(Aci Prensa) Francisco presidió una multitudinaria Misa con más de un millón de personas, según indicó la prensa local, un hecho que marca un hito en la historia de la ciudad, donde nunca antes se había congregado una cantidad similar de gente. «Somos muchos los que participamos en esta celebración y esto es ya en sí mismo algo profético, una especie de milagro en el mundo de hoy», afirmó el Santo Padre.
En su homilía, el Pontífice expresó su deseo de que «ojalá cada uno de nosotros se abriera a los milagros del amor para el bien de su propia familia y de todas las familias del mundo, y estoy hablando del milagro de amor, y de esa manera poder así superar el escándalo de un amor mezquino y desconfiado, encerrado en sí mismo e impaciente con los demás».
En ese sentido, señaló, «les dejo como pregunta para que cada uno responda porque dije la palabra impaciente. En mi casa, ¿se grita o se habla con amor y ternura? Es una buena manera de medir nuestro amor».
El Santo Padre explicó que «la fe abre la ‘ventana’ a la presencia actuante del Espíritu y nos muestra que, como la felicidad, la santidad está siempre ligada a los pequeños gestos» que se aprenden en el hogar; «gestos de familia que se pierden en el anonimato de la cotidianidad pero que hacen diferente cada jornada», como preparar el plato caliente para quien llega a cenar, «la bendición antes de dormir y el abrazo al regresar de una larga jornada de trabajo».
Pequeños gestos
«El amor se manifiesta en pequeñas cosas, en la atención mínima a lo cotidiano que hace que la vida siempre tenga sabor a hogar. La fe crece con la práctica y es plasmada por el amor. Por eso, nuestras familias, nuestros hogares, son verdaderas Iglesias domésticas. Es el lugar propio donde la fe se hace vida y la vida crece en la fe», afirmó.
Francisco dijo que Jesús «invita a no impedir esos pequeños gestos milagrosos», sino a provocarlos y despertar todos estos pequeños gestos, «signos de su presencia viva y actuante en nuestro mundo».
«¿Cómo estamos trabajando para vivir esta lógica en nuestros hogares, en nuestras sociedades? ¿Qué tipo de mundo queremos dejarle a nuestros hijos?», preguntó el Papa. El Espíritu «Nos invita y desafía a responderla con la gran familia humana», señaló.
Cuidado con la perversión de la fe
En su homilía, el Pontífice también reflexionó sobre el peligro de caer en la tentación de poner en duda la obra del Espíritu y creer que «la misma no tiene nada que ver con aquellos que ‘no son parte de nuestro grupo’, que no son ‘como nosotros’». Advirtió que esta «es una tentación peligrosa. No bloquea solamente la conversión a la fe, sino que constituye una perversión de la fe».
Explicó que había gente para quienes «la apertura de Jesús a la fe honesta y sincera de muchas personas que no formaban parte del pueblo elegido de Dios, les parecía intolerable. Los discípulos, por su parte, actuaron de buena fe, pero la tentación de ser escandalizados por la libertad de Dios que hace llover sobre ‘justos e injustos’, saltándose la burocracia, el oficialismo y los círculos íntimos, amenaza la autenticidad de la fe y, por tanto, tiene que ser vigorosamente rechazada».
En ese sentido, Francisco recordó que Dios quiere que todos «participen de la fiesta del Evangelio». «No impidan todo lo bueno, dice Jesús, por el contrario, ayúdenlo a crecer», invitó.