(Alfa y Omega / J.M. Ballester Esquivias) En su última sesión, celebrada la semana pasada en Estrasburgo, la Mesa de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa decidió aplazar al 31 de agosto su decisión sobre la petición elevada por el Centro Europeo del Derecho y la Justicia (ECLJ, por sus siglas en inglés) para proteger a los niños que nacen vivos tras un aborto tardío. «Nos conviene: así ganamos tiempo», señala a Alfa y Omega su presidente, Grégor Puppinck.
Lo que los aplazamientos no podrán impedir es la divulgación de los testimonios de personas –recabados por el ECLJ– que han presenciado abortos tardíos. Uno de ellos es el de la francesa Marie-Gabrielle Béroul, que ejerce de comadrona desde hace casi nueve años. Béroul afirma que «muchos bebés nacidos de abortos tardíos [partos provocados a partir de la semana 20] nacen vivos», cuando al bebé no se le inyecta antes una sustancia letal. «De ahí la incomodidad crónica del equipo médico: o coloca al bebé en una bandeja en una habitación separada hasta que deja de dar señales de vida, o se dirigen a un ginecólogo, anestesista o pediatra para que le ponga una inyección de morfina en el cordón umbilical… Unos aceptan y otros, no».
Béroul añade que, en ocasiones, «he propuesto a las parejas afectadas dejar al bebé en el vientre de la madre, en caso de que nazca vivo, para que pueda morir con dignidad. Dos parejas aceptaron». La comadrona también revela que «en fechas recientes, he decidido no volver a participar en abortos sin supuesto o por razones médicas, y aplicar la cláusula de conciencia; en mi caso, puedo hacerlo porque tengo plaza en propiedad. Lo más probable es que deje de trabajar en los servicios más relevantes, incluida la sala de partos. Asimismo, quiero decir que a los trabajadores eventuales que desean hacer uso de la cláusula de conciencia, se les amenaza con el despido».
Más estremecedor aún es el relato del doctor que prefiere escudarse en el anonimato y cuyas iniciales son P.D.F. Nunca olvidará aquel día –todavía era estudiante– que estaba de guardia en la sala de partos. «Una mujer, embarazada de cinco meses, estaba a punto de dar a luz como parte de un aborto. El nacimiento era inminente, y los ginecólogos residentes ya estaban listos. La ginecóloga jefe de guardia, a punto de volverse a dormir, se acercó y dijo a los residentes en voz baja, pero lo suficientemente alta para que yo la oyera: Si el bebé sigue respirando al salir, apretáis bien fuerte aquí en la tráquea hasta que deje completamente de respirar. Y, volviéndose hacia mí, me dijo: Tú no has oído nada».