(Asia News) Este es el dramático testimonio, confiado a AsiaNews, de Josephine Martin Tamras, joven cristiana asiria que por un año estuvo en manos de las milicias del Estado islámico (EI) en Siria.
«Fue un momento terrible, no sólo por la pérdida de la libertad. En cada momento corríamos riesgo, víctimas de la maldad de ellos, prisioneros preparados para ser asesinados; trataban también de imponernos sus extraños credos. Pero lo que es peor, es que estábamos obligados a vivir en un ambiente que no nos ´pertenece. La oración era la única cosa que nos daba la fuerza para seguir adelante y creer».
La muchacha fue parte del grupo de más de doscientos treinta cristianos que vivían a los largo del río Khabur, cerca de Tal Tamr, en la gobernación de Al-Hasakah, en el nordeste de Siria, raptados por el Estado islámico (EI). Entre ellos había también mujeres, niños y ancianos.
En los días siguientes al secuestro colectivo, los terroristas liberaron un primer grupo de 19 cristianos tras un pago de rescate de unos mil setecientos dólares por cabeza. A continuación, a través de contactos secretos con mediadores y voceros, se llegó a un acuerdo para la entrega de todos los prisioneros; sin embargo, una emboscada -probablemente, de combatientes kurdos- a la caravana yihadista, que estaba por liberar a todos los prisioneros, hizo frustrar la operación.
El rapto de las familias cristianas- al menos doscientas treinta personas, pero sobre los números exactos siempre ha reinado la incertidumbre, tres de las cuales fueron ajusticiadas en una ejecución sumaria- sucedió durante la ofensiva lanzada por los yihadistas contra pueblos en el nordeste, en su mayoría asirios. Se trata de una zona de importancia estratégica, porque representa una especie de puente entre las tierras del Califato en Siria e Irak, y permite la apertura de un corredor con Turquía para armas, provisiones y combatientes.
Entre las personas raptadas había también parientes de la colaboradora de Caritas de la región de Hassakeh, Caroline Hazkour: el marido, tres hijos, el suegro y otros familiares. La mujer vivió meses de angustia y terror, pero siempre recibió el apoyo de sus colegas del ente caritativo católico y se dio fuerza gracias a la fe. Hace pocas semanas, el 22 de febrero de 2016, a un año exacto del inicio de la pesadilla, pudo abrazar a sus seres queridos.
Entre éstos también está la hija Caroline, que ha querido compartir su experiencia en manos de Daesh (Isis). «No usaron la violencia física contra mí- cuenta la joven- pero los sufrimientos psicológicos que nos han infligido son mucho peores. Por ejemplo, uno de los jefes vino un día y eligió a una joven asiria, que tenía menos de 16 años, como su esclava. El hombre tenía más de veinticinco años más que ella. Y todavía hoy, no sabemos qué le sucedió a esta joven. Este es uno de los ejemplos de lo que hemos presenciado» en manos de los yihadistas.
Jamás abandonaré mi fe
El objetivo de ellos, continúa Josephine, «era convertirnos» y para hacerlo usaban «las armas y trataban de debilitarnos» desde el punto de vista psicofísico. «Para ellos fue un shock –agrega- cuando dije que jamás abandonaría mi fe e hice la señal de la Cruz delante de ellos, invocando el poder del Espíritu Santo para que me sostuviese y me diese la fuerza hasta el final». La reacción de la joven para los yihadistas fue «un acto de blasfemia» que «merecía la ejecución», pero Josephine no se dejó atemorizar porque «siempre sentía que Dios me estaba protegiendo».
«Era imposible saber cuándo me liberarían- prosigue la joven, que estuvo un año en manos de Daesh- ; cuando hacíamos preguntas nos respondían siempre con nuevas mentiras. Incluso cuando íbamos en el autobús que nos llevaría a casa, no sabíamos nada sobre nuestro destino». Sin embargo, agrega, «esta experiencia me ha marcado mucho; me ha enseñado a tener paciencia, a tener firme la fe en el corazón, especialmente cuando se está sola. De hecho, enseguida me separaron de mis hermanos y de mi padre, porque según ellos, los varones y las mujeres deben estar separados y divididos».
