(SIC/RV) Alrededor de las seis de la tarde, el Pontífice se dirigió al mundo de la cultura, del arte y de la economía en la Basílica de la Salud de Venecia, donde tras el saludo de Mons. Brian Edwin Ferme, Rector del “Studium Generale Marcianum”, Benedicto XVI manifestó su alegría al saludarlos cordialmente, agradeciéndoles su presencia y simpatía. Durante este encuentro, última etapa del viaje al noreste de Italia comenzado ayer por la tarde, el Obispo de Roma aprovechó la oportunidad para ofrecer algunos pensamientos, muy sintéticos, con la esperanza de que sean útiles para la reflexión y el empeño común.
El Pontífice ofreció su pensamientos basándose en tres palabras que “son metáforas sugestivas: tres palabras ligadas a Venecia y, en particular, al lugar en que nos encontramos: la primera palabra es ‘agua’; la segunda es ‘Salud’, y la tercera es ‘Serenísima’:
Agua
“Comenzamos por el agua, como es lógico por muchos aspectos. El agua es símbolo ambivalente: de vida, pero también de muerte; lo saben bien las poblaciones afectadas por aluviones y maremotos. Pero el agua es ante todo elemento esencial para la vida. Venecia es llamada la ‘Ciudad de agua’. También para vosotros que vivís en Venecia esta condición tiene un dúplice signo, negativo y positivo: comporta muchos malestares y, al mismo tiempo, un atractivo extraordinario. El hecho de que Venecia sea ‘ciudad de agua’, hace pensar en un célebre sociólogo contemporáneo, que ha definido ‘líquida’ nuestra sociedad, y así la cultura europea: una cultura ‘líquida’, para expresar su ‘fluidez’, su poca estabilidad o, quizás, su ausencia de estabilidad, la volubilidad, la inconsistencia que a veces parece caracterizarla”.
De ahí que el Papa hiciera una primera propuesta: “Venecia no como ciudad “líquida”, sino como ciudad “de la vida y de la belleza”. “Ciertamente –agregó– es una elección, pero en la historia –dijo– es necesario elegir: el hombre es libre de interpretar, de dar un sentido a la realidad, y precisamente en esta libertad consiste su gran dignidad. En el ámbito de una ciudad –prosiguió diciendo el Obispo de Roma– también las elecciones de carácter administrativo, cultural y económico dependen de esta orientación fundamental, que podemos llamar “político” en la acepción más noble y más elevada del término. Porque como dijo el Papa “se trata de elegir entre una ciudad ‘líquida’, patria de una cultura que se parece cada vez más a la de lo relativo y de lo efímero, y una ciudad que renueva constantemente su belleza tomando de las fuentes benéficas del arte, del saber, de las relaciones entre los hombres y entre los pueblos”.
Salud
“Vayamos a la segunda palabra: ‘Salud’. Nos encontramos en el ‘Polo de la Salud’: una realidad nueva, pero que tiene raíces antiguas. Aquí, en la Punta de la Aduana, surge una de las iglesias más célebres de Venecia, obra de Longhena, edificada come voto a la Virgen por la liberación de la peste del año 1630: Santa María de la Salud. Junto a ella, el célebre arquitecto construyó el Convento de los Somascos, que después se convirtió en el Seminario Patriarcal.
Y aludiendo al lema inciso en el centro de la rotonda mayor de la Basílica, el Pontífice explicó que se trata de una expresión que indica que el origen de la Ciudad de Venecia está estrechamente ligado a la Madre de Dios, fundada, según la tradición, el 25 de marzo del año 421, Día de la Anunciación. Y precisamente por intercesión de María –añadió el Papa- vino la salud, la salvación de la peste. Pero reflexionando sobre este lema podemos encontrar también un significado aún más profundo y más amplio. “De la Virgen de Nazaret tuvo origen Aquel que nos da la ‘salud’. La ‘salud’ es una realidad omnicomprensiva, integral: que va del ‘estar bien’ que nos permite vivir serenamente una jornada de estudio y de trabajo, o de vacación, hasta la salus animae, la salud del alma, de la que depende nuestro destino eterno.
