(Diócesis Cadiz y Ceuta/InfoCatólica) Enmarcada en la festividad de la Anunciación del Señor la diócesis quiso elevar una gran oración que abarcara el mundo entero por los niños a los que se les impide nacer, por las madres que pasan por estas dificultades muchas veces en soledad, por todas las personas que dedican su tiempo y esfuerzo en el servicio a la vida de las personas en cualquier estadio de su vida. Por las personas que tienen en sus manos la vida de estos seres humanos más indefensos.
Esta Jornada por la Vida pretendió, también, llamar de nuevo la atención sobre el valor y la dignidad de la vida humana desde la concepción y hasta su fin natural e invitó a reflexionar sobre la experiencia vital en la que todos percibimos la vida como signo de esperanza. En la difícil coyuntura que atravesamos es necesario que se ayude económica y socialmente a las familias, pero no es suficiente. Es imprescindible un «cambio de mentalidad y de vida que permita ganar la propia libertad para donarse al otro: donarse a la esposa o al esposo, donarse a los hijos, donarse a los ancianos, donarse al que sufre». Esto es lo que el Papa Francisco ha explicado cuando ha afirmado: «una sociedad que abandona a los niños y que margina a los ancianos corta sus raíces y oscurece su futuro».
Se convierte en una necesidad social, e incluso económica, seguir proponiendo a las nuevas generaciones la hermosura de la familia y el matrimonio, así como la grandeza del don y sentido de la maternidad, frente a las ideologías que están tratando absurdamente de igualar lo diferente y abocando a la sociedad a la ruina demográfica, económica y sobre todo moral de la sociedad.
El recién concebido es un ser humano según la biología, el código genético completo el hombre es el mismo desde que es concebido y hasta la muerte y a toda la eternidad. El aborto es un fracaso que deja muertos y heridos en el camino. La defensa y el servicio a la vida es el combate más justo del siglo XXI que se librará desde la oración y la «revolución de la ternura» para vencer la «cultura del descarte» y cuidar la fragilidad reconociendo en ella a Cristo sufriente. Valorar la vida, amar la vida, acoger la vida en todos sus estadios desde la concepción hasta la muerte natural significa caminar hacia el aborto cero. La defensa de la vida será la mejor contribución a la paz y a la buena marcha de una sociedad más justa.
El no nacido está mucho más desprotegido que cualquier excluido, pues el derecho más importante es el derecho a la vida sin el cual el resto de los derechos no tienen sujeto de aplicación. Este derecho se les niega sobre todo a los que la sociedad considera imperfectos, tanto físicos como psíquicos, que son víctimas de esta cultura del descarte, utilitarista e injusta.
Con palabras del Papa Francisco, en alusión al aborto, recordamos que «no es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana». Estas palabras son como un «aldabonazo en nuestros corazones» que nos urgen a una decidida y valiente defensa de la vida desde todos los ámbitos, teniendo muy presente que «la Iglesia es la madre que a todos acoge con entrañas de misericordia y nos anuncia a Jesucristo, el Evangelio de la Vida».