La lejanía de la familia (en la foto después de la liberación),prosigue, «me ha enseñado a ser independiente en todo, a pedir a Dios la sabiduría para salir indemne de esta tempestad». Una experiencia que «me ha transmitido aún más el valor del amor incondicional que ya había experimentado a través de mi trabajo en Caritas», en el cual se trabaja para las personas «sin distinción de sexo, raza, secta o religión». Y no obstante la terrible experiencia, concluye, «siento que no odio a nadie, no deseo venganza y rezo para que pueda siempre encontrar el camino que conduce al Señor».
La madre continuó con su trabajo en Cáritas
La experiencia del secuestro también marcó profundamente a la madre de Josephine, Caroline Hazkour, directora del centro Caritas de Hassakeh, que sólo ´por pura casualidad no fue raptada también ella la noche del 22 de febrero de 2015. Habría tenido que volver al pueblo de Tel Jazireh, pero siguiendo el consejo de los colegas se quedó en Hasssakeh. No obstante todo, vivió ella misma el drama de una familia en manos del Estado islámico continuando el trabajo en Caritas con la sonrisa en su rostro y el mismo entusiasmo de antes. «Esta experiencia-cuenta a AsiaNews- me hizo comprender la fuerza del Evangelio», cuando Jesús está en el mar en medio de la tempestad con sus discípulos y éstos le piden que los salve. Jesús los reprende por su poca fe. «Saqué fuerzas de estas palabras y decidí tener paciencia, continuando con amor mi trabajo, estando segura de que Dios estaba conmigo».
«Rezar y vivir el Evangelio- explica- era el único modo para superar este tormento, más allá del miedo y del dolor, siempre he advertido una paz profunda en mi corazón, sabía que no debía tener miedo, porque Jesús estaba conmigo».
Recordando el Jubileo de la Misericordia proclamado por el Papa Francisco, la responsable de Caritas subraya que «la misericordia tiene un valor enorme para nosotros, porque cuanto está sucediendo en Siria es el resultado de una política contaminada que produce guerras y muertes». Siria tiene una enorme necesidad de misericordia, advierte, «sea que provenga de Dios, o que venga de los hombres. Muchos me han preguntado si tenía sentimientos de venganza hacia aquellos que le hicieron tanto mal a mi familia- cuenta- y que han arrasado con todos los recuerdos de mi infancia (la casa fue destruida por los milicianos, como también la iglesia del pueblo). Pero mi respuesta es que si encontrase a uno de ellos, mi objetivo no sería la venganza, porque estas personas no conocen ni la ley divina ni las reglas que determinan la convivencia civil…».
Ahora que la familia volvió a la casa y todos los parientes están bien, su objetivo es garantizar un futuro a los hijos partiendo justamente del estudio universitario, de la escuela, de la educación. «He alquilado un departamento- agrega- para recibir a toda la familia, porque ahora somos evacuados en toda sentido, como mucha gente del país que perdió la casa propia». Lo que ahora cuenta es ayudar a la familia a superar el trauma vivido, en particular el marido, que «estaba entre quienes se vistieron con la divisa naranja (que el EI reserva para los condenados que esperan ser ajusticiados, ndr) y ha vivido en primera persona la ejecución de tres amigos suyos.
Recuerda que en el pasado Siria «era un ejemplo de coexistencia y hermandad entre todas las religiones» y espera que pueda volver a ser «como antes». Al final, Caroline quiere dirigir un agradecimiento al Papa por su cuidado y por la atención hacia su país y sus habitantes. «Espero poder encontrarme con él - se augura- este es el sueño mío y de mi familia». «Mientras mis familiares estaban prisioneros, tuve que negociar en primera persona su liberación con uno de los terroristas. Con él entablé una discusi{on acerca de la religión, incluida la fe cristiana y traté de explicarle qué es el cristianismo. Por eso, le regalé cinco copias de la Biblia explicada, para introducirlo en la fe cristiana y hacerle entender nuestro acercamiento impreso en la paz». Cuanto está sucediendo en Siria, concluye, es «una conspiración del exterior, para difundir el caos, para hacer escapar a los cristianos y para desarraigar la presencia de la región así como el rol de la Iglesia de la historia de esta nación».
Hasta marzo de 2011, cuando se inició la revuelta contra el presidente Bashar al-Assad, que se transformó con el tiempo en una guerra sangrienta que ha causado más de doscientos setenta mil muertos y más de un millón de evacuados, en Siria vivían casi unos cuarenta mil cristianos asirios. A éstos, se deben agregar, al menos, un millón doscientos mil miembros de otras denominaciones cristianas. Hoy el número, como en el vecino Irak, se redimensionó, hasta casi reducirse a la mitad.