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A fines del año pasado, Tony Foley, de 41 años de edad, descubrió que tiene un cáncer terminal. En esta nota, publicada en The Catholic Herald, cuenta cómo ha venido enfrentando la realidad de su enfermedad.
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La vida humana es realmente asombrosa. Por momentos, uno puede sentirse casi un participante de la eternidad. La realidad de la muerte puede parecer distante y remota, algo que pertenece a otro espacio y tiempo. Pero luego, después de un estudio de rutina para evaluar el nivel de hierro, llega el mensaje: “Tienes cáncer de esófago y no es operable. Tienes meses, no años, de vida”.
En ese momento, todo lo anterior se cristaliza. La pregunta: “¿está sucediendo realmente?” se repite una y otra vez, en el medio de la noche, y temprano en la mañana. Para mi esposa y yo, las primeras seis semanas fueron una especie de pesadilla viviente. En el trabajo, alguien preguntó: “¿Cómo te fue?”. La respuesta más apta parecía ser el bajar el pulgar del anfiteatro romano, en lugar de incontables explicaciones a los colegas. No mucho después, me encontré con un colega enfrente de la máquina de café. Había estado de traslado, y me dijo que dejaba la firma. Siendo un poco malvado, no pude resistirme a decir: “Yo también estoy dejando la firma”.
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