(InfoCatólica) Durante la reciente sesión del Sínodo Supremo de la Iglesia ortodoxa rusa, celebrada en el salón del Patriarcado del templo catedralicio de Cristo Salvador en Moscú, el Patriarca de Moscú y de toda Rusia, Kirill, abrió los trabajos con una intervención centrada en los desafíos éticos, espirituales y antropológicos derivados del desarrollo acelerado de esta tecnología.
«Hoy abordamos un tema importante, quizás alejado del teologismo tradicional, pero directamente vinculado con lo que está ocurriendo en el mundo y que plantea amenazas potenciales para la vida espiritual del ser humano», introdujo el Patriarca. Subrayó que los efectos de las ideas relacionadas con la IA pueden incidir de forma decisiva en la cosmovisión de las personas, un asunto que —dijo— la Iglesia debe afrontar con especial atención.
Kirill insistió en que la Iglesia Ortodoxa Rusa nunca ha sido ajena ni hostil al progreso científico. Al contrario, ha seguido con interés los avances genuinos de la ciencia y ha procurado evaluarlos desde una perspectiva moral. Sin embargo, advirtió que en el presente, tanto en Rusia como en el resto del mundo, se acentúan miedos —racionales o no— ante el futuro que la tecnología plantea. De ahí la necesidad, según el Patriarca, de profundizar en el desarrollo de una posición teológica propia sobre cuestiones que afectan directamente al futuro de la humanidad.
El jerarca ortodoxo hizo hincapié en que la inteligencia artificial, ya presente en numerosos sectores como la economía, la sanidad, la educación o la cultura, influirá aún más intensamente en todos los ámbitos de la vida. En este sentido, subrayó que tales transformaciones no deben comprometer los fundamentos esenciales de la existencia humana: «La fe, el amor, la libertad, la responsabilidad y los valores familiares son pilares que no pueden ser reemplazados ni abolidos por ninguna transformación tecnológica».
Uno de los aspectos que más inquietud genera en el seno de la Iglesia es el fenómeno de la despersonalización en las relaciones humanas, acentuado por el uso creciente de sistemas de IA. El Patriarca expresó su preocupación por la sustitución de la comunicación humana por interacciones con máquinas: «Ya hay personas que prefieren consultar a la inteligencia artificial como si fuera un psicólogo personal. Y aunque esta comunicación pueda parecer más rápida o incluso más rica en contenido, no debemos olvidar que la esencia del ser humano está en la relación con el otro».
La puerta al Anticristo
Kirill alertó de que si se pierde la capacidad de comunicarse entre personas, también se debilita la posibilidad de amar, perdonar y compadecerse. Y eso —añadió— no es solo una cuestión antropológica, sino también teológica: «El deterioro de estas cualidades implica la pérdida del discernimiento entre el bien y el mal. Y cuando ya no se puede distinguir entre ambos, se abre la puerta a la era del Anticristo».
Con tono solemne, exhortó a la comunidad eclesiástica y académica a prepararse para afrontar estos retos con seriedad y rigor. Enfatizó la importancia de fomentar estudios teológicos sobre la inteligencia artificial, acogiendo los frutos del pensamiento científico sin caer en el temor irracional, pero sí con una actitud vigilante y reflexiva.
«Lo que ayer parecía ilusorio, hoy se ha hecho realidad. La Iglesia, responsable del estado espiritual del ser humano y de la sociedad, está llamada a proporcionar respuestas sabias y convincentes sobre cómo vivir en fidelidad a la dignidad humana en este nuevo entorno», concluyó.
Discurso completo del Patriarca Kirill
«Hoy tenemos un tema importante, que quizá no esté muy vinculado con la teología tradicional, pero que está directamente relacionado con lo que ocurre en el mundo y con las amenazas potenciales que esto representa para la persona y su vida espiritual. Las consecuencias de aplicar las ideas que hoy abordaremos pueden influir de forma muy significativa en la cosmovisión de las personas, y eso es precisamente un asunto que la Iglesia debe tratar con especial atención.»
