José María Alsina afirma que la invasión del Estado es contra la naturaleza de la educación
José María Alsina es padre y abuelo con 8 hijos y 25 nietos. Profesor titular de Filosofía Política de la Universidad de Barcelona durante 40 años y rector honorario de la Universidad Abat Oliba CEU de Barcelona. Actualmente imparte cursos en el Instituto Santo Tomás de la Institución Balmesiana de Barcelona, es Presidente nacional de Schola Cordis Iesu y redactor de la revista Cristiandad.
A usted como profesor, como padre y ahora ya como abuelo, ¿por qué le preocupa tanto actualmente el problema de la educación en España?
La educación es un tema importantísimo porque de ella depende la vida de muchas personas, Una educación deficiente o mal orientada puede ser causa de frustraciones, de fracasos y en general de poder llevar a cabo una vida con sentido y feliz. Cuando esta situación educativa caracteriza a toda una sociedad la consecuencia será una juventud desorientada y disponible para ser arrastrada por cualquier moda, ideología política o circunstancia mediática. Hay que tener siempre presente que sin una verdadera educación el ser humano no llegará a ser aquello que le corresponde, es decir a desarrollar plenamente su humanidad. Una educación desorientada o peor contraria a las exigencias de la naturaleza humana puede dar lugar a personas psicológicamente débiles con carencias graves desde un punto de vista moral y espiritual.
¿Hasta qué punto es grave que el Estado intervenga ideológicamente de forma tan invasiva en la educación de nuestros hijos?
Para poder responder a esta situación habría que plantear las causas por las que hemos llegado a esta situación. La educación depende fundamentalmente de la familia porque requiere una relación personal, en la que el educando y el educador se conocen profundamente estableciendo una relación de profunda amistad y esto solo ocurre en la familia de una manera plena. Por otro lado la tarea educativa hay que entenderla como aquello que corresponde a los que han transmitido la vida humana.
Toda vida humana desde sus etapas iniciales exige además del cuidado y satisfacción de las necesidades materiales las ayudas y atenciones espirituales y psicológicas adecuadas a cada edad y esta tarea solo se puede realizar de una manera totalmente satisfactoria en el seno de la familia. Es tal riqueza humana de la institución familiar, que cuando está bien constituida, es tal la variedad de situaciones y de relaciones que se van a desarrollar en la vida cotidiana que constituye una verdadera escuela de vida personal y social.
Cuando el niño llega a cierta edad tendrá que desarrollar ciertas dimensiones humanas y adquirir progresivamente determinados conocimientos y para ello será necesaria la escuela, ella constituye la instancia social educadora del niño. Es una prolongación de la tarea educativa realizada en el seno de la familia y por ello la escuela tiene que estar en perfecta continuidad con la educación anteriormente recibida. De todo ello se concluye que el Estado no tiene ningún título para educar, es algo que no le corresponde, en todo caso velará para que los niños reciban la educación debida, pero no es incumbencia suya realizar la tarea educadora. La invasión del Estado es una invasión contra la naturaleza de la educación. El Estado lo que hace es dar una formación ideológica de acuerdo con las exigencias políticas del gobierno de turno para asegurar un mayor control conductual de la población. Por tanto las causa de esta actual invasión que sufrimos en España es fruto de carencias familiares y escolares.
Y más cuando en los programas educativos se fomentan prácticas aberrantes como la ideología de género, el sexo a temprana edad etc…
Así es, porque la educación no es conformar desde fuera a un niño, a partir de determinados principios, sino ayudar eficazmente a que el niño crezca según lo que el niño es, según lo que es propio de su naturaleza humana. Cuando nosotros queremos realizar una educación contraria a lo natural, lo que hacemos es formar seres deformes, espiritualmente, psicológicamente y culturalmente. Este tipo de educación supone una agresión a la naturaleza del niño y tiene que utilizar, o bien violencia, lo cual no sería admisible, o lo que es mucho peor tácticas manipuladoras, que permitan presentar de un modo amable y atractivo lo que es fundamentalmente agresivo y destructor. El resultado es la ruina de la vida de estos niños.
¿Estamos ya asistiendo a la imposición del marxismo cultural en la enseñanza al más puro estilo de las peores dictaduras?
Hoy en día el marxismo tiene unas características nuevas, porque lo propio de esta ideología utópica fue prometer la realización de una sociedad ideal en la que sus miembros llegarían a una plenitud humana de felicidad en la que se conseguiría satisfacer todas sus necesidades. Esto en nuestros días ha desaparecido porque se han desvanecido la utopías ante el fracaso de sus realizaciones. No obstante el fruto de este marxismo cultural es la actitud nihilista que nos rodea, muy presente en las generaciones jóvenes como consecuencia de la educación recibida, lo cual es aún más grave. Es una educación que consiste en negar cualquier norma, o principio de autoridad viéndolo como un atentado contra nuestra libertad, se pierde la noción de bien y por tanto la posibilidad de dar sentido a la vida, se proclama el triunfo de la autonomía personal pero se convierte a los jóvenes en objeto manipulador de cualquier instancia social ideológica, política o económica.
