La última minoría oprimida: los «asexuales»
La promesa de la revolución sexual era la de un mundo donde todos disfrutaríamos de sexo sin trabas, una especie de paraíso terrenal en el que nos podríamos dedicar al goce sexual sin tener que acarrear con ningún efecto negativo: ni embarazos, ni violencias, ni discriminación, ni explotación… sexo desinhibido y felicidad para todos.
La promesa ha envejecido fatal y se ha demostrado una estafa. La literatura al respecto es creciente: desde Jennifer Roback-Morse hasta los libros recientemente publicados en nuestro país de Louise Perry o de Abigail Favale. Pero hoy voy a fijarme en otro aspecto, lo que algunos ya llaman la «revolución asexual».
Las evidencias en el mundo desarrollado están cada vez más contrastadas: en el edén sexual en el que supuestamente íbamos a vivir son cada vez más quienes optan por tener menos relaciones sexuales e incluso por no tener ninguna. En el delirante mundo de las identidades de género aparece con fuerza la de quienes se identifican como «asexuales».
¿Cuál puede ser el motivo?, se preguntan muchos. La periodista Freya India sostiene en The Spectator que esta falta de interés por el sexo está relacionada con el consumo de antidepresivos. Más de la mitad de las personas que los toman dicen experimentar algún tipo de disfunción sexual; en el Reino Unido un tercio de los adolescentes tienen recetados estos fármacos, mientras que en España se calcula que son el 25%.
No niego que el consumo de estos fármacos pueda tener influencia en este imprevisto fenómeno, pero me parece que hay aquí mucho más: me pregunto si no influirá también en ello la propuesta, omnipresente, de una sexualidad meramente pulsional, despersonalizada y degradante. Quienes se identifican ahora como «asexuales» son quienes han recibido clases de educación sexual desde su más tierna infancia, quienes han sido animados a masturbarse casi desde que tienen uso de razón, quienes han crecido en un mundo donde el porno campa a sus anchas en versiones cada vez más repulsivas (como la «excitante» nueva moda de estrangular a tu pareja mientras tienes relaciones sexuales). ¿Tan difícil es comprender que alguien a quien se le ha presentado la sexualidad así opte por no entrar en ese juego y declararse «asexual»? Un dato relevante es que, aunque hay chicos que se declaran «asexuales», son mayoría las chicas que lo hacen. ¿No es esta reacción un rechazo a una sexualidad expurgada de toda sensibilidad femenina? ¿Será casualidad que la asexualidad crezca más en sitios como San Francisco donde tanto se ha proclamado el nuevo reino del amor libre?
Mary Harrington, como de costumbre, aporta certeros elementos de reflexión al asunto. Por un lado al «descubrir» lo que llama las leyes de la «pornodinámica». Si el primer principio de la termodinámica afirma que en el interior de un sistema la energía no se crea ni se destruye, sino que se intercambia, la primera ley de la «pornodinámica» dice que la libido sexual personal también es una medida estable: si se invierte en el porno, no queda casi nada para ser invertido en una relación con una persona real.
Por otro lado, una generación que ha crecido con el sexo virtual encuentra enormemente complicado y difícil establecer relaciones con esas personas reales de las que hablábamos antes. De hecho, ya han aparecido los llamados «digisexuales», que dicen ser sólo capaces de sentir deseo sexual si es a través de medios digitales.
Por último, Harrington también señala una explicación que me parece bastante evidente: en un contexto donde cualquier protección contra las exigencias del sexo casual, donde las chicas (gracias a la disponibilidad de le píldora) son consideradas infértiles por defecto y se sienten cada vez más obligadas a mantener relaciones sexuales que en realidad no desean, declararse asexual es un modo de protegerse sin que te tilden de mojigata. Si no quieres sexo en tu primera cita, lo mejor que puedes hacer es decir que eres asexual, explica Harrington.
