(InfoCatólica) En la víspera del tercer aniversario de la muerte de Benedicto XVI, el Cardenal Gerhard Ludwig Müller, prefecto emérito de la Congregación para la Doctrina de la Fe, presidió este lunes 30 de diciembre una misa solemne en el Altar de la Cátedra de la Basílica de San Pedro. Durante la celebración eucarística, el purpurado alemán destacó la inmensa herencia teológica del pontífice fallecido, a quien definió como «uno de los más grandes teólogos en la Cátedra de Pedro» y como un «cooperador de la verdad» que dejó un legado intelectual de excepcional calidad para las generaciones futuras.
A la liturgia, concelebrada por varios sacerdotes y por el padre Federico Lombardi, presidente de la Fundación Vaticana Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, asistieron cardenales, obispos y numerosos fieles que elevaron oraciones por el descanso eterno de Joseph Ratzinger, quien completó su peregrinación terrenal el 31 de diciembre de 2022, a los 95 años de edad. El Cardenal Müller subrayó que Ratzinger «no es una persona del pasado, sino un miembro del Cuerpo de Cristo vivo, que es uno en el cielo y en la tierra».
Un servidor permanente de la Palabra
En su homilía, pronunciada en inglés, el Cardenal Müller recorrió las diferentes etapas del ministerio del pontífice alemán, nacido el 16 de abril de 1927. Joseph Ratzinger se entendió siempre, según el purpurado, como un «colaborador de la verdad». Como profesor de teología y predicador solicitado, «se puso constantemente al servicio de la Palabra». Durante su desempeño como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe estableció «estándares de altísima diligencia, precisión intelectual e incorruptibilidad para el Magisterio Romano», una labor que continuó durante su pontificado tras ser elegido Sucesor de Pedro el 19 de abril de 2005.
El purpurado recordó que Ratzinger desempeñó un papel fundamental en el Concilio Vaticano II como consultor teológico y colaboró estrechamente con Juan Pablo II al frente del dicasterio doctrinal. Tras gobernar la Iglesia Católica hasta su histórica renuncia en febrero de 2013, Benedicto XVI se retiró al Monasterio Mater Ecclesiae en el Vaticano, donde se dedicó a la oración y al estudio hasta su fallecimiento.
Una obra monumental al servicio de la Iglesia
Para ilustrar tanto la humildad como la magnitud de la obra intelectual de Benedicto XVI, el Cardenal Müller compartió una anécdota reveladora. Cuando le presentó el primer volumen de la Opera Omnia y le informó que el plan editorial contemplaba 16 volúmenes que abarcarían aproximadamente entre 25.000 y 30.000 páginas, el pontífice emérito, en lugar de mostrar orgullo por semejante logro intelectual, le preguntó llamándole por su nombre de pila: «Gerhard, ¿quién va a leer todo eso?». El cardenal respondió con cierta timidez: «Santo Padre, no lo sé, pero sí conozco a la persona que lo escribió todo».
El purpurado alemán explicó que esta edición completa de las obras teológicas, que debe distinguirse de los documentos pontificios, «es un don para toda la Iglesia, incluidas las generaciones futuras». Cada persona tiene la libertad de acercarse a ella según sus intereses espirituales, teológicos, filosóficos o culturales. Algunos podrán orientarse durante el año litúrgico con sus predicaciones, otros acudirán a los volúmenes sobre el Concilio Vaticano II, del cual Ratzinger fue destacado consultor e intérprete auténtico, y otros se aproximarán a sus estudios sobre la enseñanza de San Agustín acerca de la Iglesia como pueblo y casa de Dios.
Sin embargo, ante la pregunta de qué debería leer prioritariamente «un cristiano inquieto y con inquietudes en la fe», el Cardenal Müller no dudó en recomendar los tres volúmenes sobre Jesús de Nazaret. El hecho de que Ratzinger publicara esta obra bajo su nombre personal, para distinguir su autoridad teológica de la papal, «expresa el significado más profundo de la primacía papal», señaló. Todo pontífice, como sucesor de San Pedro, debe comprender que «su tarea más sagrada es unir a toda la Iglesia con todos sus obispos, sacerdotes y fieles en la confesión del Príncipe de los Apóstoles», quien declaró a Jesús: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».
