Entrevista a fondo sobre el venerable Pío XII y los detalles más curiosos de su pontificado
Entrevistamos a Rodolfo Vargas, teólogo e historiador. Presidente de la Sodalitas Pastor Angelicus y de la Asociación Cultural Roma Æterna. Ha publicado una biografía de Benedicto XVI y es un gran devoto y estudioso de la figura de Pío XII. Nos acerca a la figura del venerable pontífice aportando datos y matices muy curiosos de su pontificado.
Antes de entrar en materia, me dijo que quería hacer una aclaración importante, que tiene mucho que ver con una importante fuentes de sus conocimientos sobre Pío XII
No querría comenzar esta entrevista sin hacer mi personal homenaje a Mons. Bernardino Piñera Carvallo, arzobispo emérito de La Serena en Chile, que falleció el 21 de junio pasado a la edad de 104 años, siendo el obispo católico decano en edad y consagración de todo el mundo. Con él ha muerto el último obispo que quedaba de los que había preconizado el venerable Pío XII. De hecho, me dirigí a Mons. Piñera allá por 2008, pidiéndole su testimonio sobre el papa Pacelli en vistas del cincuentenario de su muerte, a lo que accedió gustoso, comenzando así una cordial correspondencia que conservo como un tesoro personal. Siempre manifestó entusiasmo por la causa del papa que lo promovió obispo el 11 de febrero de 1958 y dio su apoyo a la SODALITAS PASTOR ANGELICUS, que me honro en presidir. Asimismo, quiero destacar que Mons. Piñera apoyó el motu proprio Summorum Pontificum de Benedicto XVI, por el que se declaraba que la misa de rito romano clásico nunca había sido abrogada. Y lo aprobó en la práctica celebrando pontificalmente en el venerable rito latino-gregoriano (que es indebidamente llamado pre-conciliar, puesto que fue empleado durante el Concilio Vaticano II). Que santa gloria hallar a este venerable miembro del episcopado mundial, último testigo y protagonista de la iglesia de Eugenio Pacelli.
¿Quién fue Pío XII? ¿Puede hacer un brevísimo resumen de su biografía?
El venerable Pío XII fue uno de los papas más notables y de pontificado más decisivo del siglo XX. Le tocó reinar en una época particularmente dramática de la Historia humana, cual fue la de la Segunda Guerra Mundial, con todo su cortejo de mortandad, horrores y destrucción. Bajo su largo pontificado de casi veinte años la Iglesia Católica alcanzó su más alto grado de prestigio e influencia de los tiempos modernos, como lo atestiguaron los fastos del año jubilar 1950.
Eugenio Maria Giuseppe Giovanni Pacelli nació en Roma el 2 de marzo de 1876, en el seno de una familia de la nobleza romana tradicionalmente al servicio del Papado. Su abuelo, Marcantonio Pacelli había sido el fundador de L’Osservatorio Romano. Fue bautizado en la basílica menor de los Santos Celso y Juliano. De niño frecuentó la Chiesa Nuova (sede de la congregación del Oratorio fundada por san Felipe Neri, donde se desempeñó como monaguillo. Cursó sus primeros estudios en una escuela católica y luego en el liceo laico Ennio Quirino Visconti. En la basílica de Santa Inés Extramuros sintió la vocación sacerdotal y fue admitido en el Almo Collegio Capranica, accediendo poco después al régimen externo de seminario por cuestiones de salud. Cursó sagrada teología en la Pontificia Universidad Gregoriana. El 2 de abril de 1899 (Sábado Santo) fue ordenado presbítero por Mons. Francesco di Paola Cassetta, patriarca titular de Antioquía, en su oratorio privado del Esquilino. Al día siguiente, Domingo de Pascua, celebró su primera misa en la Capilla Paulina de Santa María la Mayor, delante de la imagen de Santa María, Salvación del Pueblo Romano. Completó sus estudios en la P. Universidad Lateranense, donde se doctoró en ambos derechos.
