La ley educa… ¡y en cuestión de semanas!
Es obvio para cualquiera que ponga un mínimo de atención: la ley educa. También cuando es una ley injusta y, en rigor, no es ley. La mera apariencia de ley acaba transformando las mentalidades pues no podemos evitar identificar la ley con lo bueno. Incluso cuando la ley promueve algo manifiestamente malo, serán muchos, la mayoría me atrevo a decir, que acabarán considerando aquello que manda la ley bueno.
Los ejemplos históricos abundan. En nuestra historia reciente hemos visto como leyes que no contaban con el apoyo de la mayoría de la población, han cambiado en poco tiempo la mentalidad de esa mayoría, que ha acabado aceptando lo que antes rechazaba. Recuerdo a un ministro socialista de Justicia que no solo lo creía así sino que alardeaba de ello en público y actuaba en consecuencia. Y tenía razón. La ley educa, la ley moldea mentalidades, la ley transforma sociedades. En la metáfora de la guerra cultural, la ley es el arma definitiva, la bomba atómica que todo lo disuelve.
Un ejemplo reciente de esto lo encontramos en un artículo publicado en la revista Slate sobre un centro abortista en Estados Unidos después de la sentencia Dobbs, la llamada Hope Clinic for Women en Granite City, Illinois. Pero lo que llama la atención (y que han detectado en la revista Ius et Iustitium) son las declaraciones de una empleada del centro abortista:
Tras la reversión de Roe, las discusiones con los pacientes se han vuelto más difíciles. Los pacientes expresan con más fuerza la sensación de que están haciendo algo que está mal o es ilegal. O experimentan una mayor confusión sobre su decisión de interrumpir el embarazo porque existe esta idea generalizada de «Bueno, si el Tribunal Supremo o el gobierno dice que esto no es legal, entonces está claro que estoy haciendo algo mal». Hemos empezado a ver pacientes en crisis absoluta. En la clínica, escuchamos una y otra vez, «Oh, es ilegal en mi estado. Oh, no puedo hacer eso».
Los pacientes también están lidiando con una mayor cantidad de indecisión y estigmatización internalizada. Dicen: «Oh, no quiero asesinar a mi bebé», o declaraciones que hacen referencia al debate en que estamos metidos.
O lo que es lo mismo, una sentencia del Supremo educando en cuestión de semanas. Como comenta R.R. Reno, «la política no es algo ajeno a la cultura y puede afectar a las normas sociales de manera profunda, especialmente cuando instituciones como los tribunales, investidos del prestigio de la ley, se pronuncian sobre asuntos de importancia moral».
Ojalá nos vayamos enterando de esta profunda verdad.
12 comentarios
Presumamos y leamos a los pensadores católicos. Volvamos a lo que siempre se dijo con tanto acierto. Seamos humildes y reconozcamos que eran mejores que nosotros (porque nosotros, los católicos de hoy, algo estaremos haciendo rematadamente mal cuando teniendo colegios y universidades y recursos económicos somos incapaces de dar una respuesta sólida a las ideologías dominantes y a la mundanidad imperante que reduce a Dios a un mero sentimiento.
No es necesario recurrir a un socialista. Dejo sólo un ejemplo, leído en la Carta Pastoral que don Marcelo González escribió contra la ley del divorcio. Nos iría mucho mejor si en las clases de Derecho Constitucional de las universidades católicas, en lugar de “canonizar” a los católicos que promovieron semejante aberración, se leyeran las Cartas de don Marcelo sobre la Constitución o sobre el divorcio. Ahí va: «La ley no debe ser nunca una denotación de lo que acontece, sino modelo y estímulo para lo que se debe hacer», Juan Pablo II, 7 diciembre 1979.
Cuántas leyes sin régimen sancionador quedan en declaraciones de intenciones.
A cuántas personas se le oye oír eso de 'está permitido, no será malo si lo permiten'. Y luego están los medios rosa que ponen como ejemplo a todo el famoseo.
Un saludo
revistas.upb.edu.co/index.php/revista-institucional/article/view/3047
"Todo régimen político, económico y social se basa, en último análisis, en una metafísica y en una moral. Las instituciones, las leyes, la cultura y las costumbres que lo integran, o con él son correlativas, reflejan en la práctica los principios de esa metafísica y de esa moral.
Por el propio hecho de existir, por el natural prestigio del Poder Público, bien como por la enorme fuerza del ambiente y del hábito, el régimen induce a la población a aceptar como buenas, normales, hasta indiscutibles, la cultura y el orden temporal vigentes, que son las consecuencias de los principios metafísicos y morales dominantes. Y, al aceptar todo esto, el espíritu público acaba por ir más lejos, dejándose penetrar como por osmosis, por esos mismos principios, habitualmente entrevistos de modo confuso, subconsciente, pero muy vivo, por la mayor parte de las personas.
El orden temporal ejerce, pues, una acción formadora o deformadora, profunda, sobre el alma de los pueblos y de los individuos.
Hay épocas en que el orden temporal se basa en principios contradictorios, que conviven en razón de un tal o cual escepticismo con color casi siempre pragmatista. En general, ese escepticismo pragmático pasa de ahí para la mentalidad de las multitudes.
Hay otras épocas, en que los principios metafísicos y morales que sirven de alma al orden temporal son coherentes y monolíticos, en la verdad y en el bien, como en la Europa del siglo XIII, o en el error y en el mal, como en la Rusia o en la China de nuestros días. Entonces, esos principios pueden marcarse a fondo en los pueblos que viven en una sociedad temporal por ellos inspirada.
El vivir en un orden de cosas así coherente en el error y en el mal ya es de sí una tremenda invitación a la apostasía."
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