Benedicto XVI reafirmó que “Dios se ocupa de todo esto, sin excluir nada. Se ocupa de nuestra salud en sentido pleno. Lo demuestra Jesús en el Evangelio: Él ha curado a enfermos de todo tipo, pero también ha liberado a los endemoniados, ha perdonado los pecados, ha resucitado a los muertos. Jesús ha revelado que Dios ama la vida y quiere liberarla de toda negación, hasta la más radical que es el mal espiritual, el pecado, raíz venenosa que contamina todo. Por esto, al mismo Jesús se lo pude llamar ‘Salud’ del hombre: Salus nostra Dominus Jesus. Jesús salva al hombre poniéndolo nuevamente en relación saludable con el Padre en la gracia del Espíritu Santo; lo inmerge en esta corriente pura y vivificante que libera al hombre de sus ‘parálisis’ físicas, psíquicas y espirituales; lo cura de la dureza del corazón, de la cerrazón egocéntrica y le hace gustar la posibilidad de encontrarse verdaderamente a sí mismo, perdiéndose por amor de Dios y del prójimo”.
Serenísima
En fin, la tercera palabra: ‘Serenísima’, el nombre de la República Véneta. Un título verdaderamente estupendo, se diría utópico, con respecto a la realidad terrena, y sin embargo, capaz de suscitar no sólo memorias de glorias pasadas, sino también ideales que arrastran en la proyección del hoy y del mañana, en esta gran región. ‘Serenísima’ en sentido pleno es solamente la Ciudad celestial, la nueva Jerusalén, que aparece al término de la Biblia, en el Apocalipsis, como una visión maravillosa (cfr. Ap 21,1 – 22,5).
La esperanza, fruto de la fe cristiana
Y sin embargo –dijo el Santo Padre al mundo de la cultura, del arte y de la economía– el Cristianismo concibe esta Ciudad santa, completamente transfigurada por la gloria de Dios, como una meta que mueve los corazones de los hombres e impulsa sus pasos, que anima el empeño fatigoso y paciente para mejorar la ciudad terrenal. Es necesario recordar siempre a este propósito las palabras del Concilio Vaticano II: “De nada sirve al hombre ganar todo el mundo si se pierde a sí mismo. No obstante, la espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación de cultivar esta tierra, donde crece aquel cuerpo de la nueva familia humana, que puede ofrecer ya un cierto esbozo del siglo nuevo” (Const. Gaudium et spes, 39).
Hacia el final de su alocución el Papa afirmó que “escuchamos estas expresiones en un tiempo en el que se ha agotado la fuerza de las utopías ideológicas y no sólo el optimismo se ha oscurecido, sino que también la esperanza está en crisis”. De ahí que haya hecho hincapié en que “no debemos olvidar entonces que los Padres conciliares, que nos han dejado esta enseñanza, habían vivido la época de las dos guerras mundiales y de los totalitarismos”. Y añadió que su perspectiva ciertamente no era dictada por un fácil optimismo, sino por la fe cristiana, que anima la esperanza -al mismo tiempo grande y paciente- abierta al futuro y atenta a las situaciones históricas.
Por esta razón afirmó que en esta perspectiva el nombre “Serenísima” nos habla de una civilización de la paz, fundada en el respeto mutuo, en el conocimiento recíproco y en las relaciones de amistad. Venecia tiene una larga historia y un rico patrimonio humano, espiritual y artístico para ser capaz también hoy de ofrecer una preciosa contribución para ayudar a los hombres a creer en un futuro mejor y a empeñarse en construirlo. Pero para esto no debe tener miedo de otro elemento emblemático, contenido en el escudo de San Marcos: el Evangelio.
Porque como afirmó el Papa, “el Evangelio es la fuerza más grande de transformación del mundo, pero no es una utopía ni una ideología”. Y al despedirse lo hizo con un pensamiento dirigido también a los musulmanes que viven en esta ciudad. De este lugar tan significativo –dijo textualmente– dirijo mi saludo cordial a Venecia, a la Iglesia que aquí peregrina y a todas las Diócesis del Trivéneto, dejando, como prenda de su perenne recuerdo, su Bendición Apostólica.