Entró en 1903 como minutante en la Curia Romana, en la que pronto hizo progresos hasta ser nombrado nuncio en Baviera por Benedicto XV, quien le confirió la consagración episcopal como arzobispo titular de Sardes el 13 de mayo de 1917 (el mismo día de la primera aparición de Fátima). En la última etapa de la Gran Guerra, Pacelli desempeñó una gran labor humanitaria en nombre de la Santa Sede. En 1925, Pío XI lo nombró nuncio en Berlín. El 16 de diciembre de 1929, fue creado por el mismo papa cardenal del título de los Santos Juan y Pablo en el Monte Celio. Al año siguiente recibió el nombramiento de Secretario de Estado, sucediendo en el cargo al cardenal Pietro Gasparri, artífice de la Conciliación con Italia. Pío XI envió al cardenal Pacelli a representarlo como legado en acontecimientos religiosos internacionales, como los congresos eucarísticos de Buenos Aires y Budapest. También realizó el purpurado un viaje personal a los Estados Unidos, que recorrió largamente. De modo que cuando Pío XI murió el 10 de febrero de 1939 y le sucedió en el solio de Pedro su cardenal Secretario de Estado, estaba ya muy fogueado en los asuntos de la Curia y había visitado varios países.
Eugenio Pacelli fue elegido papa el 2 de marzo de 1939, en su 63º cumpleaños, y coronado diez días después, el 12 de octubre, en la loggia de las bendiciones de la basílica de San Pedro. Comenzaba así un pontificado que iba a durar casi una veintena y que, en medio de calamidades y fastos, dio a la Iglesia un grandísimo prestigio a nivel mundial. A los pocos meses de su elección estalló la Segunda Guerra Mundial, durante la que desempeñó una labor de caridad discreta pero eficaz en favor de los proscritos y perseguidos. Al finalizar el conflicto, llamó a los católicos a participar activamente en la reconstrucción del mundo libre. Su magisterio iluminó la doctrina católica con grandes fulgores. Proclamó dos años santos: el jubilar de 1959 y el mariano de 1954. Recibió en audiencia a innumerables personas y grupos de visitantes y peregrinos. Fue un papa verdaderamente incansable, a pesar de su frágil salud. Su magisterio se ocupó de prácticamente todos los temas y en sus alocuciones abordó con asombro de sus oyentes especialistas en cada materia asuntos científicos, técnicos, artísticos, económicos y sociales.
El 9 de octubre de 1958, hallándose en Castelgandolfo (donde la enfermedad le había obligado a prolongar la estancia), a las 3:52 horas de la madrugada murió, dejando consternado a un mundo que se había acostumbrado a este papa extraordinario. Fue trasladado al Vaticano en un cortejo fúnebre sin precedentes y enterrado el 16 de octubre en la cripta vaticana, en el lugar más cercano a la tumba del apóstol san Pedro, según el deseo que había expresado. En 1965, san Pablo VI incoó su proceso de beatificación y canonización, confiando la postulación y relación de la causa a los jesuitas. El 19 de diciembre de 2010, Benedicto XVI firmó el decreto de la heroicidad de sus virtudes, quedando proclamado así venerable. Ahora sólo falta el milagro que acredite el poder de su intercesión para ser declarado beato.
¿Qué cualidades humanas tenía?
Una gran capacidad para el trabajo (se sabe que sólo dormía cuatro horas), excelente memoria, afán de conocimiento en las materias más diversas (lo que le granjeó no pocas veces la admiración de los especialistas en distintos temas por la erudición y la exactitud de sus alocuciones y discursos), carisma personal (hecho a la vez de conciencia de la dignidad que representaba y de cercanía a toda clase de personas).
Y, ¿cómo vivió las virtudes en grado heroico?
Benedicto XVI firmó el 19 de diciembre de 2010 el decreto que declaraba que «consta de las virtudes de teologales de fe, esperanza y caridad a Dios y al prójimo, de las virtudes cardinales de prudencia, justicia, templanza y fortaleza y de las virtudes a ellas anexas, en grado heroico, del Siervo de Dios Pío XII (Eugenio Pacelli)».
