(Canal Extremadura/Infocatólica) Tras leer el programa del nuevo gobierno, señala en la carta el arzobispo, asegura sentir pena porque un gobierno «laico y neutral' derive en un 'laicismo' que trabaja de forma activa por sacar a Dios totalmente de la vida social.
En su reflexión, afirma que hay que estar atentos al fanatismo religioso pero que eso no puede ser la excusa para que las instituciones no respeten y fomenten la libertad religiosa. Y concluye que un «super-desarrollo» nos puede llevar a un «subdesarrollo moral» que haría imposible a la larga la convivencia humana.
Carta pastora de Mons. Celso Morga
Queridos fieles:
Coincidiendo con la sesiones del Parlamento para la investidura del nuevo jefe de gobierno durante los días de Navidad en nuestra España, estuve leyendo la carta Encíclica de Benedicto XVI titulada Caridad en la verdad (Caritas in veritate). Me llamó la atención el número 29, donde el Papa emérito expone cómo Dios es el garante del verdadero desarrollo del hombre. Creado a su imagen, Dios no solo es el fundamento de la dignidad trascendente del hombre, sino que también alienta su anhelo constitutivo de «ser más».
Qué pena me da que, en el programa del nuevo gobierno, este principio quede tan en la oscuridad por ese prurito de constituir un gobierno «laico», neutral, que, al final, fácilmente, deriva en «laicismo», es decir, en constituirse en parte activa para sacar a Dios totalmente de la vida social.
Pero el ser humano no es un átomo perdido en un universo que se ha formado por casualidad. Afirmar esto nada tiene que ver con la ciencia. La verdadera ciencia está abierta a la trascendencia, como la propia razón humana, cuando se ejercita con un corazón limpio. «Si el hombre -afirma Benedicto XVI- fuera fruto solo del azar o de la necesidad, o si tuviera que reducir sus aspiraciones al horizonte angosto de las situaciones en que vive, si todo fuera únicamente historia y cultura, y el hombre no tuviera una naturaleza destinada a trascenderse en una vida sobrenatural, podría hablarse de incremento o de evolución, pero no de desarrollo».
Y es la frase siguiente de este número 29 la que me llamó poderosamente la atención en este contexto que estamos viviendo: «Cuando el Estado promueve, enseña, o incluso impone formas de ateísmo práctico, priva a sus ciudadanos de la fuerza moral y espiritual indispensable para comprometerse en el desarrollo humano integral».
Por todo ello, me parece tan fundamental que el Estado, sobre todo, defienda y promueva siempre el derecho a la libertad religiosa. Cierto que hay que estar muy atentos para que el ejercicio de este derecho no sea una cobertura para la obtención moralmente ilícita de poder y riqueza, mediante la violencia, sea física o moral; pero este fanatismo religioso, que impide el verdadero desarrollo humano, no puede ser tampoco cobertura para que el Estado y sus instituciones no respeten y fomenten el derecho fundamental a la libertad religiosa en su plenitud de contenido.
En definitiva, que el verdadero desarrollo humano, al que todos aspiramos para nuestro país y para todos los países del mundo, vaya acompañado de un desarrollo integral de todas las personas humanas, que componen nuestra sociedad; que un «súper-desarrollo» no nos lleve a un «subdesarrollo moral», que a la larga haría imposible la convivencia humana.
+ Celso Morga Iruzibieta
Arzobispo de Mérida-Badajoz