(SIC/InfoCatólica) «La acción diplomática de la Santa Sede -dijo el purpurado- no se contenta con observar los acontecimientos o evaluar su repercusión, ni puede ser solamente una voz crítica. Está llamada a actúar para facilitar la coexistencia y la convivencia entre las diversas naciones, para promover la fraternidad entre los pueblos, allí donde el término fraternidad es sinónimo de colaboración fáctica, de cooperación verdadera, concorde y ordenada, de una solidaridad estructurada en ventaja del bien común y del bien individual. Y el bien común, como sabemos, con la paz tiene más de un lazo».
El cardenal indicó que «la Santa Sede, en substancia, actúa en el escenario internacional, no para garantizar una seguridad genérica -que se ha hecho muy difícil en este período de inestabilidad perdurable- sino para sostener una idea de paz, fruto de relaciones justas, de respeto de las normas internacionales, de tutela de los derechos humanos fundamentales, empezando por los de los últimos, los más vulnerables».
«La diplomacia de la Santa Sede», explicó el prelado, «tiene una clara función eclesial: si es ciertamente el instrumento de comunión que une al Romano Pontífice con los Obispos que encabezan las Iglesias locales o que permite garantizar la vida de las Iglesias locales con respecto a las Autoridades civiles, me atrevería a decir que es también el vehículo del Sucesor de Pedro para ”llegar a las periferias”, sea la de las realidades eclesiales que las de la familia humana.. En el ámbito de la sociedad civil, la ausencia de la Santa Sede en los diversos contextos intergubernamentales ¿de cuántas orientaciones éticas privaría a la cooperación, al desarme, a la lucha contra la pobreza, a la erradicación del hambre, a la cura de las enfermedades, a la alfabetización?».
Además, explicó el cardenal Parolin, «a la diplomacia pontificia compete la tarea de trabajar en pro de la paz siguiendo los modos y las reglas que son propios de los sujetos de derecho internacional, esto es, elaborando respuestas concretas en términos jurídicos para prevenir, resolver o regular conflictos y evitar su posible degeneración en la irracionalidad de la fuerza de las armas. Pero, observando el perfil sustancial, se trata de una acción que muestra cómo el fin perseguido sea primariamente religioso, es decir, forme parte del ser verdaderos ”artífices de paz” y no ”artífices de guerras o, por lo menos, artífices de malentendidos”, como recuerda el Papa Francisco».