(RV/InfoCatólica) El Santo Padre llegó al Vaticano en helicóptero, desde su residencia veraniega en Castelgandolfo para celebrar la consagración episcopal de monseñor Gabriele Giordano Caccia, Nuncio Apostólico en Líbano; monseñor Franco Coppola, Nuncio Apostólico en Burundi; monseñor Pietro Parolin, Nuncio Apostólico en Venezuela; monseñor Raffaello Martinelli, Obispo de Frascati, y mons. Giorgio Corbellini, presidente de la Oficina del Trabajo de la Sede Apostólica.
El Papa recordó que la ordenación episcopal es un evento de oración. “Ningún hombre puede hacer de otro un sacerdote o un obispo” explicó, pues es “el Señor mismo que, a través de la palabra de la oración y el gesto de la imposición de las manos, asume al hombre totalmente a su servicio, lo atrae a su mismo Sacerdocio”, para que su Palabra y su obra estén presentes en todos los tiempos.
“La Iglesia no es nuestra, sino suya, la Iglesia de Dios”- enfatizó el Santo Padre- “no atamos a los hombres a nosotros; no buscamos poder, prestigio, o estima para nosotros mismos. Conducimos a los hombres hacia Jesucristo y así hacia el Dios viviente”.
El Pontífice subrayó que el mismo Jesús resumió todos los aspectos del Sacerdocio en una sola frase: “el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud". Por lo tanto, “servir es donarse a sí mismo, a los demás de parte de Dios y en vista de Dios”, explicó el Papa, enumerando luego las características de este servicio iniciando por la fidelidad: «La fidelidad es altruismo, y así, es liberadora para el ministro mismo y para cuantos le son confiados. Sabemos cómo las cosas en la sociedad civil y, con frecuencia, también en la Iglesia, sufren por el hecho de que muchos de aquellos a los cuales les ha sido confiada una responsabilidad, trabajan para sí mismos y no para la comunidad».
Benedicto XVI hizo hincapié en que la fidelidad del Siervo de Jesús consiste en no tratar de adaptar la fe a las modas del momento, pues sólo Cristo tiene palabras de vida eterna y se deben llevar a la gente. “La fe - aseguró el Santo Padre - necesita ser transmitida: no nos fue entregada sólo para nosotros, para la salvación personal de nuestra alma, sino para los demás, para este mundo y nuestro tiempo”. Luego, el Papa se refirió a la segunda característica que Jesús pide al siervo de Dios. Es decir, la prudencia, advirtiendo que no se debe confundir con la astucia, sino que se debe asumir como un criterio para actuar en la verdad:
«La prudencia exige la razón humilde, disciplinada y vigilante que no se deja deslumbrar por los prejuicios, no juzga según los deseos y pasiones, sino que busca la verdad- incluso la verdad incómoda. Prudencia significa ir en búsqueda de la verdad y actuar conforme a ella. El siervo prudente es sobre todo un hombre de verdad y un hombre de sincera razón».
El Santo Padre recordó asimismo que dejándonos plasmar por la verdad de Cristo nos hacemos hombres verdaderamente razonables, “no nos dejamos guiar por la pequeña ventana de la personal astucia, sino por la gran ventana que Cristo nos ha abierto sobre toda la verdad, miramos al mundo y a los hombres y reconocemos así las cosas que verdaderamente son importantes en la vida”.
La bondad es la tercera característica del siervo de Dios, afirmó Benedicto XVI, poniendo de relieve que, tal como dijo Jesús, “nadie es bueno sino Dios”, que es la bondad en persona, por ello, “en una criatura, en el hombre, ser bueno se basa necesariamente en su orientación interior hacia Dios”: «Nos hacemos siervos buenos mediante nuestra relación viva con Jesucristo. Sólo si nuestra vida se desarrolla en diálogo con ÉL, sólo si su ser, sus características penetran en nosotros y nos plasman, podemos convertirnos en siervos verdaderamente buenos».
Al concluir su homilía, el Papa se refirió al nombre de María. “En Ella, totalmente unida a su Hijo, los hombres en las tinieblas y en los sufrimientos de este mundo han encontrado el rostro de la Madre, que nos da la valentía para seguir adelante”. El Santo Padre invitó a rogar a la Madre del Señor que nos conduzca siempre hacia su Hijo, fuente de toda bondad.