«Quisiera compartir con vosotros algunas reflexiones al respecto. Vamos a analizar uno de los temas más relevantes de la actualidad: los problemas relacionados con el desarrollo de la inteligencia artificial. Esta tecnología, que avanza rápidamente, ya está ejerciendo influencia sobre diversos aspectos de la vida humana y social, y por tanto requiere un análisis reflexivo y responsable por parte de la Iglesia.»
«En primer lugar, quiero subrayar que la Iglesia Ortodoxa Rusa nunca ha rechazado el progreso científico y técnico como tal —esto es bien sabido—. Siempre hemos observado con interés y atención los verdaderos logros del pensamiento científico y hemos procurado ofrecer una evaluación moral de las oportunidades que abre la investigación. A la tradición eclesial le es ajeno el miedo irracional al futuro. Sin embargo, en la sociedad —no solo en la nuestra, sino en todo el mundo— crecen los temores, racionales o no, ante lo que está por venir. Por ello, necesitamos desarrollar nuestras propias investigaciones teológicas y formular una posición sobre los problemas que hoy preocupan a las personas y de cuya resolución depende, en efecto, el futuro de la humanidad. Es deseable fomentar estudios científicos centrados en este tema, y utilizar sus resultados como base para la reflexión teológica.»
«Es evidente que la inteligencia artificial, en un futuro próximo, tendrá un impacto aún más profundo en todos los ámbitos de la vida: la economía, la administración pública, la educación, la medicina, la cultura y la vida cotidiana. Los expertos coinciden en que se avecinan transformaciones de gran magnitud. Sin embargo, nosotros estamos llamados a proclamar que estos cambios no deben socavar los valores fundamentales de la existencia humana. La fe, el amor, la libertad, la responsabilidad, los valores familiares: estos son pilares que no deben ser reemplazados ni mucho menos anulados por ninguna transformación tecnológica.
¿Seremos capaces de proteger estos valores imperecederos, otorgados por Dios, ante la inmensa presión de las influencias contemporáneas? ¿Frente a una psicología de masas que, basándose muchas veces en ideas científicas o pseudocientíficas, transforma estas realidades en una práctica de vida muy peligrosa, por no decir pecaminosa?
Nos preocupa especialmente la posible deshumanización de la comunicación interpersonal y social. Ya hoy, muchas personas eligen comunicarse con máquinas en lugar de con otros seres humanos. Y es comprensible: el uso de máquinas puede ser más eficiente, sin duda más rápido, y a veces incluso más significativo desde el punto de vista del contenido que la interacción humana. Por ejemplo, sabemos que hay personas que utilizan la inteligencia artificial como si fuera un psicólogo personal, le piden consejo y opinión. Pero no debemos olvidar que la naturaleza humana y la estructura de la sociedad implican, ante todo, la conexión entre las personas. Si esa conexión se rompe, la sociedad se degrada o incluso desaparece, ya que la palabra “sociedad” proviene de la misma raíz que “comunidad” y “comunicación”. ¿Qué mundo nos espera si las personas pierden la capacidad de comunicarse entre sí, y por tanto de amar, perdonar y compadecerse?
Esto ya es una cuestión teológica, porque con la desaparición de estas cualidades y capacidades, la humanidad cruzaría un umbral a partir del cual ya no sería posible distinguir el bien del mal; y esa pérdida de discernimiento marca precisamente la llegada de la era del Anticristo. ¿Cómo puede venir el Anticristo, esa personificación del mal? Solo si las personas pierden la capacidad de distinguir entre el bien y el mal, y empiezan a aceptar al malvado como un gran líder y guía. Por eso, como cristianos, estamos llamados hoy a reconocer el peligro inminente y a formular, en el lenguaje de la teología y de la Iglesia, una respuesta adecuada a este desafío.
Una vez más quiero decirlo: lo que ayer parecía ilusorio, fantástico, hoy se convierte en realidad, en parte de nuestra vida. Y la Iglesia, que asume la responsabilidad del estado espiritual del ser humano y de la sociedad, está llamada a involucrarse plenamente en esta problemática y a ofrecer a las personas una orientación correcta, razonable y convincente sobre cómo vivir para seguir siendo verdaderamente humanos en las nuevas condiciones del mundo contemporáneo.»