Mª del Prado Fernández, comboniana: “Muchos quieren experiencia misional, pero pocos quedarse”
Una joven castellana, un día se armó de valor y se presentó en la delegación de misiones… ¡no fue nada fácil para mí dar ese paso! Y realmente no sabía bien lo que iba buscando… ser misionera, pero ¿qué era eso? No lo sabía. El sacerdote le acogió, y le preguntó “¿pero tú que buscas?”… y su respuesta fue “Yo quiero ser misionera para toda la vida” y subrayó que ella quería trabajar en África. En ese momento le parecía el continente más abandonado.
Según la Hna Mª del Prado Fernández, misionera comboniana, ha merecido y merece la pena seguir al Señor… es lo más grande que le ha podido pasar en la vida. Él no se deja ganar en generosidad y lo poquito que nosotros podemos ofrecer Él lo multiplica y lo hace más grande, más bonito…Si volviera a nacer volvería a elegir esta opción de vida, con Él… y si pudiera tener más vidas, las dedicaría todas a la misión, siempre con el Señor Jesús.
Háblenos un poco de usted y de cómo nace su vocación religiosa.
Me llamo María del Prado, Fernández Martín, soy de Ciudad Real y vengo de una familia sencilla. Mi vida era la de cualquier joven del momento: amistades, estudios, diversión…y grupo parroquial de jóvenes.
No sabría decir con exactitud cuando surgió en mí el deseo de la vocación religiosa, pero empecé a plantearme qué quería hacer con mi vida en el momento en el que estudiaba enfermería. Yo veía mi vida dedicada a los demás, pero ¿cómo?… No sé de dónde ni cómo surgió en mí la idea de ser misionera, pero sé que estaba ahí, en lo profundo de mi corazón y no me dejaba tranquila. Había en mí muchas dudas y una certeza: yo quería ser misionera para toda la vida. Y misionera, en mi cabeza, era anunciar a Jesús y “ayudar” a combatir la pobreza. Y así, con esa inseguridad y temor empecé a preguntar a un sacerdote que me orientó hacia la delegación de misiones de mi ciudad.
¿Por qué en la familia comboniana?
Un día me armé de valor y me presenté en la delegación de misiones… ¡no fue nada fácil para mí dar ese paso! Y realmente no sabía bien lo que iba buscando… ser misionera, pero ¿qué era eso? No lo sabía. El sacerdote me acogió, y me preguntó “¿pero tú que buscas?”… y mi respuesta fue “Yo quiero ser misionera para toda la vida” y subrayé que yo quería trabajar en África. En ese momento me parecía el continente más abandonado.
Fue él quien me puso en contacto con las misioneras combonianas y así las conocí. Ellas fueron las que me dieron otras direcciones de congregaciones misioneras para que pudiera elegir, pero a mí me había cautivado la sencillez con las que se presentaron a mí en ese primer encuentro en mi ciudad. Estuve en contacto con ellas durante un tiempo en el que me desplacé a Madrid en dos ocasiones para conocerlas y al final decidí irme con ellas.
Estando ya en la formación, en el noviciado, cayó en mi mano una revista de “Mundo Negro”, la revista de los misioneros combonianos y en su contraportada había una fotografía de una religiosa con un vestido blanco y unos botones rojos que estaba con un niño pequeño en Sudán… Ahí recordé como siendo muy pequeña (7-8 años) yo había visto esa fotografía, no sé dónde, y me había dicho a mí misma… “yo quiero ser misionera como ella”… Nunca lo había comentado con nadie y ¡ahora esa misma fotografía caía en mis manos!… me pareció un toque genial del Señor en mi vida, era como si me dijera…yo te escuché aquel día, y hoy estas aquí! Él me había conducido, sin que yo lo supiera, hasta esa opción misionera y misionera comboniana.
¿Qué es lo más le atrajo de su fundador?
Lo primero que me atrajo de Daniel Comboni fue que él dedicó toda su vida y sus esfuerzos al continente africano, y en concreto en Sudán, cuando aún se vivían allí situaciones tales como el comercio de esclavos y cuando la mentalidad de ese momento decía que el africano no tenía alma. La idea de Comboni de “Salvar África con África”, que fue también su método misionero, me parecieron muy actuales y muy potentes… en el fondo es Evangelio, creer en las personas, apoyarlas…
¿Le costó mucho dar el paso?
