(Efe) El arzobispo ha asegurado en su intervención que, en Siria, «cuando las madres despiden por la mañana a sus hijos pequeños que van a la escuela, lo hacen como si fuera la última vez» y en ese sentido ha denunciado que todos los días se produce alguna matanza, sobre todo de jóvenes cristianos.
«Vinieron a darnos una libertad que no existe», ha señalado Matti Abd Alahad en referencia al autoproclamado Estado Islámico (EI), al que ha reprochado utilizar las enseñanzas del Corán para perseguir a los cristianos.
El religioso ha explicado el procedimiento con el que opera el EI:
«Primero eliminan cualquier símbolo del cristianismo, luego obligan a los creyentes a cambiar su religión para salvarse, entregar altas cantidades de oro o dejar su casa con lo puesto. Si no aceptan estas opciones, la última es la muerte».
Matti Abd Alahad ha destacado que muchos cristianos sirios han acogido en sus casas a personas que se han convertido en refugiados en su patria.
«Los que pudieron escapar se dirigieron a Turquía, pero la muerte les estaba esperando en el mar», ha lamentado, antes de asegurar que «siempre que hay oscuridad, hay también esperanza».
El arzobispo ha llamado la atención sobre la muerte de inocentes y la existencia de países que «alimentan el terrorismo porque anteponen sus intereses».
En este punto, ha advertido de la necesidad de ser prudentes: «En Siria están muriendo personas solo porque son cristianas, pero el cáncer llamado ISIS está cerca de todos los europeos».
Matti Abd Alahad ha contado historias concretas acontecidas en Siria, como el asesinato de su sobrino, al que acribillaron en la puerta de su universidad junto a otros compañeros. «La sangre de los sirios está gritando desde su tierra», ha concluido.
El arzobispo y vicario patriarcal de la Iglesia siria ortodoxa ha cerrado el ciclo «Continentes y experiencias», organizado por la Agrupación Universitaria por Oriente Medio (Aunom), que a lo largo de esa semana ha contado, además, con las visitas del experto de la Unión Europea en ayuda al desarrollo Juan Torrecillas y el refugiado afgano Lutfullah Salimi.