuesto la celebración del centenario del Caballero de la Inmaculada y qué actos han tenido?
En enero de 1922 San Maximiliano lanzó en Cracovia el primer número del Caballero de la Inmaculada, una humilde revista, nacida sin ninguna garantía de viabilidad, para anunciar a María a todos, contrarrestando los efectos nocivos de la “mala prensa”. En la editorial del primer número, San Maximiliano sentaba su finalidad:
«El objetivo del Caballero de la Inmaculada no consiste solo en profundizar y fortalecer la fe, indicar la verdadera ascesis y familiarizar a los fieles con la mística cristiana, sino buscar la conversión de los no-católicos, según los principios de la Milicia de la Inmaculada. El tono de la revista será siempre amistoso con todos, independientemente de las diferencias de fe y nacionalidad. El amor que enseñaba Cristo será su carácter. Y precisamente, por ese amor a las almas extraviadas, que buscan la felicidad, tratará de impugnar la falsedad, iluminar la verdad y mostrar el verdadero camino a la felicidad».
La revista del Caballero impulsó el crecimiento de la obra apostólica del Padre Kolbe en Polonia y le llevó a fundar Niepokalanów, la Ciudad de la Inmaculada en 1927. Tras cien años de vida (aunque con ciertas interrupciones, ya que el régimen comunista en Polonia prohibió su edición durante muchos años), la edición polaca sigue gozando de buena salud. El propio San Maximiliano viajó a Japón en 1930 para emprender en Nagasaki la edición japonesa del Caballero, el Seibo-no-Kishi, que sigue editándose. Actualmente, siguen editándose diferentes revistas con el mismo nombre en distintas lenguas. En español, hemos lanzado últimamente una edición digital conjunta, liderada por la M.I. de Costa Rica, del Caballero de la Inmaculada, siempre gratuita.
La celebración del centenario del Caballero tuvo un momento central el pasado 8 de enero en Niepokalanów, cerca de Varsovia, con el lanzamiento de un número conmemorativo especial y dos ponencias sobre la historia y la evolución de la revista. Aquel día, el Arzobispo de Cracovia ofició una misa especial solemne en la Basílica de Niepokalanów y, por la tarde, pudimos rezar el Santo Rosario con todos los miembros de la M.I. desde la nueva redacción de la revista en Niepokalanów.
El pasado 10 de octubre conmemoramos el 40 aniversario de la canonización de San Maximiliano, como mártir de la caridad (fue beatificado por el Papa San Pablo VI como confesor de la fe). Para recordarlo, tuvimos una celebración especial en la Sede Internacional de la Milicia en Roma y recibimos el saludo del Papa Francisco en el Ángelus el 16 de octubre.
¿Quiénes pueden pertenecer a la Milicia de la Inmaculada y qué compromiso se pide a los miembros?
Pueden ser miembros de la M.I. los bautizados en la Iglesia Católica. Es esencial para pertenecer a la M.I. la completa consagración de uno mismo a la Inmaculada: cuerpo y alma, capacidades humanas y bienes espirituales.
Los miembros de la M.I. o consagrados a la Inmaculada (conocidos en algunos países como «mílites» o «caballeros de la Inmaculada») son mayoritariamente laicos católicos de ambos sexos, de todas las edades, pero también forman parte de la Asociación religiosos y religiosas de distintas congregaciones, así como sacerdotes seculares. Como ya he respondido antes, en el cumplimiento del fin de la Asociación, los miembros de la M.I. pueden servirse de todo tipo de medios, si bien, en primer lugar, aplican los medios sobrenaturales: la oración, el sacrificio, el ejemplo de vida, al estilo del propio San Maximiliano.
