(Ecclesia/InfoCatólica) Menéndez, de 56 años de edad, es sacerdote de esta misma archidiócesis desde 1980. Hasta ahora era vicario episcopal para Asuntos Jurídicos y párroco de San Nicolás de Bari en Avilés. Fue vicario general de Oviedo de 2001 a 2011. Con anterioridad, había sido vicario episcopal territorial y párroco en distintos destinos. Es también canónigo de la catedral y está licenciado en Derecho Canónico. Nació en Villamarín de Salcedo (Grado) y, con el nombramiento episcopal, se le ha conferido el título de la antigua sede episcopal–ya desaparecida, sita en la antigua Numidia, entre Túnez y Argelia- de Nasai. Como lema episcopal ha elegido la frase «Sanctificetur nomen tuum» («Santificado sea tu nombre»), tomada del Evangelio de San Mateo (6,9), la segunda petición del Padre Nuestro.
Don Juan Antonio fue acompañado hasta el momento de su ordenación episcopal por dos sacerdotes que le presentaron al oficiante principal. Se trató de José María Cantera Álvarez, párroco de Santa Leocadia de Laviana de Gozón, y de Herminio González Llaca, párroco de San Lorenzo de Gijón, ambos de su misma promoción sacerdotal.
Presidió la celebración el arzobispo metropolitano de Oviedo, fray Jesús Sanz Montes. Fueron coordenantes principales el nuncio en España, monseñor Renzo Fratini, y el arzobispo emérito de Oviedo, monseñor Gabino Díaz Merchán. Participaron en la celebración cerca de veinte obispos: tres de los anteriores obispos auxiliares de Oviedo (Yanes, Sánchez y Atilano Rodríguez); los tres obispos sufragáneos de la provincia eclesiástica de Oviedo (Lorenzo, López Martín y Jiménez, obispos respectivamente de Astorga, León y Santander), el asturiano Martínez Camino (secretario general de la CEE y auxiliar de Madrid); y los titulares de las sedes, Valladolid (Blázquez), Tenerife (Álvarez), Mondoñedo-Ferrol (Sánchez Monge), Bilbao (Iceta), el auxiliar de Pamplona y Tudela (Aznárez) y el obispo de Santa Clara en Cuba (González Amor). Concelebraron asimismo unos ciento cincuenta sacerdotes. La celebración fue transmitida para toda España por 13 TV.
Entre las autoridades presentes en el acto, se encontraron el delegado del Gobierno de España en Asturias, los alcaldes de Oviedo y de Avilés, y el consejero de Presidencia del Principado de Asturias.
Homilía de Mons. Fr. JESÚS SANZ MONTES, O.F.M. Arzobispo de Oviedo
Querido Señor Nuncio Apostólico del Santo Padre en España y demás hermanos Arzobispos y Obispos, hermanos sacerdotes y diáconos, seminaristas y miembros de la vida consagrada; Señor Delegado del Gobierno, Señor Alcalde del Ayuntamiento de Oviedo, Señor Consejero de la Presidencia del Principado de Asturias, Señora Alcaldesa de Avilés; autoridades civiles, judiciales, militares y académicas; fieles laicos y miembros de las Hermandades, Asociaciones y Cofradías. A todos gracias por vuestra presencia, y que el Señor llene de Paz vuestro corazón y acompañe con el Bien vuestra existencia.
Querido hermano Juan Antonio, hoy la homilía se centra en ti, en la gracia que en este día se te concede. Déjame que sea como una conversación contigo, de hermano a hermano, de amigo a amigo, en la presencia de Dios y de María junto a tantos hermanos queridos que nos acompañan.
Ni tú ni yo estudiamos jamás «para obispos». Este ministerio no es fruto de una conquista, de una pretensión, ni la resulta de un trabajado curriculum que tiene como desenlace un título o una prebenda. Tiene la misma componente que las demás vocaciones cristianas: ser un misterio que responde a la elección que hace el mismo Dios. Porque echando la mirada atrás, como has hecho con frecuencia en estos días, se te agolparán tantos nombres, tantos momentos, donde Dios ha ido escribiendo tu historia con la tinta de tu libertad poniendo fecha y argumento en las circunstancias de la vida. ¡Cuántos nombres, sí!: tu madre que gozará hoy desde el compás de espera del cielo, tu padre anciano aquí presente con el que sigo teniendo alguna deuda; aquel buen párroco de tu pueblo, D. Manuel Fervienza Fidalgo, en cuya casa naciste y creciste; tus amigos y compañeros que hoy te acompañan y arropan; profesores y formadores del Seminario; las personas de las parroquias de Cangas del Narcea, Teverga, San Antonio de Oviedo y San Nicolás de Avilés; los hermanos sacerdotes a quienes has acompañado en tus años de Vicario… ¡Cuántos niños que bautizaste, a los que acercaste por primera vez a la Eucaristía, los jóvenes que confirmaste, los heridos por el pecado que acogiste y perdonaste en confesión, los novios enamorados a los que presidiste en sus esponsales, los enfermos y ancianos que acompañaste y sostuviste, los pobres con tantos rostros que encontraron en ti un motivo de esperanza a raudales! En fin, Juan Antonio, toda una vida que ahora se concentra intensamente para entonar el canto de tu gratitud más rendida y más sincera: tu magníficat particular, como hemos cantado en el salmo.
