(Actuall/InfoCatólica) No es la primera vez que trabajadores cristianos son presionados y perseguidos por grupos activistas LGTB para que realicen trabajos que violan sus creencias religiosas. Uno de estos casos fue el de Aaron y Melissa Klein, dueños de una pastelería multados por la Oficina del trabajo e Industria de Oregón acusados de «discriminar» a los clientes LGBTI, al negarse a preparar una tarta nupcial para dos lesbianas. Otro caso similar es el del panadero Jack Phillips, a quien también se le acusó de haber «discriminado» a los clientes homosexuales al no aceptar prepararles un pastel de boda. En un ramo distinto a la pastelería, la víctima fue Barronelle Stutzman, propietaria de una floristería, quien está apelando a la Corte Suprema de Justicia por un fallo que podría destruirla financieramente. Todo, por negarse a suministrar sus servicios a una boda gay.
La causa del conflicto
Con frecuencia, los problemas se presentan cuando a estos trabajadores se les pide participar en celebraciones relacionadas a «matrimonios» homosexuales, que solicitan invitaciones, arreglos florales o tartas personalizados, que transmiten un «mensaje», y que obligan al proveedor, de alguna forma, a cooperar con esa forma de pensar.
A este respecto, el diario Spiked recoge estos días una reflexión al respecto que cobra especial relevancia por estar escrita por una persona abiertamente homosexual, Brad Polumbo, que defiende el derecho de estas personas a no tener que poner su creatividad al servicio de una forma de pensar que entra en conflicto con sus principios.
No hay derecho a discriminar
Brad sostiene que los propietarios de negocios «no tienen derecho a discriminar». Este mandato se sostiene sobre la base de que, cualquiera que sea el producto o servicio que ofrece un empresario, tiene la responsabilidad legal de venderlo a cualquiera con independencia de su forma de vivir la sexualidad, raza, parcialidad política, etc.
Pero esta obligación ha sido malinterpretada «hasta el punto de que está infringiendo nuestro derecho a la independencia intelectual».
Tal y como recuerda Polumbo, el pastelero Jack Philips, no tiene inconveniente en venderles los pasteles que prepara a diario, pero «elige no diseñar tartas encargadas específicamente para uniones homosexuales, una elección que le ha llevado ante el juez».
Cuando la cadena de supermercados Wallmart se negó a vender productos con la bandera confederada, no se produjeron procesos judiciales, pues todo el mundo entendió que era un derecho de sus gestores.
«La mayoría de la gente se dio cuenta de que los negocios son dirigidos por personas que tienen el derecho de alinearse o distanciarse de cualquier ideología que quieran, sin embargo, cuando la excepción ideológica está basada en la religión, las personas creen que el “progreso” es más importante que la práctica religiosa», critica Polumbo.
No solo se opone a pasteles LGTBI
El hecho es que, como recuerda Polumbo, Jack Phillips no solo se ha negado a realizar una tarta decorada con motivos LGTB. En el pasado ha rechazado realizar trabajos especiales que contengan mensajes antipatrióticos o profanos, e incluso, a fabricar pasteles con motivos de Halloween.
«En este país, no puedes decidir a qué personas darás servicio, pero puedes decidir qué mensajes quieres apoyar», incide Polumbo.
El derecho a oponerse a las ideas con las que uno no está de acuerdo está tan protegido por la Primera Enmienda de la Constitución de EEUU que el Supremo decidió que los residentes en New Hampshire no tenían por qué llevar el lema del estado «Vive libre o muere» en las matrículas del coche.
La justicia entendía, tal y como recuerda Polumbo que «el estado no puede reclamar constitucionalmente a un individuo que participe en la diseminación de una mensaje ideológico».
La conclusión de Polumbo es meridiana: «Phillips no está expulsando a personas gay fuera de su local, ni se niega que compren un pastel. Todo lo que está haciendo es rechazar la provisión de un artículo personalizado para una boda gay».
Y añade con lógica aplastante: «La idea de que no debería ser libre de hacerlo es poco menos que antiliberal. Es un precedente peligroso. Después de todo, si los activistas fuerzan de forma exitosa a la gente religiosa a reproducir mensajes que violan sus creencias, entonces ¿cómo se detiene a las personas homofóbicas o con odio que pretenden imponer sus ideas sobre otros?».