¿Hasta qué punto es un gran peligro para una civilización que se proponga como algo normal e incluso bueno aquello que va contra la ley natural?
Vuelvo a insistir en que la educación tiene que ser una ayuda para que el niño desee aquello que es bueno, verdadero y bello. Todo ello no es fruto de la opinión del profesor ni de la voluntad del niño, es fruto de descubrir la realidad de las cosas y de las personas. Desde la fe comprendemos que esto es así porque es Dios quien las ha creado para el bien del hombre. Para que el niño descubra todo esto hay que ayudarle y esta tarea tan importante que es un gran bien para el niño y para toda la sociedad. Si al bien le llamamos mal, si a la fealdad le llamamos belleza, si no hay distinción entre la verdad y el error, no solo significará el desconcierto vital del niño sino que además hace imposible la vida social. Esto tiene consecuencias tanto en el ámbito religioso como en el económico y cultural.
El llamado pin parental muchos opinan que es un parche para salir del paso, pero no va a la raíz del problema…¿Cuáles son las soluciones reales?
Como dije la educación es cosa de la familia fundamentalmente y la escuela tiene sentido si es la prolongación de la familia. Cuando esto no es así, los padres tienen que reaccionar. La educación familiar es hoy más relevante y necesaria que nunca. Aquello que se enseña al niño en sus primeros años de vida penetra profundamente en su personalidad. Los siete primeros años de la vida de cualquier persona son definitivos, influyen profundamente. Si el niño ha vivido una vida familiar adecuada, en la que se le ha enseñado lo que hay que enseñarle y ha vivido con el amor de sus padres, tiene muchas posibilidades de superar las dificultades que después encontrará en la escuela y en la vida profesional. Por esto es de tan graves consecuencias la situación de profunda crisis familiar que atravesamos.
El Estado ha causado graves daños, con el modo que ha ido regulando la educación, pero más daño ha hecho aun intentando destruir la familia. Cuando la familia ya no se sabe lo que es, cuando ya no es la relación permanente entre un hombre y una mujer, en cuyo seno se transmitirá la vida, cuando un niño no tiene la experiencia requerida para poder crecer de sentirse querido por su papá, por su mamá, de tener hermanos con los cuáles convivir, de recibir la experiencia de la vida de sus abuelos, se encuentra como desvalido ante la dificultades que se irán presentando a lo largo de su existencia. Esta experiencia familiar es única e insustituible. Cuando esta realidad forma parte de la primera experiencia de la vida del niño, irá bien preparado a la escuela.
El problema que tenemos hoy es que los niños llegan a la escuela sin esta preparación. ¿Qué consejos da a los padres a modo de conclusión?
Lo primero que hay que hacer es reforzar la vida familiar, que los niños vayan preparados para afrontar las dificultades que se van a encontrar en cuanto a su educación en la escuela. Los padres tienen que ser conscientes, que lo que no hagan ellos no lo hará nadie. Para los padres esta es la tarea que Dios les ha encomendado más importante de su vida, educar a los que han traído al mundo, tarea difícil, exigente, sacrificada pero gozosa como ninguna otra, requiere generosidad, buenos criterios, amor entre los esposos y confianza en Dios.
Lo segundo, dadas las dificultades que se dan en la actualidad con las últimas leyes educativas para crear nuevos colegios, las familias, los movimientos de Iglesia, las parroquias, y en general de todas las instituciones de la Iglesia y de la familia tendrían que crear ámbitos, en los que niños reciban aquello que no reciben en la escuela actual. Pueden ser clubs, actividades extraescolares, centros excursionistas etc. no solo para que encuentren un ambiente adecuado desde un punto de vista moral y religioso, sino que además sea realmente formativo de su carácter y de su inteligencia. Tienen que conseguir suplir lo que no se recibe en la escuela y contrarrestar lo mal enseñado. Esto no es fácil, pero es tan absolutamente necesario que hay que buscar el modo de llevarlo a cabo.
Hoy en día en la escuela no simplemente hay malos criterios, hay también ausencia de buena educación intelectual. Antiguamente los jesuitas decían en sus colegios que la educación consistía en “virtud y letras”. Hoy en día no tenemos ni virtud, ni letras…Si no hay bien no viene a cuenta la virtud y también las letras están puestas en cuestión. Como consecuencia de una civilización más tecnológica (con todas las pantallitas, con los móviles, etc..) y más ligada con todo lo meramente sensible, el hombre actual no desarrolla su capacidad de pensar. Decía Aristóteles que el tirano solo puede ejercer su gobierno tiránico, tan contrario a la naturaleza de las cosas, procurando que la gente no piense. Tenemos que enseñar a pensar, es decir a contemplar la realidad, que nos permitirá descubrir en ella la mano del Dios creador, único modo de resistir a todos estos proyectos educativos que desde el Estado tienden a convertir a la vida humana en algo que no tiene sentido.
