(ACI Prensa/InfoCatólica) El día de hoy fue beatificado Joan Roig Diggle en la Iglesia de la Sagrada Familia de Barcelona. La celebración fue presidida por el Cardenal Juan José Omella. El Papa Francisco había anunciado la aprobación del decreto de beatificación el pasado 3 de octubre.
Joan Roig fue uno de los mártires de la persecución religiosa durante la Guerra Civil española. Fue asesinado a los 19 años luego de ser capturado. Antes de hacerlo había comulgado y se había despedido de su madre diciéndole «Dios está conmigo». En sus últimas palabras otorgó el perdón a sus asesinos y les dijo: «Espero que Dios os perdone como yo os perdono».
El Cardenal sugirió nombrar a Joan Roig «patrón del apostolado con los jóvenes» en la Archidiócesis de Barcelona, y aseguró que «Joan era un joven normal, con los gustos y aficiones propias de su edad», provenía de una familia profundamente cristiana y «desde pequeño el joven beato tenía la ilusión de ser un sacerdote enamorado de la Eucaristía y apóstol de los obreros. Quería estar con ellos para conocerlos, quererlos y para llevarles la Buena Nueva de Cristo».
«Impresionaba a todos desde muy joven por su vida espiritual» porque «vivía unido al Padre, se sentía cercano a Jesús y se dejaba moldear por el Espíritu Santo santo. Amaba la oración y buscaba siempre un momento del día para encontrarse a solas con Dios», agregó el Cardenal
«Puede ser un modelo de vida cristiana para jóvenes y adultos de nuestra sociedad, su testimonio puede suscitar el deseo de seguir a Cristo con alegría y generosidad. La profunda amistad con Dios, la oración, la vida eucarística y el ardor apostólico del joven beato nos unirá a Cristo y a su Evangelio» «Fue un joven cristiano de corazón y de hechos. Vivía una profunda amistad con Jesucristo, era la fuente que alimentaba sus palabras, sus relaciones y sus proyectos. Ojalá que su testimonio nos ayude siempre a albergar a Cristo en nuestros corazones, y que el amor sea la raíz y fundamento de nuestra vida», insistió.
Recordó que una de las bases de su espiritualidad cristiana fue «su profundo amor a la Eucaristía, que era el alimento que fortalecía su fe y esperanza».