Hombre de fe inquebrantable y de esperanza a toda prueba, su amor a Dios rezumaba en todos sus actos y documentos, en las audiencias y en las celebraciones litúrgicas. Su caridad para con el prójimo no conoció límites ni salvedades. Cuando barrios populares de Roma fueron bombardeados por los aliados en 1943, no dudó en acudir en medio del evidente peligro a consolar a las víctimas, disponiendo de todo el dinero en metálico que había en sus arcas personales para entregarlo a los más necesitados, pero, sobre todo, mediante su palabra y su cercanía (hasta el punto de quedar manchada su blanca sotana con la sangre de los heridos).
En cuanto a las virtudes cardinales: su prudencia fue exquisita y necesaria en tiempos en que la mínima provocación podía encender las iras de los tiranos; su fortaleza quedó demostrada al enfrentar con todas sus posibles consecuencias al monstruo de la guerra, negándose a abandonar a su grey y estando dispuesto a morir por ello; su sentido de la justicia era proverbial y en ella basaba el establecimiento de la paz (como rezaba el lema de su escudo: OPVS IVSTITIÆ PAX); su templanza, en fin, quedó sobradamente probada en lo morigerado y austero de sus costumbres, en el mantenimiento de un espíritu sereno y en su renuencia a aplicar el rigor si no ofrecía al mismo tiempo benevolencia.
¿Fue para usted un papa santo?
Sin duda y esa fue la convicción general cuando murió el 9 de diciembre de 1958. Yo mismo le tomé devoción gracias a mi madre, pues Pío XII fue el Papa de su juventud y estaba convencida de su santidad. El papa san Pablo VI, ante los posteriores ataques a la memoria de su predecesor con ocasión de la puesta en escena de la pieza teatral de ficción El Vicario de Rolf Hochhuth (hoy un revisionista negador del holocausto), decidió en 1965 incoar el proceso de beatificación de Pacelli, lo que es significativo, pues Montini, que había trabajado cotidianamente a su lado durante varios lustros y por lo tanto lo conoció bien, no hubiera tomado esa iniciativa de haber dudado de su santidad.
¿Cuál sería la valoración general de su pontificado?
El pontificado del Venerable Pío XII fue extremamente positivo para la Iglesia porque en medio de la general ruina provocada por los horrores de la Segunda Guerra Mundial, hizo de ella el faro que guio a millones de personas en la reconstrucción material y moral del mundo. Fue un convencido y adalid de la libertad contra el totalitarismo comunista (como antes, ya como cardenal secretario de Estado, lo había sido contra el totalitarismo nacionalsocialista) y un adalid de la colaboración entre las naciones basada en el derecho natural. En el plano religioso, hubo un gran incremento de vocaciones sacerdotales y religiosas, las misiones católicas experimentaron una gran expansión, se incrementó la práctica religiosa entre los fieles y creó los institutos seculares para la santificación de los seglares en el propio estado.
¿Qué aspectos prácticos y apostólicos mejoraron con él en la Iglesia?
Sobre todo los de pastoral litúrgica. Consciente de que la Liturgia es, por así decirlo, como el combustible de la acción apostólica y de la vida en la fe, quiso hacerla cada vez más accesible a los católicos, fomentando los congresos litúrgicos para el clero (para capacitarlos mejor pastoralmente) y facilitando la práctica de los fieles mediante algunas importantes medidas (permisión de las misas vespertinas, restauración de la Vigilia Pascual y de toda la Semana Santa a sus horarios naturales, reducción del ayuno eucarístico, introducción de las misas dialogadas para propiciar la participación inteligente del pueblo en los sagrados ritos).
También propició la universalidad visible de la Iglesia mediante la internacionalización del Sacro Colegio cardenalicio y la Curia Romana, la promoción del clero indígena (que accedió a los puestos de jerarquía) y la gran expansión misional de los años cuarenta y cincuenta, cuyos principios e ideales recogió y plasmó en dos importantes encíclicas: Evangelii præcones (1951) y Fidei donum (1957), esta última pudiendo ser considerada como una especie de Carta Magna de las Misiones.
Fue un pontificado en tiempos muy difíciles de guerra mundial.
