(Aci Prensa) Francisco, quien estuvo acompañado en el altar por una imagen de la Virgen de Guadalupe, afirmó que «una de las particularidades del pueblo creyente pasa por su capacidad de ver, de contemplar en medio de sus ‘oscuridades’ la luz que Cristo viene a traer. Ese pueblo creyente que sabe mirar, que sabe discernir, que sabe contemplar la presencia viva de Dios en medio de su vida, en medio de su ciudad. Con el profeta hoy podemos decir: el pueblo que camina, respira, vive entre el ‘smog’, ha visto una gran luz, ha experimentado un aire de vida».
Jesús, dijo el Papa, le devuelve la esperanza a los fieles, una «esperanza que nos libra de ‘conexiones’ vacías, de los análisis abstractos o de rutinas sensacionalistas. Una esperanza que no tiene miedo a involucrarse actuando como fermento en los rincones donde nos toque vivir y actuar. Una esperanza que nos invita a ver en medio del ‘smog’ la presencia de Dios que sigue caminando en nuestra ciudad. Porque Dios está en la ciudad».
Ante esta realidad, cuestionó el Santo Padre, «¿cómo es esta luz que transita nuestras calles? ¿Cómo encontrar a Dios que vive con nosotros en medio del «smog» de nuestras ciudades? ¿Cómo encontrarnos con Jesús vivo y actuante en el hoy de nuestras ciudades pluriculturales?»
El Pontífice dijo que en las grandes ciudades se congregan personas provenientes de diversas culturas y costumbres.
Dificultades de vivir en una ciudad
«Vivir en una ciudad es algo bastante complejo: contexto pluricultural con grandes desafíos no fáciles de resolver (…). Las grandes ciudades se vuelven polos que parecen presentar la pluralidad de maneras que los seres humanos hemos encontrado de responder al sentido de la vida en las circunstancias donde nos encontrábamos», señaló.
Pero a la vez «las grandes ciudades esconden el rostro de tantos que parecen no tener ciudadanía o ser ciudadanos de segunda categoría», que quedan silenciados «por no tener ‘derecho’ a ciudadanía, no tener derecho a ser parte de la ciudad –los extranjeros, sus hijos (y no solo) que no logran la escolarización, los privados de seguro médico, los sin techo, los ancianos solos–, quedando al borde de nuestras calles, en nuestras veredas, en un anonimato ensordecedor. Y se convierten en parte de un paisaje urbano que lentamente se va naturalizando ante nuestros ojos y especialmente en nuestro corazón».
Sin embargo, afirmó que «Jesús sigue caminando en nuestras calles, mezclándose vitalmente con su pueblo, implicándose e implicando a las personas en una única historia de salvación» y esto «nos llena de esperanza, una esperanza que nos libera de esa fuerza que nos empuja a aislarnos, a desentendernos de la vida de los demás, de la vida de nuestra ciudad».
Indicó que el profeta Isaías –cuya lectura se hizo en español–, «habló de la luz que es Jesús y ahora nos presenta a Jesús como ‘Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre para siempre, Príncipe de la paz’».
Dijo que es «consejero maravilloso» porque ante la pregunta de qué hacer, Cristo «propone siempre a sus discípulos ir» al encuentro de los otros. «Vayan sin miedo, vayan sin asco, vayan y anuncien esta alegría que es para todo el pueblo», señaló.
Es «Dios fuerte» que «camina a nuestro lado»; «Padre para siempre» porque «nada ni nadie podrá apartarnos de su Amor». En ese sentido, alentó a los fieles a ir y anunciar «que Dios está en medio de ustedes como un Padre misericordioso que sale todas las mañanas y todas las tardes para ver si su hijo vuelve a casa, y apenas lo ve venir corre a abrazarlo. Esto es lindo».
«Dios vive en nuestras ciudades, la Iglesia vive en nuestras ciudades y Dios y la Iglesia que viven en nuestras ciudades quieren ser fermento en la masa, quiere mezclarse con todos, acompañando a todos, anunciando las maravillas de Aquel que es Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre para siempre, Príncipe de la paz».
«‘El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz’ y nosotros cristianos, somos testigos», culminó.
Aplauso de cerca de dos minutos
Antes de culminar la Misa, el Papa recibió la ovación y aplausos de los 20.000 fieles por cerca de dos minutos. «En todas las Misas, todos los días, rezamos por y en unión con ‘Francisco, nuestro Papa», expresó en ese sentido el Arzobispo de Nueva York, Cardenal Timothy Dolan en sus palabras de agradecimiento.
«Y ahora, ¡aquí está usted! ¡Le damos la bienvenida! ¡Lo amamos! ¡Lo necesitamos! ¡Se lo agradecemos! Usted ha visto nuestra catedral, nuestras escuelas católicas, nuestras caridades católicas…y ahora usted nos dirige en el más importante y poderoso acto que podemos hacer: ¡El Santo Sacrificio de la Misa!», expresó.
«Aquí usted ve gente de nuestras parroquias, nuestros líderes, nuestras religiosas y religiosos, seminaristas, diáconos, sacerdotes y obispos, nuestras organizaciones y ministerios, nuestros vecinos, benefactores…nuestros fieles, el pueblo de Dios», dijo el Purpurado, quien recibió del Pontífice un cáliz de regalo.
Con esta Misa, en la que 200 diáconos ayudaron en la distribución de la comunión, el Santo Padre culmina sus actividades en Nueva York y mañana partirá hacia Filadelfia para participar en el Encuentro Mundial de las Familias.