(Aica) La audiencia tuvo lugar en el contexto del Año Jubilar que está llegando a su fin y durante el cual, como explicó el Pontífice, la Iglesia Católica miró fijamente al corazón del mensaje cristiano en la perspectiva de la misericordia, que es «la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia y la clave para acceder al misterio del ser humano, necesitado de perdón y de paz».
«Sin embargo, el misterio de la misericordia –advirtió - no debe celebrarse solamente con palabras, sino sobre todo con las obras, con un estilo de vida verdaderamente misericordioso, hecha de amor desinteresado, servicio fraterno, sincero compartir».
«Es el estilo que la Iglesia quiere asumir principalmente, también en su tarea de favorecer la unidad y la caridad entre los seres humanos. Es el estilo al que están también llamadas las religiones para ser, especialmente en nuestro tiempo, mensajeras de paz y artífices de comunión; para proclamar a diferencia de los que alimentan enfrentamientos, divisiones y cierres, que hoy es tiempo de fraternidad»
«El tema de la misericordia es familiar para muchas tradiciones religiosas y culturales, donde la compasión y la no violencia son esenciales y mostrar el camino de la vida», añadió Francisco citando a continuación el dicho del Tao Te King: «Lo duro y lo rígido pertenecen a la muerte; lo suave y tierno pertenecen a la vida».
«Acercarse a los que viven situaciones que requieren mayor atención, tales como la enfermedad, la discapacidad, la pobreza, la injusticia, las consecuencias de los conflictos y de las migraciones, es una llamada que sale del corazón de toda auténtica tradición religiosa. Es el eco de la voz divina, que habla a la conciencia de cada uno, que nos invita a superar el replegarnos sobre nosotros mismos y a abrirnos: abrirnos al Otro sobre nosotros que llama a la puerta del corazón; abrirse a quien a nuestro lado, llama a la puerta de casa pidiendo atención y ayuda»
El término misericordia en su etimología en lengua latina, recordó el Papa, evoca «un corazón sensible a la miseria y sobre todo al mísero que supera la indiferencia, porque se involucra en el sufrimiento de los demás. En las lenguas semíticas, como el árabe y el hebreo, la raíz «rahm» que expresa también la misericordia de Dios, llama en causa al seno, a las entrañas del afecto humano más íntimo, al sentimiento de la madre por su hijo, que está a punto de dar a luz.
En este sentido, el profeta Isaías transmite un mensaje maravilloso, que es a la vez una promesa de amor y un desafío de Dios al hombre: ¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido «El hombre -es triste constatarlo- a menudo se olvida, se aleja de su corazón. Mantiene a Dios a distancia y también al prójimo, e incluso la memoria del pasado y así repite, de forma aún más brutal, los trágico errores cometidos en el pasado».
«Es el drama del mal, del oscuro abismo en el que nuestra libertad puede sumergirse, tentada por el mal, que siempre está al acecho en silencio para golpearnos y hundirnos. Pero frente al gran enigma del mal, que interpela toda experiencia religiosa –subrayó- se encuentra el aspecto más sorprendente de amor misericordioso. No deja al hombre a merced del mal o de sí mismo; no se olvida, sino que se acuerda. Del mismo modo que hace una madre, que ante el peor mal hecho por su hijo, también reconoce, más allá del pecado, el rostro que ha llevado en su seno».
Sed de misericordia
«En un mundo agitado y con poca memoria, que corre dejando atrás a muchos hoy necesitamos, este amor gratuito que renueva la vida. El hombre tiene sed de misericordia, busca un puerto seguro donde llegue su navegar inquieto, un infinito abrazo que perdona y reconcilia. Esto es muy importante, frente al miedo, hoy tan difundido, de que no sea posible ser perdonado, rehabilitado y rescatado de la propia fragilidad. Para nosotros los católicos entre los ritos más significativos del año jubilar es cruzar con humildad y confianza de una puerta -la puerta santa- para ser plenamente reconciliados por la misericordia divina que perdona nuestras deudas. Pero esto requiere que nosotros perdonamos a nuestros deudores, los hermanos y hermanas que nos han ofendido: se recibe el perdón de Dios para compartirlo con los demás».
También reiteró el Papa que la misericordia «se extiende al mundo que nos rodea, a nuestra casa común, que estamos llamados a proteger y preservar del consumo desenfrenado y voraz. Especialmente hoy, la gravedad de la crisis ecológica nos exige a todos pensar en el bien común y avanzar en un camino de diálogo que requiere paciencia, ascesis y generosidad»
«Que este sea nuestro camino principal; sean rechazados los caminos sin rumbo fijo de la contraposición y el cierre. –exclamó al final de su discurso- Que no vuelva a suceder que las religiones, a causa del comportamiento de algunos de sus seguidores, transmitan un mensaje fuera de tono, discordante de aquel de la misericordia. Por desgracia, no hay día en que no se oiga hablar de violencias, conflictos, secuestros, ataques terroristas, víctimas y destrucción. Y es terrible que, para justificar semejante barbarie, se invoque a veces el nombre de una religión o de Dios mismo».
«Sean condenadas claramente estas actitudes inicuas, que profanan el nombre de Dios y contaminan la búsqueda religiosa del hombre. Se favorezcan, en cambio, en todas partes el encuentro pacífico entre los creyentes y una libertad religiosa real. En este ámbito es grande nuestra responsabilidad ante Dios, la humanidad y el futuro y requiere de todos los esfuerzos, sin ninguna pretensión. Es un llamamiento que nos involucra, un camino que recorrer juntos por el bien de todos, con esperanza. Que las religiones sean senos de vida, que lleven la ternura misericordiosa de Dios a la humanidad herida y necesitada; que sean puertas de la esperanza, que ayudan a cruzar los muros erigidos por el orgullo y el miedo.»+