Un diácono católico comparte la terrible experiencia de pasar una década de cautiverio en una prisión de Siria

Testimonio de fe y perseverancia

Un diácono católico comparte la terrible experiencia de pasar una década de cautiverio en una prisión de Siria

Johnny Fouad Dawoud, diácono de la Iglesia Católica Siria, fue liberado el 2 de marzo tras una década de prisión en Siria. Había sido capturado por el Frente Al-Nusra y estuvo completamente aislado del mundo exterior durante años.

(CNA/InfoCatólica) En la mañana del domingo 2 de marzo, sin previo aviso, Johnny Fouad Dawoud, diácono de la Iglesia Católica Siria de la Arquidiócesis de Homs, fue liberado de una prisión siria tras una década de confinamiento.

ACI MENA, el socio de noticias en árabe de CNA, conversó con él tras su reencuentro con su familia para conocer su experiencia de secuestro por parte del Frente Al-Nusra, los momentos de fe y duda que vivió tras las rejas, y la luz que ahora ilumina su vida.

Cuéntenos primero sobre su formación y su camino en la Iglesia.

Dawoud: Nací en una familia profundamente comprometida con la fe, y desde niño sentí una fuerte pasión por participar en actividades pastorales. A los 12 años ingresé al seminario menor y luego al mayor en el Líbano, graduándome en 2009 con una licenciatura en Teología y Filosofía por la Universidad del Espíritu Santo en Kaslik, Líbano.

Regresé a Homs para prepararme para la ordenación sacerdotal, pero al acercarse la fecha de la ordenación diaconal, sentí que no estaba preparado para asumir ese compromiso y no estaba completamente convencido sobre el celibato. Después de mucha reflexión y diálogo, decidí ser honesto con Dios y conmigo mismo, y me retiré — una decisión que sorprendió a mi familia y amigos, especialmente a mi tío, el cardenal patriarca Mar Ignacio Moisés I Daoud.

[Nota del editor: Dawoud más tarde fue ordenado diácono permanente en la Iglesia Católica Siria, lo cual le permite proclamar las Epístolas durante la liturgia.]

¿Qué desafíos enfrentó después de eso?

Me casé y fui bendecido con un hijo. Sin embargo, con el estallido de la revolución siria, perdí mi hogar en el barrio cristiano de Hamidiyah, en la antigua ciudad de Homs, debido a los enfrentamientos. El mayor desafío fue el servicio militar; me trasladaron por varios frentes, el último fue el aeropuerto de Abu Dhuhur, donde estuvimos sitiados durante meses.

La situación era trágica; se acabaron los suministros de alimentos y nos vimos obligados a comer hierbas y hojas. El agua estaba contaminada y no era potable, lo que causó diversas enfermedades. En septiembre de 2015, los rebeldes tomaron el aeropuerto y solo sobrevivimos 38 de los 300 que estábamos allí.

Después de ser capturado y llevado a prisión, ¿cómo vivió el cautiverio?

Nos mantuvieron con la esperanza de un intercambio de prisioneros, pero las autoridades del régimen no cooperaron seriamente con nuestro caso. En un momento, sus negociadores incluso dijeron: «Mátenlos; ya no nos importan». Durante los 10 años de encierro, en general fuimos tratados bien y no sufrimos torturas ni insultos, salvo durante el periodo inicial de interrogatorio. No obstante, el sufrimiento fue inmenso, y lo más duro fue la total desconexión con el mundo exterior, suficiente para destruir la psique de cualquiera. Vivir en lo desconocido, como si uno estuviera muerto, genera un tumulto constante y una frustración devastadora.

Nos enfermamos, incluso con COVID-19, que casi nos mata, sin siquiera saber que había causado millones de muertes fuera. En general, la comida y el agua eran aceptables, aunque la falta de agua para asearnos y para los baños fue difícil, pero logramos sobrellevarla.

Tras tres años de cautiverio, nos permitieron una llamada breve por año (durante el Ramadán) con nuestras familias, gracias a una reunión con Abu Mohammad al-Julani, líder del Frente Al-Nusra.

¿Cómo afectó esta experiencia a su fe?

Es muy difícil para un cautivo describir en pocas palabras su experiencia espiritual en prisión.

Algunos musulmanes mostraban interés en hablar sobre religión, aunque con ciertos fanáticos evitaba discutir, porque solo conocían palabras como «infiel», «politeísta», «apóstata», «ateo» e «hipócrita». Sin embargo, los graduados de institutos y facultades islámicas eran agradables para dialogar, ya que tenía un margen de libertad para hablar y defender mi fe, y ellos lo aceptaban y comprendían.

Me sentí verdaderamente llamado a testimoniar mi fe, como si viviera entre nuestros santos padres y mártires de los tiempos de las primeras persecuciones. Siempre me sentí unido al apóstol san Pablo, repitiendo con él: «Somos embajadores de Cristo», y lo fui de verdad, no solo con palabras, en un lugar donde eso era considerado herejía.

Oraba mucho, hablaba con mi Señor en la noche y lo invocaba durante el día. Pero me duele decir que, al principio de mi cautiverio, a medida que pasaban los años y el sufrimiento mío y de mi familia aumentaba, mi fe flaqueó. Mi confianza en Dios comenzó a tambalearse y me preguntaba: ¿Por qué mi Señor no me responde? ¿Por qué me castiga? ¿Qué pecados cometió mi familia para merecer tanto sufrimiento?

¿Y cómo fue el momento de su liberación y su recibimiento en Homs?

En la mañana del domingo 2 de marzo, sin previo aviso, llamaron mi nombre y me pidieron que me preparara para salir. Me quedé parado frente a la puerta de la prisión sin poder creer que era libre. Me trasladaron a la aldea cristiana de Ya’qubiya, en la campiña de Idlib, donde el padre Louai, franciscano, y los habitantes me recibieron con gran calidez, dejando una huella imborrable en mí. Desde allí contacté al pastor de nuestra arquidiócesis siria católica, monseñor Jacob Murad, y a mi familia. Mi hermano Munther, que no sabía que había sido liberado, empezó a gritar de alegría cuando le dije: «Prepara la cena, esta noche estoy en casa».

Cuando llegué a mi diócesis en Homs, el obispo Jacob, junto con sacerdotes, mi esposa, mi hijo y muchos familiares y amigos, me esperaban. Entramos a la iglesia para dar gracias al Señor, y recibí la Sagrada Comunión de manos del obispo. Tras recibir felicitaciones, me dirigí a mi pueblo, Maskanah (en la campiña de Homs), donde nos recibió una gran celebración.

Cristianos y musulmanes, jóvenes y ancianos, me dieron la bienvenida, y también llegaron multitudes de otras zonas. Al ver la alegría del pueblo por mi liberación, de verdad olvidé al instante el sufrimiento de esos 10 años.

2 comentarios

maru
Vaya sufrimiento. Pobre hombre y pobre familia. . Así es la religión y cultura que muchos ilusos dicen que es la de la paz. Qué paz? La de los cementerios, claro.
6/04/25 8:48 PM
Tannhäuser
Me alegro de que este hombre haya podido ser libre, otra vez y se haya reencontrado con su familia, pero siento que quienes han redactado la noticia hayan puesto un título que quiere dar a entender que lo tenía preso el régimen de Al Assad, cuando fueron los enemigos de este. Menos mal que luego en la noticia lo aclara.
7/04/25 7:48 AM

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