Oficio de Pastor, oficio de amor
Siempre he disfrutado cuando el relator de algunos lances de tu biografía, buen amigo tuyo y mío, nos cuenta alguna escena de tu infancia. Cada relato –no en vano fue editor– tiene alguna novedad tal vez aumentada y corregida. Me viene ahora una, toda un clásico ya, cuando no eras ni siquiera «guaje», cuando eras un «neñu» todavía. Es el de aquella ovejita que tus padres te regalaron, y que tú en las praderías de Villamarín como pastor precoz y así preconizado intentabas educar responsablemente. La «oveyina» aquella te salió necia, como nos asevera el cronista, pero no por eso la hiciste daño, la ignoraste o la dejaste a la deriva. Todo un anticipo de algunos rasgos del pastor bueno: la paciencia probada, la bondad sin ficción y la incondicional entrega, como Jesús nos enseña al aplicarse a sí mismo las entrañas del Buen Pastor que conoce a sus ovejas, que se aprende sus nombres y ellas reconocen su voz, que las conduce a los pastos de hierba fresca, que las orienta en las cañadas oscuras y sale en su defensa ante los estragos de los lobos que nunca nos faltan.
Ya no eres aquel niño, ni conservas aquella oveja. Hoy has cambiado de rebaño aunque simbólicamente sigas en el mismo oficio de pastor. Un oficio, sí. Porque San Agustín llama a este ministerio que vas a recibir como obispo así precisamente: officium Amoris, oficio de amor (cf. Jo. Ev. Tr. 123,5), que no es otro que dar la vida por aquellos que se te confían. Pero como ya decía nuestro poeta, «sin que hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo… no sabiendo los oficios, los haremos con respeto» (León Felipe, Salmos del caminante). El respeto con el que deberás ir aprendiendo lo que hoy se te da para tu bien y para el nuestro: porque a partir de este día serás obispo, Juan Antonio, aunque podemos decir más bien que hoy empiezas a serlo como se inicia un comienzo, estrenando y renovando esta gracia cada día.
Hemos leído el mandato apostólico, en el que el Papa Francisco al que agradecemos de corazón su paterna solicitud hacia ti, hacia mí y hacia toda la diócesis, te ha nombrado Sucesor de los Apóstoles. Luego te haré unas preguntas para que puedas dar público testimonio de tu actitud verdadera ante lo que Dios te llama, diciendo como Pedro ante el Maestro, tu personal «sí, quiero» ante Él que lo sabe todo de tu querencia y amor. Después invocaremos a los Santos en el canto de las letanías y te veremos nuevamente postrado en tierra orando, como hace hoy treinta y tres años cuando fuiste ordenado diácono. Así pediremos para ti la fuerza de la bendición de Dios y la consagración episcopal por la imposición de mis manos y las de los Obispos que nos acompañan.
Derramaré en tu cabeza el bálsamo de la unción por participar del sumo sacerdocio en Cristo, te entregaré el Evangelio que tus labios proclamarán, te pondré el anillo esponsal que te une a la Iglesia, la mitra como punta de flecha que apunta toda tu vida hacia lo alto de la santidad sacerdotal, y te entregaré el báculo que junto al mío te presenta como pastor del rebaño de Dios.
Juntos, en la única Iglesia de Jesús
La responsabilidad que hoy el Señor te confía y para la que te da su gracia, no empieza ni termina en ti por más que pase a través tuyo. Como Obispo debes contar gozosamente con todos los hijos de Dios. Los sacerdotes y diáconos, queridos hermanos y estrechos colaboradores; los consagrados, que desde sus carismas también llevan adelante la tarea evangelizadora de la Iglesia; y los fieles laicos, que en las mil encrucijadas dan testimonio de la Verdad y la Bondad de Dios.
Todos formamos la única Iglesia de Jesús, y este es el precioso reto que tenemos también en la Iglesia particular que peregrina en Asturias. En la tarea de una nueva evangelización como nos han recordado repetidamente los últimos Papas, tenemos que vivir esta Iglesia de Comunión. Entre todos, y cada uno en su lugar vocacional, debemos construir la Iglesia del Señor: no la mía o la de otro, sino la del Señor. Quiero ayudarte para que me ayudes, querido Juan Antonio, con mutua paciencia ante nuestras limitaciones y con una recíproca fraternidad para acompañarnos en la aventura apasionante de pertenecer a Cristo y de contarlo a nuestra generación con belleza y pasión, suscitando la esperanza y el gusto por las cosas en aquellos más amenazados o hundidos por cualquier causa en sus vidas.
