El camino de Roma (Hilaire Belloc)

El camino de Roma

Título: El camino de Roma
Autor: Hilaire Belloc
Editorial: Gaudete
Páginas: 320
Precio aprox.: 18’50€
ISBN: 978-84-936787-3-9
Año edición: 2011
Lo puedes adquirir en Editorial Gaudete

Antes de leer un libro en el que se relata un viaje cualquier lector se imagina qué ha podido contemplar el autor de ambos (viaje y libro) y busca en el texto descubrir aquello que no conoce y adquirir, para su corazón, lo que tenga a bien presentarle en tal autor. Es más, es hasta posible que descubra, del mismo, aquello que ignoraba en mucho o en poco.

Eso pasa con Hilaire Belloc y su aventura-peregrinación, dificultosa y atrevida, a Roma.

El viaje-peregrinación-aventura de Belloc comienza cuando el mismo autor dice (p. 12) “Partiré desde el lugar donde por mis pecados serví bajo las armas; todo el camino lo haré a pie y no me serviré de máquina rodante alguna; dormiré a la intemperie y recorreré treinta millas cada día; todas las mañanas oiré misa y estaré en la basílica de San Pedro para la misa mayor de la fiesta de San Pedro y San Pablo”.

Y así empieza una larga caminata (Lorena-Roma) que impresiona por todo aquello que le pasa al autor del libro y caminante. Alguno de los votos que hace en tal promesa los rompe (por ejemplo, el de no tomar máquina rodante) pero, en general, cumple lo que dice y eso da ánimos a todo aquel que quiere enfrentarse a una aventura vital como la que goza-disfruta-sufre (a veces) Belloc.

Este libro nos ayuda a ver la vida con optimismo y alegría porque sólo el viaje sabiendo cual es el destino reconforta el alma del viajero pues no pierde ni el sentido ni la verdad de su vida. Y Hilaire Belloc, en su a modo de diálogo entre el Autor y un supuesto Lector nos conduce por los vericuetos de su particular vivencia para recordarnos que hasta lo que puede parecer imposible, con tesón y esperanza en su consecución, se alcanza.

Dice Belloc (p. 145) algo que es muy importante para un cristiano y es que “Lo que digo es que nuestra energía también procede de Dios y que no debemos enorgullecernos de ella como si surgiera de nosotros mismos, sino aceptarla como un regalo y estar agradecidos por ella, exactamente igual a como un hombre debe dar gracias a Dios por su inteligencia”. Y es que Hilaire sabía de dónde sacaba la energía que le estaba haciendo falta para acometer (entonces ya avanzado) su camino hacia Roma.

Este libro tiene una característica que es muy curiosa y es que no está dividido en capítulos sino en vivencias que disfruta y sufre el caminante y que las mismas se anuncian en la parte superior de cada página a modo de título que anuncia qué es lo que quien aquello vivió pasó y escribió. También es importante reconocer el esfuerzo hecho por la editorial al editar un texto que contiene todos los grabados que Hilaire Belloc hizo a lo largo del camino que son, verdaderamente impresionantes por lo que representan acerca de lo vivido por el autor.

Lo que encuentra Belloc en el viaje no es lo que pudiera impresionar a un turista cualquiera. Él tiene interés por algo que puede ser más importante para quien quiere aprender cuando camina. Lo dice en la página 85 al hacernos ver que “Yo me quedo sorprendido por cientos de cosas secundarias, y siempre me encuentro con cosas veinte veces más grandiosas de lo que yo me esperaba, y mucho más interesantes, porque todo está cubierto por una extraña luz de aventura”. Lo mismo le sucede con las personas que encuentra pues se las tiene que ver con todo tipo de personajes pero de los que entresaca lo mejor que hay en ellos para descubrir que de entre los hijos de Dios muchos merecen ser así llamados.

¡Qué no decir de las muchas descripciones que hace Belloc! Tomadas al dictado de lo que pasa, muchas de ellas son verdaderamente bellas. Una de tantas es la que recoge la página 84 cuando dice “La lluvia que de vez en cuando caía parecía la hermana pequeña del salpicar de las cascadas, y el valle, con su humedad y su verdor, junto al silencio de los contornos, parecía rebosar gracia y alegría. Era un descanso descender entre las hojas y hierbas y encontrar bellos prados al pie de la cuesta, como una angosta calzada entre las alturas. Allí aparecieron las primeras casas /…/ Sobre toda aquella calma, las altas nubes corrían rápidamente en las inmensidades del espacio, acrecentando a su vez la lozanía del aire con blandas y esporádicas lluvias, finas como el rocío; y a través de los claros y momentáneos aguaceros penetraba el brillo del sol”.

A lo mejor a alguien le puede parecer demasiado cursi esta descripción pero, verdaderamente, a quien esto lee le queda la impresión de que el autor del libro disfrutó mucho de su viaje.