Los tiempos más difíciles que le ha tocado vivir a un papa en tiempos contemporáneos. El ascenso de los totalitarismos, la destrucción sin precedentes y los terribles crímenes de la Segunda Guerra Mundial (que Pío XII quiso evitar en vísperas de su estallido advirtiendo a todo el mundo que “nada se pierde con la paz, pero todo puede perderse con la guerra”), la expansión del comunismo ateo. Sin embargo, no prevalecieron, la Iglesia resistió entonces con dignidad y denuedo, el Papa supo capear los fieros temporales de entonces con fortaleza y prudencia y el Catolicismo sigue aquí y ahora.
Se le acusa de haber sido aliado de Hitler.
Eso fue una especie que se difundió a partir de la pieza teatral El Vicario del alemán Rolf Hochhuth estrenada en Berlín en 1963. En ella se presentaba a Pío XII como pasivo en la defensa de los judíos por afinidad con Hitler y el nazismo. Hubo una gran polémica en esos años, a la que reaccionó Pablo VI enérgicamente, pero desgraciadamente la especie hizo fortuna y aunque pareció comenzar a languidecer, en 1999 fue reavivada por el libro supuestamente documentado de John Cornwell titulado maliciosamente El Papa de Hitler y la película Amén de Costa-Gavras (2002), basada en la ficción de Hochhuth (el cual, por cierto, ahora niega que el holocausto haya tenido lugar como sostiene su amigo el revisionista David Irving).
Cabe preguntarse, si las acusaciones contra Pío XII tuvieran fundamento, ¿cómo es que en cinco años desde su muerte nadie las formulara? Es más, es grande el número de testimonios a favor de Pacelli por parte de autoridades judías e israelíes (la más notable: la de la entonces ministra de Relaciones Exteriores de Israel Golda Meir, nada sospechosa de partidaria del Papado) cuando murió el 9 de octubre de 1958. Si hubiera habido la mínima sospecha sobre la conducta del Papa, sin duda dichas autoridades se hubieran abstenido de formular declaraciones a su favor. Los telegramas de pésame de mandatarios y gobiernos de todo el mundo inundaron la Secretaría de Estado vaticana. Ya en vida, fue Pío XII objeto del agradecimiento de muchos sobrevivientes (judíos y no judíos) del nazismo y dicha gratitud se manifestó todavía mucho después.
El venerable Pío XII era contrario al nazismo. Siendo nuncio en Baviera, según atestigua su gobernanta la M. Pascalina Lehnert, fue de los pocos que leyó el libro Mein Kampf de Hitler, al que consideró delirante y peligroso y, ya cardenal secretario de Estado de Pío XI, redactó y revisó, juntamente con el cardenal Michael von Faulhaber, la encíclica Mit brennender Sorge (1937), por la que se condenaba sin ambages y se denunciaban los atropellos del régimen hitleriano. Al ser elegido al sacro solio, el periódico oficioso del nazismo acusó al flamante papa de ser cómplice de los judíos y favorecerlos. Como Papa, sin pronunciar inútiles provocaciones contra el Führer del Tercer Reich, llevó a cabo una silenciosa acción en favor de los perseguidos y gracias a la cual, según el testimonio del diplomático israelí Pinchas Lapide, fueron salvados directa o indirectamente 850.000 judíos.
Ahora consideremos, ¿qué habría pasado si Pío XII, más cuidadoso de su reputación personal que del bien de los perseguidos, hubiera lanzado una pública condena a Hitler (algunos hasta pretendían que lo excomulgara)? El dictador alemán se hubiera reído de ella y hubiera recrudecido la persecución contra los judíos, ampliándola a los católicos. Se sabe, además, que tenía un plan para raptar al Papa y mantenerlo prisionero en Liechtenstein. Los Aliados habían ofrecido a Pío XII asilo si decidía dejar Roma, pero Pacelli se negó a dar mal ejemplo a sus nuncios y representantes apostólicos, que tenían orden de no abandonar los países en los que ejercían la diplomacia pontificia por muy malas que fueran las circunstancias. Si Pío XII hubiera condenado públicamente a Hitler, hoy estaríamos en un escenario de acusaciones de temeridad e irresponsabilidad, culpables del empeoramiento de la situación de los perseguidos.
