(Cari Filii/infoCatólica) En este recomendable manual Poyatos habla de las riquezas de la devoción popular para consolar y acompañar al enfermo, pero también lamenta que a veces puede interferir o entorpecer el acceso a los sacramentos, a la confesión y la unción de los enfermos.
En algunos casos, son los parientes del enfermo, a menudo poco o nada practicantes, los que usan, por ejemplo, una supuesta devoción mariana para evitar que el sacerdote venga a impartir la unción de los enfermos: «no hace falta que venga el cura, mi madre es muy devota de la Virgen del Carmen».
Poyatos propone en estos casos insistir y recordar que también los Papas o los santos, cuando están enfermos, piden la unción sacramental, por muy devotos de la Virgen o virtuosos que sean.
Poyatos observa que «a medida que se alarga la estancia de los pacientes, o en proporción directa a la gravedad del caso, observamos a veces en el entorno personal de los enfermos una abundancia de estampas de «Cristos», «Vírgenes» (no santas vírgenes, sino María bajo diversas advocaciones) y santos, entre ellos la Virgen patrona o el santo patrono de sus pueblos. Es cierto que, sabiendo el poder de la intercesión de nuestra Madre María ante su Hijo, Dios bendecirá el que alguien le dé a un enfermo la Medalla Milagrosa (la Madre Teresa de Calcuta me la dio para mi mujer, para mi hija y para mí)», detalla Poyatos.
Pero el autor lamenta que «no pocas de esas personas tienen varias o muchas estampas, precisamente porque se han mantenido a un nivel de religiosidad que adolece de falta de evangelización y conversión personal. Y eso ha dado lugar a que su fe no se haya desarrollado debidamente y hasta se haya impregnado de no poca superstición cuando recurren en ciertos trances a este o aquel santo, o a la Virgen de su devoción».
«Si hacemos a los enfermos algunas preguntas y comentarios sobre sus estampas nos dará pie para tratar de reeducarlos en este sentido, alabándoles su confianza en la intercesión de la Virgen y de los santos, pero asegurándoles que la Virgen María, madre de Jesús (que siempre es la misma bajo diferentes advocaciones) y los santos son únicamente nuestros intercesores ante Dios, y que esos santos tuvieron en vida una íntima relación con la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y siempre oraron al Padre a través de su Hijo Jesús. Debemos reeducar con amor y delicadeza a quienes sufren de estos defectos en su vida religiosa y hacerles ver que solo Jesús es quien murió por nosotros y que la mejor manera de orar a Dios es hacerlo en su nombre».
«Los santos, debemos explicar a quienes aumentan indebidamente su importancia, pueden, por la llamada «intercesión de los santos», interceder por nosotros como verdaderos agentes de Dios a quienes podemos acudir (como acudimos a los gestores de una gestoría) para que nos apoyen en las oraciones que elevamos al Padre o a Jesús. Pero en algunas ocasiones tendremos que hacerles comprender que esa devoción puede llegar a la superstición y convertirse en una práctica totalmente aberrante condenada por Dios, como cuando se llega a garantizar la respuesta a cualquier petición al cabo de un número concreto de días, como dicen, por ejemplo, esas hojas dejadas anónimamente (que una vez vi en manos de un enfermo terminal en la capilla de un hospital español) junto a la imagen de san Judas Tadeo, ante lo cual debemos explicarles que con esa actitud están negando la autoridad y voluntad de Dios, que jamás promete nada a plazo fijo».
Poyatos cuenta un caso que vivió, sintomático de cierta religiosidad herida e inmadura. «Antonia era una enferma terminal de 85 años por la que, como con los demás enfermos, yo rezaba a diario, y con quien enseguida establecí una relación muy buena, hasta hacernos juntos una foto, con ella haciendo ganchillo. Pero apenas quise aconsejarle recibir la Unción de Enfermos de un sacerdote, me cortó tajantemente con un gesto duro: «Usté puede venir siempre que quiera, ¡pero a los curas no quiero ni verlos! ¡El único que hay es Ese!», señalaba hacia una estampa del Corazón de Jesús, con otra del Corazón de María, que le habían puesto junto al televisor que tenía encima de su taquilla».
