(Iglesia Actualidad) Entre los presentes, se halló como concelebrante en el presbiterio, el religioso cisterciense, Félix Martín Rubio, de avanzada edad y hermano de uno de los monjes beatificados, de Marcelino Martín Rubio.
La celebración destacó por la asistencia de más de cien familiares de los mártires beatificados, venidos de diferentes puntos de España, así como por la presencia masiva de fieles y por la unción y belleza de la ceremonia, en la que se encontró, entre otros muchos obispos, el Nuncio de Su Santidad en España, Renzo Fratini y el obispo de Santander, Mons. D. Manuel Sánchez Monge, que actuó como prelado anfitrión.
Mons. Sánchez agradeció el testimonio que suponía la elevada asistencia de fieles e invitó «a encomendarse a estos nuevos beatos» de la Diócesis de Santander que ahora son una gran patrimonio espiritual de la Iglesia.
Durante la ceremonia se procedió a la lectura de un resumen de la vida de cada uno y su martirio. A continuación, cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, procedió a leer la carta apostólica del Papa Francisco. Después se descubrió el cuadro de los mártires y se pasó a presentar las reliquias y objetos personales de los religiosos.
Estos religiosos españoles son «de la misma talla de los primeros mártires, pues llegada la hora de la verdad prefirieron morir antes que traicionar su fe, el amor fue mas fuerte que la muerte», dijo el cardenal. Durante la homilía destacó que estos nuevos mártires invitaban «a perseverar en la fe», y por eso la Iglesia «trata de recordar su heroísmo, que es una herencia preciosa de civilización y de auténtica humanidad». Sus nombres -agregó- «no están escritos sobre arena, sino en el corazón de Dios».
«El 22 de julio de 1936, un grupo de milicianos entró en el monasterio de Cóbreces», relató el prefecto, «pusieron contra un muro a algunos religiosos, los insultaron y simularon su fusilamiento. Entre el 3 y 4 de diciembre de 1936 el grupo más numerosos de religiosos fue tirado al mar con las manos atadas y la boca cosida con hilo de hierro porque continuaban orando. Pero ellos no guardaron rencor, perdonaron a sus verdugos». Amato significó que «el único pecado que cometieron estos monjes fue el testimonio de una vida contemplativa consagrada, toda ella, al Señor y a la ayuda del prójimo necesitado». «En la dulce y amable tierra española había llegado la hora del anticristo», apostilló el cardenal.
Además señaló que «estos mártires no se avergonzaron de Cristo» porque tenían la certeza de que «nadie les separaría del amor del Señor, y con su fe firme salieron victoriosos de sus enemigos».
El cardenal Amato indicó que, hoy, estos nuevos mártires nos enseñan al resto de sus hermanos religiosos a «perseverar en la fidelidad» a su vocación, en la oración, y en la alabanza al Señor. Ellos sostienen así a la Iglesia con su sacrificio cotidiano en favor de la redención del mundo y de la edificación de la propia Iglesia».
Igualmente, dijo que el testimonio de «estos mártires nos exhortan a mantener siempre abierta la puerta del monasterio a los que llaman en busca de consuelo o ayuda», continuó el prefecto. «Son recuerdo de la generosidad y se unen desde el cielo para cantar la Salve a la Virgen María. Que esta alabanza mariana siga difundiéndose en la Iglesia, meta gozosa de todo bautizado», concluyó el cardenal Amato.
Los nuevos beatos son 16 religiosos cistercienses del monasterio cisterciense de Cóbreces en Cantabria (Diócesis de Santander) y de 2 monjas más cistercienses del monasterio de Fons Salutis de Algemesí, en Valencia.
Los nuevos mártires son Pío Heredia (Álava), Amadeo García (León), Valeriano Rodríguez (León), Álvaro González (León), Antonio Delgado (Burgos), Eustaquio García (Palencia), Ángel de la Vega (León), Ezequiel Álvaro de la Fuente (Palencia), Eulogio Álvarez (León), Bienvenido Mata (Burgos), Marcelino Martín (Palencia), Leandro Gómez (Burgos), Eugenio García (Burgos), Vicente Pastor (Valencia), José Camí (Lérida), Micaela Baldoví (Valencia) y Natividad Medes (Valencia).
El religioso cisterciense del monasterio Viaceli de Cóbreces, Francisco Rafael Pascual Rubio, ha sido el encargado de llevar a cabo el proceso de beatificación, causa que comenzó en 1964. En la misa de beatificación no pudo evitar emocionarse al narrar la vida y circunstancias en que sus hermanos mártires encontraron una muerte violenta.
Al respecto destacó que estos mártires «eran unos sencillos monjes trabajadores del campo y de la quesería del monasterio y que nunca se inmiscuyeron en actividades políticas». Por ello, calificó de «injustas» las muertes de estos monjes y monjas que «murieron sin odio y perdonando a sus agresores».