(RV) El Papa Francisco destacó en su aloución a los nuevos purpurados que el cardenalato ciertamente es «una dignidad, pero no una distinción honorífica». Y reiterando que «en la Iglesia, toda presidencia proviene de la caridad, se desarrolla en la caridad y tiene como fin la caridad», destacó que «la Iglesia que está en Roma tiene también en esto un papel ejemplar».
Con el «himno a la caridad», como pauta de esta celebración y del ministerio también de los nuevos purpurados, que entran a formar parte del Colegio Cardenalicio, el Santo Padre deseó que María nuestra Madre y Madre de Jesús «nos ayude con su actitud humilde y tierna de madre, porque la caridad, don de Dios, crece donde hay humildad y ternura».
Cuanto más crece la responsabilidad en el servicio de la Iglesia, tanto más hay que ensanchar el corazón, dilatarlo según la medida del Corazón de Cristo, recordó asimismo el Papa, para luego añadir que la caridad «no tiene envidia; no presume; no se engríe». «Esto es realmente un milagro de la caridad». «La caridad «no es mal educada ni egoísta», «te des-centra y te pone en el verdadero centro, que es sólo Cristo».
La caridad, dice Pablo, «no se irrita; no lleva cuentas del mal»… «No. Esto no es aceptable en un hombre de Iglesia». «Que Dios nos proteja y libre de ello, deseó el Papa, recordando luego que la caridad, añade el Apóstol, «no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad» y pidió que «el Pueblo de Dios vea siempre en nosotros la firme denuncia de la injusticia y el servicio alegre de la verdad».
Por último, la caridad «disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites», señaló el Obispo de Roma haciendo hincapié en que «aquí hay, en cuatro palabras, todo un programa de vida espiritual y pastoral».
«Queridos hermanos - fue la exhortación final del Papa Francisco»: todo esto no viene de nosotros, sino de Dios. Dios es amor y lleva a cabo todo esto si somos dóciles a la acción de su Santo Espíritu. Por tanto, así es como tenemos que ser: incardinados y dóciles. Cuanto más incardinados estamos en la Iglesia que está en Roma, más dóciles tenemos que ser al Espíritu, para que la caridad pueda dar forma y sentido a todo lo que somos y hacemos. Incardinados en la Iglesia que preside en la caridad, dóciles al Espíritu Santo que derrama en nuestros corazones el amor de Dios (cf. Rm 5,5). Que así sea.