Siendo distintos tú y yo, querido Juan Antonio, desde que nos conocimos ha habido un reconocimiento sencillo y gozoso del don que supone sabernos hermanos y luego amigos. Pero no se trata de una complicidad que busca la protección en una trinchera compartida o en una aventurera evasión. La fraterna amistad que los dos agradecemos, ahora se hace misión en el ministerio episcopal mirando el bien de la Diócesis, tú como Obispo auxiliar y yo como Arzobispo. Se trata de una ayuda mutua para poder ayudar así a todos los demás hermanos. Y como dije cuando saltó la noticia de tu nombramiento será de una rica complementariedad: yo soy de Madrid, tú eres asturiano. Yo he vivido en muchos sitios dentro y fuera de España por mis estudios y docencia, tú has estado siempre en esta tierra diocesana tan hermosa y tan rica en su historia. Yo soy teólogo, tú eres canonista. El ser hijo de San Francisco me constituye religioso, mientras que tú fuiste llamado al clero diocesano. Así podríamos ir enumerando los muchos motivos por los que considero una gracia grande tu ayuda como Obispo auxiliar, que viene a complementar mi oficio ministerial como Arzobispo de Oviedo en todos los aspectos pastorales. No eres un rival que se me impone sino un verdadero hermano que inmerecidamente se me da, además de amigo muy querido, y juntos podremos acompañar a este pueblo que Dios nos confía.
Para santificar el nombre del Padre Dios
Hermano Juan Antonio, como Obispo eres llamado a ser un Sucesor de los Apóstoles. Sólo sabemos que el obispo de Roma es el sucesor de Pedro. Los demás no tenemos una línea sucesoria tan nominalmente definida. Esto implica que los que hemos sido llamados a este menester, a este ministerio, debemos saber mirarnos en aquella comunidad que acompañó al Maestro, en cada uno de sus perfiles y temperamentos.
No se trata de emular a éste o a aquél Apóstol plagiando su originalidad sino más bien comprender que aquellos Doce fueron llamados en su circunstancia cotidiana, con sus características propias, con sus límites, con sus posibilidades, con toda la carga de luz y de sombra que ellos tenían y arrastraban. Al pronunciar Jesús sus nombres, ellos estaban en sus redes de pescadores, en sus mesas de recaudadores, en sus amores y sus tragedias, en sus dudas y certezas, en sus trampas y en sus virtudes. Pero el Señor puso en sus labios sus nombres comenzando para ellos una historia nueva. Convivieron con el Maestro como quien aprende a vivir de veras, y fueron limando sus aristas que les hacían toscos y ariscos, asomándoles a un modo distinto de ver las cosas, de abrazarlas, reconociendo en cada una de ellas la huella del Señor. Y tantas palabras escuchadas de los labios de Jesús, tantas obras bondadosas salidas de sus manos, ellos las guardaron como se custodia un tesoro, como se precinta un secreto, para luego poder contarlo a los cuatro vientos y en los mil mundos saber compartirlo.
Hermano Juan Antonio, la llamada que Dios te hace es algo que debe llenarte de estremecimiento y de gozo. El estremecimiento de quien tiene que enseñar una Palabra que otro pone en tus labios y de cuya sabiduría serás siempre discípulo, pero el gozo de saber que la Verdad que anunciarás no tiene tu medida sino la de Dios. El estremecimiento de saberte encargado de algo tan grande como nutrir y acrecentar el bien y la gracia que el Señor da a los hermanos, pero el gozo de saber que de esa santidad también tú eres mendigo. El estremecimiento de tener que gobernar las comunidades cristianas que se te confían, pero el gozo de saber que ese gobierno realizado con autoridad, sin autoritarismo, pasa por dar la vida amando concretamente a las personas que Señor confía a tu cuidado pastoral.
Tú vienes en el nombre del Señor a esta tierra y diócesis de la que nunca te has ido. También tú has oído al Maestro, y has visto tantos signos de vida como aquellos discípulos. De la palabra y de los milagros del Señor Jesús, ahora se te hace testigo como Obispo para confirmar la fe de los hermanos, y a mi lado presidir en la caridad a nuestro Pueblo, despertando la esperanza proclamando la Buena Noticia. No son pocos los llantos que enjugar en los más pobres de nuestros días, no faltan tampoco los gozos por los que agradecidos saber brindar. Así entre lágrimas y sonrisas, y para todas ellas, llegas querido Juan Antonio, santificando el nombre del Padre Dios –como dice tu lema episcopal–, siendo bendición para todos tus hermanos.
Hoy es la fiesta del Inmaculado Corazón de María. A ella confío tu episcopado, para que también tú seas dichoso al guardar en tu corazón lo que Dios dice y lo que a veces calla. Que nuestra Madre la Santina de Covadonga, San Melchor de Quirós y todos nuestros mártires y santos, te sostengan y te bendigan llevando a plenitud la obra buena que Dios en ti ha comenzado.