Los «asexuales», que en el mundo anglosajón también reciben el nombre de «Aces», han aparecido ya en series de Netflix (como Los Imperfectos y Heartbreak High, ambas de 2022), tienen numerosas organizaciones para darles visibilidad y proteger sus «derechos» y no dejan de crecer. Otra de las variantes del «espectro asexual» es el de los «demisexuales», esto es, alguien que puede sentirse atraído por otra persona pero sólo después de haber establecido un fuerte vínculo emocional con ella. Vamos, que como comenta Mary Wakefield, han descubierto que existe algo llamado «mujer». Y para completar este escenario de identidades, la asexualidad provocada por un trauma se considera una identidad propia y separada: «caedsexualidad», del latín caedere, cortar o recortar.
El problema con los «asexuales» es que, aunque se puedan comprender perfectamente sus motivaciones, son hijos de su tiempo y actúan como tales. Me explico: han comprendido que la clave es presentarse como grupo de identidad y victimizarse por no se sabe cuántas opresiones sufridas.
Ya en 2010, una funcionaria inglesa que se identifica como «ace» consiguió que la administración añadiera la «A» a la ristra clásica LGBT+. Lo demás es un calco del modo en que se imponen etas identidades. Si criticas a un «asexual» es que eres un «acefóbico» y, por supuesto, los aces han sido también perseguidos y discriminados pues no se califica para ser minoría legítima sin una historia de opresión a tus espaldas. En este caso, lo curioso es que sus opresores son la «comunidad queer» que no entiende que alguien no quiera tener relaciones sexuales y que los critica y discrimina por ello. Los «asexuales» denuncian los resquemores para incluirlos en la retahíla LGBTQIA+ porque especialmente los T y los Q tienden a considerar que los A no están discriminados. «Acefóbicos» de libro. Y por supuesto tienen bandera de su orgullo: cuatro rayas horizontales, negra, gris, blanca y morada de arriba abajo. La franja negra representa la asexualidad, la gris la zona gris entre lo sexual y lo asexual, la blanca la sexualidad y la morada la comunidad. En un curioso giro, al haber sido excluidos de la definición LGBT, los «asexuales» serían no una minoría oprimida más, sino la más oprimida, rechazada incluso por quienes son a su vez oprimidos por otros. Es el razonamiento victimizador llevado a su máximo esplendor, con triple mortal y tirabuzón, y una demostración más de la que la revolución acaba devorando a sus hijos.
6 comentarios
La obsesión en la que podrían integrarse todas las letras inventadas (inventadas en cuanto al ser creado, solo existen como prácticas y en lo que les lleva a creerse), es una H tachada. Niegan la heterosexualidad natural y de ahí se han ido inventando todas las demás. Sin entender esto no se entiende nada de lo demás. No solo es que hayan propuesto esas otras prácticas. Directamente han querido y quieren imponerlas. Y no solo eso. Han querido y quieren imponer una mentalidad respecto a ello. Un creerse eso. Para ver justificado su acto y negar el pecado. Para poder atacar a otros y justificar la imposición (otro pecado). Es terrible realmente.
Aunque el culebrón se da, cuidado. Esos autoproclamados A, y los no proclamados de ninguna letra, realmente podrían estar siendo atacados. Lo de oprimidos suena a una tontería. Sencillamente porque no existen como parte de lo creado. Viven de un determinado modo. Nada más. Los ataques con testosterona artificial existen. Nueva arma. Nueva droga. No se ve. No huele. No se aprecia en principio. Pero está y se respira. Contaminan ambientes de personas que no son de la comunidad contranatura y que no lo han pedido. Ni son ni tienen iinterés en serlo. Ej, institutos, piscinas públicas, discotecas... El resultado es el desquicie del personal. Inflan las próstatas más rápido que los testículos, incluso en niños prepúberes y en castrados, y transexualizan mujeres con efectos masculinos.
No, no es casualidad que sean mujeres las apuntadas a esa letra. Cada vez más distanciadas de lo que se les ofrece en un mundo masculinizado que no aprecia la feminidad. Un mundo que no aprecia lo creado por Dios.
Pero hoy día parece que hay "catalogar" a todo el mundo, como en una ficha de datos, sobre todo en el tema de sexual, pues a seguir hablando tonterías y más tonterías.
Estamos como cencerros.
Pero me parece muy lógico que en ese contexto alfabético haya quien decida declararse A. Especialmente mujeres en un mundo que es profundamente machista, mucho más que en los tiempos del machismo clásico. La cuestión del porno es lo que colma el vaso.
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