Palabras claras e iluminadoras desde Noruega
Me llamó la atención, hace no muchos días, el titular de una entrada firmada por José Francisco Serrano Oceja: Por favor, traigan a este obispo a España.
El obispo al que se refería es Erik Varden, cisterciense y obispo de Trondheim, en Noruega. Para nada un desconocido, pues su libro La explosión de la soledad, publicado el año pasado, ya me había causado una grata impresión.
Serrano Oceja explicaba que «recientemente, el Abad General de la Orden, le pidió que interviniera en el Capítulo General celebrado en Asís. El texto de su intervención, publicado también en español, es uno de los escritos espirituales que más me ha impactado en los últimos meses». Como pueden suponer, me faltó tiempo para leer el escrito de Varden. Un texto no muy largo, al que se puede acceder en este enlace y que les recomiendo.
Un texto que se entiende, lejos de esa lengua abstrusa y burocrática que tanto abunda (algunos la llaman el «clericalés») y que además se atreve a decir en voz alta lo que tantos ven pero no se atreven a decir.
Como decía, vale la pena dedicar unos minutos a la lectura del escrito de Mons. Varden. Una carta en la que me ha llamado poderosamente la atención algunas afirmaciones y planteamientos:
No se ahorran juicios duros, realizados con compasión, pero sin ocultar la realidad. Como él mismo dice, «son palabras duras, pero necesitamos oírlas».
Critica abiertamente los intentos, siempre torpes y estériles, por adaptar la Iglesia al mundo: «No hace mucho vi una nueva traducción del salterio litúrgico. El pronombre personal masculino en tercera persona singular (él) había sido eliminado casi por completo y reemplazado por formas lingüísticas inclusivas o cambiado por la segunda persona (tú), como si el texto estuviera dirigido a quien lo recita. Vosotros podríais pensar: ¿no es admirable poder superar el sesgo de género y permitir a todos, mujeres y hombres, reconocerse a sí mismos en el texto sagrado? La respuesta es sí, si estuviéramos buscándonos a nosotros mismos allí. Esa no fue la experiencia de nuestras madres y padres en la fe. Lo que buscaban en el salterio no era su propio reflejo sino la imagen de Cristo, nuestro Señor. Modificaciones como la que menciono aquí esfuman esta imagen hasta convertirla en un pálido palimpsesto sobre el que imponemos nuestra propia imagen». Y la verdad, si en vez de Cristo nos buscamos a nosotros mismos, ese esfuerzo no vale la pena. Se entiende que las iglesias, y también los monasterios, se vacíen.
Se atreve a cuestionar los lugares comunes eclesiásticos: «me pregunto si hemos sido suficientemente conscientes de una forma insidiosa de inculturación que consiste en rendirse a la mentalidad de un mundo para el cual el término «Dios» ha dejado de tener significado». Y más adelante, se refiere a la crisis de vocaciones a la vida religiosa que está «transformando nuestros noviciados en enfermerías» y la actitud de supuestamente aceptación confiada de este panorama: «La generalización de una mentalidad como esta, cierra al monasterio sobre sí mismo. Así, se convierte casi en un monumento triunfante de una extinción anunciada, un temprano mausoleo, en apariencia testigo de una gloria pasada, pero que no es sino la petrificación de la resignación presente».
Denuncia la hipocresía de tantas excusas para justificar nuestras debilidades: «En vez de elevarnos a través de un arduo esfuerzo hasta normas que nos transcienden, hemos bajado el nivel de esas normas para hacerlas a nuestra medida. Adoptamos un lenguaje complaciente para describir este proceso. Decimos que estamos siendo «sensatos» y «maduros» al ejercitar la «libertad» y la «responsabilidad» para hacer la vida más «humana».
Va al cogollo del asunto, al núcleo de la cuestión, y éste es sobrenatural: «La Iglesia es un misterio divino que debe ser entendido como tal, insistía Meletios. Cuando lo humano prevalece sobre lo divino, la Iglesia no florece. «El antropocentrismo, escribió él en 2001, mata la Iglesia y su vida». En 2022, me atrevo a añadir, lo constatamos a diario.
Por eso replica a quienes consideran que «lo que enfrenta la Iglesia al mundo contemporáneo es su enseñanza en temas de moral» y, en consecuencia «demandan cambios en el magisterio». No es necesario poner ejemplos, dolorosos y recientes, de este modo de ver las cosas. La respuesta de Varden es taxativa: «esta afirmación es errónea. No creo que el skandalon principal sea moral. Creo que es metafísico: ¡La santidad de Dios! ¡El esplendor de su gloria, manifestado en Cristo, por la infinita condescendencia de su gracia!».
Varden piensa como Bloy. El noruego dice que nuestra exigencia es ser santos. El francés decía aquello de que la única verdadera tragedia en esta vida era no ser santo. Yo me limito a repetir lo que ellos dicen. Ante esto, tantos debates estériles que copan la actualidad de la vida de la Iglesia no es que se difuminen, es que desaparecen en su inanidad.
8 comentarios
«En vez de elevarnos a través de un arduo esfuerzo hasta normas que nos transcienden, hemos bajado el nivel de esas normas para hacerlas a nuestra medida”
Hoy, en la Iglesia, muchos sienten fobia hacia las "Normas", porque se les ve como un estorbo, para la libertad. ... ¿Será que queremos una libertad sin cruz?
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