Son pasos en la vida muy decisivos porque suponen un cambio radical en tu estilo de vida, la percepción de la misma, las amistades que vas a crear, etc. Pero había “algo” en mí que me decía “Confía”, “Soy Yo”. El Señor Jesús estaba detrás de una opción tan radical y cuando Él te propone seguirle no puedes decir que no… te enamora de tal modo que es imposible negarse…
Cuesta, porque somos humanos, y en el momento en el que yo me marché las comunicaciones no eran fluidas como ahora… no había teléfono, el correo llegaba cada tres o cuatro meses… dejar mi familia fue muy difícil… pero la opción por Dios superaba todas esas dificultades…Y además era (y es) una opción hecha con mucha disponibilidad y generosidad, pero también con mucha alegría. La opción por Dios nunca es triste.
Háblenos de sus principales destinos y del balance que hace de su estancia allí…
Llegué a la República Centroafricana, a Bangui, con 26 años. Estuve 6 meses estudiando la lengua, el sango, y estudiando la cultura… Y un día la superiora provincial me preguntó a bocajarro si quería ir al Chad porque las comunidades allí estaban muy pobres de personal. Acababa de terminar la guerra y la situación era muy difícil. Le pedí tiempo para reflexionar si yo podía ser capaz y poder dar mi respuesta. Al final dije que sí. En el Chad he estado 14 años, en dos periodos. Entre uno y otro estudié teología en España. Al término de estos 14 años me destinaron a Italia donde trabajé con las hermanas mayores de mi congregación durante 3 años y después me destinaron a la República Democrática del Congo donde he estado 6 años…
Es difícil resumir tanto tiempo en dos líneas, pero yo llevo en mí el sentimiento de gratitud… hacia el Señor que siempre me ha acompañado, me ha llevado, ha confiado en mí… y gratitud hacia las personas que he ido encontrando en mi camino, que me han abierto sus corazones, sus casas, que me han explicado su cultura y me han introducido a ella…
Otro sentimiento profundo es el de la alegría… el continente africano te infunde vitalidad, energía, alegría de vivir, positividad… te enseña valores como el compartir, la acogida, la escucha… y todo eso crea en mí ese sentimiento de que vale la pena ser misionera, de que la vida con el Señor, por Él y para Él, es lo más grande que me ha podido suceder. Tengo la sensación de ser una privilegiada por haber podido vivir tantas experiencias y con tantas personas… y sobre todo por haber podido crear tantas amistades que aún hoy perduran.
¿Cuáles son las principales anécdotas que recuerda?
Podría contar muchas anécdotas, unas más divertidas, y otras más duras… pero seguramente son las más banales las que hacen que te sorprendas de ti misma, de tus reacciones y hacen que te rías de ti misma… el susto que me dio un camaleón camuflado en la gruta de la Virgen al lado de casa, el miedo a las tormentas, el no saber comer con las manos como ellos lo hacen, no saber pronunciar las palabras y generar confusión en quien me escuchaba…
Las más duras tienen que ver seguramente con la inseguridad que se vive en ciertos sitios, con el hecho de ser mujer… pero recuerdo una que me impactó mucho porque ocurrió al poco tiempo de mi llegada al Chad.
Me llamaron del dispensario protestante porque había nacido un niño con problemas y querían ver si lo podíamos llevar a algún hospital en la zona, a más de 50 kms. Cuando llegué al dispensario me encontré una mamá que sostenía un recién nacido que no tenía pared intestinal por una malformación; es decir todo el intestino recubierto por el peritoneo estaba expuesto, no había posibilidad de salvar un bebé así… Tener que decirle a la mamá que su bebé no tenía esperanza de vida y que no había posibilidad para operarlo, fue muy duro…
¿Ha merecido la pena la entrega al Señor? ¿Ha recibido el ciento por
uno?
Ha merecido y merece la pena seguir al Señor… es lo más grande que me ha podido pasar en la vida. Él no se deja ganar en generosidad y lo poquito que nosotros podemos ofrecer Él lo multiplica y lo hace más grande, más bonito…Si volviera a nacer volvería a elegir esta opción de vida, con Él… y si pudiera tener más vidas, las dedicaría todas a la misión, siempre con el Señor Jesús.
Una cuando va a esos países llenos de peligros necesita un completo
abandono en Dios sabiendo que muchas de las seguridades que tenemos en
Europa desaparecen…. ¿No es así?
No podemos comparar lo que vivimos aquí y lo que podemos vivir en otros países, o lo que yo he vivido en el Chad y Congo… comparar equivaldría a “salir perdiendo” con lo que tenemos allí.
Ciertamente no tenemos las comodidades que nos ofrece la vida aquí en Europa, pero el Señor provee y nunca nos falta lo necesario. La Providencia de Dios es una realidad, existe… y allí en esas realidades la tocamos con mano. Ese estilo de vida hace también que sepas vivir con lo indispensable, sin reclamar demasiadas cosas, te ayuda también a llegar a lo esencial de la vida, de las persona… por eso esa confianza en Dios es un reto para los misioneros… confiar en Dios es indispensable para aprender y para avanzar en la vida misionera.
