¿Debe un católico usar IA para «revivir» a un ser querido?

Señalan riesgos para la fe, la memoria y el proceso de duelo

¿Debe un católico usar IA para «revivir» a un ser querido?

La empresa 2wai provocó controversia en redes al presentar una aplicación que permite fabricar versiones digitales de familiares fallecidos a partir de vídeo y audio. Bioeticistas y especialistas consultados alertan de que estos avatares pueden sustituir el duelo sano, distorsionar la memoria del difunto y confundir sobre la realidad de la muerte.

(CNA/InfoCatólica) Las aplicaciones que prometen «recrear» digitalmente a familiares fallecidos mediante inteligencia artificial han vuelto a colocar sobre la mesa un debate delicado para los católicos: el de la muerte, la esperanza cristiana y la manera de vivir un duelo conforme a la verdad. Varios especialistas han advertido de que estas tecnologías pueden entrañar un «peligro espiritual» si se usan como sustituto del duelo sano y de la relación real con Dios, la oración y los sacramentos.

La polémica se encendió en noviembre tras la presentación pública de 2wai, una empresa de inteligencia artificial que dio a conocer una aplicación con su mismo nombre. Según se explicó, la herramienta permitirá a los usuarios fabricar versiones digitales de seres queridos fallecidos utilizando material de vídeo y audio.

La difusión del proyecto se amplificó cuando Calum Worthy, cofundador de la aplicación, publicó un mensaje viral en la red social X. En ese mensaje sostuvo que la tecnología podría permitir «que los seres queridos que hemos perdido formen parte de nuestro futuro». El vídeo que acompañaba la publicación mostraba a una familia relacionándose de manera continuada con la proyección digital de una madre y abuela fallecida, incluso años después de su muerte, como si esa presencia artificial pudiera ocupar un lugar estable en la vida cotidiana.

La reacción fue inmediata y polarizada. El lanzamiento recibió elogios de algunos comentaristas del mundo tecnológico. Pero también provocó un fuerte rechazo, con críticos que lo denunciaron como «vil», «demoníaco» y «aterrador». Hubo quienes, además, advirtieron de usos moralmente macabros, por ejemplo emplear a familiares muertos para promocionar publicidad en internet.

La empresa 2wai no respondió a solicitudes de comentarios sobre la controversia. Sin embargo, su director ejecutivo, Mason Geyser, explicó al diario The Independent que el anuncio había sido diseñado deliberadamente para resultar «controvertido» y así «provocar este tipo de debate en internet». El propio Geyser señaló que, en su perspectiva, la aplicación debería verse como una herramienta para usar con sus hijos con el fin de preservar recuerdos de generaciones anteriores, y no como un medio para mantener una «relación» con un avatar. En sus palabras: «Lo veo… como una manera de transmitir algunos de esos recuerdos tan buenos que tuve con mis abuelos».

Con todo, la pregunta de fondo permanece: si un uso así es compatible con la comprensión católica de la muerte —y con realidades humanas tan profundas como el duelo— o si, por el contrario, introduce una ficción peligrosa que desplaza el afrontamiento cristiano del dolor. El padre Michael Baggot, legionario de Cristo y profesor asociado de bioética en el Pontifical Athenaeum Regina Apostolorum, reconoció que los avatares de IA «podrían recordarnos ciertos aspectos de nuestros seres queridos y ayudarnos a aprender de su ejemplo». Pero advirtió de inmediato el límite: esas réplicas «no pueden captar toda la riqueza del ser humano encarnado». Y subrayó un riesgo añadido: pueden «distorsionar el legado del difunto» al fabricar conversaciones e interacciones que la persona fallecida jamás eligió ni puede controlar.

En el trasfondo aparece, además, la dimensión espiritual del duelo, tantas veces banalizada por una cultura que quiere anestesiar el sufrimiento o convertirlo en consumo. El reportaje recordó palabras de pontífices recientes sobre la carga del dolor y su posible fruto redentor. El papa Francisco, en 2020, reconoció que el duelo es «un camino amargo», pero añadió que puede «abrirnos los ojos a la vida y al valor sagrado e irremplazable de cada persona», ayudando también a comprender «lo breve que es el tiempo». En octubre, el papa León XIV dijo a un padre en duelo que quienes lloran a un ser querido deben «permanecer unidos al Señor, atravesando el mayor dolor con la ayuda de su gracia». Y, refiriéndose a la Resurrección, afirmó: «no conoce desaliento ni un dolor que nos encierre en la extrema dificultad de no encontrar sentido a nuestra existencia».

Brett Robinson, director asociado del McGrath Institute for Church Life de la Universidad de Notre Dame, fue especialmente contundente al señalar que existe «peligro espiritual» en una tecnología que, exteriormente, parece “devolver” a los muertos. Insistió en que la tecnología no es un instrumento neutral, sino algo que «tiene una profunda capacidad de moldear nuestra percepción de la realidad, independientemente del contenido que se muestre». Y aplicó esa advertencia directamente al caso: «En el caso de volver a presentar a seres queridos muertos nos encontramos con un ejemplo en el que las concepciones previas sobre identidad, vitalidad y presencia están siendo remodeladas según líneas tecnológicas».