Y también consigue sobrecoger, por ejemplo, con la ascensión (por cierto fallida por el mal tiempo que hacía) al Nufenen (p. 175 y siguientes), montaña cercana, relativamente, a Milán. En la misma casi se puede sentir la nieve en el rostro alardeando del poder de la montaña contra el que nada puede el hombre. Y este es un momento, valga lo que pueda parecer redundancia, cumbre del libro.

Es más que probable que alguien pueda pensar que Hilaire Belloc, por sus querencias republicanas francesas (muchas veces lo dice en el libro) no tuviera por Dios una querencia a destacar. Sin embargo, así como arriba ya se ha recogido un desmentido total de este pensamiento, lo que sí parece al que esto escribe es que el inglés está fuertemente impresionado por el valor inmenso de la naturaleza creada por Dios. Por eso es probable que se pueda deslizar la impresión de que ama más a la naturaleza que a Dios. Pues esto lo desmiente (p. 136):

“Lo que ví –por así decirlo- desde lo alto del Weissenstein es mi religión. Con esto me refiero a la humildad, el temor a la muerte, terror a la altura y de la distancia, la gloria de Dios, la infinita capacidad de recepción de la que aflora la divina sed del alma”.

Pero en su aventura-peregrinación no todo fueron rosas. Lo ponen entre rejas (p. 244) en Italia (Calestano) por no haber comprendido quién era y qué hacía por aquellas tierras. Pero pronto lo ponen en libertad.

De todo le pasa al viajero-aventurero-peregrino (que es, además, muy generoso con su dinero) que desea llegar a Roma como algo más que una meta a conseguir. Es más, en un momento determinado del libro (p. 120-122) escribe Belloc algo que impresiona por lo que pueda tener de confesión por su parte. Es lo que sigue: “Sí, con toda certeza la religión es tan trágica como el primer amor, y nos arrastra hasta el desierto, lejos de nuestros amados hogares. ¡Qué buena cosa es haber amado a una mujer desde niño! Y también es cosa buena no tener que retornar a la fe” porque, sólo puede ser esta la idea de lo que dice, es bueno no haber abandonado nunca la fe y el amor a la religión.

El Camino de Roma hace descubrir a Belloc lo que supone la comunión espiritual católica. Dice que (p. 120) “Entonces me abandonó por completo esa actitud de dificultad y de combate que para nosotros, los otros, siempre va asociada con la fe católica” /…/ porque “Mi alma quedó absorta y transfigurada por aquel acto colectivo” pues había asistido al rezo de Completas en el pueblecillo de Underverlier donde todos sus habitantes, al toque de campanas, acudieron a la Iglesia a rezar.

Quizá por eso dicho arriba, bastantes millas después elogia a la Iglesia católica cuando dice (p. 251) que “La Iglesia católica forja hombres. Con lo cual no quiero decir fanfarrones ni balandrones, ni bravucones ni necios ignorantes /…/ La Iglesia católica genera hombres, seres humanos, diferentes de las bestias, capaces de firmeza, disciplina y agradecimiento; que aceptan la muerte; tenaces”.

Por todo lo apenas dicho aquí el libro de Hilaire Belloc El camino de Roma es altamente recomendable para todo aquel que quiera saber y conocer hasta qué punto la fe puede hacer que una persona vaya en su busca y acabe en la Ciudad donde Cristo dejó su Vicario. Es, verdaderamente, gozoso leer este libro y disfrutar como si se estuviera haciendo la peregrinación a Roma.

7 comentarios

  
César Fuentes
Gracias Eleuterio. Lo poco que he leído de Belloc es grande. Leeré este en cuanto pueda.
23/02/12 7:38 PM
  
Eleuterio
César Fuentes

Es un libro que, francamente, vale la pena. Te descubre tantas cosas que no imaginabas que podía descubrirte un libro, digamos, de viajes o, mejor, de viaje y peregrinación que cuando lo terminas te dan ganas de volverlo a leer.
23/02/12 11:24 PM
  
César Fuentes
Pues ya ando en deseos de leerlo. Gracias de nuevo.
24/02/12 2:32 PM
  
Bruno
Es un libro estupendo e inclasificable. Lo recomiendo vivamente.
25/02/12 11:38 AM
  
Gaudente
Hay que tener ojo, porque la edición de la que nos habla Eleuterio es la ÚNICA íntegra en español y casi de forma simultánea se reeditó por otra editorial la versión mutilada de los años 40, a la que le falta casi un 20% del texto original de Belloc, así como las ilustraciones. Además, en muchas ocasiones esa vieja traducción amputada se aparta mojigatamente del sentido de la belicosa prosa de Belloc. Fíjense que la edición sea la buena, la de Gaudete.
27/02/12 5:23 PM
  
Eleuterio
Es bien cierto lo que dice Gaudente. Y no conviene leer un libro como el Camino de Roma de forma no completa. Además, las ilustraciones son muy adecuadas porque son las que hizo el mismo autor del libro.
27/02/12 7:44 PM
  
Paulo Miki Chesterbelloc
Añadir que la edición de "El buey mudo" es también correcta y por supuesto incorpora también las ilustraciones del autor.
22/05/14 11:06 PM

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