Herencia de la tradición franciscana
Gonzalo Álvarez Palomino. Nacido en Madrid en 1996. Graduado en Teología por la Unidad Pontificia Comillas, es postulante de los franciscanos. En esta entrevista nos habla de su vocación, del carisma franciscano y de las particularidades de la Tercera Orden Regular TOR.
¿Cómo nace su inquietud por la vida religiosa?
No es una conversión repentina ni fruto de una fuerte experiencia, más bien se trata de los frutos de la formación católica que recibí sobre todo gracias a mi familia. La fe heredada por familia, cultura o tradición tiene para mí un enorme valor que no siempre todos están dispuestos a reconocer, sobre todo ahora que se fomenta el individualismo y la reducción de lo espiritual a la emotividad.
Detrás de esta inquietud se halla el deseo que casi todos tenemos de entregarnos a una causa que merezca la pena, y no puede haber ninguna más digna que la causa de Dios, para mí claramente representada y viva en la Iglesia Católica.
¿Cómo discierne ese proceso de vocación?
Discernir es buscar la voluntad de Dios. Conviene estar atento a todo momento y lugar donde dicha voluntad se pone de manifiesto. La Escritura entendida desde la Tradición de la Iglesia Católica, es el lugar primario y privilegiado donde todo cristiano ha de comenzar su búsqueda. La humildad es fundamental, pues quien se niega a ver a Dios en la Iglesia, con su Tradición y su legado, es totalmente susceptible de buscarse una “vocación” para sus caprichos. Nuestra manera de ser, de pensar y sentir, es también un lugar de encuentro con Dios y su voluntad para con nosotros, pero sólo en una fe eclesial y humilde puede ser purificada de nuestros propios engaños y egoísmos.
¿Por qué decide atarse a Dios siguiendo los consejos evangélicos?
En primer lugar, porque considero que es una de las maneras más cercanas y radicales de servir a Dios y a su Iglesia. En segundo lugar, porque resultan una exigencia, un compromiso que no se puede pasar por alto. De esta manera, uno sabe que está buscando a Dios antes que a sus propios intereses. Cuanta más renuncia y dificultad tenga el camino, más certeza hay de su autenticidad.
¿Qué supone para usted vivir en pobreza, castidad y obediencia?
En la actualidad más que nunca, supone ir contracorriente, lo que también es un signo del Reino de Dios, expresado en las Bienaventuranzas, que indican que Dios valora lo que la masa tiende a despreciar. Siempre desde la humildad de reconocer los límites propios y la infinita gracia de Dios, vivir estos tres votos significa ser signo viviente de que el Reino de Dios está entre nosotros, de que es posible vivir de otra manera a como marca el mundo.
Con la pobreza, no se renuncia a las cosas materiales, sino a vivir dedicado a ellas, se renuncia a una vida marcada por las posesiones de cualquier tipo. Con la castidad, no se renuncia a la sexualidad ni al amor, sino a la expresión genital de éstos, de manera que ambos no queden esclavos de la sexualización que los reduce a la posesión o al uso irresponsable del cuerpo o incluso de otra persona. Con la obediencia, no se renuncia a la personalidad, sino a guiarse sólo por el criterio propio, de manera que nuestra manera de ser no quede trastocada por nuestro egoísmo. Los tres votos buscan liberar nuestra manera de ser y de relacionarnos para que no se vuelva invasiva, posesiva o egoísta. Son la manera de expresar en vida y con mayor radicalidad la virtud que se exige a todo cristiano.
¿Qué es lo que le atrajo de la espiritualidad franciscana?
Lo que más me atrae del franciscanismo es lo que menos se suele apreciar, en parte porque en las últimas décadas se ha distorsionado la imagen de San Francisco y su espiritualidad desviándolas hacia unos valores de ecología y lucha social que en realidad resultan bastante ajenos a Francisco de Asís. La espiritualidad franciscana se apoya enormemente en la afinidad con los pobres y el deseo de compartir penas y sufrimientos con ellos, de la misma manera que mantiene una teología de la creación muy enriquecedora, pero San Francisco enseñaba a sus hermanos a querer y respetar a los ricos y no juzgarles ni despreciarles por su manera de vestir y de vivir, y también tenía claro, desde el cariño a todas las criaturas, que el ser humano estaba apelado por Dios de una manera única respecto a toda la creación.
