P. Rafael Jiménez: "Peregrinar a Covadonga fue el germen de algo grande y crucial en estos tiempos"
El P. Rafael Jiménez O.P. fue el otro dominico presente en la peregrinación. Analiza el sentido más profundo que tiene peregrinar como metáfora de nuestro caminar hacia el Cielo y de lo que puede suponer la peregrinación Nuestra Señora de la Cristiandad a Covadonga en aras a mantener viva la llama de la Tradición y ser un primer impulso para la reconquista espiritual de España.
Peregrinar es ciertamente una metáfora de la vida, pues nuestra patria verdadera es el Cielo, aunque digan que el que mucho peregrina poco se santifica…¿Por qué esto es así?
Como analogía creo que es bien adecuada. El peregrinaje supone un punto de inicio y uno de retorno; la dificultad del viaje; y la razón del movimiento. En todo ello se balancea tanto el valor de la vida humana, como su estructura esencial, basada en la red de relaciones de quienes se encuentran en el mismo estado de viador (homo viator). Sin embargo, la metáfora, tomada en amplitud de los términos, podría llevar fácilmente a considerar la vida como un movimiento sin sentido fijo y sin claridad en el origen ni en la meta, es decir, considerar la vida solo desde el punto de vista de quien “va”, y del de aquel que “vuelve”. Me explicaré.
Bien podríamos dividir a los seres humanos en dos grupos: aquellos que se asumen a sí mismos desde las coordenadas de su origen; y aquellos que lo hacen desde el fin al que se disponen. Los primeros se asientan en convicciones recibidas y operadas por una tradición en la que se encuentran, la mayoría de las veces, acríticamente; los segundos lo hacen en la esperanza trascendente de un significado más certero de su existencia, la mayoría de las veces, tiznado de cierto romanticismo idealista. Aquellos cifran la cumbre de su esfuerzo vital en la reflexión sobre lo que aparece en el tránsito de sus vidas, y estos conforman los acontecimientos al marco ideal de su pretensión última. Por lo que dice el principio metafísico: unusquisque operans sumit regulam operis sui a fine, bien parece que son estos últimos los que gozan de mayor grado de realismo en sus pretensiones, en tanto que toman la causa final como “eficiente de la eficiente”, según el decir Aquinate. No obstante, tanto unos como otros, tomados en sus extremos, manifiestan la parcialidad de un desequilibrio en la potencia creativa del fenómeno humano. La solución, como es habitual, se encuentra en el justo medio, en la conjunción de ambas dimensiones, es decir, en la amalgama estructural del orden onto-teológico que manifiesta el movimiento de ida y retorno, exitus-redditus, desde Dios y hacia Dios. Dios como origen y Dios como meta, siempre preservando la virtualidad de ambas perspectivas.
Dios tomado como origen es noción estable y constatable en el universo semántico de una tradición adquirida (y asumida), tradición que, por supuesto, requiere el empeño tanto del intelecto como de la voluntad humanas para su hechura. Dios como meta es, sin embargo, noción extensiva y evolutiva, capacitada de resignificación homogénea (no transformativa). Es, en el concurso de ambas nociones, en esa, como diría el Cusano, “circularidad lineal” del peregrinar humano, donde se encuentra el contenido fundamental y la razón de la vida natural y sobrenatural del hombre.
Muchas peregrinaciones son fuentes abundantes de gracias como esta de Covadonga. ¿Por qué decidió venir?
La primera noticia que tuve de la misma me vino de un amigo que la presentó en estos términos: “van a hacer en España una peregrinación tradicionalista”. Dado que no sabía de la existencia de peregrinaciones similares sino por comentarios vagos de lo que sucedía en Francia o en Argentina, me pareció, cuanto menos, sorprendente y hasta atrevida. No obstante, me animé enseguida a participar en el acompañamiento espiritual de aquellos fieles que encuentran un legítimo y sano reclamo a la conversión del alma, en la liturgia tradicional de la Iglesia Romana. Esa fue quizá una de las gracias que pude recibir en la peregrinación, el conocimiento cierto de las motivaciones que muchos peregrinos albergan a la hora de cultivar el amor hacia las formas rituales, y las expresiones teológicas, de la tradición antedicha. A pesar del ambiente creado en torno a la publicación del Motu Proprio Traditiones Custodes, aquellos peregrinos lo vivieron todo con el auténtico Evangelii gaudium que, como recuerda el Santo Padre, se abre paso siempre ante cualquier adversidad: La alegría del Evangelio es esa que nada ni nadie nos podrá quitar (cf. Jn 16,22). Los males de nuestro mundo —y los de la Iglesia— no deberían ser excusas para reducir nuestra entrega y nuestro fervor. Mirémoslos como desafíos para crecer. Además, la mirada creyente es capaz de reconocer la luz que siempre derrama el Espíritu Santo en medio de la oscuridad, sin olvidar que «donde abundó el pecado sobreabundó la gracia» (Rm 5,20)(EG n.84).