«Era el mismo rechazo de quienes han tenido una mala experiencia con un sacerdote (o la han interpretado como tal) y ya no quieren saber nada de la Iglesia, o el de los que, viviendo alejados de ella, la identifican exclusivamente con cualquier escándalo que haya en ella, y también el de aquellos que, en su gran ignorancia, porque nadie se les ha acercado en nombre de Aquel que dio su vida por ellos, eran buen terreno para el Enemigo y él les ha cerrado sus corazones a la diaria presencia salvadora del amor de Dios. A partir del día siguiente Antonia empezó a estar más tiempo inconsciente y yo solo podía hablarle al oído de ese amor, mientras la acariciaba y pedía misericordia para ella, hasta que una mañana ya no estaba».
«En relación con la necesidad de equilibrar las creencias y actitudes dentro de la religiosidad popular, conviene insistir en nuestra responsabilidad en muchas ocasiones de explicar a la gente lo que es y lo que no es María en la Iglesia y para nosotros. Ante todo, que, como Madre de Jesús y nuestra, María quiere llevarnos a su Hijo, como hizo por primera vez cuando en las bodas de Caná, al aconsejar a los que habían recurrido a ella porque se había acabado el vino, les dijo: «Haced lo que él os diga» (Jn 2,5)»
Poyatos recomienda a los que trabajan en Pastoral de la Salud leer y aprender a explicar la encíclica Redemptoris Mater de Juan Pablo II. Y cita al padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, quien dice:
«Jesús intercede por nosotros ante el Padre, María intercede por nosotros ante el Hijo [...]. La mediación de María es, por tanto, una mediación subordinada a la de Cristo, no la oscurece [...]. La luna no brilla con luz propia, sino por la luz del sol, que recibe y se refleja en la tierra; y, también, María no brilla con luz propia, sino con la luz de Cristo [...]. Nadie ha sufrido más «con Cristo» que María, y nadie, por ello, es más glorificado con Cristo que María, por eso dijo ella misma (pero inspirada por el Espíritu Santo): «Me felicitarán todas las generaciones» [...]. Gloria es el esplendor lleno de potencia que emana, como efluvio, del ser de Dios. La verdadera gloria de María consiste en la participación en esta gloria de Dios».
Poyatos recuerda además que muchos enfermos que se pueden definir como «evangélicos» en realidad son católicos que en los últimos años «han estado con» los evangélicos. Como señalábamos en Cari Filii, un alto porcentaje de protestantes latinoamericanos mantienen diversos niveles de devoción mariana.
Poyatos comenta un caso que le parece ejemplificante. «La mayoría de los enfermos evangélicos que conocemos fueron bautizados como católicos. Como José Luis, de 60 años, cuya vida se iba apagando en Cuidados Paliativos y que el primer día me dijo que «había estado con los evangélicos». Siempre agradecía mis visitas profundamente (hasta me besaba las manos mientras las tenía entrelazadas con las suyas cuando oraba por él), me acompañaba en mi oración de alabanza, y asentía a cuanto yo hablaba del amor de Jesús por él, de cómo le tenía abrazado a su cruz, que le quería con Él para toda la eternidad (donde no hay ni dolores ni enfermedad ni sufrimiento, sino solo la paz y el gozo eternos con Él) y que ahora podía ofrecerle su sufrimiento y ponerlo a los pies de su cruz».
«Cuando un día le dije que suponía que había sido bautizado como católico y, con gran esfuerzo, me contestó que sí, le aseguré: «Entonces, aunque hayas estado con hermanos evangélicos, eres católico por el Bautismo, ¡y eso no te lo quita nadie!». Al terminar de rezar por él, pedí la intercesión de María, «Madre de Jesús y Madre nuestra», para que ella intercediera por él ante su Hijo. «A lo mejor habrás olvidado el Avemaría...». Pero juntos, unidas nuestras manos, él con voz muy débil pero clara, rezamos el Padrenuestro, el Avemaría y el Gloria. Otro día, al terminar mi oración, le ungí con el aceite bendecido del sacramental.»