Según tengo entendido ustedes se centran mucho en la promoción de la
mujer, háblenos de la importancia de esta labor en la Iglesia…
En general, en todos los sitios en los que estamos, damos una preferencia al trabajo con la mujer… eso no impide que estemos también implicadas en otros tantos compromisos y con todo tipo de personas.
¿Por qué trabajar con la mujer?… porque ellas siguen siendo un colectivo “marginado” un colectivo de “periferia”… con poca formación, analfabetas, con costumbres que les impiden desarrollarse más como personas… Y nosotras al ser mujeres podemos entender mejor la problemática que ellas viven.
En estos ambientes, sobre todo en las zonas rurales, todavía existe la costumbre de que una mujer no puede hablar delante de los hombres, y menos aún delante de su marido… Crear momentos de reflexión con las mujeres no es crear guetos, sino darles la oportunidad de que se puedan expresar libremente y de que digan lo que piensan y sienten. El cambio se inicia siempre cuando se posibilita la reflexión, cuando tomas conciencia de la realidad que vives.
La Iglesia a través de nosotras las mujeres, tanto religiosas como laicas, está haciendo un gran bien a las mujeres en general. Y no lo digo únicamente por las estructuras creadas mirando su bienestar, sino porque ellas nos sienten como aquellas en las que pueden confiar, las “madres” con las que pueden llorar o reír, a quienes contar sus historias, sus problemas… y eso, solamente eso, es un paso muy importante para evangelizar, para que descubran quien está detrás de estas mujeres misioneras que han dejado todo por estar allí a su lado.
Hoy en día el tema de las vocaciones es difícil porque al joven de hoy
le cuesta más entregarse por completo, aunque tenga inquietud misionera.
Sí, es verdad, estamos asistiendo a una disminución muy grande de vocaciones… las causas solamente las sabe el Señor. Pero desde mi punto de vista y mirando a mi alrededor tengo la impresión de que tenemos tantas cosas, nuestro nivel de bienestar es tan alto que no entendemos “el malestar” de otros. Queremos ser solidarios, porque eso está de actualidad, pero en momentos puntuales, para luego volver a mi rutina y que no me falta nada… Quizás en el fondo de todo esto creo que nos falta una verdadera espiritualidad. Es decir, la experiencia profunda con el Señor es la que motiva todo y la que hace que cuestiones tu estilo de vida y tus opciones. No sé yo si las comunidades eclesiales están ofreciendo a los jóvenes verdaderos espacios de encuentro profundo, vital, con el Señor Jesús, o si ofrecen simplemente un “consumismo de experiencias” que se hacen, una detrás de otra… y cuantas más acumulemos mejor, pero al final no hay una opción radical.
Y más para ser misionera comboniana, que hay que estar disponible para
ir a cualquier país del mundo…
Nosotras como misioneras combonianas tenemos un estilo de vida “particular”, que podría resumir en la interculturalidad; es decir optamos por dejar nuestros países para ir al encuentro de otras culturas. Somos “itinerantes por excelencia… es decir, estamos siempre en movimiento, yendo donde otros no van. No esperamos en la parroquia a que vengan las personas, sino que salimos al encuentro de la gente. Y esa itinerancia no es sólo geográfica, sino también cultural, social, religiosa… Una de nuestras señas de identidad es ir allí donde nadie quiere ir… Cuando estamos un tiempo en una misión y cuando la comunidad eclesial está organizada, nuestro estilo de vida es pasar esa misión a la iglesia local e ir a otros sitios de frontera donde nadie va.
Es importante decir también que esa disponibilidad la asumimos porque somos mujeres consagradas, y esa consagración al Señor para la misión es la que hace que estemos siempre en la búsqueda de lo que Él quiere para nosotras y para la misión.
¿Cómo se les puede conocer y qué tipo de ayuda necesitan?
Las misioneras combonianas estamos en tres ciudades en España: Granada, Zaragoza y Madrid. Es fácil acceder a nosotras a través de las redes sociales, o bien preguntando en la parroquia, porque generalmente los sacerdotes nos suelen conocer.
Las ayudas económicas que la gente nos ofrece van a los proyectos que tenemos en la misión, a veces muy sencillos. Pero quizás la mayor ayuda que nosotras pedimos es la de la amistad y la de la oración compartida. Necesitamos saber que hay tanta gente buena que nos quiere, que nos apoya, que nos sostiene con su oración y su sacrificio. Eso nos motiva para dar lo mejor de nosotras mismas y para seguir siendo fieles a esta maravillosa vocación que el Señor nos ha regalado.
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Por Javier Navascués
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