Esta peregrinación tiene un fuerte carácter simbólico, por muchos motivos y por las circunstancias actuales.
Más que simbólico, que lo es sin duda, este acontecimiento, es decir, la idea de revolver los cimientos de la fe personal a través del “retorno” a la fuente de esa misma fe, la figura de María en el origen geográfico de España, es, sobre todo, significativo, tanto para las personas que han participado, y que sin duda lo seguirán haciendo, como para el resto de la sociedad en la que se insertan. Esta peregrinación creo que ha supuesto un punto de inflexión a la hora de valorar lo que supone para la Iglesia el valor intrahistórico de su tradición en la configuración, no solo de la identidad sociocultural y política de los pueblos, naciones o estados con los que convive, sino, sobre todo, en la configuración del horizonte expansivo del fenómeno humano (lo que el P. Chavarri, O.P. llamaría la “antropósfera”), iluminado hacia la trascendencia valorativa que aporta el concepto sacramental del Dios-hombre y del hombre-capax Dei. Dicho de modo más simple, la peregrinación a Covadonga hace reconocer a una juventud que ha escogido el camino de las grandes ideas, y que, por ello mismo, puede ser fuente de esperanza para un futuro prometedor en cualesquiera de las dimensiones en las que se desarrolla la historia del hombre.
Dios ha demostrado en la historia que las grandes cosas, pueden nacer en encuentros sencillos, que a los ojos del mundo no tienen ninguna trascendencia. ¿Podría ser el caso de esta peregrinación?
Como ya he dicho, creo sinceramente que esta peregrinación es el germen de algo grande, por lo que de crucial tiene para el tiempo actual, esto es, que puede ser el germen de la superación de una cierta “esquizofrenia” que lastra al mundo occidental desde el albor de la modernidad (idea central de la crítica de U. v. Balthassar a la misma). Es cierto que el número, la cantidad y la medida son categorías que modifican la existencia de ciertas realidades y supone su equilibrio, o bien el acierto de dicha existencia, o bien el horror de la fealdad (según el concepto albertista). Sin embargo, cuando se trata de la acción de la Gracia, tales categorías suelen operar de forma diversa, pues el número se volatiliza en lo infinito, la cantidad en lo absoluto, y la medida en lo eterno. Por ello, si lo miramos con los ojos de la fe, lo que ha empezado sin el numero o la magnitud suficiente como para ser significativo en el mundo natural, bien lo puede ser, y de hecho suele pasar así, en el mundo sobrenatural de la Gracia, que es, en definitiva, el que nos interesa en ultima instancia.
En una peregrinación hay tiempo para rezar, para cantar, para hablar, para reír…y también para pensar en Dios. ¿Ha tenido ocasión de reflexionar, de intimar con el Señor estos días?¿Ha percibido en los peregrinos hambre y sed de Dios?
Bastante. Sobretodo de el modo que más se adecúa a mi gusto y a mi estado de vida. Como dominico no me queda otra que imitar a Santo Domingo, quien solo hablaba con Dios o de Dios, y por ello, la más de las veces el éxito de mis “pesquisas” piadosas, por decirlo de modo jocoso, suele variar en función de cuanto he podido hablar de Dios y con Él. La peregrinación ha sido una constante de predicación bidireccional, pues si bien es cierto que no he parado de debatir y discutir, a veces por el arrogante placer de pronunciar un alto discurso que supera con creces lo que yo pueda llegar a entender (mea culpa) desde el dogma más elevado, hasta el pormenor más ínfimo del rito, también he podido recibir la enseñanza vivida de las muchas personas con las que he compartido un rato de amena conversación o el rezo cotidiano del rosario. No deja de sorprenderme cuanto puede aportar el laico luchador en medio del mundo, cuando es capaz de centrarse precisamente en la faena que se le presenta como tal. Y en la peregrinación había muchos de estos.
