(Vida Nueva) Es difícil imaginar en un mundo como el de hoy que alguien opte por dedicar su vida al silencio, a la oración y a la soledad en grado superlativo. Pues más difícil es imaginar que para esta opción haya lista de espera. En este punto se encuentra la comunidad camandulense de Montecorona, ubicada en el Yermo de Nuestra Señora de Herrera, un recóndito lugar (en invierno es misión casi imposible llegar al monasterio) a escasos kilómetros de Miranda de Ebro (Burgos) y de Haro (La Rioja).
Cuesta explicar el repunte de vocaciones en este lugar «perdido» en los Montes Obarenes. Algo, además, buscado por los propios monjes: si bien las lluvias dificultan el acceso hasta el monasterio, ellos nunca han querido que las instituciones arreglen el único camino de acceso. Es su «foso» natural a este recinto amurallado, que les permite estar aislados y evitar un turismo que pueda romper la paz y la soledad por la que han optado.
Hace ocho años, el padre Iván, colombiano, fue enviado a este cenobio con el encargo de esperar a dar cristiana sepultura a los tres hermanos mayores cuando falleciesen y cerrar la casa tras ello. Pero, el pasado 18 de octubre, el religioso partía para Colombia sin haber llevado a cabo esa encomienda. A cambio, deja «hueco» para que la actual comunidad de diez camandulenses acepten en breve el ingreso de uno de los cuatro postulantes a esta vida eremítica que están esperando.
Al hablar del repunte vocacional que ha experimentado este monasterio no existe una explicación sencilla. «La providencia divina», dicen todos. No han hecho propaganda ni proselitismo de ningún tipo. Haciendo un esfuerzo por buscar una justificación humana, apuntan que, «quizá, el hecho de que se hayan ido agrupando cada vez más españoles ha podido animar a otros a dar el paso. Ya que, durante años, esta comunidad estaba íntegramente compuesta por personas llegadas de otros países». Podemos decir que esta es una comunidad joven, si tenemos en cuenta que el menor tiene 35 y ninguno supera los 60 años.