Por Javier Navascués
9 comentarios
Alsina mezcla este asunto con otro completamente diferente, que es el de los contenidos educativos perversos y contrarios a las creencias que los padres consideran buenas para sus hijos. De esta perversión del sistema educativo no se sigue que el Estado no tenga no el derecho, sino el deber de proveer educación a esos niños.
La Iglesia siempre ha sido complaciente con los príncipes, y desde los 60 lleva ya 50 años sin librar la batalla cultural que exige el mensaje cristiano; acallando, arrinconando, persiguiendo o destruyendo a los hombres valiosos que siempre tuvo y ensalzando las carreras de aquellos que son tibios, de forma que estas se convierten en toda una acusación ante nuestro Señor y sus fieles. A este paso al final no van a quedar ni ruinas de la Cristiandad, sino piedrecitas, y va a ser verdad eso de que ellas van a hablar de lo que fuimos, delo que dejamos de ser y de lo que nunca podremos ser ya.
La raíz de este debate está en que los católicos primero aceptamos la pérdida de carácter católico del Estado y de renuncia en silencio y de silencio en renuncia se acabó perdiendo el carácter católico de la sociedad para, por si fuera poco, acabar vendiendo ese vicio como virtud (sana laicidad...). Y ahora que cosechamos las consecuencias con cosas como esta de la educación (previstas en encíclicas como Divini Illius Magistri), proponemos a nuestros enemigos que cambien las "reglas de juego" a medio partido porque nos hemos dado cuenta de que el control católico del Estado sí que era irrenunciable y merecía la pena luchar por él (y no dejarse sobornar con billetes, puestazos y alabanzas de nuestros enemigos).
El estado-nación puso la educación pública para fomentar los sentimientos nacionales, la patria, la bandera, etc. Eso le servía a las elites dominantes, dueñas y propietarias del aparato estatal.
La educación oficial es para adoctrinar.
El pensamiento de el Estado nos da educación es de inocencia.
El Estado no soluciona nada. Vive de crear conflictos y guerras que justifican su presencia y fuerza. Guerras que financia del otro lado, una estrategia básica de manual.
Mark Twain dijo: Nunca dejé que la escuela estropeara mi educación.
Coincido con Alsina y con Pacios. Y en gral es el pensamiento liberal, antiestatista y contra el poder concentrado que opera según su interés particular, del que nadie se despoja, salvo un asceta. Nunca un rico poderoso.
Pavadas para mamones, como dirían en Méjico.
Igualmente es misión del Estado garantizar este derecho educativo de la prole en los casos en que falle, física o moralmente, la labor de los padres por dejadez, incapacidad o indignidad; porque el derecho educativo de los padres, como hemos declarado anteriormente, no es absoluto ni despótico, sino que está subordinado a la ley natural y divina, y, por esto mismo, queda no solamente sometido a la autoridad y juicio de la Iglesia, sino también a la vigilancia y tutela jurídica del Estado por razón de bien común; y porque, además, la familia no es una sociedad perfecta que tenga en sí todos los medios necesarios para su pleno perfeccionamiento. En estos casos, generalmente excepcionales, el Estado no se subroga en el puesto de la familia, sino que suple el defecto y lo remedia con instituciones idóneas, de acuerdo siempre con los derechos naturales de la prole y los derechos sobrenaturales de la Iglesia. En general, es derecho y función del Estado garantizar, según las normas de la recta razón y de la fe, la educación moral y religiosa de la juventud, apartando de ella las causas públicas que le sean contrarias. Es función primordial del Estado, exigida por el bien común, promover de múltiples maneras la educación e instrucción de la juventud. En primer lugar, favoreciendo y ayudando las iniciativas y la acción de la Iglesia y de las familias, cuya gran eficacia está comprobada por la historia y experiencia; en segundo lugar, completando esta misma labor donde no exista o resulta insuficiente, fundando para ello escuelas e instituciones propias. Porque «es el Estado el que posee mayores medios, puestos a su disposición para las necesidades comunes de todos, y es justo y conveniente que los emplee en provecho de aquellos mismos de quienes proceden»[22].Además, el Estado puede exigir, y, por consiguiente, procurar, que todos los ciudadanos tengan el necesario conocimiento de sus derechos civiles y nacionales y un cierto grado de cultura intelectual, moral y física, cuya medida en la época actual está determinada y exigirla realmente por el bien común. Sin embargo, es evidente que, al lamentar de estas diversas maneras la educación y la instrucción pública y privada, el Estado está obligado a respetar los derechos naturales de la Iglesia y de la familia sobre la educación cristiana y observar la justicia, que manda dar a cada uno lo suyo. Por tanto, es injusto todo monopolio estatal en materia de educación, que fuerce física o moralmente a las familias a enviar a sus hijos a las escuelas del Estado contra los deberes de la conciencia cristiana o contra sus legítimas preferencias.
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