La espiritualidad franciscana resalta la majestad y grandeza de Dios como el verdadero rey o señor feudal al que todos los hombres deben servir y reverenciar. Y esto nunca supuso un obstáculo para que también tuviese el franciscanismo una espiritualidad totalmente nutrida de la bondad y ternura de Dios. En toda la historia del cristianismo, sólo a partir de la segunda mitad del siglo XX se encontraron dificultades para armonizar grandeza, bondad y cercanía de Dios. Esta reverencia a Dios desemboca en la principal virtud franciscana, la humildad. San Francisco siempre quiso desarrollar su vida de entrega dentro de la Iglesia y mostró especial preocupación porque sus crecientes hermanos fuesen sumisos y obedientes a Roma, y nunca quiso ser él o sus hermanos un ejemplo en contra de los señores feudales o los obispos. Francisco y su movimiento tenían una fuerza y una personalidad increíbles, y, aun así, nunca pretendieron ser sustituto ni alternativa de la Iglesia, a cuyo servicio se entregaron sin la más mínima reserva.
¿Por qué una Orden Terciaria Regular?
La Tercera Orden de San Francisco siempre englobó a gente de todos los tipos, ya fuesen laicos o clérigos, hombres o mujeres. Entre estos grupos, algunos penitentes se establecieron en comunidades masculinas o femeninas, profesando votos y viviendo en comunidad para la oración y las obras de misericordia como enterrar difuntos abandonados y rezar por ellos, o cuidar de enfermos. Aquí es de donde surge la Tercera Orden Regular.
No es una orden seglar, ¿Qué características tienen?
Como religiosos, se profesan los tres votos de castidad, pobreza y obediencia. La Tercera Orden Regular tiene un carisma centrado en la vida comunitaria, la oración y, sobre todo, las obras de misericordia. También desarrolla su servicio y parroquias y colegios. Nuestro principal signo es servir con la caridad según las necesidades de los lugares donde estamos presentes, siempre en nombre de la Iglesia.
No son propiamente monjes sino frailes, ¿Cuál es la diferencia?
El monje vive en el monasterio y se dedica a la vida contemplativa, centrada en la oración. Los monjes tienen su origen en el oriente cristiano, aunque en occidente tienen su principal raíz en San Benito y el monacato irlandés. El ideal del monacato consiste en retirarse del mundo para dedicarse a la búsqueda de Dios en el silencio, el recogimiento y la oración.
Los frailes, de manera general, tienen su origen en las dos órdenes mendicantes del siglo XIII, franciscanos y dominicos. El fraile se dedica a la vida activa y en comunidad. Los franciscanos y dominicos, en sus primeros momentos ya se dedicaban a diversos servicios como la predicación, el cuidado de los enfermos o posteriormente, la enseñanza. Como frailes, los religiosos de la Tercera Orden Regular se dedican a las obras de misericordia, a la enseñanza y a la vida parroquial.
¿Cómo es un día normal en su vida?
La vida cotidiana varía mucho dependiendo de la comunidad en la que uno se halle. Un colegio exige distintas responsabilidades que una parroquia o que un centro de acogida. Lo que en común se mantiene es la centralidad del rezo de la liturgia de las horas y la vida comunitaria. A veces un excesivo activismo dificulta que la comunidad rece junta o coma junta, pero se trabaja para que esto no sea así, porque la vida fraterna no es menos importante que otros servicios prestados por los religiosos. La vida fraterna es lo que de verdad construye la comunidad y nos identifica como religiosos.
La primera acción del día siempre es el rezo de laudes, por la mañana. Después, cada uno de los hermanos se dedica a sus obligaciones, dentro o fuera del convento; clases si es un colegio, misas, catequesis, formaciones, diversas actividades pastorales, Cáritas y otras obras de misericordia… Yo en concreto, cuando no estoy trabajando en pastoral o sirviendo en alguna de nuestras obras de misericordia, me dedico al estudio y la formación. Podemos movernos con total libertad siempre que se comunique al superior. Los fines de semana suelen ser más activos, en especial los domingos. Con todo, uno puede tener a su disposición tiempo para la oración personal, de vital importancia para todo creyente, y especialmente para un religioso. Si se hace buen uso del tiempo, también se puede tener disponibilidad para alguna afición ya sea lectura, deporte, cocina…
Como se preguntaba San Bernardo… ¿A qué has venido al convento, Gonzalo?
Porque creo que es aquí donde mejor puedo servir a la Iglesia y acercarme a Dios. Vivir rodeado de otras personas que comparten su deseo de entregarse a Dios, para formar una comunidad de fe y ayudar al Pueblo de Dios que es la Iglesia.
Por Javier Navascués Pérez
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