Es posible la inscripción a la M.I., después de una adecuada preparación, pronunciando la persona interesada el acto de consagración a la Inmaculada, seguido de la imposición de la medalla milagrosa, como signo de dicha consagración y pertenencia a la Inmaculada. La consagración en sí se puede pronunciar públicamente, por ejemplo, o bien ante el confesor. La inscripción se realiza siguiendo las modalidades del lugar. En todo caso, la consagración no es un punto final, sino un inicio de un camino admirable al servicio de la Iglesia y de la Madre Inmaculada que nos guía “para conquistar el mundo para el Corazón de Jesús”. Dado que la pertenencia a la Milicia supone entrar a formar parte de un “ejército” de almas pequeñas comprometidas en la causa de la Inmaculada, es importante sentirse parte de una familia de hijos de la Iglesia que comparte unos mismos ideales y procurar seguir, según la disponibilidad de cada cual y en la libertad de los hijos de Dios, las orientaciones prácticas dadas por los órganos de gobierno de la asociación.
A su vez, según las indicaciones del Padre Kolbe, en la M.I., la consagración a María puede vivirse de manera total e incondicionada:
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De forma individual y espontáneamente, de acuerdo con el programa original redactado por el mismo fundador: “1 – Total consagración de uno mismo a la Bienaventurada Virgen María Inmaculada, poniéndose como instrumento en sus manos inmaculadas. 2 – Llevar la Medalla Milagrosa” (EK 21). Es la llamada “M.I./1”.
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De forma asociativa, formando grupos para alcanzar juntos los fines formativos y apostólicos de la Asociación. Es la “M.I./2”.
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En organismos legítimamente autónomos del gobierno de la Asociación, dedicados de forma exclusiva a la causa de la M.I. Es la “M.I./3”.
En todo caso, todo miembro de la M.I. renueva cada día su consagración a la Inmaculada y recita la jaculatoria: “Oh, María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti y por cuantos a ti no recurren, en particular por los alejados de la Iglesia y los enemigos de la Iglesia, así como por cuantos te son encomendados”, unida a las intenciones propuestas mensualmente por el Centro Internacional.
Hay también un acento especial relativo a la formación de los mílites. Se invita a los miembros de la M.I. a ocuparse de su formación espiritual y apostólica siguiendo el fin de la Asociación. Por su parte, los miembros de la M. I. alimentan su formación personal y de grupo bebiendo en la fuente de la riqueza de los escritos y de la vida de San Maximiliano, del magisterio de la Iglesia y de las varias iniciativas propuestas por la asociación. En atención al camino de la Iglesia, la M.I. promueve iniciativas a nivel nacional e internacional para la formación y preparación de los mílites, con el fin de apoyarles en su empeño de transmitir el ideal de la M.I. hoy, de forma adecuada, a las diferentes categorías de personas y a las diversas culturas.
Por consiguiente, los miembros de la M.I. hacen suya la misión de la Iglesia: “llevar el Evangelio de Cristo como fuente de esperanza para el hombre y de renovación para la sociedad” (ChL 29). Lo específico de la M.I. consiste en vivir la misión en manos de María y siguiendo su ejemplo. De hecho, es Ella la primera que acogió a Cristo en su seno, lo llevó a casa de Isabel, lo dio al mundo, lo mostró a los Reyes Magos, lo indicó en Caná como Palabra de verdad y de vida, recibió de Él, a los pies de la Cruz, la misión de ser madre, lo testimonió en el Cenáculo con la primera comunidad nacida de la Pascua. Tres son los ámbitos propios de misión de los miembros de la Asociación: uno mismo, el ambiente, el mundo.
De hecho, quien decide formar parte de la M.I.: 1. inicia su misión con la conversión y santificación personal: la evangelización de uno mismo, es el punto constante de partida de la misión; 2. entrevé en la familia, en los vecinos, en el ámbito del trabajo y del tiempo libre, el terreno providencial para evangelizar con el testimonio de la caridad, de la palabra en el momento oportuno, en el respeto de la libertad del otro; 3. alarga su misión hasta abrazar a cada hombre y al mundo entero. Los miembros de la M.I., viven la misión, en primer lugar, con el testimonio de sus actividades ordinarias y en los diversos sectores de la actividad social en los que se encuentran, llenando de espíritu evangélico todas las realidades humanas (cfr. EK 92). En cada ambiente en el que viven y trabajan, son llamados a promover la tutela de la vida desde la concepción hasta la muerte natural, a ponerse al servicio de la dignidad integral de la persona, a encarnar los valores de fraternidad, de justicia y de solidaridad. A ser testigos de la caridad extrema, hasta la dar la vida, como San Maximiliano en Auschwitz.
