(Vatican.news/InfoCatólica) Al iniciar su catequesis, el Pontífice mencionó que hoy estaba previsto que la Audiencia General se realizara en la Plaza San Pedro, pero por la lluvia, trasladaron a todos los fieles al Aula Pablo VI, «es cierto que estará un poco abarrotada, pero al menos no nos mojaremos», les dijo y les agradeció por su paciencia.
Retomando el relato de la Pasión del Señor, Francisco dijo que a los sufrimientos que padece, «Jesús responde con una virtud que, aunque no se contemple entre las tradicionales, es muy importante».
Luego recordó que la palabra paciencia, tiene la misma raíz, que la pasión. Y señaló:
«En la Pasión surge la paciencia de Cristo, que con apacibilidad y mansedumbre acepta ser abofeteado y condenado injustamente; ante Pilato no recrimina; soporta los insultos, los escupitajos y la flagelación de los soldados; lleva carga con el peso de la cruz; perdona a quienes lo clavan al madero; y en la cruz no responde a la provocación, sino que ofrece misericordia. Todo esto nos dice que la paciencia de Jesús no consiste en una resistencia estoica al sufrimiento, sino que es fruto de un amor más grande».
El Pontífice afirmó que el mejor testimonio del amor de Cristo es un cristiano paciente. Paciente como tantos seres humanos, padres de familia, trabajadores, médicos, enfermeras, enfermos, que «cada día, en secreto, agracian al mundo con santa paciencia! pero muchos de nosotros, carecemos de paciencia, la necesitamos como la vitamina esencial para salir adelante, pero instintivamente nos impacientamos y respondemos al mal con el mal: nos cuesta mantener la calma, controlar nuestros instintos, refrenar las malas respuestas, aplacar las peleas y los conflictos en la familia, en el trabajo, en la comunidad cristiana. Inmediatamente viene la respuesta; no somos capaces de ser pacientes».
La paciencia es también una llamada
El Papa nos recuerda que la paciencia no es sólo una necesidad, sino una llamada: si Cristo es paciente, el cristiano está llamado a ser paciente, dijo, lo que significa ir a contracorriente de la mentalidad generalizada de hoy, donde domina la prisa y el «todo y ahora; no se espera a que las situaciones maduren, se forzan a las personas para que cambien al instante».
«No olvidemos que la prisa y la impaciencia son enemigas de la vida espiritual: Dios es amor, y quien ama no se cansa, no se irrita, no da ultimátum, sino que sabe esperar. Pensemos en la historia del Padre misericordioso, que espera a su hijo que se ha ido de casa: sufre con paciencia, impaciente solamente de abrazarlo apenas lo vea volver (cf. Lc 15, 21); o en la parábola del trigo y la cizaña, con el Señor que no tiene prisa en erradicar el mal antes de tiempo, para que nada se pierda (cf. Mt 13, 29-30)».
Testimonio de padres de víctimas del conflicto en Tierra Santa
El Papa ha hablado entonces de dos de los presentes en la audiencia:
«Y hoy aquí, en esta audiencia, hay dos personas, dos padres. Son los primeros: uno israelí y otro árabe, dijo el Papa, ambos han perdido a sus hijas en esta guerra y ambos son amigos; no miran la enemistad de la guerra, sino que miran la amistad de dos hombres que se aman y que han pasado por la misma crucifixión. Pensemos en este testimonio tan hermoso de estas dos personas que han sufrido en sus hijas la guerra en Tierra Santa. Queridos hermanos, gracias por vuestro testimonio»
¿Qué hacer para acrecentar la paciencia?
Para verla crecer hay que ser, aconsejó, como enseña san Pablo, un fruto del Espíritu santo (cf. Ga 5, 22), «hay que pedírsela al Espíritu de Cristo. Él nos da la fuerza mansa de la paciencia, porque »es propio de la virtud cristiana no sólo hacer el bien, sino también saber soportar los males«, dijo Francisco. Y antes de concluir su catequesis recomendó que en estos días de celebraciones de la Semana Mayor, nos hará bien contemplar al Crucificado para asimilar su paciencia.
«Un buen ejercicio es también llevarle a Él a las personas más molestas, pidiéndole la gracia de poner en práctica con ellas esa obra de misericordia tan conocida como desatendida: aguantar pacientemente a las personas que molestan. Y no es fácil. Pensemos -repito ahora- si hacemos esto: aguantar con paciencia a la gente que acosa. Se empieza por pedir que se les mire con compasión, con la mirada de Dios, sabiendo distinguir sus rostros de sus defectos. Tenemos la costumbre de clasificar a las personas por los errores que cometen. No, esto no es bueno. Buscamos a las personas por su rostro, por su corazón y no por sus errores».
Además, aconsejó que para cultivar la paciencia, virtud que da aliento/respiración a la vida, conviene «ampliar la mirada, no limitando el mundo a nuestros problemas, como nos invita a hacer la Imitación de Cristo: «Es preciso, por tanto, que te acuerdes de los sufrimientos más graves de los demás, para que aprendas a soportar los tuyos, pequeños», recordando que «no hay cosa, por pequeña que sea, que se soporte por amor de Dios, que pase sin recompensa delante de Dios» (III, 19). Y además cuando nos sentimos presos de la prueba, como nos enseña Job, es bueno abrirnos con esperanza a la novedad de Dios, en la firme confianza de que Él no deja defraudadas nuestras expectativas».