(Portaluz) Cuando Peter Cook vio en Maine (USA) el primero y el segundo de esos videos, no pudo contener la emoción. A pocos metros de la habitación donde se encontraba estaban sus tres hijos y esposa. Supo que era el momento de hacer público que él «podría haber sido una de las víctimas de Planned Parenthood». Lo hizo esta semana escribiendo al portal The Federalist.
Peter salió hacia donde estaba su familia y al contemplarlos sintió en la piel que de haber sido otra la decisión, sobre si él viviría o no, nada de lo que amaba habría sido posible. No existirían sus hijos. «Si en 1971 una asustada joven hubiere hecho una elección distinta, yo no sería padre ni estaría escribiendo esto».
En aquél año cierto marinero de Maine fue destinado a la Base Aérea de la Marina norteamericana en Beeville, Texas, donde conoció a una joven mexicana. La atracción entre ambos fue inmediata y Peter sería el fruto inesperado, de aquél encuentro. La sentencia para estos casos estaba preestablecida, legalizada, y facilitados los medios, en una sociedad de libertades que privilegia los derechos de quienes tienen poder para ejercerlos. «Mi existencia obstaculizaba el camino, los sueños de mi madre», una joven inmigrante que buscaba escapar de la pobreza.
A los cuarenta años Peter supo de esta verdad, cuando su madre le entregó un sobre cerrado sobre el que había escrito: «Antes de leer esto en un momento de tranquilidad, ora».
Fue en la escuela pública donde la madre de Peter comenzó a forjarse un camino para escapar de la pobreza. Se esmeró y destacó en inglés, logrando obtener una beca tras graduarse, para estudiar en una universidad de Estados Unidos. Era el primer paso. Allí en Maine esta joven inmigrante comenzaba su nueva vida. «Apenas conocía a tu padre, tenía una beca completa… así es que por un momento, el aborto se me pasó por la mente… pero no lo hice», le confidencia a Peter en la carta.
Todo estaba dispuesto para que ella se deshiciera del «pequeño grupo de células» que crecía en su interior, «tal como pregonan los pro aborto», reflexiona Peter. «Algunos al leer esto –agrega- se preguntarán el por qué alguien podría preocuparse por la historia de vida de un escritor cualquiera de Maine... La mejor respuesta que puedo dar es que no se trata de mí. Se trata de los millones de historias (seres humanos abortados) que permanecen en el silencio».
La realidad es que el aborto elimina vidas y no sólo la de quienes son abortados, sino también las vidas de los hijos que esos seres humanos podrían haber concebido, remarca Peter. «Esto no es una cuestión teórica para mí. Definitivamente si mi madre hubiera tomado la decisión de abortarme, no existirían mis hijos. Punto Final. Esto no es una opinión que sale de mis creencias políticas o religiosas, es una lógica y simple conclusión. Mis dos hijas, de 9 y 7 años, y su hermano pequeño, de 4 años, viven gracias a una elección que mi madre hizo mucho antes de que nacieran».
«Fomentar el miedo» -dice Peter- ha sido el arma principal de Planned Parenthood, organización global que promueve, facilita, realiza abortos y comercia por trozos, los seres humanos abortados. Miedo a que los hijos sean un obstáculo para los sueños personales, miedo a no tener los recursos para criarlos, miedo al qué dirán, miedo al rechazo, miedo a lo desconocido, miedo a sufrir física y emocionalmente, miedo a cualesquier riesgo de la propia vida durante el embarazo, miedo a las dificultades que podría acarrear si nace con capacidades diferentes, miedo a amar…
«El moderno Planned Parenthood se esconde detrás de eufemismos ofreciendo a las mujeres que se encuentran en la situación de mi madre, una «solución» conveniente para el problema. Luego –como ha quedado manifiesto en los videos (que se han hecho públicos)- se benefician de los cadáveres. Es repugnante, desgarrador y exasperante, pero evidentemente es su modelo de negocio».
Los padres de Peter se casaron poco antes de su nacimiento, en febrero de 1972 y todavía están juntos. Fue un bebé saludable y amado. Su madre nunca se graduó de la universidad. Ella renunció a sus sueños académicos para casarse con su padre. Ha sido feliz formando y amando en todo a Peter, sus hermanos y esposo.
«En 1971, la elección de mi madre nos dio un futuro», concluye Peter.