En la hora del poder de las tinieblas
Una vez agotadas todas las formas de tentación,
el demonio se alejó de él, hasta el momento oportuno.
(Lc 4, 13)
En estos días, previos a la memoria de la Pasión de Jesús, estamos asistiendo a uno de los ataques más tremendos que ha sufrido la Iglesia de Cristo a lo largo de su historia. La manipulación mediática que se lleva a cabo en torno de los terribles hechos de público conocimiento redunda en un daño espiritual de inmensurables proporciones. Porque, no quepa duda, el daño mayor que se busca producir aquí es de orden espiritual.
Son muchos los que en estos días se han puesto a buscar la punta del ovillo de este asunto de los ataques al clero, a la Iglesia en general, y al Sumo Pontífice en particular. Y se han vertido diversas opiniones sobre los motivos que llevan a los medios de información a tomar posturas tan radicales en contra de la Iglesia. Así, muchos expertos y otros han arribado a certeras conclusiones: que los dueños de tal medio gráfico son ateos y pretenden desmitificar a la Iglesia; que otros responden a lobbies muy poderosos que encuentran en las posturas de la Iglesia un freno a sus intereses; que aquella cadena informativa se está tomando revancha contra la Iglesia; que hay centros de poder que buscan desautorizar a la Iglesia ante la opinión pública para poder luego imponer sus políticas sobre aborto, uniones civiles de homosexuales, exenciones impositivas concedidas a la Iglesia, libertad de educación; etcétera. Sin duda todas estas motivaciones son algunos de los ingredientes del cóctel explosivo que se agita contra Cristo y su Iglesia.
En su carta a la comunidad cristiana de Éfeso, San Pablo afirma que “nuestra lucha no es contra enemigos de carne y sangre, sino contra los Principados y Potestades, contra los Soberanos de este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que habitan en el espacio” (6, 12). Pensar que la andanada disparada contra el Sumo Pontífice y la Iglesia es obra meramente humana sería desconocer al verdadero enemigo. Los soberanos de este mundo luchan denodadamente contra el Cuerpo Místico de Cristo. Su estrategia es antigua aunque los medios sean modernos: “heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño” (Mt 16, 31). ¿Cuántos serán los fieles cristianos que en estos días se habrán sentido tentados a desconfiar de sus pastores? ¿Cuántos buenos sacerdotes se habrán sentido humillados al punto de dudar en seguir bebiendo del mismo cáliz de su Señor? ¿Cuántos hombres y mujeres en proceso de conversión habrán sentido que se tambalea su incipiente fe?
¿No habríamos de recordar en esta Semana Santa que somos discípulos de Jesucristo, quien nos dijo: “si esto hacen con el leño verde, ¿qué no harán con el seco?” (Lc 23, 31). Si es hora de padecer la humillación y el escarnio junto a Jesús, hagámoslo. Que asumamos la cruz será, seguramente, escándalo para unos y locura para otros, pero para nosotros ello es fuerza y sabiduría de Dios.
En esta hora en que pareciera triunfar el poder de las tinieblas, más que nunca pidamos el auxilio de nuestro Padre Celestial, pero hagámoslo al pie de la Cruz y junto a María. Perseverando hasta el final obtendremos la victoria de la mano de Aquel que nos ha dicho: “en el mundo tendrán que sufrir, pero tengan valor, Yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33).
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Espíritu Santo, danos fortaleza en nuestra Pasión.
Fortalece a nuestro Papa, Benedicto XVI,
para que confirme a sus hermanos.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
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3 comentarios
Me parece que sobre tienen que ver con la santidad.
Tal como dices, son las armas de los santos. A lo largo de la vida de la Iglesia, los santos nos han mostrado cuáles son: vivir en gracia ("la armadura de Dios"), la vida ascética y mística, las obras de misericordia, y el anuncio del Evangelio. El texto en el que se enmarca la cita de San Pablo es el siguiente:
"Por lo demás, fortalézcanse en el Señor con la fuerza de su poder. Revístanse con la armadura de Dios, para que puedan resistir las insidias del demonio. Porque nuestra lucha no es contra enemigos de carne y sangre, sino contra los Principados y Potestades, contra los Soberanos de este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que habitan en el espacio.
Por lo tanto, tomen la armadura de Dios, para que puedan resistir en el día malo y mantenerse firmes después de haber superado todos los obstáculos.
Permanezcan de pie, ceñidos con el cinturón de la verdad y vistiendo la justicia como coraza.
Calcen sus pies con el celo para propagar la Buena Noticia de la paz. Tengan siempre en la mano el escudo de la fe, con el que podrán apagar todas las flechas encendidas del Maligno. Tomen el casco de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios. Eleven constantemente toda clase de oraciones y súplicas, animados por el Espíritu. Dedíquense con perseverancia incansable a interceder por todos los hermanos..." (Efesios, 6, 11-18)
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