Robinson formuló después una pregunta decisiva, porque apunta a la verdad esencial del asunto: «Si alguien que ya no existe en forma humana, cuerpo y alma, puede ser “resucitado” a partir de un archivo de huellas digitales de su vida, ¿con quién o con qué estamos realmente interactuando?». A su juicio, ciertos modos actuales de tecnología evocan épocas pasadas «cuando el cosmos estaba lleno de presencia: la presencia de Dios, de los ángeles, de los demonios y de la magia». Pero advirtió de la diferencia inquietante: el problema, dijo, es que «la “nueva magia” de la tecnología moderna está divorciada del cosmos jerárquico y ordenado de la creación y del ámbito espiritual».

La noticia recogió también el enfoque pastoral, más pegado a la realidad del sufrimiento. Donna MacLeod lleva décadas trabajando en ministerios de duelo. Se implicó en el acompañamiento católico tras la muerte de su hija menor en 1988. Con el tiempo, esa labor evolucionó hacia un programa de apoyo al duelo para católicos llamado Seasons of Hope, descrito como una iniciativa que «se centra en el aspecto espiritual del duelo por la muerte de un ser querido».

MacLeod explicó que se trata de un programa de «hospitalidad y espiritualidad» que surge dentro de una comunidad intensa de personas que sufren una pérdida. Subrayó su fruto eclesial: «Construye comunidades parroquiales». Y añadió: «La gente descubre que no está sola. Eso es muy importante para quienes están de duelo: mucha gente se siente muy sola en su pérdida». En la misma línea denunció la presión social por “pasar página” deprisa, como si el dolor tuviera un calendario impuesto desde fuera: «Y la sociedad espera que todo el mundo siga adelante». Frente a esa mentalidad, recordó: «Pero el duelo tiene su propio ritmo. Quienes están de duelo empiezan a comprender que el Señor está con ellos y que realmente se preocupa por ellos. Al final hay esperanza y sanación». Para MacLeod, ese acompañamiento es sencillamente vivir el mandato cristiano: «Es hacer lo que Cristo nos pide: caminar unos con otros en los tiempos difíciles».

Sobre los avatares de IA, MacLeod reconoció una realidad humana muy común: tras una muerte, muchas personas convierten en «una prioridad muy alta» el «buscar conexión» con el difunto. Puso ejemplos concretos de cómo se aferran a recuerdos y rastros de presencia: «La gente dirá: “No voy a quitar la voz de mi ser querido del contestador”». Y añadió: «O tenemos personas que ponen vídeos de reuniones familiares para poder ver de nuevo a sus seres queridos». En ese contexto afirmó: «Todos buscan seguir conectados con sus seres queridos». Y vinculó ese anhelo con la fe: «Está relacionado con nuestra fe católica y la comunión de los santos: la gente siente esta conexión espiritual con sus seres queridos».

MacLeod se describió como alguien «con dudas» sobre el impacto que podrían tener estas aplicaciones. Admitió que puede haber «riesgos emocionales y psicológicos al interactuar con versiones de IA de los seres queridos», aunque señaló que muchos usuarios «puede que lo miren, pero no se enganchen con ello», salvo que existan problemas previos de salud mental. Sin embargo, marcó un punto donde el peligro se agrava: «donde surge la dificultad es que algunas personas se quedan atascadas en la etapa de negación». En esa situación, explicó, el dolor puede llevar a la desesperación y a buscar medios como médiums o psíquicos, prácticas que —recordó— la Iglesia prohíbe expresamente.

El reportaje indicó que no está claro si los avatares de IA entrarían o no en esa categoría prohibida. En cualquier caso, recordó que el Catecismo de la Iglesia Católica condena de forma explícita cualquier intento de «evocar a los muertos». Y añade que el recurso a médiums o clarividentes «todo ello oculta un deseo de poder sobre el tiempo, la historia y, en último término, sobre otros seres humanos».

El padre Baggot reforzó la crítica desde la bioética: aplicaciones como la de 2wai, afirmó, «reúnen datos sobre el difunto sin preservar a la persona». Y advirtió de un efecto concreto sobre el duelo: los avatares de IA «también podrían perturbar el proceso de duelo enviando señales ambiguas sobre la supervivencia de la persona fallecida». Dicho de otro modo: pueden producir una falsa sensación de continuidad, una “presencia” fabricada que confunde el corazón en un momento en que necesita verdad y esperanza, no simulacros.

Robinson, por su parte, reconoció que «es bueno querer conectar con los seres queridos fallecidos», y recordó que esa conexión se vive «litúrgicamente mediante la oración y los memoriales que honran a esas almas que nos son queridas». Pero avisó contra la deriva tecnocrática: advirtió sobre «creadores tecnocráticos de complejas máquinas computacionales que se están volviendo indistinguibles de la magia». Y concluyó que esta tecnología puede alterar «el orden espiritual» «de maneras desordenadas y desencarnadas», separadas «de las formas rituales que sostienen la religión y de nuestra fe en que nuestro destino eterno descansa en Dios en el cielo y no en una base de datos».

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