(Obispado de Alcalá/InfoCatólica) El Obispo de Alcalá de Henares, Mons. Juan Antonio Reig Pla, ha presidido, en el Cementerio de los Mártires de Paracuellos, la Santa Misa con ocasión del Día de la Iglesia Diocesana y el LXXX Aniversario del Martirio de 134 Beatos. La celebración ha tenido lugar el pasado domingo a las 12 horas. Concelebraron superiores y representantes de las órdenes a las que pertenecen los religiosos y sacerdotes cuyos restos mortales descansan en este Camposanto. La iglesia del Cementerio quedó totalmente desbordada, por lo que gran número de fieles debieron seguir la celebración desde el exterior.
Tras la Santa Misa se procedió a la exposición mayor del Santísimo Sacramento. Monseñor Reig Pla portando en sus manos, bajo palio, la custodia con el Cuerpo de Cristo y acompañado por los sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas y el pueblo fiel, recorrió las siete grandes fosas donde yacen los beatos mártires y demás víctimas. Al llegar a cada fosa, sonaban, en primer lugar, unos breves acordes del «toque de silencio», tras lo cual Mons. Reig Pla leía una oración por los difuntos; dicho esto el Obispo procedía a la bendición con el Santísimo Sacramento.
La homilía del Obispo Complutense durante la Santa Misa en el Cementerio de los Mártires de Paracuellos la reproducimos íntegramente a continuación:
Homilía de Mons. Juan Antonio Reig Pla
Obispo de Alcalá de Henares
CEMENTERIO DE LOS MÁRTIRES DE PARACUELLOS
Domingo, 13 de noviembre de 2016
COMO UN GRITO DE ESPERANZA
Celebramos hoy el día de la Iglesia diocesana y, a la vez, el LXXX Aniversario de los caídos en Paracuellos entre los que brillan con especial fulgor los 134 mártires ya beatificados cuyos restos descansan en este Cementerio. Ayer por la tarde iniciamos en la Catedral de los Santos Niños de Alcalá de Henares la causa de canonización de otros 44 hermanos, sacerdotes, religiosos y laicos, 18 de los cuales también están enterrados aquí: 7 agustinos, 5 maristas y 6 seglares.
En este contexto de la celebración del día de la diócesis y a tenor de la Palabra de Dios proclamada, os propongo las siguientes consideraciones.
1. Como un grito de esperanza
Este Cementerio de Paracuellos, la catedral de los mártires, es para todos nosotros como un grito de esperanza; por fin llega el día de la justicia, el desquite de nuestro Dios. Así lo anuncia el profeta Malaquías: «llega el día, ardiente como un horno» (Ml 3, 19). La última palabra no la tiene, pues, la muerte sino la vida, la justicia divina que es nuestra salvación.
Nuestros hermanos mártires «no amaron tanto su vida que temieran la muerte» (Ap 12, 11) y por ello su grito final es un grito de esperanza, es un grito de victoria: ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España! La esperanza, en efecto, es una virtud teologal que tiene como objeto a Dios y a la bienaventuranza eterna. Los medios en los que descansa esta virtud son también divinos y objeto de gracia: la omnipotencia divina y su amor por nosotros. La omnipotencia divina como dice el profeta es como un horno encendido: es la misericordia de Dios más fuerte que la muerte.
Ahora que estamos concluyendo el Año Jubilar que nos ha regalado el Papa Francisco, es bueno recordar el testimonio de nuestros hermanos mártires que se abandonaron al amor de Dios que no defrauda. Por eso el eco de su voz, es como un grito que alienta nuestra esperanza: esperamos la resurrección de la carne y la bienaventuranza eterna que es la justicia de Dios, la respuesta al grito ¡Viva Cristo Rey! Nosotros, como ellos, hemos de continuar trabajando con sosiego, como dice el Apóstol (2 Tes 3, 12) para seguir sus huellas y hacer presente en este momento lo que fueron sus amores: el amor a Dios y el amor a España, la tierra de nuestros padres, donde amaron a su prójimo, a sus familias e incluso a sus perseguidores. Este amor se hace fecundo cuando se alimenta en lo que fue el sentido de sus vidas: el amor a la Iglesia Católica que se nutre de la Palabra de Dios y de los sacramentos.
Sin el cielo, queridos hermanos, no habría verdadera justicia y la vida de los mártires sería un fracaso. Pero no es así. Llega el día en el que el Señor resarcirá nuestras penas y nos hará entrar en esa patria «donde no hay llanto, ni luto, ni dolor» (Ap 21, 4). El cielo, que atraía a nuestros mártires con más fuerza que el imán a los metales, no les hacía desentenderse de este mundo. Ellos quisieron trabajar por España, por el bien común como enseña la Doctrina Social de la Iglesia; muchos cuidaron de escribir palabras de esperanza para sus familias y para sus comunidades religiosas. Amaron a Dios, amaron a la Iglesia y amaron a sus familias y a su patria. Hoy evocamos su testimonio que despierta nuestra alma y nos invita a continuar trabajando por hacer fecundos sus amores.