A esto ayuda contemplar las maravillas de la creación y sobretodo el silencio.
El silencio de uno mismo, de su miseria y de su imperfección. El silencio de la creación es más bien un sonoro concierto de viento metal que ha cada movimiento y segundo de existencia proclama vibrante la majestuosidad de la forma primordial de toda Belleza. Reflexionaba estos días de peregrinaje por el principado, lo mucho que preocupa en los actuales círculos académicos eclesiales la cuestión ecológica y el sostenimiento de la simbiosis necesaria entre el ser humano y el resto de la creación. Y no es que haya podido dar una solución ni tan siquiera remota a la cuestión, pero sí puedo decir que la necesaria convivencia del ser humano con el orden creado pasa irremediablemente por contemplarlo y contemplarse a si mismo, como reflejos de la multiforme unidad del Dios creador. El mantenimiento de la diversidad como rito de alabanza de una Gracia que es tan inconmensurable que solo una infinidad de actos contingentes es capaz de hacer intuir su perfección. Contemplar las maravillas de la creación es sin duda un acto de adoración que conlleva el silencio de la “capacidad” humana qua humana, y que eleva el sonido vibrante de la criatura que es capaz de reconocerse en su creador.
El momento de la Santa Misa es un momento especial, trascendente y de valor infinito, pues se perpetúa el mismo sacrificio del Calvario…¿Cómo ha vivido el Santo sacrificio del altar estos días?
Cuando decidí venir a la peregrinación, sabiendo que se requería un cierto conocimiento de la celebración del rito romano tradicional, lo primero que hice fue advertir que yo no conocía la entonces “forma extraordinaria” del rito romano, sino que yo celebraba siguiendo el misal del rito propio de la Orden de Predicadores. No son muchas las ocasiones que un dominico puede tener de celebrar esa joya de su tradición, que fuera preservada de la extinción en la gran criba uniformadora del misal tridentino. Y debo de confesar que me sorprendió que muchos de los presentes manifestaran su sorpresa y su interés sincero por reconocer dicho patrimonio tan preciado para los dominicos. Por ello, el santo celebrar de la Eucaristía me ha resultado sosegante y a la vez altamente perturbador. No hace mucho que he sido ordenado sacerdote y en los comienzos de la sagrada actividad es muy común o darlo todo por entendido, o estar realmente perdido, tanto en lo practico de la rúbrica, como en lo invisible de la fe y la intención necesarias para el sacramento. Por ello, en esta peregrinación he podido experimentar el valor que tiene la seguridad de unas formas rituales que no dejan lugar a dudas sobre lo que ha de ser creído y sostenido para el éxito de un milagro inconmensurable. Por un lado, profundizar en formas rituales que encierran altas verdades de la scientia prima provoca perturbación en el animo al primario reconocimiento de lo inconmensurable, y por otro lado, el aval de los siglos de historia de las dichas formas y conceptos, sosiega en la creencia de que la Fe, más que virtud del privado esfuerzo, es constructora de un orden sincrónico que realmente hace al hombre alcanzar lo inalcanzable.
¿Qué frutos espirituales espera de la peregrinación?
Para mí solo querría la alegría y la ecuanimidad del trabajo apostólico y la predicación a pesar de las dificultades de mi propia debilidad y de la de mis hermanos de camino. Para quienes participaron, la alegría evangélica de saber que se crea una nueva oportunidad para el triunfo de Dios en lo más insignificante de la historia y el compromiso con la misma, que haga maravillar al pagano e idolatra frente al amor que se manifiesta en contra de su errada doctrina. Y para quienes participaren en el futuro, la conciencia de que jamás esta perdido un sacrificio a Dios, aun siendo remiso y, a veces, hasta inconsciente (aunque el P. Lagrange, O.P. diga que no).
Por Javier Navascués
2 comentarios
Gracias a todos los sacerdotes por haber estado presentes en la peregrinación ,habéis sido fundamentales.
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