El diálogo entre fe y razón
En su homilía, el Cardenal Müller abordó uno de los temas centrales de la obra de Benedicto XVI: la relación entre fe y razón. Desde la Ilustración, explicó, surgió un aparente conflicto que hacía parecer que los hallazgos de la investigación histórico-crítica de la Biblia, de la epistemología filosófica e incluso de las cuestiones relativas al origen del universo y de la vida contradecían «la creencia en Dios Creador y en Jesucristo, el único Salvador».
No obstante, el purpurado aclaró que «no existe contradicción con la verdad revelada sobre el mundo y la humanidad», aunque la fe no necesite ser validada por las conclusiones siempre falibles de la ciencia empírica. La fe se fundamenta en la Palabra de Dios, por quien todo lo que existe ha llegado a existir. «Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, es la verdad misma en su Persona divina», afirmó. Por ello, el conocimiento de Dios en el Espíritu Santo es infalible y no puede ser cuestionado por un conocimiento puramente mundano.
La tarea de los teólogos consiste, precisamente, en demostrar argumentativamente la profunda unidad entre la fe revelada y el conocimiento secular expresado en teorías. «Siempre debemos estar dispuestos a dar una respuesta lógica, en el Logos, a cualquiera que nos pregunte sobre la esperanza que hay en nosotros», señaló el cardenal, parafraseando la Primera Carta de San Pedro.
El purpurado recordó que incluso Jürgen Habermas, el representante más destacado de la Escuela de Frankfurt neomarxista, que encarna el mundo intelectual de una modernidad sin Dios, buscó el diálogo con Benedicto XVI. Ambos pensadores estaban convencidos de que creyentes y no creyentes podían colaborar para salvar al mundo moderno «de la fría muerte del antihumanismo, el transhumanismo y el nihilismo».
Un encuentro personal con Cristo
El Cardenal Müller subrayó que Joseph Ratzinger recordó repetidamente una verdad fundamental: el cristianismo, con todos sus grandes logros culturales en la doctrina social, la música y el arte, la literatura y la filosofía, «no es una teoría ni una cosmovisión, sino un encuentro con una persona». Jesús es la Verdad en su Persona divina, la luz que ilumina a todo ser humano. «Quien es de la verdad escucha su voz», citó el purpurado.
En este mismo sentido, la Iglesia de Cristo «no es una organización creada por el hombre con un grandioso programa ético y social», ni puede reducirse a una organización no gubernamental. Es, en cambio, la comunidad de los discípulos de Cristo que dicen de sí mismos y profesan ante el mundo: «Vimos su gloria, la gloria del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad».
Al iniciar la celebración eucarística, el Cardenal Müller dirigió también un pensamiento al actual pontífice, León XIV. «Como el papa Benedicto, también él bebe del patrimonio espiritual y teológico del gran doctor de la Iglesia, San Agustín», destacó, subrayando que «ambos ponen a Jesucristo en el centro de la fe de la Iglesia, el Cuerpo de Cristo».
La comunión de los santos
Al concluir su homilía, el purpurado alemán recordó que tras la muerte no solo nos espera el descanso eterno y la felicidad, sino que «veremos a Dios cara a cara y lo alabaremos y amaremos en la comunión de todos sus santos elegidos». El conocimiento de Dios es el fin último de todo esfuerzo espiritual humano, pues como afirma el propio Jesús en el Evangelio de San Juan: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo».
«Joseph Ratzinger, el teólogo, obispo, cardenal y papa, no está lejos de nosotros», concluyó el Cardenal Müller. «Nuestra liturgia terrena corresponde a la liturgia celestial, en la que él se une a nosotros para adorar y glorificar a Dios, amándolo y alabándolo por toda la eternidad».