2. Como un caudal de alegría
El Cementerio de Paracuellos, la catedral de los mártires, es también como un caudal inagotable de alegría. La alegría, que tiene su sede en nuestro espíritu, se hace posible allí donde se hace presente Dios. Así nos lo hacía repetir el Salmo: «El Señor llega para regir los pueblos con rectitud» (Sal 97). Esta presencia de Dios que viene continuamente a nosotros en todos los acontecimientos de nuestra vida, y que será gloriosa en la segunda venida del Hijo del hombre, despierta nuestra alegría con toda la creación que nos acompaña. El salmista nos invita en efecto a «tañer la cítara, a que suenen los instrumentos; con clarines y al son de trompetas». Se trata de una alegría desbordante que solo posibilita Dios. La alegría no se fabrica, es fruto de la gracia de Dios, es fruto del Espíritu Santo. Ello explica que los primeros cristianos iban al martirio cantando y nuestros hermanos mártires con gritos de victoria, aclamando al Rey y Señor.
Es más, toda la creación es invitada a cantar la justicia de Dios: «Retumbe el mar y cuanto contiene, la tierra y cuantos la habitan; aplaudan los ríos, aclamen los montes al Señor que llega para regir la tierra». La razón de esta alegría que conmueve la tierra y el corazón de los hombres es que el Señor «regirá el orbe con justicia y los pueblos con rectitud». Esta alegría que canta el Salmista es la alegría de María en el Magnificat: se alegra mi espíritu en Dios mi salvador. Es la alegría de los beatos mártires que gozan de la visión de Dios. Es la alegría de este domingo de noviembre que nos hace participar en la Santa Misa del triunfo de la resurrección.
También este paraje sencillo de Paracuellos, la vegetación y los pinos que contemplaron el sacrificio de nuestros hermanos, son invitados a cantar porque se acerca el día en que estas siete fosas del cementerio al grito de nuestro Dios serán como un vergel reverdecido, como un caudal de alegría que estallará en los cuerpos resucitados de nuestros mártires revestidos de la gloria de Dios.
3. Como un manantial de luz
El Cementerio de Paracuellos, la catedral de los mártires, es finalmente como un manantial de luz. Nunca hay que perder la esperanza de la conversión, pero en el día del Señor, nos recordaba el profeta Malaquías, «los orgullosos y malhechores serán como paja» que consume el fuego. En cambio, a los que temen al Señor «los iluminará un sol de justicia y hallarán salud a su sombra». Del mismo modo Jesús nos advierte que llegará un día en el que del templo reconstruido por Herodes el Grande «no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida». Sin embargo, aquellos que perseveren hasta el final alcanzarán la salvación: «con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».
Que nadie nos engañe, hermanos. Estas cruces blancas que salpican las siete fosas de este cementerio son los destellos de luz que reflejan la claridad del sol de justicia que es Jesucristo. En este paraje sencillo que prolonga la luz de la cruz blanca que se extiende sobre el monte, brillan con luz potente todos nuestros mártires que iluminan las tinieblas de nuestra tierra y la noche cultural que vivimos en España.
Es una luz silenciosa. Sin embargo está a la espera de todos nosotros que peregrinamos a este lugar santo. Aquí nos esperan sacrificados muchos hermanos nuestros sacerdotes y seminaristas de distintas diócesis de España. Aquí también reposan los restos mortales de multitud de religiosos pertenecientes, al menos, a 20 órdenes religiosas: Agustinos, Capuchinos, Carmelitas, Carmelitas Descalzos, Claretianos, Dominicos, Escolapios, Franciscanos, Hermanos de las Escuelas Cristianas, Hospitalarios de San Juan de Dios, Jerónimos, Jesuitas, Marianistas, Maristas, Misioneros Oblatos, Paúles, Pasionistas, Redentoristas, Sagrados Corazones de Jesús y María y Salesianos. Y de entre los miles de seglares católicos, cuyos restos mortales descansan en este mismo lugar, muchos pertenecían a asociaciones y movimientos apostólicos como Acción Católica, la Adoración Nocturna Española o las Congregaciones Vicencianas.
Todos unidos son como un manantial de luz que ilumina el sendero de nuestra vida. Parecía que fracasaban, pero ahora pueden constatar que Dios no defrauda a nadie, que nos podemos abandonar a su amor misericordioso: porque ni un cabello de nuestra cabeza perecerá.
