(InfoCatólica) Frente a las presiones del régimen chino, que reclama para sí el derecho a designar a su sucesor, el líder espiritual del Tíbet planea adelantarse a los acontecimientos y tomar una decisión en vida, algo inédito en la tradición que rige desde hace siglos la reencarnación de los lamas.
La celebración de su cumpleaños, el próximo 6 de julio en la ciudad india de Dharamshala —donde reside en el exilio desde 1959—, podría ser el momento elegido para anunciar públicamente sus intenciones. Todo apunta a que el sucesor será identificado fuera de China, probablemente en la India, en un intento de evitar la interferencia del Partido Comunista, que ya ha manifestado su intención de imponer su propio candidato valiéndose de normativas imperiales del siglo XVIII y del ritual de la urna dorada.
La comunidad tibetana teme una fractura interna si, como se espera, China acaba designando a un Dalai Lama alternativo. El precedente ya existe: Pekín ya promovió a un Panchen Lama fiel al régimen, mientras mantiene en paradero desconocido al niño reconocido por el Dalai Lama como legítimo sucesor de esa dignidad. La misma fórmula podría aplicarse ahora con el objetivo de garantizar el control ideológico sobre la región tibetana y sus instituciones religiosas.
Ante este escenario, el actual Dalai Lama ha instado a sus seguidores a rechazar cualquier figura impuesta desde China. Según ha expresado en recientes mensajes, la auténtica reencarnación debe estar libre de manipulaciones políticas y nacer en un entorno donde se respete la libertad religiosa.
Aunque en el budismo tibetano la búsqueda del nuevo Dalai Lama suele comenzar tras la muerte del anterior, mediante señales espirituales, oráculos y rituales complejos, esta vez el líder espiritual parece decidido a modificar esa tradición. El gobierno tibetano en el exilio no descarta ninguna opción, pero insiste en que el criterio final debe residir en el Dalai Lama y no en intereses ajenos a la comunidad budista.
La eventual elección de un sucesor legítimo fuera de China podría provocar nuevas tensiones diplomáticas, especialmente con India, país que acoge al líder espiritual desde hace más de seis décadas y que, de facto, se convertiría en el custodio de la continuidad del linaje más importante del budismo tibetano.