¿Neutralidad? Tampoco existe en educación

Escribía no hace mucho sobre la imposibilidad de eso que llaman neutralidad del Estado. El Estado nunca es neutral, no puede serlo, y cuando nos hablan de neutralidad es, a menudo, un modo de expulsar la religión de la plaza pública para que ese espacio lo ocupe una pseudorreligión civil cada vez más opresiva.

Pocos días después llegaba a mis manos el último número de la revista Salvo y encontraba allí un artículo de Joshua Pauling que argumenta lo mismo pero, en este caso, en el ámbito de la educación. También aquí es imposible una educación neutral. El texto de Pauling es certero y completa y refuerza mi argumento. Tras confesar que «con cada año que paso dando clases, me convenzo aún más de que no existe la enseñanza neutral» y exponer algunas de las falacias del constructivismo (como la defendida por Maxine Greene, un destacado teórico de la educación del siglo pasado, que afirmaba que «[el profesor] debe hacer posible que sus alumnos creen significados en un cosmos desprovisto de sentido objetivo»), Pauling señala tres resultados de una enseñanza supuestamente neutral:

Resultado #1: Relativismo

«Un profesor que se esfuerza por ser neutral tiende a responder a las opiniones de los alumnos con respuestas anodinas e indiferentes como: «Gracias por compartir, Jane» o «Esa es una buena observación, Johnny». Sin embargo, ese pasar de puntillas indiferente da forma a la creencia de que todas las ideas y opiniones son igualmente válidas. Está claro que los estudiantes han interiorizado el mensaje, como muestra una encuesta de Barna de 2019: el 83% de los adolescentes encuestados dijo que la verdad moral depende de las circunstancias, mientras que solo el 6% dijo que la verdad moral es absoluta.

El silencio de los profesores en cuestiones de verdad y moralidad dice mucho a los estudiantes, resonando a lo largo de sus años de escolarización y más allá. Los profesores no deben quedarse de brazos cruzados, sino modelar los compromisos morales e intelectuales. Si no lo hacen, no es de extrañar que los alumnos tampoco lo hagan».

Resultado #2: Narcisismo

«Cuando el relativismo reina en el aula, el narcisismo tiende a aparecer. Con un profesor empequeñecido a acompañante y demasiado dubitativo para tomar cualquier postura, el mensaje a los estudiantes es que ellos son los que saben mejor lo que más les conviene a sí mismos. En lugar de ser dirigidos hacia la verdad, la bondad y la belleza, se deja a los estudiantes jugar en el barro de sus instintos más bajos y el entretenimiento superficial.

Sin una guía, los estudiantes quedan atrapados en el ciclo narcisista del yo, reflejado digitalmente e intensificado por los golpes de dopamina de las redes sociales y la cultura popular. Los profesores no deben limitarse a sostener el espejo para los alumnos, sino transformar el espejo en una ventana que permita a los alumnos ver el significativo mundo de las ideas más allá de ellos mismos».

Resultado #3: Secularismo

«Los intentos de una enseñanza neutral adoctrinan rápidamente a los alumnos en una visión secularista del mundo. Esto se debe a que la enseñanza implica innumerables decisiones sobre qué información incluir o excluir, lo cual no es un proceso imparcial. Fingir neutralidad en el aula es peligroso porque la visión del mundo y los presupuestos del profesor permanecen ocultos bajo la capa de neutralidad. Sin ver las cartas del profesor sobre la mesa, los alumnos no tienen forma de evaluar el punto de vista del profesor.

Cuando los profesores evitan a propósito las cuestiones últimas o los temas controvertidos pero vitales en sus aulas, los alumnos absorben el ateísmo funcional contenido en esa actitud. Evitar cuidadosamente las creencias religiosas y los compromisos últimos susurra a los alumnos cada día que esas ideas no importan y que no tienen ningún impacto en la vida cotidiana o en los esfuerzos intelectuales. Los alumnos siempre imitarán a alguien e interiorizarán algo. ¿Realmente queremos que imiten al profesor supuestamente neutral que en sus intentos de amoralidad lleva a los alumnos a la nada? ¿O al profesor que, mientras finge neutralidad, en realidad favorece las ideologías progresistas?»

Concluye Pauling reafirmándose en que la neutralidad en la enseñanza es una ilusión. En realidad, aquí también, estamos ante dos alternativas: o el maestro que se limita a «acompañar» y que elimina las verdades absolutas de lo que enseña, o el maestro que «encarna la verdad en toda su belleza y complejidad, y que está dispuestos a combatir el relativismo»

 

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