Es inútil querer sofocar esta luz. Para eso estamos nosotros aquí y éste es el cometido asignado a la Hermandad de Ntra. Sra. de los Mártires de Paracuellos. Si grande es el patrimonio espiritual que nos han legado nuestros hermanos mártires, más grande debe ser nuestro afán por continuar su obra de testimonio de fe, de perdón, y de fortaleza en el martirio. Unidos a toda la Iglesia diocesana, en la fiesta de San Diego de Alcalá y San Leandro, que trabajó incansablemente por la unidad de la Iglesia Católica, queremos renovar nuestro deseo de que Dios Padre sea el primero en nuestra vida; que siguiendo a Jesucristo mostremos a todos el verdadero camino de la salvación y que, encendidos por el fuego del Espíritu Santo, mostremos el fundamento de nuestra esperanza y hagamos efectiva la caridad con nuestros hermanos.
Hoy concluimos en nuestra diócesis el Año Jubilar de la Misericordia. Que este lugar santo sea un verdadero lugar de peregrinación donde podamos aprender del testimonio de los mártires y como ellos servir a nuestro pueblo con sus grandes amores: el amor a Dios, el amor a la Iglesia, el amor a España y, siguiendo las huellas de San Diego de Alcalá, cuya memoria celebramos, el amor a los más empobrecidos y dolientes. Amén.
+ Juan Antonio Reig Pla
Obispo de Alcalá de Henares
Los datos
En la Guerra Civil española, durante la batalla de Madrid de 1936, varios miles de prisioneros fueron asesinados en el paraje del Arroyo de San José, en Paracuellos de Jarama. Las matanzas se realizaron con ocasión de los traslados de presos, conocidos como «sacas», desde diversas cárceles de Madrid entre el 7 de noviembre y el 4 de diciembre de 1936. Muchas de aquellas víctimas fueron asesinadas únicamente como consecuencia de su fe católica y en el contexto más amplio de la persecución religiosa que venía dándose en España desde años atrás. Al finalizar la guerra aquel paraje fue progresivamente dignificado construyéndose allí una pequeña iglesia y dando lugar a lo que hoy conocemos como Cementerio de los Mártires de Paracuellos.
Dicho Cementerio está custodiado por la Hermandad de Ntra. Sra. de los Mártires de Paracuellos, asociación de fieles católicos perteneciente a la Diócesis de Alcalá de Henares.
Según consta en los archivos, son miles las víctimas inocentes, centenares de ellas menores de edad, cuyos restos descansan en aquel Camposanto. De entre dichas víctimas hay sacerdotes y seminaristas de, al menos, ocho arzobispados y diócesis: Archidiócesis de Madrid, Arzobispado Castrense, Archidiócesis de Toledo y las Diócesis de Getafe, Ciudad Rodrigo, Jaén, Lugo y naturalmente Alcalá de Henares.
Allí también reposan los restos mortales de centenares de religiosos pertenecientes, al menos, a 20 órdenes religiosas: Agustinos, Capuchinos, Carmelitas, Carmelitas Descalzos, Claretianos, Dominicos, Escolapios, Franciscanos, Hermanos de las Escuelas Cristianas, Hospitalarios de San Juan de Dios, Jerónimos, Jesuitas, Marianistas, Maristas, Misioneros Oblatos, Paules, Pasionistas, Redentoristas, Sagrados Corazones de Jesús y María y Salesianos.
De entre estos religiosos ya han sido beatificados por el papa San Juan Pablo II, el papa Benedicto XVI y ahora el papa Francisco, 134 mártires: 63 religiosos Agustinos, 22 Hospitalarios de San Juan de Dios, 13 Dominicos, 6 Salesianos, 15 Misioneros Oblatos, 3 Hermanos Maristas, 1 sacerdote de la Orden de San Jerónimo, 1 Capuchino, 1 religioso de la Orden del Carmen y 9 Hermanos de las Escuelas Cristianas (La Salle).
De entre los miles de seglares católicos, cuyos restos mortales descansan en ese mismo lugar, muchos pertenecían a asociaciones y movimientos apostólicos como Acción Católica, la Adoración Nocturna Española o las Congregaciones Vicencianas.
Todas estas circunstancias hacen del Cementerio de los Mártires de Paracuellos un lugar sagrado, un verdadero «coliseo» español, una verdadera «catedral de los mártires», levantada con la sangre de multitud de Testigos de la Fe, muchos de ellos elevados ya a la gloria de los altares.
Puede ver la totalidad de las fotos en la página del Obispado de Alcalá.