La historia de la salvación es el matrimonio de Dios con la Iglesia

 Jesús, el novio

Desde hace unos años, cada nuevo libro de Brant Pitre nos descubre algo relativo a nuestra fe que estaba ante nuestros ojos pero que quizás no veíamos, al menos con la suficiente claridad. Es lo que ocurre con Jesús y las raíces judías de la Eucaristía, Jesús y las raíces judías de María o con el excelente libro de apologética En defensa de Jesús. Ahora nos ofrece una nueva perspectiva desde la que contemplar la historia de la salvación en Jesús, el novio.

Esta vez es el momento culmen del paso del Verbo encarnado por este mundo el que Pitre nos invita a mirar con otros ojos, en concreto a partir de lo que escribe san Pablo refiriéndose a la Pasión y muerte de Jesús como el desposorio entre el novio y su prometida. Cristo es el novio, la Iglesia la novia y la crucifixión es esa boda que podemos comprender en mayor profundidad si conocemos cómo eran las bodas tradicionales judías de tiempos de Jesús. Pitre nos propone contemplar, no sólo la crucifixión, sino la entera Pasión, incluyendo la Última Cena, bajo la mirada de la tradición y las escrituras judías.

Así, además, comprendemos que en la Pasión y muerte de Jesús se cumplen los planes de Dios para unirse con la humanidad entera en una alianza matrimonial sin fin. Como escribe Pitre, «Jesús de Nazaret… fue más que un maestro, un profeta e incluso el mesías: fue el Dios-Novio de Israel hecho carne».

Esta idea del Dios-Novio que quiere unirse a sus criaturas en una relación íntima y perpetua, en un matrimonio, Pitre la rastrea ya en el Éxodo, y en concreto en lo ocurrido en el Sinaí. Visto así, «el dios de Israel no es solo creador y legislador, sino el novio, y por tanto el pecado no quebranta una ley o norma, sino que traiciona una relación». Evidentemente aquí también aparece el Cantar de los Cantares, que por cierto, señala el autor, «no concluye con una boda, sino con la prometida esperando la vuelta de su amado».

Ese amado, ese novio, es Jesús, que se dará a conocer a todo Israel a partir de una boda, la de Caná, en la que María, al decirle a su Hijo «no tienen vino» se hace eco de una profecía de Isaías. Todo esto se hace mucho más explícito a partir del momento en que llega la hora de Jesús, esto es, en su Pasión, empezando por la Última Cena, en la que inaugura la nueva alianza matrimonial anunciada por los profetas. Para llegar hasta aquí Jesús ha cortejado a la novia a lo largo de su vida pública: Pitre nos lo muestra fijándose especialmente en algunos pasajes, como el de su conversación con la samaritana junto al pozo, en el que la referencia al agua viva toma una importancia grande si pensamos en aquella agua viva que brotó del costado de Cristo crucificado. El repaso que a continuación hace el autor de la Pasión, desvelando los paralelismos con diferentes aspectos del desarrollo de una boda judía es, sencillamente, precioso y muy revelador.

Por último, Pitre indica algo crucial: aunque la boda del Mesías y su esposa comienza, aún no ha concluido. Estamos esperando el regreso del novio que ha ido a prepararnos un hogar en el que viviremos para siempre. Es en esta parte del libro en la que Pitre insiste en una opinión que puede calificarse, como mínimo, de discutible. En base a la respuesta de Jesús a la pregunta capciosa sobre la viuda de muchos hermanos, en la que afirma que «seremos como ángeles en los cielos», concluye Pitre que el matrimonio terrenal se desvanecerá y desparecerá en el cielo una vez se haya consumado el matrimonio entre Dios y su pueblo. Creo que el problema es que Pitre no distingue entre relación carnal y matrimonio, ni tampoco tiene en cuenta que la gracia no destruye lo natural, sino que presupone, sana, eleva y perfecciona la naturaleza. Por supuesto que lo primordial en el cielo será disfrutar de esa íntima unión con Dios, pero eso no hará que desaparezcan nuestros afectos ni que se esfumen aspectos que nos han constituido en la tierra como lo que somos. Piénsese, por ejemplo, que de ser cierta esa inexistencia de matrimonio en el cielo, no podríamos rezar a san José bajo su título de casto esposo de María (algo que sigue siendo y será por toda la eternidad). Es éste un pequeño desliz que no ensombrece el valor de un libro que nos abre los ojos a esa boda con Jesús a la que estamos llamados y cuyo desarrollo constituye la historia de nuestra salvación, una historia que aún no ha acabado y que aviva nuestra fe, nuestra esperanza y ese amor que el Novio, tal y como manifestó el Sagrado Corazón, anhela tanto.

 

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