Sin embargo ayudó a los judíos
Ya he citado el dato de Pinchas Lapide. ¿Cómo se desarrolló la ayuda papal a los judíos? En primer lugar, dándoles cobijo (y no sólo a ellos, sino a otros perseguidos del nazismo) en los palacios y dependencias papales y en los edificios extraterritoriales de la Santa Sede, así como en la villa de Castelgandolfo. También en numerosas casas religiosas de Roma y de otras partes, tanto masculinas como femeninas, especialmente los conventos de monjas con clausura papal, que fue levantada por el pontífice a efectos de poder admitir extraños entre sus muros. Por otra parte estaba la tupida red de representación papal formada por las nunciaturas y delegaciones apostólicas, que hacían in situ, con el conocimiento del Papa y de la Secretaría de Estado, lo que podían por aliviar la suerte de los perseguidos. En el mismo Vaticano el Papa había organizado la Opera di San Raffaele bajo la dirección de Monseñor Montini y la activa participación de la M. Pascalina Lehnert, para la ayuda y asistencia de los damnificados de la guerra y los perseguidos (por supuesto, judíos incluidos). Pío XII nunca hizo acepción de personas en el desarrollo de su acción benéfica.
Era una persona de profunda espiritualidad.
Basta ver los vídeos de sus misas (disponibles para todos gracias a las modernas tecnologías) para comprobar con qué unción celebraba los santos oficios. Su modo de bendecir era muy particular y expresaba una íntima unión con Dios, bajo cuya protección parecía querer recoger a todos con los gestos amplios y pausados de sus brazos. Al terminar la Segunda Guerra Mundial, el Papa ordenó abolir el protocolo de las audiencias para poder recibir a los soldados que regresaban a sus hogares, sin importar la denominación religiosa. En muchas ocasiones, hombres curtidos y nada dispuestos a reverenciar al líder de una religión que no profesaban (el caso de muchos soldados norteamericanos protestantes), se quedaban de repente atónitos ante la presencia de Pío XII y maquinalmente se ponían de rodillas: tal era su imponente talla espiritual, aureolada de santidad.
Y de gran devoción mariana.
No sólo era personalmente devoto de la Santísima Virgen (se puede, sin temor a exagerar, llamársele Doctor Marialis (Doctor Mariano), siendo el acto más solemne de su pontificado la definición del dogma de la Asunción de la Virgen en cuerpo y alma al cielo, dotando de un nuevo y hermoso formulario a la misa que conmemora dicho misterio y añadiendo a las Letanías Lauretanas la invocación Regina in cœlum assumpta, ora pro nobis. También proclamó 1954 Año Santo Mariano para conmemorar el centenario de la proclamación por el beato Pío IX del dogma de la Inmaculada. Pero, además: escribió alrededor de cuatrocientos documentos –entre ellos siete encíclicas– de tema mariano; fomentó el rezo del santo rosario, al que definió “compendio de todo el Evangelio”; extendió a la Iglesia universal la fiesta del Inmaculado Corazón de María –al cual consagró el mundo en 1942 (vigésimo quinto aniversario de la primera aparición de Fátima) y Rusia en 1952– e instituyó la de Santa María Reina (cuya realeza había proclamado); dio una renovada organización a las congregaciones marianas (habiendo sido él mismo congregante desde su juventud); en fin, coronó canónicamente la venerada imagen de Santa María, Salvación del Pueblo Romano (Salus Populi Romani), ante la cual había celebrado su primera misa en la Capilla Paulina de la basílica de Santa María la Mayor. Quizás el milagro del sol ocurrido en Fátima en 1917 y con la visión del cual fue gratificado Pío XII los tres días anteriores a la proclamación del dogma de la Asunción y las revelaciones privadas del niño Gilles Bouhours relativas al mismo puedan ser consideradas como manifestaciones celestes en premio a la devoción mariana del gran papa Pacelli.
