Cuando un Pontificado se extiende muchos años, es natural que se piense qué sobrevendrá cuando acabe. El católico mira al futuro de la Iglesia. ¿Qué es lo que corresponde, entonces, para el tiempo que vendrá?
La Iglesia vive de la Tradición, siempre debe volver a ella, especialmente, cuando le ha sido indiferente o se ha distanciado de la misma, fascinada por la agenda mundana. La Tradición no es mera repetición de lo mismo, sino una realidad viviente, que crece y se desarrolla. Hace ya muchos siglos, San Vicente de Lerins enunció su ley: «In eodem scilicet dogmate, eodem sensu, eademque sententia»; es decir, un desarrollo en el cual la Tradición permanece siempre idéntica, pero resulta siempre nueva. Ésa es su riqueza. La Iglesia de los próximos años debe volver a la riqueza de la Tradición. En muchos países han comprendido esto los jóvenes, mientras que sus mayores permanecen aferrados a novedades pasajeras. Este hecho -que puede comprobarse estadísticamente- resulta paradojal.
Señalo un segundo elemento que debe integrar el programa de la Iglesia en los próximos años. Es una nueva vigencia del mandato apostólico que los Doce recibieron de Jesús, y transmitieron a la posteridad: hacer que todos los pueblos y todos los tiempos crean en el Evangelio. El ejercicio de este mandato implica dar a conocer la Persona y la obra de Cristo. La Iglesia, a pesar de su desarrollo de siglos sigue siendo en el vasto mundo un «pequeño rebaño»; la Misión es esencial en su vida. Especialmente, es necesario fortalecer los enclaves que ya se han instalado en regiones paganas o donde subsisten antiguas religiones.
Otro elemento con el que espontáneamente se extiende la vida de la Iglesia es el diálogo entre la Fe y la cultura; que tiene por fin la creación de una cultura cristiana. La historia eclesial atestigua que, a lo largo de los siglos, hubo épocas en que la cultura cristiana fue una realidad; las obras de esos períodos permanecen como pruebas, y constituyen a la vez ejemplos para el futuro. No se trata de copiar esos modelos; en cada época la realidad mundana ofrece una nueva oportunidad que la vigencia de la Fe aprovecha. Es la perenne realización del diálogo Fe - cultura.
El rumbo de la Iglesia apunta al Cielo. Ése es el fin de la creación del espacio eclesial, que surgió en Pentecostés con el discurso de Pedro. ¿Cómo la figura del primero entre los Doce se prolonga en el Pontificado papal? Es que Pedro llegó a Roma y acabó allí sus días. Cuando uno va a Roma le muestran la sepultura de Pedro. No se puede negar. La historia lo corrobora. Pero la Iglesia predica el Fin, que es la consumación del Reino, del cual ella es un módico anticipo.
La predicación de la Iglesia a los fieles debe mostrarles el Cielo como la meta de cada vida. Explicará, también, que el Cielo es la visión del Dios Trino «cara a cara». Lo escribió el Apóstol Juan: «Cuando lo veamos seremos semejantes a Él» (1 Jn 3, 2).
+ Héctor Aguer
Arzobispo Emérito de La Plata
Buenos Aires, lunes 3 de marzo de 2025. -