Todos los miembros de la M.I. son conscientes de que son siempre y en todas partes misioneros, porque lo son en la medida en la que viven la unión con Cristo Redentor, siguiendo el ejemplo de María. Al reconocer que el verdadero misionero es el santo, ponen en primer lugar los medios evangélicos de la oración, del sacrificio, del ejemplo de vida (cfr. RM 90). Además, difunden sin complejos la Medalla Milagrosa, tan intensamente recomendada por el padre Kolbe, como signo de la atención materna de María hacia cada persona.
Vemos que el programa que ofrece la Milicia es ambicioso, pero ¿cuál es su esencia?
Sí, perdóneme la exposición anterior, quizás demasiado formal, pero fundamentalmente se trata de “enamorarse” cada vez más de nuestra Madre Inmaculada y pregonar con entusiasmo este amor por el mundo, para que todos puedan conocer, gozar y difundir de ese amor a María y, por Ella, a su Hijo, al Padre y al Espíritu Santo. No hay contradicción entre la mariología kolbiana y el cristocentrismo de todo cristiano, puesto que «donde Ella toma posesión, allí seguramente se afirmará también el Reino del Sagrado Corazón de Jesús» (EK 90).
Parafraseando al venerable arzobispo Fulton Sheen, sería trágico que un vendedor no se creyera la bondad de su producto o que un soldado no estuviera encendido con su causa. Lo mismo sucede a un cristiano y, especialmente a un mílite, con la misión a la que está llamado y a la que debe responder con pasión. Esto implica una lucha sin cuartel –una milicia- contra los enemigos de la Iglesia, en especial, contra nuestro “ego” (en este sentido, aquí en la Tierra todos formamos parte de la Iglesia “militante”), la conversión incesante. Como ya he indicado, ese amor a la Inmaculada debe inspirar nuestro celo apostólico y estimular también las acciones más audaces, pero la Milicia en sí -salvo la difusión de la Medalla Milagrosa- no tiene un cometido específico, por lo que dispone de una gran elasticidad para obrar, utilizando todos los medios legítimos que tenga al alcance. Es verdad que históricamente ha habido un cierto carisma o vocación hacia los medios de comunicación, según el mismo ejemplo del Padre Kolbe, por su incidencia a la hora de hacer llegar la voz y el amor maternal a cuantos más mejor. Pero, por ejemplo, en Polonia un grupo local de la Milicia ha abierto una guardería para niños, en Estados Unidos funcionan los “Kolbe ministries” dedicados a la pastoral con presos. Uno de los apostolados más bonitos son los “Caballeros al pie de la Cruz”, destinado especialmente a los enfermos, quienes ofrecen su sufrimiento por la causa de la Inmaculada…
La intención de la primera misa de San Maximiliano en Roma el 29 de abril de 1918 fue pro amore, usque ad victimam – que profesó hasta el holocausto final en Auschwitz. En el don absoluto de sí, en el abrazo a la Cruz junto a María, cada día, sostenido por la oración, radica el secreto del apostolado y del celo por las almas, para mostrarles el fin de sus vidas: el Cielo. Como señaló el Papa San Juan Pablo II en la homilía de la canonización del santo franciscano: “la fe y las obras de toda la vida del padre Maximiliano indican que entendía su colaboración con la gracia como una milicia bajo el signo de la Inmaculada Concepción”.
Por Javier Navascués
1 comentario
En éstos tiempos de MINIMALISMO MARIANO, hace mucho bien leer algo tan bueno, profundo y fiel.
Muchas gracias.
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