Su pontificado será siempre recordado por la definición del dogma de la Asunción.
Que no fue improvisado, sino concienzudamente preparado. Acabada la terrible conflagración mundial, Pío XII decidió consultar a los obispos de todo el mundo sobre la oportunidad de definir el dogma de la Asunción de la Santísima Virgen en cuerpo y alma al cielo (previa o no muerte corporal, lo que no entraba en el objeto de la definición). Recibió una respuesta abrumadoramente a favor y entonces, puso en marcha la iniciativa. Se publicaron muchos e importantes estudios históricos y teológicos sobre la cuestión y la Suprema Sagrada Congregación del Santo Oficio, vigilante de la doctrina católica, sometió a riguroso examen los argumentos a favor o en contra de la tesis de la Asunción. Dado el dictamen favorable de la comisión de cardenales y obispos, procedió Pío XII a proclamar desde la cátedra «ser dogma divinamente revelado: Que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial». Lo hizo de la manera más solemne en San Pedro del Vaticano, delante de cientos de cardenales y obispos de todo el mundo, el 1º de noviembre de 1950. Fue la culminación apoteósica de aquel año jubilar, que marca también el auge de su pontificado.
¿Cuál fue la principal aportación de su Magisterio?
Aparte de la definición dogmática de la Asunción, yo destacaría dos enseñanzas fundamentales del venerable Pío XII: la encíclica Mystici Corporis Christi sobre la Iglesia (1943) y la encíclica Mediator Dei sobre Sagrada Liturgia (1947). La noción de cuerpo místico (Cristo es la Cabeza y la Iglesia constituye sus miembros) fue un aporte muy valioso y fundamental para la eclesiología y está íntimamente ligada con la liturgia si se considera que ésta es el culto público que a Dios Padre ofrece Jesucristo como Cabeza de la Iglesia y, a la vez, el que tributa a su Fundador –y, por medio de Él, al Padre– la congregación de los fieles, es decir la Iglesia o los miembros del Cristo místico: en suma, la liturgia es el culto integral que tributa a Dios el Cuerpo Místico de Cristo, es decir la Cabeza (el Verbo encarnado) y sus miembros (la Iglesia) en unión con su Cabeza.
¿Qué encíclicas o documentos destacaría?
Ya he mencionado las encíclicas Mystici Corporis Christi y Mediator Dei, así como Evangelii præcones y fidei donum. Otras encíclicas destacables (por orden de publicación) son para mí: Divino afflante Spiritu (1944), renovación de los estudios sobre la Sagrada Escritura; Humani generis (1950), sobre las tendencias erróneas en materia teológica y doctrinal; Ingruentium malorum (1951), sobre el rezo del Santo Rosario; Ad cœli Reginam (1955), proclamando la Realeza de María; Musicæ Sacræ (1955), sobre la música sagrada; Haurietis aquas (1956), sobre la devoción al Corazón de Jesús; Miranda prorsus (1957), sobre el cine, la radio y la televisión. Y no omitamos estos documentos: el radiomensaje de Navidad de 1942, en el que hace votos por los «cientos de millares de personas que, sin culpa propia alguna, a veces sólo por razones de nacionalidad o de raza, se ven destinados a la muerte o a un progresivo aniquilamiento»; el decreto del Santo Oficio de prohibición a los católicos de colaborar con el comunismo ateo (1949), renovado por san Juan XXIII en 1959; el importante mensaje al Congreso Litúrgico Internacional de Asís de 1956 y la Instrucción de la Sagrada Congregación de Ritos sobre música sagrada y liturgia de 1958.
Me resta decir, como dato ya conocido y repetido, que el magisterio del venerable Pío XII es el más citado de un papa en los documentos del Concilio Vaticano II, que, dicho sea de paso, fue hechura mayormente de los obispos promovidos durante el pontificado de Pío XI y el suyo.
Por Javier Navascués
6 comentarios
Dios se digne glorificar a su Siervo Fiel.
Mundo. Con razón se le llama Pastor Angelicus. Ojalá y pronto llegue a los altares.
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